AL HILO DE ESTOS DÍAS
Llevo una semana ajetreada, con
visitas diversas a médicos. Cada vez tengo más conciencia de que mi cuerpo
empieza a tener muchos pequeños descosidos, aunque aún, por suerte, no me
reconozca ningún desperfecto notable ni ningún socavón grave.
El asunto me da para demasiadas
consideraciones, y no debo regodearme en ellas porque no sé si son precisamente
positivas y alentadoras. Pero es que mandarlas al cesto de los papeles tampoco
me parece una postura honrada. Así que las apunto como consideración y para
cumplir mi propósito de que cualquier hecho vale en tanto supera la anécdota
para aspirar a la categoría.
La primera tiene que ver con la
edad y eso que llaman el paso inexorable del tiempo, o de la conciencia de él,
que es el verdadero tiempo. Uno, sencillamente, se va haciendo mayor (¿o
debería usar la palabra viejo?) y tiene que hacerse cargo de las consecuencias
que eso conlleva. Aceptar las limitaciones de cada momento tal vez sea una
buena manera de sobrellevar lo que va aconteciendo cada día. Mi mente recupera
algún prinicpio estoico en estos momentos. Para consuelo y hasta para sosiego.
La segunda es constatar que la
sanidad resulta posiblemente la principal carencia de los que vivimos en
poblaciones pequeñas y alejadas de hospitales y ciudades grandes. Para casi
cualquier desperfecto hay que acudir a la capital, con todo lo que ello
comporta de tiempo y de desajustes. Conseguir una buena atención médica en
poblaciones asiladas y pequeñas debería ser una de las preocupaciones
principales de la Administración. Tal vez lo sea. Comprendo que la relación
precio atención no es fácil de conjugar.
La tercera es la de analizar de qué
manera los especialistas médicos tienden a considerar que el cuerpo humano se
reduce a aquello en lo que son especialistas. Tengo la impresión de que la cura
de una parte del cuerpo no debería invadir ni dañar nunca a otra parte, porque
el cuerpo es un todo armónico y funciona bien o mal en todos sus miembros.
La cuarta es la de pensar que hay
tantas personas con dificultades físicas, que uno se debería sentir
privilegiado por no tener que soportar más que alguna pequeña dolencia y esas
revisiones que la edad obliga a que se repitan con una periodicidad más corta y
que te sumergen en un estado casi continuo de inquietud en espera de la
siguiente prueba.
La quinta me sienta para pensar en
lo hermoso que resulta entender que la sociedad es la urdimbre de toda una
serie de relaciones y de ayudas sin las cuales el ser humano aislado no podría
sobrevivir. Cada uno en su tarea particular, siempre con el rabillo del ojo y
con la vela de la conciencia sabiendo que hay por ahí muchos que velan por
nosotros y que, por la misma razón, nosotros debemos velar por ellos en la
medida en que podamos.
Para completar este índice con
media docena de apuntes, la certeza de la vida como don, como regalo y como
milagro. El privilegio de la conciencia de esa realidad propia entre la
inmensidad de posibilidades que no fueron nunca. Y la sensación de privilegio,
de gratitud y de satisfacción.
La semana se me ha desperdigado un
poco entre médicos y pruebas. Mías y de otros. Ayudando y dejándome ayudar. Una
tela tejida con hilos y con algún principio de buena voluntad y de solidaridad.
Vale.
1 comentario:
A mí lo que me produce desasosiego es la consideración de que si la pandemia que hasta hace poco parecíamos va a pasar a ser una enfermedad como la gripe, en la cual toca vacunarse cada año ¿porque no se vuelve de una vez a la asistencia primaría presencial, e igualmente a dejar de concertar citas para cada asunto cotidiano que tenemos que resolver?... máxime cuando vivimos a 80 kmts de todo, como bien dices
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