Mis relaciones con la Caja de
Ahorros son muy peculiares. Acudo escasas veces a solucionar algún asunto
administrativo, a pagar algún recibo o a retirar dinero. Los empleados se ríen
conmigo porque me animan a negociar con algún ahorrilo y yo les respondo que no
soy tan pobre como para dedicarme al dinero. Últimamente ya me dejan por
imposible y por “irrecuperable” para la causa del negocio.
Esta mañana pasé a retirar
dinero con mi cartilla (con la tarjeta lo tengo más complicado pues se me
olvida casi siempre el número clave) y me encontré con un ritual nuevo.
Introduje mi cartilla y tardó muchos segundos el cajero en anunciarme que la
cartilla “se estaba posicionando”. Cuando vi tal frase en la pantalla, maldije
todo lo que hay que maldecir y añadí una causa más para no hacer caso al asunto
de los negocios y de los intereses. Después todo fueron ruidos, asientos
contables y hasta pase automático de hojas hasta dejar todo aquello al día.
¿Qué podría ser eso de que la
cartilla “se estaba posicionando”? Hasta ese momento yo entendía que
posicionarse tenía en su origen el verbo “poner” o “ponerse”, verbo que
originariamente posee el significado físico de colocarse físicamente en un
lugar. A partir de ahí, tomar posición a favor o en contra, y ya la majadería
de “posicionarse”. Pero es que la imbecilidad de alargar el verbo poner o
ponerse al menos había buscado su acomodo en los contextos de definirse, tomar
postura, decidirse en un sentido o en otro o apoyar una variable frente a
otras. Cuando yo veía en la pantalla el anuncio de que mi cartilla se estaba
posicionando, me eché a temblar. ¿Estará mi cartilla a mi favor, o me retirará
el saludo y se quedará por ahí dentro y no la volverá a ver?, pensé. ¿Qué le
habría yo hecho al resumen de mis ahorros para que me tratara bien o mal? ¿Y si
se posicionara a mi favor y apuntara algún detalle que aumentara mi cuenta? Lo que
digo: nerviosito y esperando la resolución de la cartilla y pidiendo su
bendición.
Mientras esto sucedía, yo no
dejaba de oír el ruido que siempre han producido los asientos contables
automáticos. Y entonces mi confusión fue aún mayor. Porque si el famoso
“posicionamiento” se refería solo a la colocación correcta (plana y en su hoja)
de la libreta, ¿a qué coño venía aquello de que “se estaba posicionando”?
Salió la tarjeta, en ella
había numerosos apuntes, casi todos de pagos, y no me dijo la pantalla que la
cartilla hubiera tomado partido ni por mí ni contra mí. Yo quedé un poco
mosqueado y pensando que algo sí que debía de tener en mí contra porque me
había restado muchas cantidades. Pero me fui con la duda para casa.
Antes, sin embargo, ajusté un
par de cosas. La primera fue la de que, si “posicionarse” significaba
“colocarse”, “ponerse”, “situarse”, “ubicarse”, “instalarse”, “alojarse”,
“orientarse”…, a otro con esos alargamientos que los más tontos del lugar
proponen para tantas palabras pensando que así ganan en apariencia, cuando lo
que hacen es poner al aire sus carencias y su falta de báculo. La segunda fue
la de indicarle a J.M., empleado de la entidad y amigo, que recordara a los
responsables de semejante estulticia, necedad, sandez, bobería o estupidez mi
enfado y el deseo que me daba de cambiar mis ahorros a otra entidad algo menos
ostentosa en palabras sin sentido. J.M. se reía. Yo también.
Pero me marché pensando en
cómo se puede explicar la corrección en el idioma cuando existen enemigos tan potentes
dentro de la propia casa, y por qué tienen que cambiar el idioma -algo
inevitable, por otra parte- aquellos que menos conocen su estructura. Porque la
lectura de ese cajero la hacen centenares de personas a diario y a un profesor
le atienden solo los alumnos más espabilados y curiosos.
En fin… Me “pondré” en mi
terraza a leer para olvidar, y me seguiré “posicionando” contra los cambios sin
sentido de un sistema que ya es pobre de por sí, pero que es el menos malo para
intentar sobrevivir y comunicarnos.
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