LOS PÁJAROS A LAS ESCOPETAS
Creo que ya he
utilizado alguna vez este marbete popular, pero no me importa repetirlo.
Resulta que, el
mismito día del dichoso aniversario, una sala del Tribunal Supremo se despacha
con la sentencia (aunque sea con el formato tan frecuente del filtrado) que
condena al fiscal general del Estado, dicen que por revelación de secretos,
aquella noticia que había dado a conocer antes un asesor perverso, verrugado,
malencarado y bachiller llamado Miguel Ángel Rodríguez, que ya traía tras de sí
una amplia trayectoria de hechos de la peor calaña e intención.
Las sentencias se
acatan, pero no hay por qué compartirlas. Para un estado de derecho, la verdad
es la verdad judicial. ¿Hay que repetirlo más veces? Por eso se acata.
Pero
«No he de
callar por más que con el dedo,
ya
tocando la boca o ya la frente,
silencio
avises o amenaces miedo.
¿No ha de
haber un espíritu valiente?
¿Siempre
se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se
ha de decir lo que se siente?
Hoy, sin
miedo que, libre, escandalice,
puede
hablar el ingenio, asegurado
de que
mayor poder le atemorice...».
Francisco
de Quevedo. Epístola satírica y censoria...
Cuesta pensar en la
bondad y en el asiento jurídico de esta sentencia a la vista de lo que se ha
conocido del juicio y de los testimonios que en él se han aportado y que se
deben valorar como prueba. Esta vez parece que de poco o de nada han servido.
Cuesta tanto o más
discutir y polemizar con un alto tribunal, compuesto, se supone, por personas
muy cualificadas y que no deben dejarse llevar por tendencias ideológicas
personales, tan lícitas como obligatoriamente separadas del análisis de las
pruebas.
Pues, a pesar de esas
costas, que asumo en mi debe, tengo que confesar que no entiendo la resolución.
Y mucho menos con una justicia tan garantista como la española.
Es cierto que la
legislación siempre concede un margen de interpretación, porque la vida no cabe
encerrarla literalmente en la ley y en los preceptos; por eso la interpretación
de los tribunales y los márgenes en los castigos: de tanto a tanto. No me cabe
en la cabeza ni en ningún margen legal o temporal la solución que le han dado a
este caso. De nuevo, los pájaros se han vuelto contra las escopetas, y lo que
fue en origen una confesión de un defraudador confeso y la propagación de un
bulo por parte de un asesor perverso, verrugado, malencarado y pendenciero se
ha vuelto contra quien señaló que algo era incorrecto y que la verdad era algo
totalmente distinto a lo que se propagó.
Acepto también que la
sentencia tendrá sus considerandos y sus explicaciones, que no está redactada y
que habrá que atenerse a esa redacción. Y todas las consideraciones que se me
quieran hacer. A día de hoy, me parece un disparate mayúsculo que hace que se
pierda algo más la confianza en la justicia si es que no andaba ya bastante
perdida.
También sé que habrá
algunos que le den la vuelta al enunciado y sostengan que qué bemoles tiene el
tribunal para juzgar en contra de casi toda la opinión pública. Tienen su
derecho, pero con su pan se lo coman.
La inferencias y consecuencias
que de esta sentencia se derivan creo que son mayúsculas y que casi todas irán
en beneficio de aquellos verrugados y malencarados que propagaron el bulo, así
como de todos sus correligionarios. No entro ni a enumerarlas porque me asusto.
El tiempo dirá. Hoy no
es precisamente un buen día para mi forma de pensar.
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