martes, 4 de febrero de 2025

GARGANTILLAS DE SAN BLAS

 

GARGANTILLAS DE SAN BLAS

Tengo conciencia de haber tenido hasta la fecha una salud, si no de hierro, sí al menos de alguna aleación metálica. Esto me ha permitido moverme con normalidad y no haber hecho paradas largas en mi actividad y en mi vida. Sin embargo, también reconozco que, cada vez que me pillo un catarro o una gripe, me cuesta salir del atasco más de lo deseable. Ni con el jarro, ni con el jarabe, ni con el vick vaporub, ni con la regla de san Benito. Me suele quedar una tos, o mejor, como se dice, una tosica, molesta para mí y para los que me rodean, que no hay manera de darle esquinazo.

En estos días ando en ello y en ella. Me canso y me agoto, deseo pasar página y no veo el final del túnel todavía. Además, esta vez el calendario ha querido que la última parte -espero- resulte coincidente con la fiesta de san Blas, ese obispo medieval que parece -siempre en el territorio del parece- que curó a un niño con una cinta en la garganta. Supongo que desde entonces los milagros se habrán repetido por miles, pues la gente ha entendido que una exigencia tan sencilla como la de atarse una telilla unos días no supone demasiada carga y ahí anda con las cintas al cuello, no sé si para prevenir catarros, espinas en la garganta o toses a gogó. A ver si se acordara de mí y me quitara este peso de encima, que ya me carga en exceso y, total, un milagrito más poco le cuesta. Por cierto, que digo yo que ya podía haber dejado la fórmula del milagro para haberla utilizado desde entonces y habernos librado de tantos catarros, gripes y obstrucciones. Qué le habría costado al buen hombre. Pues ya ves, que no hubo suerte.

Y ahora, de la anécdota a la categoría.

Conozco la labor de personas muy cultivadas y sensatas que analizan la simbología y la importancia de todo eso que se ha dado en llamar “patrimonio inmaterial”. Admiro su trabajo y su labor, sobre todo cuando intentan no solo describir, sino interpretar el origen, las causas y las consecuencias de toda esta parafernalia que compone la cultura popular.

Hombre, curarse con solo ponerse una cinta al cuello, una telilla que apenas te cubre nada, no parece que se asiente en lo más racional. Si al menos fuera una buena bufanda, una braga o una gorra que cubriera bien las orejas… Como el personal sigue en sus trece de gargantilla al cuello, habrá que pensar que alguna fuerza extraña lo empuja a ello. A poco que nos sinceremos, estaremos a un paso de abrir la puerta a la influencia de las religiones, de las supersticiones y de todos sus misterios, entre los que se incluye no solo el miedo, sino también toda la sensación de falta de seguridad en la que el ser humano se ha movido y se mueve. A algunos ya les viene muy bien dejar casi todo en el misterio y en la leyenda. Dar un paso más significaría que se cayeran los palos del sombrajo y se derruyeran hasta las torres más altas.

Creo que sigue siendo verdad que la vida no se puede reducir a silogismos, que es un poco más rica e imprecisa que eso, que el corazón tiene razones que la razón no entiende, que las situaciones personales y sociales condicionan las creencias, las costumbres y las actividades, y todos los ingredientes que se le quieran echar a la ensalada; pero un análisis basado en la razón es aquel hacia el que deberíamos encaminarnos. Sin negar los orígenes de cada suceso, pero tratando de explicarlo y de modificarlo si no nos convence.

En último caso, reivindico algo que repito con frecuencia: Mejor no te engañes; pero, en último caso, engáñate sabiendo que te engañas.

Y ahí, al lado, las Águedas. Otra que tal baila.

Vuelvo a pensar en tantos etnólogos que conocen tan bien todo este mundo. A alguno lo admiro de veras. Les pido un paso más. Que desvelen el misterio, que analicen las causas y las partes involucradas en todo este embrollo, y que se mojen sin miedo. Ellos deberían ser los principales argumentos de autoridad.

No sé si no parece más evidente aquello de la cigüeña por san Blas que lo de la gargantilla.

A lo único que hay que tener miedo es al miedo. Y a las toses, que no se van lejos; a donde sean bien recibidas, pero lejos.

No hay comentarios: