CÓMPLICES
Resulta recurrente la
discusión acerca de la labor del escritor e intelectual ante la realidad más
acuciante, sobre todo ante los hechos más crueles, como son las guerras y los
conflictos que producen hambre y desastres naturales. Se suele afirmar que la
literatura, y la poesía en concreto, no tienen como misión arreglar el mundo,
sino crear belleza a través de la palabra. Anoto aquí también otra opinión de
peso acerca de este asunto. Habla el filósofo y ensayista George Steiner: «La
cuestión de si el poeta debe hablar o callar, de si el lenguaje está en
condiciones de casar con sus necesidades, es una cuestión real. “Ninguna poesía
después de Auschwitz”, dijo Adorno, y Sylvia Plath plasmó el significado
latente de esta afirmación de una manera al mismo tiempo histriónica y
profundamente sincera. ¿Ha perdido nuestra civilización en virtud de la
inhumanidad que implantó y que justificó -somos cómplices de lo que nos deja
indiferentes- el derecho a ese lujo indispensable que llamamos literatura?
(...). No digo que los escritores deban dejar de escribir. Esto sería fatuo. Me
pregunto si no estarán escribiendo demasiado, si el diluvio de letra impresa a
través del cual luchamos por abrirnos paso, aturdidos, no representa por sí
mismo una subversión del significado».
El contexto de esta
frase es el de las guerras mundiales. Hoy no es que haya guerras mundiales, es
que el mundo está en guerra, los conflictos se reproducen como setas y cada vez
son más letales. Todos deberían porrear en la conciencia de los más sensibles.
Algunos resultan sencillamente insoportables. ¿Qué debe hacer el que se
manifiesta por escrito y aspira a ser leído? ¿Qué postura tomar ante la
constatación de que casi cualquier palabra de un creador ni va a ser oída ni
escuchada y no va a influir en absoluto en la resolución de los conflictos?
¿Hay que seguir gritando? ¿Hay que rendirse y olvidar la existencia de esos
conflictos? ¿Hay que apuntarse como voluntario para luchar físicamente en el
campo de batalla?
Ahí seguimos, con la
duda y con la herida a cuestas, con la impotencia a las espaldas y con el
desánimo llamando a la puerta. Las variables son muchas y todas tienen algún
punto de poyo que las explica. Tal vez lo que menos dudas ofrezca sea todo
aquello que apela a la conciencia de cada uno y a la respuesta que a esa
llamada tengamos que dar. Cada uno en sí mismo y en los círculos más próximos,
en los que pueda dejar alguna semilla que acaso algún día pueda nacer, crecer y
dar algún fruto.
En el contexto de mi
espacio y de mi tiempo presentes, un incendio devora los parajes naturales que
le dan a estas tierras un sabor de lujuria en sus paisajes. La misma teoría y
la misma duda. ¿Qué hacer?, cómo gritar?, ¿qué resoluciones personales adoptar?,
¿habrá que echar a la hoguera los versos que proclaman la belleza y quemarla
con ellos?, ¿tendremos que analizar a fondo las causas de los desastres y
denunciarlas con razones y
prosa sin remilgos y a
tumba abierta?
Hay humo en el
ambiente, mucho humo. Mi mente se consume en la impotencia y ando desorientado,
como el fuego. Que todo acabe pronto y vuelva a ser el cielo sobre el suelo un beso
y no un enfado.
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