Las grandes obras las escriben
sus autores, pero las completan -y de qué manera- los lectores. Se ha dicho
muchas veces; se dirá una vez más: el Quijote es lo que escribió Cervantes,
pero es sobre todo lo que todos los lectores hemos sobrescrito con las
lecturas. Yo mismo, cada vez que vuelvo al libro inmortal, encuentro un jardín
nuevo en el que sentarme a degustar y a pensar con el caballero y con el
escudero, o sea, conmigo mismo.
A veces, este sobrescrito
resulta que toma cuerpo y se hace literal; y así, algún atrevido toma la pluma
en ristre y saca al personaje de su nicho para llevarlo a su antojo por el
mundo, moviendo los hilos de acuerdo con sus intereses. Quizás ningún ejemplo
tan conocido como el del propio Quijote en las manos del de Avellaneda, que
tantos quebraderos de cabeza le dio al propio Cervantes y a los cervantistas y
cervantinos que en el mundo son y han sido.
Pero es que no ha sido este su
único ahijado. Andrés Trapiello, autor de aguzada pluma, de ingenio y de
saberes, ya le ha dedicado dos libros a la continuación del Quijote. El primero
fue aquel “Al morir don Quijote”
, en el que trazaba los hechos que
imaginaba sucedidos con tan luctuoso hecho. En aquel texto, Trapiello dejaba el
camino libre para nuevas expediciones.
Y en otra se ha embarcado con
la publicación de otra continuación de la historia cervantina, o más bien de
los personajes cervantinos pues los hechos suceden un poco más tarde y de
algunos ya no nos puede dar cuenta el autor del original don Quijote.
La obra se llama “El final de Sancho Panza y otras suertes”
y la ha editado el Círculo de Lectores. Otras 437 páginas para dar vida a la
sobrina de don Quijote, al ama, a Sancho, al bachiller y a otros allegados
camino de América, a aquel lugar hasta el que en alguna ocasión habían mostrado
deseos de ir. Desde la Mancha a Sevilla, y desde la ciudad andaluza hasta las
Américas peruanas, pues es en Arequipa, Perú, donde terminan plantando sus
reales en busca de una de aquellas fortunas adquiridas por algún colonizador
familiar del bachiller.
El arte de la novela ocupa
varios planos y solo indicaré alguno.
El primero es el del
atrevimiento en seguir los pasos del genio, con el peligro que supone cualquier
comparación, que, aunque no es querida por el autor, resulta inevitable para la
mente del lector. Bravo por Trapiello y por su apuesta.
El segundo es el del trato de
los personajes. El autor tiene que moverse entre la verosimilitud, el respeto a
los originales y la libertad del novelista. Creo que lo supera por sus
conocimientos acerca de Cervantes y por las obras que anteriormente le había
dedicado.
El tercero se refiere a la
ambientación. Volverse al siglo XVII y mantener acciones, costumbres, valores y
leyes del momento no puede resultar sencillo y exige una muy buena
documentación
y hasta asesoramiento.
El cuarto -y acaso para este
contexto el principal- es el del dominio de la lengua propia de esa época. Son
más de 400 páginas en castellano del siglo de oro con el esfuerzo que exige
para el creador y aún más para el lector. Un buen diccionario al lado no viene
mal. Aunque es bueno recordar, para no echar freno y marcha atrás, que los
contextos siempre están echando una mano. Así en el léxico marinero, de
vestimenta, de alimentos… El libro me parece, a falta de algunas precisiones,
todo un alarde léxico y lingüístico.
Y sea el último el del
contenido. Tengo la impresión de que quiere alzar al protagonismo a Sancho pero
en realidad se lleva la palma el bachiller Sansón, que, en alguna medida, se
transforma en un recuerdo de don Quijote y en un eco de Cervantes. Sin embargo,
a mi pobre Sancho me lo convierte en el cojo de Arequipa, me le cercena una
pierna y me lo hace morir como víctima de un terremoto en una iglesia. Así,
como dice el propio autor: “Teníamos poco con el manco de Lepanto, y mira por
dónde va a tener el mundo al cojo de Arequipa.” Desgraciado final para el
escudero y fiel ayudante de don Quijote y del bachiller, oscuro y olvidado. Y
para eso un viaje tan largo y tan accidentado… Pobrecito mío.
Pero lo importante termia
siendo el camino, no la meta; los sucesos y los ambientes que se encuentran o
que provocan en esos caminos y en la búsqueda de algo que se muestra casi
siempre inaccesible y solo ejemplo de las injusticias de la vida. De manera que
el lector -yo al menos- se queda con un sentimiento de nostalgia y sobre todo
de compasión por los personajes y por los panoramas que se van dibujando. Esta
es la palabra clave: compasión, padecimiento en común, sensación de ponerse en
la piel del otro y escocerse de tantas injusticias y menudencias como va
esparciendo la vida por doquier. La misma sensación que dejaba la obra
inmortal.
Por eso me parece que no es
mala continuación y que, si alguna otra se produce, pues el camino ha quedado
abierto, a pesar de la desaparición de los dos personajes clave y
complementarios: don Quijote y de Sancho, ha de seguir en la misma senda y en
los mismos parámetros. No tiene malos imitadores Cervantes, aunque siempre haya
que salvar las distancias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario