viernes, 17 de enero de 2020

SU PATRIA ES MI PATRIA


                                                 SU PATRIA ES MI PATRIA
La memoria desfigura los recuerdos cuando actualiza el pasado. Los hechos pueden ser los mismos, pero la mirada ya es otra. Y lo que ve es más grande o más pequeño, más hondo o más superficial que lo que fue por primera vez. Cuando pasa el tiempo, los hitos se desdibujan aún más y la niebla se adensa y ocupa un lugar más extenso.
Hoy me he reservado un espacio para mí, aunque he pensado que esto mismo debe de suceder a los demás. De vez en cuando, repaso los papeles y objetos que guardo de mi madre. Me vengo abajo cada vez que lo hago: son diez años ya y mi dolor sigue sin extinguirse. Pero necesito reducir, no el recuerdo, pero sí el número de elementos que me mantienen vivo ese recuerdo.
Mi madre fue poco tiempo a la escuela, pero tenía una intuición extraordinaria. Gastó su vida en criar nada menos que nueve hijos en una familia de carboneros que pasaba los días en el monte. La imagen de este contexto me ahorra explicaciones. Yo quería y quiero mucho a mi madre. No es nada especial que así sea. Ella también me quería mucho a mí. Tampoco creo que sea nada extraño.
A veces anotaba, con su caligrafía tan clara, y con sus errores ortográficos, lo que le llamaba la atención. Y lo guardaba como si fuera un tesoro. Para ella lo era. Para mí también. Hoy he encontrado entre sus papeles, en una hoja blanca de no más de diez centímetros por cinco, esta joya: Queriendo yo un día saber qué es mi patria, me dijo un anciano que mucho la amaba: La patria se siente, no tiene palabras; es claro lo expliquen las lenguas humanas. Allí donde, en tierra bendita y sagrada, abuelos y padres los restos descansen, allí está la patria.
De mis ojos se desprendieron un par de lagrimones (o acaso más) por todo lo que encierran estas palabras y por el recuerdo de las manitas arrugadas que las escribieron en este sencillo papel. No alcanzo a saber cuál es el poeta que las compuso, pero sí sé que mi madre las hizo suyas con tanta fuerza, que las quiso guardar como recuerdo sin fin.
Claro que patria tiene que ver con padre, y con madre. Claro que la patria es un sentimiento. Claro que la tierra donde descansan los antepasados es y tiene que ser siempre sagrada. Claro que allí está la verdadera patria.
Algún día escribí estas palabras en un poema: Yo quisiera morir / como mueren las hojas en otoño (…) /En ese baile absurdo con el viento, / vestido de amarillo, / quisiera regalar todos mis versos / a los que más me amaron / y a los que amé también en un intento / de jugar al amor, / como final feliz de todo juego. // Después, muy lentamente, / con esa lentitud / del ocaso sereno de las tardes, / me gustaría posarme / en los brazos abiertos de la tierra / y fundirme con ella / en un abrazo eterno e infinito. // La tierra me hará hueco / al lado de los otros, / de los restos sagrados de mis muertos, / con los que quiero estar / para siempre y por siempre / en los amables brazos del olvido.
Esta es para mí también la verdadera patria, aquella que imaginaba mi madre en los versos que copió en un papel pequeñito y que conservó para mi recuerdo, para mi admiración y para mi amor.
Las demás patrias me interesan menos y no puedo entender tan gran empeño en andarlas buscando a torta limpia y, sobre todo, renegando de la patria de los antepasados padres y abuelos.
Mi madre era muy sabia. Yo guardo su recuerdo en mi recuerdo.
N. B. A veces se me escapan erratas en estas consideraciones. Lo siento y pido disculpas. Ayer, sin ir más lejos, animaba a Aranguren y a Ullastres con un “Urra” que no levantaba el ánimo precisamente. Hoy sí alzo la voz de nuevo: “HURRA” por ellos.

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