jueves, 31 de octubre de 2019

NOTAS DE VIAJE (GRECIA y XIII)



Cualquier viaje tiene al menos dos tipos de comienzos y dos tipos de finales. Uno es de carácter físico y otro de tipo mental. Si la segunda fórmula dura más que la primera, será señal inequívoca de que el resultado ha sido positivo, o al menos desequilibrado en favor de los sentimientos y de los recuerdos. A veces no es ni siquiera necesario levantarse del sillón para viajar a cualquier lugar con la imaginación.
Esta vez había recorrido varios miles de kilómetros surcando mares y cielos, había retrocedido en el tiempo hasta los momentos en los que todo se cubre de bruma y de misterio. Ahora tocaba volver a la medida biológica y de calendario.
La mañana apareció gris en el cielo de Atenas. Los equipajes estaban preparados y apenas quedaba tiempo para un último paseo por las desiguales aceras, mezcla de paseantes, de coches alborotados y de plantas invadiendo gozosamente los espacios. Hasta un hermoso mercado, con sabrosos productos mediterráneos nos llenó los ojos y las ganas de saborearlos. Pero había que medir los trayectos y llegar con tiempo al aeropuerto.
A medida que íbamos dejando atrás el centro de Atenas, volvíamos a ver, a los lados de la carretera, industrias ajadas, muchas de ellas relacionadas con el mar y los barcos, y algunos cultivos desiguales. La esencia de la cultura y de los mitos iba quedando atrás y se iba desdibujando. Ahora ya las conversaciones volvían a tomar tierra y a rebajarse a los niveles cotidianos y mostrencos, las colas y las faltas de educación volvían a renacer y los pequeños egoísmos tomaban cuerpo entre los pasajeros.
Un aeropuerto es un cruce de personas de todo tipo y condición. Lo mejor es sentarse y observar. Hay como un cruce de caminos que lleva a todas partes y que se evapora por los pasillos y por las esquinas. Si el aeropuerto es internacional, todo se hace más notable.
El avión despegó con muy poco retraso. Desde una de sus ventanillas contemplé cómo todo se iba quedando allá en el suelo. Toda la bahía de Atenas, las islas, el mar Egeo… Todo. Este cielo no era el cielo del Olimpo, aquí los dioses eran los motores, que transportan pasajeros hacia occidente, por los cielos del Adriático, por encima de Italia y camino de las Baleares y la Península Ibérica. Por un momento, todo volvió a concentrarse en mi imaginación: la Grecia oriental y sus ciudades del Asia Menor, las islas dispersas por el Mediterráneo, la región de Salónica y de Athos, el norte macedónico de Alejandro, el Peloponeso, las islas del Adriático, la Magna Grecia y el resto de tierras que componen y compusieron la Hélade. Atenas era su epicentro y el lugar en el que convergían tantos tiempos, tantas ideas, tantas palabras, tanta mitología, tanta razón, tantas…historias y tanta Historia.
Pronto, el avión adquirió velocidad de crucero y se superpuso a un enorme mar de nieblas. Volábamos por encima de ellas, como en el territorio de los cielos, lejos de la tierra y en el silencio de las alturas. Si en la ida pensé que el mejor homenaje a mis ilusiones por la cultura clásica griega era la lectura de un texto de Platón en el cielo, ahora me dejé llevar por algo mucho más mostrenco y grosero: un libro de crucigramas ocupó el tiempo y me ocupó en buena parte del trayecto. A ratos, si la niebla, casi interminable, me lo permitía, dejaba que la mirada descendiera desde la ventana hasta las aguas del Mediterráneo, hasta las olas que lo surcan desde Algeciras a Estambul, y en él me recreaba haciendo concentración a ráfagas de espacios y de tiempos. Cuando sentí el paso por el sur de Italia, no pude por menos que unir y tejer los dos mundos clásicos, el de Grecia y el de Roma, padres ambos de la cultura en la que el tiempo me ha permitido vivir este pequeño relámpago de la Historia y de mi historia. Y no me sentí desafortunado.
Cuando mediaba la tarde, aterrizamos en Madrid, en el amplio y moderno aeropuerto de Barajas. Maletas, taxi, atascos y llegada a casa de mi hermana. Pequeño descanso, corto paseo, cena y descanso. La misma hospitalidad de siempre en casa de Fide y Pedro, el mismo cariño. Siempre gracias y un beso muy fuerte. Así da gusto terminar un viaje. El día siguiente nos esperaba aún el trayecto hasta casa.
La maleta de las sensaciones llegaba repleta, también la de las fotografías y la de las anécdotas. Hay que darle tiempo a la descompresión antes de volver a todo ello. El fin del viaje solo se producirá cuando la imaginación ya no llame a lo vivido durante estos días. Creo que eso no se producirá muy pronto. El almacén queda en tiempo muerto, esperando volver al recuerdo y a tomar vitalidad en cualquier ocasión y momento. Hasta otra.

No hay comentarios: