viernes, 18 de octubre de 2019

NOTAS DE VIAJE (GRECIA VI)



En ese mundo inconcreto y lejano andábamos inmersos cuando seguimos viaje hacia un lugar de referencia más próxima y universal, pero no más misteriosa que la que habíamos dejado atrás y que la que conoceríamos en otro lugar. Los viajes se ordenan de acuerdo con diversas necesidades y no siempre prevalecen los criterios menos económicos.
Habíamos dejado atrás el mundo mítico de Micenas, de su eco apenas histórico, y nos aproximábamos a un lugar y a un símbolo más reconocido, algo más próximo. Aunque todo depende de la perspectiva que le apliquemos.
Olimpia es, ante todo, un sitio arqueológico al oeste de la península del Peloponeso, por la que andábamos felizmente perdidos y lejos del tiempo. Recoge, en una extensión muy grande, los restos (siempre restos) de todo un conjunto de hechos, edificios religiosos y civiles que resumen en buena medida el índice de la historia de muchos siglos de Grecia. Hay datos de restos prehistóricos, de asentamientos varios…, pero, por encima de todo, es un lugar de culto, un centro que servía para la aproximación de las ciudades griegas, para la demostración de sus poderíos ante los demás y para amalgamarlo todo con elementos religiosos y mitológicos, esa mezcla que tan bien ha servido siempre a los que andan en el ápice de las estructuras de poder para tener calmada a la comunidad.
Por eso, al lado de los majestuosos templos de Hera o de Zeus, se pueden observar restos de construcciones en las que trabajaban tanto los arquitectos como sobre todo los escultores o los adiestradores de atletas. Allí el monte Cronio (Cronos) presidiéndolo todo y como bendiciéndolo, el Pritaneo, el Gimnasio y la Palestra (algo así como los campos de entrenamiento de nuestros atletas actuales), el taller del famoso escultor Fidias y sus herramientas, los Baños, el Hostal para los sacerdotes de los templos, el Templo de Hera y el de Zeus, el Estadio…, y muchos otros lugares que componían todo un conjunto monumental único. Todo ello bordeado por el río Alfeo. ¡Todo en directo y en el sitio original!
Mejor dicho, todo no, porque los elementos reales tienen que ser ordenados y compuestos desde los datos historiados y conocidos por los expertos, pasando por los elementos que la imaginación añada. Y, así como cada resto o edificio tiene una historia concreta, esta no se completa y no adquiere todo su sentido y significado hasta que no entendemos su valor y lo que desde cada uno se jugaba. Si se recoge la historia conocida y se conjuga en sus diversos elementos, creo que enseguida nos damos cuenta de que todo termina respondiendo a un esquema de poder. Desde los primeros asentamientos, pasando por los elementos de culto a los dioses (después suplantados y destruidos por los cultos a los dioses cristianos) o por las demostraciones deportivas como muestra de poderío y de ostentación ante los demás.
Olimpia tal vez recoge casi todos los aspectos: la aparente sumisión a un dios en su culto por parte de todas las comunidades como último elemento al que recurrir, pasando por las ofrendas de las ciudades, a cada cual más potente y ostentosa, hasta todas las demostraciones más aparentemente humanas en el campo deportivo. Eso explica la majestuosidad de los templos, las estatuas colosales de los dioses, como la de Zeus esculpida por Fidias y considerada maravilla del mundo antiguo, o las edificaciones deportivas de los estadios y los hipódromos. Son esas superestructuras que, con otros colores, se mantienen en nuestros días.
Si tuviera que destacar aquellos lugares que más me empujaron a la admiración y a la consideración de lo que pudo ser todo aquello, me quedaría con el Tholon (tempo redondo) de Filipo, o Filipeo, los templos de Hera y Zeus y el Estadio Olímpico. Me conmocionan, no solo por sus aspectos arquitectónicos o esculturales, sino por lo que aúnan, explican y conservan. La superestructura religiosa amparaba las disputas de las comunidades (ciudades estado) y estas se dirimían en tiempos de paz con demostraciones de poderío en ofrendas (fundamentalmente estatuas para los exteriores de los templos), y en tiempos de guerra con invocaciones a los dioses como elemento de poder o de reconciliación.
