miércoles, 11 de enero de 2023

SISTEMA DE REBAJAS

 

 SISTEMA DE REBAJAS

Mediados de enero. Mes frío. Rebajas. «Traten unos del gobierno / del mundo y sus monarquías, / mientras gobiernan mis días / mantequillas y pan tierno, / y las mañanas de invierno / naranjadas y aguardiente, / y ríase la gente…». Se reía Góngora y me río con él. Lo hago por no llorar, pero la risa es una risa triste.

Aunque el invierno parece que anda agazapado y no tiene intención de enseñar sus dientes (aún   le queda tiempo para hacer de las suyas), se está muy bien al arrimo del radiador y cerquita de las teclas. Tampoco se está mal al solecito del mediodía, por esos campos de Dios, sin casi nadie que te moleste. Mientras tanto, los medios vuelven, después del atracón de las Navidades, al sonsonete de los acontecimientos políticos y a la publicidad como reclamo permanente de la necesidad de seguir consumiendo. Son las famosas rebajas de enero, ese período en el que todos los productos se han puesto dadivosos y caritativos y se ofrecen a un precio más bajo que el día anterior; como si ello no implicara que, o bien antes andaban muy por encima de su precio razonable (no confundir valor y precio), o ahora están en su valor real. O esto no lo entiende ni el que asó la manteca.

Entre los empujones de la publicidad, que no para en su ruido continuo, y las indicaciones de los economistas y dirigentes sociales y políticos, que proclaman a los cuatro vientos las bondades del consumo para que la economía se mueva (dicen), todo se convierte en una rueda de molino que no para de rodar y rodar hasta convertirnos a todos en consumidores antes que en ciudadanos pensantes y responsables. Poco importan las necesidades reales ante la avalancha de la moda y de las reposiciones de productos para la nueva temporada, en incluso para el próximo trimestre. Así que «cambie usted de coche, acuda a las rebajas, consuma, consuma y consuma».

Solo muy de cuando en cuando aparece alguien en los medios de comunicación al que le permiten sugerir (en voz baja, no se vayan a enfadar gentes de toda guisa) que acaso el consumo por el consumo no es lo más razonable y que precisamente habría que consumir menos para entrar en una dinámica de economía razonable y sostenible, esa que a medio y largo plazo nos traerá más beneficios para todos. Pero, entonces, cerrarán las fábricas y los medios de producción, los obreros irán al paro, la economía se vendrá abajo y la gente lo pasará mal, replicarán enseguida. Y, además, te pueden tildar de mal ciudadano y soltarte otro rosario de improperios.

Pues digo yo que, si es bueno que el dinero y las materias se muevan, ¿por qué no se hace con más celeridad? Cómprese un coche cada cinco años ¿y por qué no cada dos?, renuévese todo el vestuario cada temporada, consúmanse calorías a destajo… Hala, que se mueva la economía.

Parece que no hay que ser muy avispado para entender que, si no se embrida fuertemente a este sistema consumista, caminamos al sinsentido y al abismo. Hay que domar a este potro que se nos ha vuelto tan salvaje. Cuidado, porque el potro es el sistema; pero también lo somos cada uno de nosotros.

Góngora seguía en su sarcasmo:

«Coma en dorada vajilla / el príncipe mil cuidados, / como píldoras dorados, / que yo en mi pobre mesilla / quiero más una morcilla / que en el asador reviente, / y ríase la gente».

No entraremos en interpretaciones.

 

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