lunes, 15 de abril de 2024

LA PALABRA DADA

 LA PALABRA DADA

Habíamos quedado en que la palabra representa la idea que tenemos de las cosas: En vez de coger a un elefante en brazos para enseñárselo a otra persona, poseemos la idea de esa realidad tan pesada y la palabra que la representa. ¿Se imaginan la comunicación sin este medio tan económico y tan potente? Pues eso, que la palabra debe ser respetada y bien utilizada.

Andamos metidos de lleno en campañas electorales, nada menos que tres en un par de meses. En las campañas se realizan mítines en los que los candidatos ofrecen promesas de todo tipo. Los asistentes, que no necesitan ser convencidos porque ya lo están, aplauden a rabiar cualquiera de estas promesas. Muchas son de difícil o imposible cumplimiento, pero suenan bien y todo sirve para el convento. Como los medios de comunicación llevan extractos de esas promesas a todas las personas, esos mismos mensajes llegan a los oídos de todos los ciudadanos.

Lo malo es que estos otros ciudadanos ya no están tan convencidos como los correligionarios que asisten a aplaudir y a animarse unos a otros. Para completar el ciclo, las respuestas de unos candidatos a otros se realizan a través de esos medios de comunicación, en un diálogo de sordos que aspira a una escalada de anuncios genéricos y de cuentos de hadas.

Es el juego de las campañas electorales. O eso dicen ellos.

A mí me parece que este es un juego bastante sucio y embarrado. Un par de ejemplos.

. Un representante de Ezquerra de Cataluña afirma, un día sí y el siguiente otra vez, que primero es la amnistía y después, sin duda, el referéndum. La respuesta de los partidos llamados “nacionales” no es otra que tomárselo un poco a broma, porque, «estamos en campaña». Prácticamente todos los periodistas son de la misma opinión y no mueven ni el entrecejo cuando oyen a unos y a otros.

. La guerra en Gaza (un verdadero genocidio) corre el peligro de convertirse en un conflicto mayor, de consecuencias imprevisibles pero catastróficas. En el análisis de los expertos se afirma que a quien más le interesa esta extensión de la guerra es al primer ministro israelí por su situación judicial y política. ¡Y hasta puede que tengan razón! ¡Bendito sea dios y dios sea bendito! ¡¡¡¡Pero una guerra puede justificarse por el bien o el mal de una persona!!!!

¿A qué se puede y debe atenerse el ciudadano normal, que ve que cualquiera puede decir lo que quiera sin que esto tenga ninguna repercusión social ni política? ¿Pero a qué nivel de degradación hemos llegado? ¿Esto conduce a algo distinto de la desconfianza, del desencanto y de la abstención?

Para el primer ejemplo, uno puede entender que el candidato independentista proclame sus intenciones y sus deseos: está en su derecho. Lo que se entiende peor es que no se le responda con firmeza, defendiendo el derecho a expresar sus ideas, pero contraponiendo las propias y no dejando todo en un juego de amago y no pego, en un juego como de niños y en un panorama en el que nadie termina tomando en serio a nadie. Luego viene lo que viene y nos llevamos las manos a la cabeza.

Lo del segundo ejemplo es de traca mundial. Y no es ningún eufemismo. La vida de poblaciones enteras (mujeres, hombres, niños, ancianos, desvalidos… personas) vale menos que el éxito o el fracaso personal e individual de cualquier personajillo. ¿Cómo se explica esto, por mucho que arrimemos variables, explicaciones, contextos históricos y consideraciones varias?

La palabra es reflejo débil, casi mísero, de la realidad. Pero deberíamos concederle algún valor. En realidad, es un instrumento absolutamente milagroso a nuestro alcance. Lo contrario es el caos.

No hace mucho, una palabra dada y un apretón de manos sellaban el mejor pacto y el más indisoluble. Hoy hay que tener cuidado porque, si extiendes la mano, te la pueden apartar; y, si ofreces tu palabra, da igual aceptarla o no, porque resignificamos cualquier cosa en un momento. Hasta tal punto se ha vaciado de su significado y de su duración.

Cachis.

 

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