jueves, 17 de octubre de 2019

NOTAS DE VIAJE (GRECIA V)



No está muy lejos Micenas de Epidauro y alguna vez había que nombrar a un conductor que te lleva y te trae durante más de una semana. Su nombre era Georgios y su destreza al volante, de muchos quilates: ni un mal frenazo ni un pequeño despiste; su desconocimiento del español le sometía a la discreción y casi al silencio.
Pero vayamos a MICENAS. Lo hacemos por carretera estrecha y no tardamos en llegar. Comemos con rapidez y nos acercamos a contemplar la zona de dominio de esta ciudad estado  y los restos arqueológicos que atesora.
Llegar a Micenas es lo mismo que retroceder en el tiempo y olvidar los elementos que nos ayudan a dividirlo y a tratar de dominarlo. A mí, como siempre, solo me interesan los elementos históricos en tanto que sean capaces de remover mi conciencia si veo su repercusión en el presente o me animan a dejar correr la imaginación a mi antojo.
Existen muy sesudos estudios acerca de la época de esplendor de Micenas. Todos la sitúan entre 1600 y 1100 antes de Cristo. Es este el tiempo en el que su dominio sobre la región y sus luchas contra otras ciudades estado del contorno y de la Hélade se muestra más activo. Aquí cabe toda una lista de hechos que se hace interminable y que a mí me ocupan menos ahora, porque no caben en apuntes tan breves y porque andan aguardando en los libros de historia de la Grecia Antigua.
Lo más importante ahora es que Micenas representa ese espacio nebuloso en el que la Historia se pierde para hacerse gas en la memoria y en la imaginación; es el espacio y el tiempo del mito y del aporte de las connotaciones que cada uno quiera añadir. Yo llegaba con las ideas dormidas en mi imaginación de Agamenón, aquel rey jefe de los aqueos que fueron hasta Troya en busca de la venganza por el rapto de Elena. Habría mucho que comentar acerca de si este fue realmente el motivo, pero demos todo por bueno para no perturbar nuestra imaginación. Y en mi mente se abrían las páginas de la Iliada y los ojos ciegos de Homero, su cantor. Siempre me ha gustado más la Odisea (Odos=camino; Odiseo=el caminante, el aventurero), la primera novela de aventuras de la Historia, que la Iliada; pero, para este momento, había que dejar paso a las luchas de guerreros, de héroes y de dioses protectores de uno y otro bando a las puertas de Troya. Con Homero y sus relatos se juntaban todas las genealogías de dioses contadas por Hesíodo en su Teogonía; y la mezcla daba un conjunto de niebla y de misterio que empujaba a la contemplación y al silencio. Porque de por aquí habían salido Agamenón, pero también Helena, y Ulises, Aquiles y Patroclo… Y les aguardaban Príamo, Ayax, Paris, Eneas con Ascanio o el anciano Anquises. Por encima y por debajo, los dioses y las diosas protectores de unos y de otros, y jugando siempre a la guerra y a la venganza como si de una fiesta se tratara. En fin, la Iliada y la Odisea al descubierto en espacio y casi en tiempo.
Y, en la acotación de Micenas, la confusión de los aspectos más heroicos con los más humanos y deficientes en la persona de Agamenón. Porque su historia personal no es precisamente un caminito de rosas, ni su final el más deseado. Acaso su mujer también tenía un límite en sus comprensiones y terminó por decir hasta aquí hemos llegado. Pero con esto de los héroes hay que tener cuidado para que no se nos caigan los palos del sombrajo y volvamos a la realidad más mostrenca y grosera. El que quiera más historia, que se acerque a estas figuras y verá que en todos los sitios cuecen habas y que no todo el monte es orégano; ni mucho menos.
Yo preferí quedarme en el ensueño y en el engaño, pero sabiendo que me estaba engañando. La guía, Angélica, con sus explicaciones, dio la vuelta al tiempo y nos llevó hasta tres mil años atrás. Y allí soñamos (yo al menos) ver algunos de los primeros vagidos de la Historia. Visitamos la acrópolis (acros+polis) de Micenas, en sus diversas construcciones y restos, imaginamos (imaginé) los pasos de Agamenón por las estancias y otro tanto hice con los apartados destinados a soldados, vendedores, difuntos o consejeros. Los detalles técnicos están en color y perspectivas hermosas en cualquier ventana de internet.
