LO INVENCIBLE DE LA FRAGILIDAD
Que el autoritarismo avanza y que la polarización social y política vive sus mejores días parece un hecho casi incontestable. Una comunidad inteligente no debería conformarse con describir un hecho, sino que debería siempre intentar analizar las posibles causas y sus probables consecuencias.
Iluso sería si quisiera arreglar el mundo en mis líneas tasadas. No tengo capacidad ni trato siquiera de intentarlo. Me conformo, como siempre, con abrir una ventana por la que entre el aire para poder respirar yo y quien quiera leer estas líneas. Pienso sobre todo en mis allegados y en mis descendientes, en mi círculo próximo.
Para que se produzca un estado de opinión que apunte a refugiarse en los extremos sociales y políticos, tiene que cumplirse, antes o al mismo tiempo, un contexto de desánimo y de descrédito de la realidad social en la que se viva. Y ello puede producirse por muy variados motivos, casi siempre unidos y no aislados.
En esta parte del mundo vivimos en eso que llamamos democracias liberales. Las democracias, por definición, son vulnerables e imperfectas; son un camino que se ha de andar cada día y que responde a la suma de muchas voluntades individuales con intereses muy diversos, tantos como componentes de esa comunidad. Por ese motivo, las democracias son siempre vulnerables y están expuestas a los vendavales de los populismos, de los autoritarismos y de las dictaduras de todo tipo. Porque los populismos y autoritarismos son exclusivos e inmediatos, en ellos las reacciones se producen de manera más automática, al ritmo de ordeno y mando y sin demasiados trámites formales. Someterse a un dictador desde una situación de miedo o de zozobra está en los genes de la condición humana, sea este dictador civil, religioso o económico. Lo que se ve es una posible salvación inmediata, olvidándose del futuro. El caldo de cultivo es siempre el miedo y la situación de incertidumbre.
Sin embargo, por muchos nubarrones negros que aparezcan en el horizonte, las democracias occidentales resisten cualquier comparación con los sistemas sociales y políticos de otros lugares. De hecho, cualquier otro régimen o trata de imitar o se esconde bajo las apariencias de nuestras democracias occidentales. Y hay ejemplos de todo tipo que las consagran como tales y las apoyan. Véase, si no, lo ocurrido con la última pandemia, las aspiraciones de tantos países a ingresar en el club de la llamada Unión Europea o el reguero de inmigrantes que se juegan la vida en busca de nuestros países.
Es en ese reconocimiento de fragilidad precisamente en el que se encuentra su fortaleza. Pensar en lo que se puede perder resulta un muy eficaz escudo para su defensa. Hay ejemplos de otro tipo en los que se diría que se presume de fortaleza, pero que se apuntan al bando perdedor en cuanto se comparan con las democracias y que, en todo caso, siempre andan en el disimulo y en la apariencia de algo que se parezca a las democracias: China es un buen ejemplo.
Así que deberíamos acostumbrarnos a caminar sobre el alambre, sin sacar pecho, sabiendo que nada es definitivo y que todo es provisional, que el éxito está en el avance, aunque este sea pequeño y paso a paso, que la meta debe estar en nuestra mente y en nuestra ideología como forma de ver y de ordenar el mundo, pero con el ejercicio diario de lo relativo y de lo impreciso.
Aunque parezca un oxímoron, cuanta más fragilidad, más precaución y más empeño en la superación y el mejoramiento diario de la convivencia.
Mucho que aprender y que practicar. Desde ese relativismo receloso que crean la experiencia, el conocimiento, el sentido común y la buena voluntad.
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