miércoles, 23 de julio de 2025

TÍTULOS ACADÉMICOS

 

TÍTULOS ACADÉMICOS

La velocidad con la que se suceden los acontecimientos hace que, durante el curso normal, no tengamos tiempo de detenernos en asuntos que se esconden y que pasan de perfil, a pesar de que suponen actitudes escandalosas. Luego llegan los tiempos muertos y el verano, esos momentos en los que parece que todo se detiene, y salen a la luz muchos trapos sucios, que sirven también a los medios de comunicación para agarrase como los perros a un hueso y para llenar las páginas durante la calma chicha del sol y de las moscas.

Resulta que anuncian los periódicos que una tal Noelia Núñez, joven vicesecretaria del PP, se tenía inventado un currículo extenso que, en realidad, estaba vacío casi del todo: había empezado hasta tres carreras y no había terminado ninguna. Y la han pillado con el carrito del helado.

El caso tal vez es más frecuente de lo que parece y viene a resumir todo un conjunto de variables que intervienen en ello; desde asuntos políticos hasta universidades de medio pelo, desde redes sociales hasta cunas económicas... Apariencias, apariencias y más apariencias.

Las generaciones pasan y los tiempos cambian; por eso no es bueno juzgar sin tener esto en cuenta. Pero no es menos cierto que las comparaciones son inevitables y que todo en la vida tiene ese poso de relación y de comparación.  Alguna vez habría que revisar ese sambenito que tiene el “y tú más”, porque será siempre inevitable, por más que siempre debiera ser relativo.

El caso es que esta niña pija del PP podría aprender de uno de sus antecesores, Pedro Casado, quien tardó diez años para superar algún curso universitario y, cuando tenía un puesto importante en su partido, remató toda la carrera en unos meses. Así borraría la mancha que estropea toda su página curricular.

Los hijos de los más pobres de los pobres tuvimos la suerte, en los años setenta, de que se habían abierto unas becas, llamadas becas-salario, que aseguraban la posibilidad de que los más aplicados, si se esforzaban, podían acceder a los estudios universitarios, pagar sus matrículas y reintegrar a sus familias parte del dinero sobrante (becas-salario). Por supuesto, se exigían unas notas determinadas y nadie se podía descuidar en perder ni una asignatura ni un curso. Y ahora nos vienen estos con todas estas patrañas. No hay derecho.

No se trata de santificar los títulos, pero tampoco de degradarlos hasta igualarlos a la nada. En las paredes de mi habitación cuelgan tres títulos expedidos por la Universidad de Salamanca con mi nombre. No tengo que ir exhibiendo por ahí nada, pero tampoco tengo que pedir perdón por ello.

Y ahora, traslademos el asunto a la representación social. Todo el mundo tiene derecho a ser elegido para esta labor, pero habría que cuidar un poco la hoja de servicios, por lo menos por parte de los aspirantes. Si no se hace, luego nos sucede lo que nos sucede, que a uno lo pillan con carrera conseguida misteriosamente en seis meses, a otra la descubren con varias intentonas académicas, pero todas fallidas y a otros los ascienden de porteros de casa de dudosa reputación a consejeros ministeriales. En todos los sitios cuecen habas.

Debe de ser que esto de la universidad y de los títulos anda también con la resaca veraniega y se divierte de festival en festival, como si todo siguiera sujeto a la representación y al jolgorio público general. Las reflexiones académicas han sido sustituidas por las aportaciones de una manada de analfabetos influencers que mueven el mundo de los instintos a ritmo de tick tock y de instagram (perdónenme los extraordinarios divulgadores académicos a los que no hay más que agradecerles su labor y darles las gracias). Y así, todos bailando y fumados en un mundo sicodélico y gaseoso. Tendrá que ser así.

Dios mío, llévame pronto.

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