ÉTICAS
Termino la lectura de
uno de esos libros que me dejan huella y ventanas abiertas para la
consideración y para la opinión. Se trata de El loco de Dios en el fin del
mundo, de Javier Cercas. En sus casi 500 páginas y a través de numerosas
consideraciones y diálogos, consigue entrañarse en los elementos esenciales del
catolicismo y de su estructura vaticana.
Las religiones en
general incorporan en su esencia la presencia o la ausencia de premios y de
castigos según el comportamiento de sus fieles. La católica promete nada menos
que una vida eterna y feliz como continuación de esta tan llena de dificultades
y de dudas: «Gimiendo y llorando en este valle de lágrimas». «Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a
Dios». El proceso histórico no se explica sin la presencia de esta idea y de su
aplicación; hasta el punto de que no es extraño que parezca una suma de
preceptos que terminan casi dando miedo. La jerarquía y el poder civil bien se
han aprovechado de esta situación para mantener bajo control a los fieles menos
avezados, más dóciles y sumisos.
Pero la demostración
racional de la existencia de esa vida posterior es sencillamente imposible.
Solo es posible su admisión desde el mundo de la fe. Embarcarse en una vida
virtuosa con la espada de la recompensa o del castigo de la vida eterna parece
sencillamente un chantaje continuo.
Hay una ética no
religiosa, sino laica, que empuja a un buen comportamiento sin el horizonte del
castigo o el premio de otra vida: «Bienaventurados los de limpio corazón,
porque ellos ven a Dios». Se actúa porque está bien y es bueno, no por
un premio o un castigo. El dios de esta ética es el bien en sí mismo, en la
verdad de las cosas. Quizás el filósofo Kant es quien mejor lo explica.
¿Cuál de las dos
éticas es superior, la laica o la religiosa? ¿Es posible la conjunción de
ambas? La primera parece no necesitar de la segunda.
Pero ¿y los “locos” religiosos católicos que se embarcan en vidas de entrega a los demás, a los más necesitados, sin
exigencias de ningún tipo, solo como imitación de aquel que sienten como
ejemplo en esa entrega?
Conjugar el presente “ven”
con el futuro “verán” no es malo, pero que no falte el presente “ven”.
Reproduzco aquí esta
composición poética que sublima estas dos éticas. Tiene origen religioso, pero
bien se puede entender en la ética laica también.
No me
mueve mi Dios para quererte
el cielo
que me tienes prometido,
ni me
mueve el infierno tan temido
para
dejar por eso de ofenderte.
Tú me
mueves, Señor, muéveme el verte
clavado
en una cruz y escarnecido,
muéveme
ver tu cuerpo tan herido,
muévenme
tus afrentas y tu muerte.
Muéveme,
en fin, tu amor, y en tal manera,
que,
aunque no hubiera cielo, yo te amara
y, aunque
no hubiera infierno, te temiera.
No me
tienes que dar porque te quiera,
pues,
aunque lo que espero no esperara,
lo mismo
que te quiero te quisiera.
Qué locura, qué
revolución, qué maravilloso escándalo, qué transformación y qué ideales tan
absolutos. Insisto: está pensado el soneto para la vida religiosa, pero se
puede trasladar a la ética laica.