jueves, 11 de febrero de 2021

LENTAMENTE, LA VIDA

LENTAMENTE, LA VIDA

El invierno se despereza y parece empezar a dejar atrás el sueño de su frío, de sus vientos y de sus nieves. Mientras esto se produce lentamente, la naturaleza sigue acogiendo en su seno los restos tanto del más pequeño de los animales como del conjunto de seres humanos que se funden con ella. Todo parece que le es indiferente, que no la roza, que no altera sus venas.

Los rayos del sol ponen tibia la faz de la mañana. Me escapo en cuanto puedo a gozar de la luz y a respirar el aire de La Cerrallana. Es atalaya hermosa y despejada, lejana de cualquier aglomeración, expuesta a la luz y a la libertad. Por ese cerro llano paseo sin ningún cuidado, miro de frente las cimas y las laderas de la sierra, observo cómo viene el horizonte, casi alcanzo los Picos de Valdesangil, me da para saludar la cercanía del pueblo, escucho el ruido de los vehículos, que pasan sin cesar por esta autovía del oeste…, y respiro, respiro y respiro hasta llenar con calma mis pulmones.

La sierra sigue blanca, pero algo desconchada: las lluvias la han lavado y le han sacado los colores a la cara. Pero esos colores, en invierno, son oscuros, casi negros. En cuanto un rayo de sol consigue traspasar las nubes altas, comienza la batalla entre la nieve y el suelo. Las nubes cubren peñas o desnudan laderas. Las fuentes ya no guardan sus barbas de hielo, pues se han deshecho en agua. Cualquier llanura acoge los restos de la lluvia. Los ríos y regatos rugen y gravitan sobre las hondonadas que han forjado sus cauces. El agua viene brava y cantarina. El complejo deportivo que ocupa todo el espacio se sume en el silencio y las piscinas son agua reposada y en olvido.

A los lados del amplio paseo, la primavera apunta sus primeros vagidos. Hay flores ya crecidas en todo el altozano, margaritas surgidas en busca de la vida; y apuntan bien hermosas. Son las primeras muestras, heraldos de otros días cargados de verdores.

Pero son solo ellas allí arriba, lejos del territorio del almendro, cuajado ya en las zonas de solana. Los árboles apenas si apuntan diminutos brotes que aún ni siquiera son botones; andan todos perdidos en sus troncos y en sus ramas, centinelas cansados del invierno, oscuros y vestidos con el traje de soldados de guardia. Las ramas de los robles aún conservan sus hojas, ya sin fuerza y oscuras, del ciclo ya pasado y esperan que otras nuevas las empujen hasta el nivel del suelo. La tierra está empapada por las lluvias y muy pronto hará mezcla con el sol y sus rayos para crear la vida. Esto es ladera sur y el suelo ya verdea. Se empiezan a escuchar algunos trinos de pájaros tempranos que se asoman a husmear qué se cuece día a día…

Así el paisaje todo va tomando un aspecto de débil sonrisa de niño que se anima a dar sus primeros pasos y a apuntalar su confianza.

Paseo de este a oeste y vuelvo a caminar de oeste a este. El panorama entero se me ofrece con cara de suspenso y de extrañeza. Acaso sea la mía, mi cara, la que se sienta pobre y desvalida. La naturaleza sigue su curso imperturbable sin saber si la miro y me complace, o si la considero mi enemiga. ¿Me mirará a mí ella? ¿Se sentirá mi amiga o mi enemiga? Formo parte de ella, una mínima parte, que aspira a la conciencia general en la que cabe todo lo que sucede y pasa. Ese todo infinito me habla a veces; otras veces me ignora, simplemente. Hay mucho que aprender de sus lecciones. Me siento tan pequeño e ignorante…

1 comentario:

mojadopapel dijo...

Qué bonita descripción de todo lo que pasa y de todo lo que está por llegar.