miércoles, 14 de septiembre de 2022

¿PAPANATAS? ¿IMBÉCILES?

 ¿PAPANATAS? ¿IMBÉCILES?

Si en nombre de eso que llaman libertad de expresión yo me desparramara y me dejara llevar en estas líneas, seguro que llenaba el folio de insultos. Y no tengo ni ganas ni interés. De hecho, ya el título lo he acomodado utilizando dos eufemismos que me sirven para salir del paso, pues los utilizo desde su valor etimológico, por si alguien se me viene arriba y se me pone tonto. Si hay dudas, acúdase a un diccionario que aporte las etimologías de ambos términos.

El caso es que llevamos ya no sé cuántos días (y lo que te rondaré, morena) suspirando, llorosos, compungidos, tristísimos, inconsolables, afligidos, apenados, apesadumbrados, pesarosos, mohínos, atribulados, compungidos, mustios, taciturnos… Vamos, hechos un trapito en lo físico y derrumbados en lo anímico. Y este estado lastimoso, ¿por qué? ¿Cómo que por qué? Por favor, qué preguntas. Naturalmente, por el fallecimiento de la reina madre del Reino Unido. Y es que, tal vez, desde el día de la creación y en espera del apocalipsis, no ha sucedido nada igual. Cielos y tierra se han conmovido, se han desatado los huracanes y las tormentas, se han perdido las cosechas, se han propagado las siete plagas y la humanidad no ve la manera de encarar el futuro sin su presencia.

Ante tal hecho, los medios de comunicación han querido -y supongo que querrán- seguir estando a la altura y han tirado la casa por la ventana. En este país llamado España, todas las cabeceras de televisión, radio y de periódicos han desplazado a sus mejores corresponsales al Reino Unido, han modificado y han adaptado sus programaciones y nos están trasladando minuto a minuto todo lo que sucede en la isla. El que quiera estar atento se enterará de cuál era el armario de la reina, del número de sus zapatos, de cuántos kilómetros hay de una de sus residencias a la siguiente, y, en fin, de todos los detalles, hasta su mínima expresión, de los protocolos que se han de seguir hasta la hora en que su cuerpo descanse en paz.

Y ya, cambiemos el tono, para no sobrepasarnos.

Desear descanso a la reina entra en los moldes de la simple educación y, al menos en mi caso, en los deseos que tengo para cualquier persona. Pero ya.

¿A qué viene tanta hipérbole? ¿Qué ha aportado la susodicha señora en beneficio de la humanidad? ¿Se levantaba a las siete, com lo tiene que hacer a diario un obrero cualquiera? ¿Cómo ha amasado la fortuna que posee y que la convierte en una de las personas más ricas del Reino Unido? ¿Se puede saber desde cuándo paga impuestos y cuáles son los que aporta? ¿Hay algún libro (con folleto podría bastar) en el que se anoten ideas de tan ilustre dama? ¿Acaso es que su presencia ya provocaba un ánimo positivo y transformador por su valor taumatúrgico? ¿Por qué los informadores alaban de esta señora cualquier nimiedad: sonreír, lavarse los dientes o saludar a un ciudadano? ¿Y por qué lo hacen como estuvieran en éxtasis y pidiendo poco menos que el premio nobel? A veces hasta llega el olor a cierto fluido.

Si quedan monárquicos por el mundo, flaco favor se les hace con tanto despilfarro y sinrazón, con tal desatado entusiasmo y con tal botellón místico montado. A los republicanos sospecho que todo este desmadre los afianzará en sus ideas de repulsa a esta presentación de la figura monárquica. O sea, que tanto monta monta tanto. Salvo, claro, para los papanatas e imbéciles. Estos, cuanto más circo, más en el séptimo cielo.

Pero, cuidado, que este dispendio se hace con mis impuestos. Y yo preferiría dedicarlos a mejorar las condiciones de vida del obrero de las siete.

Y dos cosas más en este pequeño desahogo: ¿No es este un buen momento para, desde la serenidad, analizar el valor y el significado real de la monarquía? La de cualquier lugar del mundo. Y, para aquellos a los que se les hinchan los mofletes de felicidad con estas páginas de papel cuché: cóño, ya puestos a elegir, dediquen al menos la décima parte de entusiasmo a la monarquía patria, esa a la que le ponemos pegas (seguro que fundamentadas) un día sí y otro también. Al menos los que se dedican, como se está haciendo estos días, de una manera vergonzosa, a dar tanto jabón a la monarquía británica.

La razón que explica por qué el pueblo británico mezcla, como casi ningún otro en el mundo, lo más arcaico, añejo y rancio con lo más innovador no es asunto de estas líneas, a pesar de ser materia que tanto llama la atención.

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