jueves, 19 de enero de 2023

EJEMPLARES

 

EJEMPLARES

Veo en televisión, con estupor, asombro y pasmo, a la presidenta de Nueva Zelanda, Jacinta Ardern, anunciando que deja el gobierno y que se retira de la actividad política. Pronto habrá elecciones en aquel país y las encuestas predecían una posible victoria de esa señora. O sea, que lo ha dejado en todo lo alto, en pleno éxito. Lo que más me ha gustado es que ha confesado que se siente con pocas fuerzas para seguir y que ahora lo que más le apetece es celebrar su boda y poder llevar y traer a su hijo del colegio. Por si fuera poco, se trata de una señora joven, en plenas facultades físicas e intelectuales. Además, no parece que se esconda detrás de la decisión ninguna otra causa inconfesable.

Noticias como esta reconfortan y hacen a uno creer algo más en lo que debe significar la verdadera política, el servicio público durante un tiempo determinado y la vuelta a la actividad más próxima y personal, que formas de ayudar a los demás hay en número infinito.

La casualidad ha hecho coincidir esta noticia con la lectura de unas palabras de un discurso de Azaña, pronunciado en Santander el 30 de septiembre de 1932. Son estas: «Yo no concibo la política como una carrera personal y, ni siquiera, como una profesión en la cual se haya de ir ocupando posiciones por el simple transcurso del tiempo y que se ejerza unas veces en el poder y unas veces en la oposición, pasando por los turnos de adversidad o prosperidad que los vaivenes de la política traen consigo. Yo no la concibo así. La concibo como una ascensión cada vez más fuerte y difícil hacia el mando, hacia la dirección del país, hacia la imposición por la convicción ante la opinión pública de las ideas que a nosotros nos mueven y nos parecen mejores, siempre que la opinión las acepte, las apruebe y las sostenga. Y en esta ascensión lo que hay que hacer es agotarse, rendir la máxima utilidad, y cuando el partido o uno mismo está agotado o esterilizado, lo mejor es marcharse a acabar la vida donde uno no estorbe, dejando que otros ocupen el puesto».

Y en cuanto se alejó del poder escribió lo siguiente: «Desde chico he sido siempre muy apegado al rincón casero. Volver a él significa para mí entrar en un clima apacible. Despertar de una pesadilla. Reposo profundo después de una caminata. Silencio, después de tanto estruendo. Sobre todo, silencio (…). En fin, recobré el trato con mis libros y papeles. Me di un hartazgo de lectura colosal. Sed atrasada. Régimen correctivo de una deformación peligrosa. Porque nada estrecha tanto la mente, apaga la imaginación y esteriliza el espíritu como la política activa y el gobierno (…). Para trabajar en política y en el gobierno he tenido que dejar amortizadas, sin empleo, las tres cuartas partes de mis potencias, por falta de objeto, y desarrollar en cambio fenomenalmente la otra parte».

Sospecho que estas mismas palabras las firmaría la presidenta de Nueva Zelanda. Y no por desestimar el valor y la importancia de la actividad social y política, sino precisamente por darles el valor y nobleza que les corresponden y desenmascarar un poco a tantos aspirantes de medio pelo que siempre tienen proyectos sin terminar y suplican otro periodo para llevarlos a su término. O eso dicen ellos. Se les suelen apagar los impulsos si se les requiere para un puesto más bajo y menos reconocido socialmente. Qué casualidad.

1 comentario:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

La estructura cerrada de los partidos ha hecho mucho daño al sistema democrático actual, favoreciendo la aparición de políticos poco ejemplares cuya vida depende de mantener un cargo o las prebendas posteriores a dejarlo. Un error a corregir.