jueves, 6 de marzo de 2025

EL MUNDANAL RUIDO

 

EL MUNDANAL RUIDO

Me pregunto qué dirían algunos autores que han elogiado el silencio ante una sociedad tan ruidosa como esta: Borges, Proust, fray Luis, san Juan de la Cruz…

Hace tan solo unos días, me dirigía en mi coche, con otras dos personas próximas, hacia un lugar en el que teníamos que realizar unos encargos. Yo conducía. Una de estas personas no dejaba de hablar. Otra participaba con breves respuestas. Yo callaba. Sé que la persona más activa se sorprendió de que yo estuviera en silencio y llegó a pensar que tal vez estuviera enfadado por alguna cosa. Tal vez tenía razón; acaso no.

El don de la palabra se nos ha dado para establecer comunicación, para trasladar nuestra visión del mundo, para escuchar y entender la visión de los demás y para mejorar con ello nuestra convivencia. Es un regalo maravilloso; tal vez el milagro de todos los milagros.

Y, sin embargo, no parece que hagamos una buena práctica de él. Ni en cantidad ni en calidad. No sé si hay que ser tan drásticos como lo es El Tao en aquella sentencia: «El que sabe calla; el que habla no sabe». Me gustaría no serlo a pesar de reconocer una vez más que la palabra no es otra cosa que una muy pobre representación simbólica de la realidad.

Con la palabra se puede causar mucho bien y mucho mal. Habrá, por tanto, que afinar en su uso y en su abuso.

Si uno es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras, ¿por qué no tener un poco más de precaución en su empleo?

Asistimos a acusaciones a gogó por todas partes, echamos al aire juicios absolutos sin ninguna medida, proclamamos las deficiencias del contrario antes que reconocer las propias o emplear el don de la palabra para proponer posibles soluciones, alzamos la voz con el único fin de ridiculizar al adversario, nos movemos en el mundo de los bulos y a casi todo se le da apariencia de veracidad en vez de concederle la presunción de inocencia.

Por si esto fuera poco, asistimos a locuciones públicas de personas que dicen representar a no sé quién ni a cuántos que elevan el tono como si estuvieran arengando a las tropas en el inicio de una batalla; o escuchamos a profesionales de la palabra que entonan peor que un niño de tres años, siempre con el tono en la nariz, con el final de frases enunciativas hacia el cielo y con la destrucción de sintagmas a destajo. ¿No se puede denunciar por esto lo mismo que por un beso furtivo?

No todo el mundo lo hace en el mismo grado, por supuesto; pero la abundancia empuja a uno a despotricar contra esto y contra aquello.

Al silencio se puede llegar por diversos caminos: la frustración, el desencanto, la extrañeza ante lo que se oye, la lejanía del ambiente en el que uno se halla, la economía de esfuerzos…, o la alegría que contiene el propio silencio y su sonoridad.

Se me vienen las citas a la boca y se me caen de las manos:

«Qué descansada vida / la del que huye del mundanal ruido…».

«La música callada, / la soledad sonora…».

«Quien mucho habla mucho yerra…».

«En boca cerrada no entran moscas».

«El que sabe calla; el que habla no sabe».

Y así, en este plan.

En el próximo viaje con esa persona, pienso hablar más; pero procuraré que no sea ni demasiado ni con intensidad exagerada. Daremos espacio al silencio, nos escucharemos y seguro que nos entenderemos mejor.

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