Parece evidente
que el mundo es exactamente solo aquello que nosotros componemos desde nosotros
mismos; y todo sin olvidar que nosotros mismos no somos otra cosa que la
composición que hacen las circunstancias en las que nos movemos. Por eso
existen tantos mundos diferentes y resulta tan difícil la comunicación y la
convivencia si no se realiza desde la buena voluntad y desde el sentido común.
Un mismo hecho da tanto para un roto como para un descosido, incluso desde un
razonamiento bienintencionado y nada deseoso de causar mal en el otro; cuando
se realiza a la buena de Dios y sin trabazón lógica, entonces los canales se
oxidan y todo se nos va por las rendijas de los malos entendimientos. Tal vez
por eso los esfuerzos en hallar elementos comunes imprescindibles que nos den
algo de seguridad a todos en los comportamientos personales y sociales, esos
mínimos sin los cuales no se puede salir a la calle de la comunicación sin
andar siempre a la cuarta pregunta. Este es el objetivo último y el esfuerzo
supremo de los pensadores sanos de todos los tiempos y en todos los campos del
conocimiento. Incluso para dar cobertura a todos aquellos que huyen de ese roce
con las cosas por temor a perder su propia identidad y su territorio personal
de afectos y de pensamiento.
La idea, por
extraño que parezca, se puede aplicar a cualquier campo en la vida. También al
de la creación literaria. El mismo producto puede ser interpretado de muy
diversas maneras según el punto de vista y según las expectativas que se tengan
a la hora de rozarse con él.
Un ejemplo.
Acabo de leer la obra de Juan Eslava Galán “Misterioso asesinato en casa de
Cervantes”. Todavía sonaban en mi mente los ecos de la última lectura de la
inmortal obra de Cervantes (apenas hace de ello unos días) y la primera impresión
me llevaba a pensar que en la obra de Eslava Galán se iba a hacer actuar al
escritor como personaje principal para esclarecer la pendencia en la que se vio
inmerso en su vida. Como complemento de la lectura del Quijote, no se
presentaba mal. Nada de lo esperado. Cervantes es en esta obra un personaje
secundario y la obra se resuelve en un formato de novela policíaca, partida en
capítulos simples en los que la trama se alza por encima de cualquier historia
personal. De este modo, el texto parece casi un trabajo de carácter histórico,
más que literario.
¿Decepción?
No, simplemente sorpresa. Otra forma de acercarse al mismo fenómeno. Tan válida
como las demás, pero inesperada para mí. Y muy lograda a juicio de otras
personas, pues ha recibido el Premio
Primavera de novela 2015. Año, no hay que olvidarlo, de la publicación
de la segunda parte de la inmortal obra cervantina.
No me llenan
los finales cortados y bruscos que el autor crea en el final de cada capítulo.
Pero no es más que otra forma de entender la creación. Sí me llena, en este
caso hasta casi el empalago, el caudal léxico que acumula en cada página; de
tal manera que la comprensión, incluso para versados en lectura de la época, se
dificulta por acumulación y por uso de términos ya desusados. Por ejemplo si se
quiere revisar léxico de profesiones, en 68: “toneleros, cordeleros, juboneros,
barqueros, bizcocheros, aguaderos, plateros, chapineros, boneteros,
tintoreros…, párrocos, jaboneros, escribientes, suripantas, esportilleros,
ganapanes, mozos de cuerda…” O en la misma página, algunas palabras referidas a
los vestidos: “manteos, sotanas, holapandas, herreruelos, anguarinas, tabardos,
zaragüelles…” Y así todo un arsenal de
erudición léxica, que, si por una parte ilustra, por otra empalaga un poco, demora
la lectura y le da trabajo añadido a la imaginación para que intente
aproximarse al menos a la realidad que se pinta.
La posible
sorpresa del libro no debe causarnos bajón anímico ni llevarnos a enojo pues
ahí está un panorama variado de la sociedad y de las costumbres cortesanas de
la época, tan bien descritas en esta obra. Y la enseñanza del desconsuelo que
produce el traslado de estas condiciones a nuestros días, para comprobar que
muchos de los condicionantes se repiten, si no de forma literal, sí vestidos
con otros disfraces y con otras formas, pero con consecuencias parecidas. Y
esto resulta de mayor alcance incluso que las condiciones en las que vivió el
genial autor del Quijote.
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