PRINCIPIO DE CURSO
Para Sara y Rubén,
y para todos los que vuelven
al espacio y el
tiempo de las aulas.
El verano se empeña, perezoso,
en mostrarnos sus huellas.
En la escuela, primeros de setiembre,
el maestro, que apura sus silencios,
comprende que es la hora en que el alumno
necesita escuchar esas palabras
que, en voz alta, recojan el sentido
de lo que el aula enseña.
El curso ha comenzado.
Es tiempo de empezar la sementera,
de desbrozar las hierbas mal crecidas,
para que el buen cultivo dé sus frutos
cuando apunte la luz al sol de mayo.
Hay que aricar, regar, dejar que el tiempo
realice lentamente su trabajo;
sembrar dudas que empujen al alumno
a descubrir el reino de la curiosidad,
a hollar esos caminos personales
en los que todo es nuevo cada día
y no huele a verdades absolutas
que niegan el concurso de la duda
y no admiten aristas que modulen
cualquier falsa verdad.
Ofrecer ilusiones es bastante,
no romper los impulsos que han crecido
con la pasión y el alma en el alumno
que sospecha que el mundo se ha creado
para violarlo siempre y consumirlo
en perpetuo ejercicio de asombro y de placer.
Y viajar en el mismo recorrido,
cogidos de la mano, pasajeros
de un viaje en claroscuro, hacia una meta
que no tiene estaciones de llegada.
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