sábado, 18 de noviembre de 2017

ASUNTOS LOCALES


Diversas circunstancias me han llevado a la relectura de una novela que tenía guardada en una habitación perdida de la memoria. En otro contexto la utilicé para algún asunto mitad personal, mitad protocolario. Se trata de la novela Rincón de provincia, de la que es autor el bejarano Emilio Muñoz, de la saga de los hermanos Muñoz, para mí el que, de todos ellos, escribía con más fina pluma.
La novela se publicó en la editorial Juventud, Barcelona, marzo de 1935 .Pero su ambientación recoge los postreros años del siglo XIX y los primeros decenios del siglo XX. Según me parece, no posee un valor literario muy crecido si se lee con ojos del siglo XXI. Aunque, cada obra hay que verla en los contextos en los que se fraguó si no queremos desvirtuarla y distorsionarla. En todo caso, esto refleja solo una parte de sus contenidos. Porque otra parte no menos importante es la que tiene que ver con los elementos que la componen. Y aquí se vuelve extraordinariamente descriptiva y hasta premonitoria de los tiempos futuros. Hasta el punto de que la considero la novela de Béjar. Son sus lugares, sus gentes y sus inquietudes los que ambientan todo el proceso. Y su aparición en la obra es de tal fidelidad, que parece más una fotografía que un producto de la imaginación del escritor. Por más que haya pasado un siglo largo desde su alzamiento a la obra literaria. Ya tuve ocasión de repasar estos lugares hace años, y tendré de nuevo oportunidad de hacerlo dentro de unos días.
Hoy solo quiero recoger, por su visión de futuro, algunas frases de uno de sus dos protagonistas, que resulta ser trasunto del autor. En algún momento del final de la obra dice Tebita esto:
“Tampoco miro yo el porvenir (de la industria textil) con mucha confianza. En esta como en otras industrias, se está produciendo demasiado y ha de venir después la fatal depresión (…). El día en que a un ministro se le antoje cambiar, como ya se ha dicho, el paño azul por otro que forzosamente ha de ser de distinto color, menos visible y menos fino, como lo es en los demás ejércitos, y se centralicen las compras que ahora realizan los Cuerpos separadamente, Téjar (es el nombre novelístico de Béjar) luchará con la temible competencia, no solo de Cataluña, sino de otros núcleos semirrurales más retrasados y pequeños, pero capaces de producir el género nuevo con mano de obra menos costosa”.
Y después: “No sé, pero lo que hay que buscar aquí son rutas nuevas, sin quedar a merced de un solo cliente, más peligroso cuanto más importante, que puede fallar cualquier día. Hay quien pone su esperanza en el veraneo, que aquí tiene tanta razón de ser y que aumenta visiblemente, pero esto nunca pasará de ser una ayuda secundaria.
¿Y si tuviéramos estambre?
La gran lástima es que no la tengamos ya hace tiempo, porque eso no se improvisa (…); pero más valdría tarde que nunca, máxime cuando en Téjar se lavan y se peinan lanas para la exportación en cantidad enorme. Pero esta empresa exige instalaciones muy costosas y habría de ser la obra de todos, agrupados para crearla y para sostenerla, y tendría que ser cogida con fe…”
Y en otro momento, hablando de diversos tipos de telas y capas: “Tienes razón y ya te pediré a su tiempo un trozo de este (tipo de tela) y de otros, con destino al Museo de la Industria que es preciso fundar…”
Tres ejemplos en dos intervenciones: la cíclica decadencia de la industria textil, con sus causas y consecuencias; la diversificación de actividades, con el apunte del turismo; y la ilusión del museo textil.

De esto hace unos cien años. ¿No suena esto a cualquier desahogo de ahora mismo?

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