Un adulto es aquel que cambia
libertad por seguridad. Es esta una más de esas frases socorridas que intentan
dar sombra y verdad a demasiadas variables y que tiene tanto de verdad como de
simple ilusión.
Todas estas losas idiomáticas te
dejan pensativo, y no es poco. Suscribirlas con tu firma y con tu manera de
pensar es cosa particular. Dejarlas correr o simplemente rechazarlas es otra
posibilidad.
Yo creo que encierra buena parte
de razón. Porque hay un momento en la vida en el que la mirada se vuelve más
cercana, tiende a dibujar con más nitidez los perfiles que delimitan el
territorio de las posibilidades y a desdibujar los que no son alcanzados con la
vista del interés personal.
Los factores que intervienen son
muchos y, por eso, la afirmación es sesgada y solo adquiere más valor si se
entiende en sentido progresivo. ¿Cuál es la edad en la que la libertad, que aquí
equivale a futuro por delante, se ve sustituida por la de la seguridad? ¿Es lo
mismo tener dependientes familiares con los que convives que vivir soltero? ¿Y
tener un puesto de trabajo asegurado que no tenerlo y andar mendigándolo por ahí?
¿En qué medida interviene la propia y simple biología personal? ¿Y la formación
intelectual y social? ¿Y el ideal de vida y la escala de valores que cada cual haya
ido forjando? ¿Se pierde la libertad con la consecución de la seguridad? ¿A qué
responden, en su esencia, los conceptos de libertad y de seguridad? Y así hasta
casi angustiarse con preguntas.
Supongo que, incluso, se puede
defender la idea de que a más seguridad, más libertad para actuar. Lo mismo que
a cuanta más libertad -al menos de pensamiento-, más seguridad de no
equivocarse del todo.
Tal vez no haya que complicar
demasiado las cosas desde la expresión, pues está pensada seguramente para
discurrir acerca de si la edad nos coloca en un plano menos idealizado y algo más
personal y próximo a nuestros intereses personales.
No es difícil concluir que lo
menos malo sería conjugar cuanta más libertad y menos trabas posibles con un
cierto grado de seguridad, al menos aquel que nos permita llenar el estómago
alguna vez al día y mirar hacia el futuro sin demasiada incertidumbre. En todo
caso, que la balanza se desnivele hacia el plato de la libertad, que buena
falta nos hace a todos. Para que seamos siempre un ser en movimiento y en
deseos de cambio y de superación, y para que no nos encerremos en los dominios
del egoísmo y de la insolidaridad. Ser como niños no es exactamente ser niños,
pero hay características de los niños que, al menos a mí, no me gustaría perder
nunca. Ni ahora que veo la niñez tan lejana y tan próxima a la vez.
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