Cuando la imaginación había tenido tiempo de navegar por las olas de lo confuso y de lo alejado, volví a mi consideración más frecuente cada vez que visito una muestra monumental en un arte cualquiera, sobre todo en escultura y en pintura. Trato de visualizar la sociedad que hacía real estos espacios y estos tiempos. Y el resultado, entonces, no me parece el más saludable: reyes, poderosos, mandones, esclavos, servidores, dioses que sirven para justificar las desigualdades e injusticias…, desigualdades por todas partes. Y el ánimo se me viene al suelo si considero lo que sigue sucediendo en los días que me toca vivir. Todo ha de ser explicado desde su contexto para poder ser entendido realmente. Las ciudades estado tenían sus propias características; pero el panorama no deja de ser para mí desolador.
Desde la acrópolis de Micenas, se dominaban los campos de la región, todas aquellas tierras dominadas por el centro de poder y desde la altura, defensa y muestra de ese poder para todas las tierras.
Aparte de la acrópolis, en Micenas se conserva la tumba del Agamenón, el rey Atreo jefe de los aqueos en la guerra de Troya. Poco importa que haya discusiones acerca de si realmente corresponde a tal rey o no. La imaginación lo quiere (muchos estudios también) y es bastante. También los detalles técnicos se pueden ver en las ventanas de internet o en cualquier libro de Historia. Tal vez lo más destacado para mí sea su carácter ciclópeo (imaginemos y hasta veamos a los cíclopes echando una mano con las piedras) y lo bien que consigue rematar lo que se asemeja a una cúpula gigantesca. Mi mente se marchó inmediatamente al Panteón de Roma, por su parecido y, en alguna medida, por su finalidad semejante.
 El tercer elemento de impacto no se conserva a la vista en Micenas, sino en los museos de Atenas, pero supone algo especial para cualquier visitante curioso. Se trata de los restos de cerámica que las excavaciones nos han descubierto y, sobre todo, las inscripciones de primeras escrituras que en ellos se grabaron. Es lo que se ha venido a denominar Escritura Lineal B, una especie de ensayo de lo que después sería el alfabeto y la sistematización del legado escrito, ese en el que se conserva la memoria de todo lo pasado que ha logrado sobrevivir y ha llegado hasta nosotros. Imaginar ese ensayo, todavía torpe, de fijar en líneas sencillas las expresiones orales y los pensamientos supone algo así como ir a Fátima y contemplar un milagro de los de verdad. He defendido muchas veces que el ser humano lo es realmente en el momento en el que consigue un sistema, aunque sea elemental, de articular la palabra. Primero, mucho antes, en forma oral; después, mucho después, en forma escrita. Pues en estas tierras tenemos algunos de esos primeros vagidos; sus vasijas conservan algunos de esos trazos que trataban de explicar cualquier cosa de la vida cotidiana en forma de esquema visual organizado. Después vendría aquello de la alfa, la beta…, el alfabeto, también el nuestro.
Pues dejen que todos estos elementos hagan mezcla, conviértanse en alquimistas de la imaginación y déjense llevar por sus aromas. Pueden salir ebrios y hasta adictos a la ebriedad. Pero esta tal vez merezca más la pena.
Demasiadas sensaciones en tan poco tiempo. No importa. Se trataba de despertar todo lo que andaba dormido y ahora miraba asustado y como en duermevela. No había que dejar cerrada ninguna ventana; al revés, mejor añadir más imágenes y escenas a las ya existentes y dejarlas reposar de nuevo: ya habría tiempo de recuperarlas con serenidad y sorpresa.
Micenas fue una buena dosis en vena de mitología, de héroes intermedios, de sociología, de pulsos de poder, de miserias humanas, de literatura…, de sueños. Que despierten cuando quieran.

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