¿PAPANATAS? ¿IMBÉCILES?
Si en nombre de eso que llaman libertad de expresión
yo me desparramara y me dejara llevar en estas líneas, seguro que llenaba el folio
de insultos. Y no tengo ni ganas ni interés. De hecho, ya el título lo he
acomodado utilizando dos eufemismos que me sirven para salir del paso, pues los
utilizo desde su valor etimológico, por si alguien se me viene arriba y se me
pone tonto. Si hay dudas, acúdase a un diccionario que aporte las etimologías
de ambos términos.
El caso es que llevamos ya no sé cuántos días (y lo
que te rondaré, morena) suspirando, llorosos, compungidos, tristísimos,
inconsolables, afligidos, apenados, apesadumbrados, pesarosos, mohínos,
atribulados, compungidos, mustios, taciturnos… Vamos, hechos un trapito en lo
físico y derrumbados en lo anímico. Y este estado lastimoso, ¿por qué? ¿Cómo que
por qué? Por favor, qué preguntas. Naturalmente, por el fallecimiento de la reina
madre del Reino Unido. Y es que, tal vez, desde el día de la creación y en
espera del apocalipsis, no ha sucedido nada igual. Cielos y tierra se han
conmovido, se han desatado los huracanes y las tormentas, se han perdido las
cosechas, se han propagado las siete plagas y la humanidad no ve la manera de
encarar el futuro sin su presencia.
Ante tal hecho, los medios de comunicación han querido
-y supongo que querrán- seguir estando a la altura y han tirado la casa por la
ventana. En este país llamado España, todas las cabeceras de televisión, radio
y de periódicos han desplazado a sus mejores corresponsales al Reino Unido, han
modificado y han adaptado sus programaciones y nos están trasladando minuto a
minuto todo lo que sucede en la isla. El que quiera estar atento se enterará de
cuál era el armario de la reina, del número de sus zapatos, de cuántos
kilómetros hay de una de sus residencias a la siguiente, y, en fin, de todos
los detalles, hasta su mínima expresión, de los protocolos que se han de seguir
hasta la hora en que su cuerpo descanse en paz.
Y ya, cambiemos el tono, para no sobrepasarnos.
Desear descanso a la reina entra en los moldes de la
simple educación y, al menos en mi caso, en los deseos que tengo para cualquier
persona. Pero ya.
¿A qué viene tanta hipérbole? ¿Qué ha aportado la
susodicha señora en beneficio de la humanidad? ¿Se levantaba a las siete, com
lo tiene que hacer a diario un obrero cualquiera? ¿Cómo ha amasado la fortuna
que posee y que la convierte en una de las personas más ricas del Reino Unido?
¿Se puede saber desde cuándo paga impuestos y cuáles son los que aporta? ¿Hay
algún libro (con folleto podría bastar) en el que se anoten ideas de tan
ilustre dama? ¿Acaso es que su presencia ya provocaba un ánimo positivo y
transformador por su valor taumatúrgico? ¿Por qué los informadores alaban de
esta señora cualquier nimiedad: sonreír, lavarse los dientes o saludar a un
ciudadano? ¿Y por qué lo hacen como estuvieran en éxtasis y pidiendo poco menos
que el premio nobel? A veces hasta llega el olor a cierto fluido.
Si quedan monárquicos por el mundo, flaco favor se les
hace con tanto despilfarro y sinrazón, con tal desatado entusiasmo y con tal
botellón místico montado. A los republicanos sospecho que todo este desmadre
los afianzará en sus ideas de repulsa a esta presentación de la figura
monárquica. O sea, que tanto monta monta tanto. Salvo, claro, para los
papanatas e imbéciles. Estos, cuanto más circo, más en el séptimo cielo.
Pero, cuidado, que este dispendio se hace con mis impuestos.
Y yo preferiría dedicarlos a mejorar las condiciones de vida del obrero de las
siete.
Y dos cosas más en este pequeño desahogo: ¿No es este
un buen momento para, desde la serenidad, analizar el valor y el significado
real de la monarquía? La de cualquier lugar del mundo. Y, para aquellos a los
que se les hinchan los mofletes de felicidad con estas páginas de papel cuché:
cóño, ya puestos a elegir, dediquen al menos la décima parte de entusiasmo a la
monarquía patria, esa a la que le ponemos pegas (seguro que fundamentadas) un
día sí y otro también. Al menos los que se dedican, como se está haciendo estos
días, de una manera vergonzosa, a dar tanto jabón a la monarquía británica.
La razón que explica por qué el pueblo británico
mezcla, como casi ningún otro en el mundo, lo más arcaico, añejo y rancio con
lo más innovador no es asunto de estas líneas, a pesar de ser materia que tanto
llama la atención.
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