Perderse por aquellos lugares es encontrarse de nuevo con el sueño del tiempo y tal vez la constancia, cuando la conciencia se recupera, de que en el sueño y en la realidad de las distintas épocas acaso las diferencias no son tan notables. Después, todo hay que adobarlo con los recuerdos de las lecturas y con todo el poso que el tiempo haya ido dejando en cada uno de los visitantes.
Tal vez lo más próximo a nuestros días sea el reclamo de las olimpiadas, esa especie de reunión simbólica de pueblos en competición con sus mejores atletas (Menos mal que después nos hemos inventado olimpiadas matemáticas, de filosofía…). Si examinamos con calma, tampoco hay tanta diferencia entre lo que se sustanciaba entonces en una olimpiada y lo que se dirime hoy. En el fondo es una demostración externa del poderío de una comunidad ante todas las demás en el aspecto más físico. Es verdad que hay que cambiar todo lo que nos pide el paso del tiempo en casi tres mil años, pero la raíz y la esencia siguen ahí, mutatis mutandis.
Curiosidad estética y cultural: los atletas se representan desnudos (hay anecdotario para explicar por qué corrían desnudos), lo mismo que los dioses; solo a ellos les corresponde tal privilegio. A los vencedores les correspondían muchos otros. Nada demasiado alejado de lo que sucedía en Roma con los gladiadores y en nuestros días con los campeones deportivos. Pero de este hilo no debemos tirar más porque la madeja es muy larga.
Allí, en la antesala del templo de Hera, se halla el lugar en el que cada cuatro años se enciende la llama olímpica para ser llevada, después de un recorrido por medio mundo, hasta el lugar de celebración de las correspondientes olimpiadas. Se procura encender con los rayos solares, pero a veces Zeus o Hera juegan malas pasadas.
¿Cómo no va a perderse uno por aquellos parajes, en medio de los templos de los dioses del Olimpo (a pesar de que el monte Olimpo se halla más al norte) y evocando los restos de un mundo que andaba ya poniendo las bases para todo lo que después hemos sido nosotros?
Los griegos de nuestros días han acordado, con muy acertado criterio, resguardar las principales muestras de su historia antigua en museos arqueológicos; allí pueden resguardarlas del paso del tiempo y de su inevitable deterioro. Las excavaciones siguen y las reconstrucciones también. Por ello se puede observar en el museo de Olimpia lo que pudo ser la estatua de Zeus, hoy perdida y rapiñada por todos, o los frisos y frontones de los diversos templos, entre otra serie de restos de diverso tipo.
De nuevo, los detalles de carácter técnico y artístico me interesan menos, o, mejor dicho, no me importa demasiado exponerlos aquí porque andan expuestos muy bien en otros lugares. Me interesa, y mucho, lo que en conjunto simboliza todo este conjunto, el mundo que hay detrás de él y las repercusiones que haya podido tener, también y sobre todo en nuestros días, en mis días y en mi vida. Son muchas y muy importantes.
Por ello salí saciado de imágenes y de sensaciones, cansado pero contento, con el almacén lleno y hecho un caos. Tiempo habría de ordenarlo. Unas decenas de imágenes y de fotografías personales ayudarían a ordenarlas y a degustarlas.
Dioses, sacerdotes, creadores, atletas, ofrendas, demostraciones, sacapechos, superestructuras, esclavos agradecidos y hasta entusiastas, escalas de valores… Qué sé yo, todo un mundo en revoltijo dando vueltas por mi cabeza. Allí, en la cuna de mi civilización, en la escala de valores de la que yo sigo bebiendo. Acaso cualquier ser humano. Y yo allí, como niño de escuela, dejándome empapar como esponja que absorbe todo lo que le llega.
Bueno, vale por hoy.

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