DE
UNA EXCURSIÓN FALLIDA
Tenía programada una salida para perderme por esos
montes de dios el próximo fin de semana y algún día más. Este esquinazo del sur
de Salamanca y del norte de Cáceres iba a ser escenario de nuestros (seríamos
tres amigos) cansancios, de nuestras charlas, de nuestros recuerdos, de
nuestros arreglos del mundo, de las añoranzas..., y de la constancia de que la
amistad es uno de los contextos en los que uno se manifiesta mejor y más
contento. Béjar, Montemayor, Peñacaballera, Puerto de Béjar, Baños de
Montemayor, Hervás, La Garganta y regreso a Béjar. No es la primera correría y
sé bien que el resultado es muy satisfactorio.
Pero no ha podido ser: una indisposición ha mandado
todo al garete y nos ha dejado casi con las botas puestas y con la mochila al
hombro. No pasa nada, otra vez será.
Aunque ya he dicho que el resultado es muy
satisfactorio, la realidad de cada hora y de cada día acota las posibilidades y
termina por elegir las que menos te esperabas. Por eso, yo podía tener una
lista con el deseo de esas posibilidades; sin embargo, esta vez me tengo que
quedar con la miel en los labios y dejarlo todo en el deseo y en la imaginación.
Como de hollar el espacio y los montes se trataba, me
imaginaba contemplando pinos, castaños, olmos, alisos, fresnos, cerezos en
sazón, enebros, abedules, romeros, espinos, tomillos, nidos, huras,
madrigueras, olores diversos a animales, campos de fresa, prados en plenitud,
regatos y escorrentías, fuentes, restos de neveros, roquedales y espesos
bosques... Y, afilando un poco el oído, me acompañarían los sonidos de los
tordos, las palomas, las cigüeñas, buitres, milanos, cernícalos, águilas,
perdices, picapinos, aviones, mirlos, lavanderas, zorzales y mirlos,
herrerillos, arrendajos, rabilargos... Todas las aves del paraíso, de este
paraíso natural que es toda esta serranía y su caída sur hacia las tierras de
Extremadura, donde se mezclan bosques frondosos con cotarros, mogotes, oteros,
muelas, cerrales, morrenas o calveros.
Con todo, a pesar de este contexto natural tan
variado, nada como la amistad y la palabra. Y en ello íbamos a emplear las
horas de luz, las del cansancio y las del reposo en estos días.
Las rutas estaban diseñadas, los ánimos estaban
dispuestos, los preparativos ajustados y hasta la predicción del tiempo parecía
darnos una tregua después de unos días de mucho calor.
Cada día tiene su afán. No pasa nada. Hay más días que
longaniza. La naturaleza sigue estando ahí en espera de otras fechas. Los
deseos se recuperarán. Y la ocasión será más propicia.
Entretanto, que cada uno se haga a la idea de haber
hollado esos caminos y de haber cumplido con el deber de la palabra, que da
realidad a la amistad y arregla el mundo por unos ratos. Tanto árbol, pájaro y
naturaleza pueden adornar eso que se ha quedado en propósito; pero que se puede
desarrollar en la imaginación.
Vale.
2 comentarios:
Sí que nos hemos quedado con la miel en los labios...
Nuestra última caminata, también por esos montes y valles, fue hace ya seis años. Demasiado tiempo. Para recordar aquellos días de sudor, cerezas, agua y camino he releído con nostalgia la página que entonces escribí y que reproduzco aquí:
ANDANZAS
A mí dejadme el horizonte amplio, el campo abierto, el paso andante, la charla sosegada, el agua de la fuente y la siesta a la vera del camino. No necesito yo mucho para echarme al monte a restregarme la cara con el viento. Cada primavera, con un par de amigos y macuto al hombro, recorro de pueblo en pueblo, de convento en abadía, de jardín abandonado en bosque centena-rio, una centena larga de kilómetros.
Este año escogimos nuestra tierra de origen, la raya que separa Castilla de Extremadura (Extrema-Daurii, los extremos del Duero). Sobre el espinazo montañoso que parte en dos la planicie castellana, he vuelto a recorrer mis caminos de infan-cia, adolescencia y juventud. A pesar de los muchos años de asiento en la costa de Málaga, todavía guardo una querencia soterrada por las altas sierras y las tierras mesetarias.
Hacemos nuestras caminatas a la buena de Dios. Es ver-dad que preestablecemos un plan de ruta, pero solo en trazos generales, dejando al azar sueltos casi todos los cabos, que vamos amarrando al albur de lo que se nos presente. En esta ocasión, pensamos ir de Béjar (Salamanca) a Plasencia (Cáce-res): la distancia por autovía es de sesenta kilómetros, pero no-sotros anduvimos casi el doble, zigzagueando a una y otra par-te, unas veces a salto de mata, otras errando los caminos de herradura y las más evitando las carreteras, por estrechas ve-redas, cordeles pecuarios, antiguas vías férreas o calzadas mi-lenarias.
He de deciros que en aquellas sierras la primavera todavía está en verdor, que en las umbrías altas los neveros siguen deshelándose, que por las gargantas salta vertiginosa el agua, que las piscinas naturales rebosan generosas y que las cerezas se alcanzan a manos llenas por doquier. Es el valle del Ambroz, colindante con el del Jerte, de belleza natural intacta y pueblos semivacíos: sin niños y sin escuela; solo ancianos pausados y deseosos de conversación con el forastero que descansa en el poyo de la plaza.
Con razón alguien dirá que estas correrías no son conforta-bles. Pero a nosotros nos resultan extensamente placenteras. La veintena larga de kilómetros diarios, el sudor del mediodía, los repechos sin fin, los kilos a la espalda, las privaciones (una noche nos quedamos sin cenar) y el polvo de las botas no son platos de acomodo para nadie, y menos para quien gusta de exquisitez y pulcritud. Pero ¿y la brisa mañanera, la fuente in-sospechada, los arroyos sonorosos, la afortunada casualidad de dos serpientes en concentrado y distraído apareamiento, el valle umbroso y escondido, el caballo que viene al silbo que le llama, la liberalidad del amigo reencontrado, la cima en que se otea una llanura sin fronteras, la grata compañía, el dulzor sin igual de las cerezas hurtadas, el almuerzo reparador y el descanso en abandono...?
Hay personas para quienes la calidad del hotel en que se alojan y la suculencia de lo que les sirven a la mesa son noticias importantes de sus viajes. No es que yo haga ascos a comodi-dades o desprecie un buen bocado; pero no corro desalentado buscando tenedores con estrellas, pues los refinamientos suelen dejarme indiferente. “A mí una pobrecilla / mesa de amable paz bien abastada / me basta”. Como veis, mi pauta viajera es ele-mental y me conformo con poco: “Donde hay vino, bebo vino; donde no hay vino, agua fresca”. Manías de andar siempre con los clásicos…
Pues eso. Este año la naturaleza luce aún más esplendorosa. Pero ahí sigue esperándonos. Ya le daremos respuesta.
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