martes, 19 de mayo de 2020

MÁS ALLÁ DE LAS CACEROLADAS


MÁS ALLÁ DE LAS CACEROLADAS
Se están produciendo estos días manifestaciones y caceroladas en diversos lugares de España. En ellas se protesta contra el Gobierno, aunque, al menos yo, no tengo claro qué es lo que piden, más allá de Gobierno, dimisión y Sánchez, al paredón. Quiero decir que debían explicitarlo claramente. Ante tal situación, uno tiene el derecho de interpretar las intenciones. No parece que haya que ser muy inteligente para entender que lo que hay detrás de estas voces es una indignación evidente por la manera de tratar, política y socialmente, la pandemia que nos sigue amenazando.
Con todas las imprecisiones que conlleva la reducción, se puede declarar que piden una libertad mayor de cada individuo para reactivar la economía y cualquier actividad pública. Es muy probable -dejémoslo en probable- que, más en el fondo, anide otro virus peor: el de saltar a la yugular al Gobierno de otro color político con cualquier pretexto.
Olvidemos por un momento la segunda variante -que ya en mucho olvidar- y quedémonos con la primera.
Siempre desde la libertad de manifestación, que hay que respetar siempre que se pueda, salvando las condiciones sanitarias, algo nada sencillo en este caso, las distancias físicas exigidas. Vale.
Bien, pues ya estamos en la calle. El riesgo de contagio es evidente, pero dejémoslo estar.
Ya he manifestado por escrito que el precio que la sociedad está pagando con el confinamiento es muy elevado. Mucho. Se le ha privado de uno de los derechos fundamentales, el de la movilidad y libre circulación, y, en cierto modo, del de la iniciativa particular.
No hace falta tener mucho cerebro para entender que existen otros derechos fundamentales. Por encima de todos ellos está el derecho a la vida y la obligación de evitar todas las muertes posibles. Conjugar ambos derechos no resulta sencillo y, en todo caso, siempre es doloroso. Resulta imprescindible jerarquizar y atender al bien mayor, en este caso el de salvar vidas.
Se argumentará por la otra parte que sin economía también se muere y que más cornadas da el hambre. Pero, ¿no se entendería esto mejor si lo argumentara quien navega en la pobreza y no ve la manera de imaginar un futuro en el que poder subsistir? Cuando la protesta viene, en términos generales, de grupos que tienen recursos abundantes y que no ven peligrar su futuro de manera clara, ¿cómo se come esto?
A mí no se me ocurre otra explicación que la de la insolidaridad, la del egoísmo y la de la imbecilidad mental.
Supongo que otros grupos sociales más numerosos y menos acomodados lo que realmente pedirían sería más ayudas por parte de los demás miembros de la comunidad, aunque tengan que soportar confinamientos en sus casas, seguramente menos confortables, con tal de superar juntos el mal, también común.
Y así ya llegamos al meollo del asunto: la defensa del individuo frente a la comunidad, sobre todo, claro, cuando este se halla en posición ventajosa en cualquier parámetro: económico, social, de salud…. No quiero herir con mis palabras, pero esto es simplemente un sálvese quien pueda. Y, si estiramos un poco más la goma y recordamos experiencias históricas, nos podemos despeñar por el abismo. Cuanto más estiro el argumento, más de puede el desasosiego y hasta la misantropía.
Repetiré por enésima vez -ya voy mayor y casi todo lo hago por enésima vez- un sencillo esquema en el que creo. Es este:
1.- Si no se parte de igualdad de oportunidades, todo en la vida es falso y mentira.
2.- Si no se premia el esfuerzo, estaremos fomentando la injusticia.
3.- Al menos cronológicamente, la necesidad de igualdad de oportunidades se produce antes que el asunto del esfuerzo individual, pues tiene que cumplirse desde el momento del nacimiento y en cualquier otra oportunidad.
4.- Habrá, por tanto, que aplicar más empeño en la primera variante que en la segunda, si no queremos ser injustos cada día de nuestras vidas.
Verán, a partir de este sencillo esquema, cómo les nacen los partidos políticos, las derechas y las izquierdas, los de arriba y los de abajo, los individualistas y los comunitarios, y hasta terminamos explicando aquello del Espíritu en forma de paloma.
Ah, y por poner algo de sentimiento. Qué mala conciencia se debe de quedar cuando no se levanta la mirada y uno se encierra en sí mismo como fin de toda acción. Somos tan poca cosa, que, si nos miramos el ombligo, debemos parecer menos que una mota de polvo en una erupción volcánica. Venga, hombre, no os hagáis mala sangre, arriba esas manos y un abrazo común, que todos somos contingentes y necesarios a la vez.
65 días después. Ánimo.

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