Se dice que una de las
cualidades que diferencian al ser humano del resto de animales es la de la
risa. Creo que es cierto. Pero otra más segura que la anterior es la capacidad
de soñar. Soñar es como imaginar, como poseer la capacidad mental de engañare
con otra situación totalmente diferente (no siempre, por cierto, mejor que la
presente). No soy capaz de soñar cuál puede ser el sueño de un árbol, ni el de
un perro, ni el de una nube, ni el de una roca.
El ser humano sueña. Yo sueño
también, como ser humano que soy.
Pero no sé si todos los sueños
son iguales ni si producen los mismos resultados. Porque hay sueños probables y
sueños imposibles, hay sueños de realización posible y hasta probable, y los
hay que se sitúan en el mundo de la quimera. Cualquiera puede seleccionar e
imaginar un sueño de cada una de estas clases. Yo sueño con un futuro sano y
positivo para mis nietos. Es un sueño posible y yo puedo contribuir a ello:
ojalá se convierta en real. Sueño también con un mundo sin tantas catástrofes.
Es un sueño que se me escapa de las manos y mucho menos probable. Y es que el
sueño en el que imaginamos lo imposible ya nos sitúa fuera de la realidad y de
los parámetros estrechos en los que nos movemos, mientras que el posible no se
nos escapa del todo de lo que abarcamos con nuestra mente y con nuestras
posibilidades.
En esta situación, me pregunto
si es mejor pensar sueños posibles o sueños imposibles. Los sueños imposibles me
enajenan, me dejan fuera de juego, no me van a defraudar del todo jamás porque me superan totalmente. Los
posibles, sin embargo, me atrapan y me atan, me tienen pendiente de su
realización y, cuando no se cumplen -casi siempre si son sueños-, me dejan el
poso del sufrimiento y de la desilusión por lo que pudo ser y no fue.
Desde mi ventana veo a niños
que juegan en la plaza; todos aspiran a ganar el partido que juegan, todos
tienen el sueño de la posibilidad, sueñan un sueño posible. Otro tanto estará
sucediendo con los alumnos que estos días apuran las horas preparando los exámenes
de fin de curso, o con aquella chica que sueña con conquistar a un mozalbete
que le hace cosquillas… Todos sueñan y soñamos sueños posibles. Todos estamos
expuestos a la desilusión ante el fracaso de los mismos.
Yo a veces me siento a soñar y
me dejo llevar por sueños imposibles también. En esos momentos, los sentidos se
relajan, las dimensiones se desbaratan y el tiempo y el espacio se hacen
flexibles hasta marcharse del calendario… Luego, al rato, alguien (tal vez yo
mismo) me llama y me hace volver a las dimensiones de cada día, a las de los
pequeños éxitos y los pequeños fracasos. Desde ahí, de nuevo, vuelvo y volvemos
a empezar otra estación de sueños posibles e imposibles.
Tal vez quien abuse de los
sueños imposibles se expone a ser considerado en el gremio de los cabezas
locas, mientras que a los de los sueños posibles los situemos en el de los
razonadores, emprendedores, o qué sé yo.
El mundo es tan grande y tan
pequeño, tan lejano y tan próximo, tan personal y tan social, que acaso cabe
todo en él. También, a pesar de todo, todos los sueños.
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