ÁLBUM DE DUDAS
Extiendo sobre el plano de mi
mesa
el álbum secreto de mis
fotografías.
La portada es un todo indefinido,
un esfuerzo por ser sin ser
concreto,
lo neutro, lo impreciso, la
antesala
del nombre de los nombres.
Solo caos, vacío, luces, sombras,
proyecto de embrión en la
materia.
Viene luego el capítulo más claro
de las líneas precisas,
personales:
el nombre, la existencia, lo acotado,
la presencia del yo frente a lo
otro,
ese lento goteo de conciencia
en el reino del tiempo y del espacio.
Yo con mis personales
circunstancias,
mis sencillos instintos, mi
egoísmo
como única pauta de conducta.
Todo el mundo a mis pies, a mi
servicio,
yo como único dios, como primera
y exclusiva conciencia
en la que el mundo entero se hizo
carne.
Dura poco el capítulo de reino
personal.
Muy de mañana,
el mundo dividió sus dimensiones,
puso en marcha sus leyes, hizo
partes,
ordenó a su placer las
estaciones,
pidió que los sentidos ejercieran
de rápidos correos
para llevar noticias de las
cosas.
Y mis ojos se abrieron
sorprendidos
para ver los colores, y mi tacto
supo de la existencia de otros
cuerpos,
y todos mis sentidos se llenaron
de una nueva certeza más segura:
mis deseos, mis ansias, mis
instintos
se fueron modelando en los mensajes
del mundo por de dentro y por de
fuera:
los padres, los amigos, los
vecinos,
las leyes de las gentes, la
cultura…,
todo lo que conforma cada día.
El último capítulo se escribe
con nombre de recelo y
suspicacia.
¿Es mi felicidad lo que le
ofrezco
al mundo natural de mis deseos,
o todo lo que embrida la cultura
reprime lo que piden mis
impulsos?
¿La vida es represión o es un
camino
donde miden sus fuerzas los instintos
y los múltiples códigos que impiden
la luz y la pasión a cada
instante?
Aún hay hojas en blanco
que aguardan que la pluma las
componga
con luces verdaderas.
Y Dios irá diciendo, que parece
que está siempre callado.