“Mi corazón espera / también,
hacia la luz y hacia la vida, / otro milagro de la primavera”. Con estas
palabras terminaba don Antonio Machado aquel dolorido poema que trasladaba la
naturaleza a enfermedad humana, a amor desconsolado y a súplica angustiosa por
una mejoría de su amada.
Hoy comienza la primavera, la
primera verdad de la vida y la estación de las señales más gozosas. Ella nos
mostrará los altibajos, las amplitudes térmicas, las lluvias que se anuncian y
se quedan prendidas de las nubes, los días que se estiran… Pero siempre será
tiempo de esperanza y de afirmación de luz y de naturaleza. Que todos nos
sumemos a esa aventura de la vida haciéndonos actores principales de todos sus
encantos.
Solemos llamar “primaveras
árabes” a esos intentos tímidos y sangrientos a la vez en los que creíamos ver
una esperanza de cambio hacia la participación ciudadana de tantos países que
secularmente venían dependiendo de voluntades particulares y de preceptos
impuestos desde lugares lejanos a la razón humana. Aquello era y es un poco más
complejo de lo que parecía. Hoy mismo se siguen produciendo rebrotes de cizaña
que siembran la tierra de abrojos, de despojos de sangre y fanatismo, y que
muestran muy claro que el proceso es muy lento y muy abrupto.
Hay posturas distintas ante
estas primaveras desde esta otra orilla de occidente. Están los que promulgan
la prudencia y separan los grupos que llaman radicales de los otros, que,
piensan, son casi todos. Hay otros que observan que no hay ningún país de
religión musulmana que como tal repruebe los actos de sangre y de terror que se
producen. Y también los hay que apenas se preocupan de si esto les puede
afectar o no a ellos, por la proximidad geográfica a los mismos. Seguramente todos
tienen un poco de razón: la causalidad es siempre múltiple y no conviene
militar en el maniqueísmo. Pero será bueno que todos oigamos a las otras partes
y que no nos cerremos en nuestra postura.
Yo mismo estoy muy confuso
ante el fenómeno. Mis ansias de paz son todas las que caben en mis
razonamientos y no alcanzo a entender que nada merezca el derramamiento ni
siquiera de una gota de sangre. No obstante -lo he repetido varias veces- el
texto coránico es el que es y dice lo que dice. A algunos no nos extraña que
aparezcan iluminados que lean y deduzcan lo que después se les ve. Por eso,
junto a todas las demás variables -también las que ocupan a la escala de
valores y a la actuación occidental-, creo que es bueno que se organicen las
cosas, que se establezcan prioridades y que, entre ellas, nadie se olvide de
los textos. Ya sé que atacarlos es como nombrar a la bicha, pero alguna vez
habrá que dar con el martillo en el clavo para que la puerta empiece a quedar
sujeta; si no, andará siempre a merced del viento y del que más ganas tenga de
derribarla. Cuando Dios es uno, y además es el más grande, y todos los demás
sobran…, ya tenemos la simiente para que crezca la cizaña. Si además es trino,
entonces ya, o uno se abandona al don de la ebriedad, o el rebote racional se
disparata.
A pesar de todo, y en todos
los sentidos, mi corazón espera otro milagro de la primavera.
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