TÍTULOS ACADÉMICOS
La velocidad con la
que se suceden los acontecimientos hace que, durante el curso normal, no
tengamos tiempo de detenernos en asuntos que se esconden y que pasan de perfil,
a pesar de que suponen actitudes escandalosas. Luego llegan los tiempos muertos
y el verano, esos momentos en los que parece que todo se detiene, y salen a la
luz muchos trapos sucios, que sirven también a los medios de comunicación para
agarrase como los perros a un hueso y para llenar las páginas durante la calma
chicha del sol y de las moscas.
Resulta que anuncian
los periódicos que una tal Noelia Núñez, joven vicesecretaria del PP, se tenía
inventado un currículo extenso que, en realidad, estaba vacío casi del todo:
había empezado hasta tres carreras y no había terminado ninguna. Y la han
pillado con el carrito del helado.
El caso tal vez es más
frecuente de lo que parece y viene a resumir todo un conjunto de variables que
intervienen en ello; desde asuntos políticos hasta universidades de medio pelo,
desde redes sociales hasta cunas económicas... Apariencias, apariencias y más
apariencias.
Las generaciones pasan
y los tiempos cambian; por eso no es bueno juzgar sin tener esto en cuenta.
Pero no es menos cierto que las comparaciones son inevitables y que todo en la
vida tiene ese poso de relación y de comparación. Alguna vez habría que revisar ese sambenito
que tiene el “y tú más”, porque será siempre inevitable, por más que siempre debiera
ser relativo.
El caso es que esta
niña pija del PP podría aprender de uno de sus antecesores, Pedro Casado, quien
tardó diez años para superar algún curso universitario y, cuando tenía un
puesto importante en su partido, remató toda la carrera en unos meses. Así
borraría la mancha que estropea toda su página curricular.
Los hijos de los más
pobres de los pobres tuvimos la suerte, en los años setenta, de que se habían
abierto unas becas, llamadas becas-salario, que aseguraban la posibilidad de
que los más aplicados, si se esforzaban, podían acceder a los estudios universitarios,
pagar sus matrículas y reintegrar a sus familias parte del dinero sobrante
(becas-salario). Por supuesto, se exigían unas notas determinadas y nadie se
podía descuidar en perder ni una asignatura ni un curso. Y ahora nos vienen
estos con todas estas patrañas. No hay derecho.
No se trata de
santificar los títulos, pero tampoco de degradarlos hasta igualarlos a la nada.
En las paredes de mi habitación cuelgan tres títulos expedidos por la Universidad
de Salamanca con mi nombre. No tengo que ir exhibiendo por ahí nada, pero
tampoco tengo que pedir perdón por ello.
Y ahora, traslademos
el asunto a la representación social. Todo el mundo tiene derecho a ser elegido
para esta labor, pero habría que cuidar un poco la hoja de servicios, por lo
menos por parte de los aspirantes. Si no se hace, luego nos sucede lo que nos
sucede, que a uno lo pillan con carrera conseguida misteriosamente en seis
meses, a otra la descubren con varias intentonas académicas, pero todas
fallidas y a otros los ascienden de porteros de casa de dudosa reputación a
consejeros ministeriales. En todos los sitios cuecen habas.
Debe de ser que esto
de la universidad y de los títulos anda también con la resaca veraniega y se
divierte de festival en festival, como si todo siguiera sujeto a la
representación y al jolgorio público general. Las reflexiones académicas han sido
sustituidas por las aportaciones de una manada de analfabetos influencers que
mueven el mundo de los instintos a ritmo de tick tock y de instagram (perdónenme los extraordinarios divulgadores académicos a los que no hay más que agradecerles su labor y darles las gracias). Y así,
todos bailando y fumados en un mundo sicodélico y gaseoso. Tendrá que ser así.
Dios mío, llévame
pronto.
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