jueves, 6 de septiembre de 2018

VERDAD Y MODA



Hasta hace no mucho -quiero confiar en que aún se conserve esta escala de valores en alguna minoría-, se buscaba la existencia de la verdad como algo referente y universal -por encima del tiempo y del espacio- a lo que sujetarse y desde lo que interpretar la realidad, hasta que otra idea razonada viniera a sustituirla con el mismo valor universal. Hoy bien puede uno afirmar que tal hecho o no existe o al menos se ha encogido en el espacio y en el número de personas que aspiran a ello. Buena parte de la explicación que de la realidad se hace tiene que ver con los números que la sustentan y con los seguidores que tiene, como principal valor y única justificación..
Desde la concepción y admisión de esa verdad lógica, se han venido desarrollando eso que llamamos sistemas filosóficos y concepciones de vida, que se defendían en tratados y se organizaban en teorías. Desde ellas se discutía y se analizaba su consistencia y se intercambiaban posturas tratando de convencer a los demás. Toda la ristra de filósofos y pensadores en general no han hecho otra cosa que organizar las estructuras de esa aproximación a la VERDAD con mayúscula, por más que todos, de una manera o de otra, fracasaran en el camino. Pero el camino seguía existiendo, y la ilusión también. Creo que, incluso en eso que llamamos postverdad, el intento sigue existiendo, al menos entre las personas más solventes y menos esnobistas y tontilocos, que de todo hay.
Hoy, sin embargo, creo que cada vez cobra más fuerza la idea de que lo verdadero es lo que más adhesiones concita. Además, lo verdadero y lo bueno se han convertido en sinónimos. Y confundir cantidad con calidad no sé si es precisamente lo mejor. ¿Quién se atreve hoy a defender que acaso no es peor una película menos vista que aquella que llega del imperio y que lleva ganados no sé cuántos tropecientos millones de euros después de otros tantos de publicidad? ¿No vemos a todas horas que los medios de comunicación anuncian obras llamadas artísticas por la cantidad de dinero que llevan recaudada, sin hacer ninguna mención a alguna de sus posibles cualidades? ¿No se nos llena la boca con que esta temporada se lleva tal o cual prenda de vestir y nos empeñamos en ir a la moda con aquello que dicen que es más de ahora mismo? ¿Quién razona acerca de la calidad de una camisa o de un zapato? ¿Y cuántos lo hacen acerca de si la puntera es así o asao o si es el mismo que lleva don nosequién? ¿Cuántos programas de radio -y mucho más de televisión- se anuncian por los famosetes que en ellos participan, sin tener en cuenta ninguna otra variable? ¿No sucede algo similar en el mundo social y político? Pues, si nos acercamos al espacio más próximo, ¿cuántos pasan desapercibidos y cuántos son ensalzados simplemente porque sus palabras o sus hechos son privados o se dan a la luz y se hacen públicos?
Vivimos al dictado de la moda, somos seres sociales y rebaño, todo, hasta la justicia, parece funcionar por comparación. Pero hay un singular que tiene fuerza, que apunta hacia uno mismo, que no se puede ahogar en ese tráfago ni en las olas del piélago, que tiene que anhelar asirse a un vértice desde el que poder mirar el horizonte sin peligro constante de despeñarse, que ha de hacer el camino por su cuenta y con sus propias fuerzas…, que no debe dejarse llevar por la fuerza de la corriente, o de la moda, o de los simples números. Entre otras razones poderosas, porque esa brisa de bondad aparente está empujada casi siempre por vientos de cola oscuros y confusos, por fondos submarinos y corrientes que buscan intereses inconfesables, por buitres carroñeros acechantes, por intenciones torvas y artimañas confusas.
De nuevo ese difícil balanceo entre la voluntad concreta, los empujes sociales, las modas atractivas, las sumas y los números, el halago buscado o recibido, el sentirse admitido por la tribu…, y esa necesidad de hallar un punto que huela a la verdad, a algo de referencia y por encima de gustos y apetencias personales, de instintos y placeres momentáneos, de un esquema de ideas conjugadas de recorrido amplio y no solo de ráfagas y globos de colores.
La moda es la verdad que se pasea
en coches fulgurantes de carrera;
la verdad toma el sol tranquilamente
contemplando la luz del horizonte.

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