viernes, 29 de octubre de 2021

LLUVIA

 

LLUVIA

Llueve serenamente, llueve sin prisa alguna, chispea, llovizna, lloviznea… El cielo se ha asomado con calma y con tristeza a estos suelos serranos y otoñales. Tal vez se ha dado cuenta de que era mucho el tiempo de su ausencia y, por ello, llora con cierto desconsuelo. El suelo se ha mojado y las hojas se han puesto en poco rato su vestido húmedo. El cielo anda acolchado entre las nubes, con su color tan gris casi olvidado, y el sol anda dormido y despistado.

La limpia comunión de cielo y suelo tiene su lazo de unión en estas aguas, que se anuncian fecundas, generosas, en las siguientes horas. La ayuda de los vientos hará que su potencia sea más alta y vacíen sus entrañas hasta la última gota.

Es una hora imprecisa esta en la que dos fuerzas se unen como en cambio de guardia. La primera es el día y adquiere la conciencia de que ha de morir en manos de la noche, de que ha de dejar paso a otras leyes distintas de las suyas. La segunda es la noche, con sus fuerzas ocultas y sus nadas intensas. Hoy no hay encuentros de la luz sonrosada del fin del horizonte, cuando la luz de la tarde parece adormilarse en un contexto etéreo y armonioso. Desde buena mañana, es la lluvia en el cielo la que pinta contornos y da ese fondo gris a toda cosa.

Los árboles ventean en sus ramas y cuajan en sus hojas amarillas el tejido de otoño en las laderas. La hierba renació con otras lluvias y se baña en las gotas y en el aire. Los regatos, los ríos y las fuentes aguardan engordar en sus corrientes, como cauces seguros de la lluvia. Hay pájaros que vuelan asustados, con sus alas mojadas y sus picos abriendo surcos leves en el aire. Las piedras se han lavado y ya relucen con destellos de luz contra los cielos…

En medio de la lluvia, que embriaga la feliz naturaleza, yo me sacio de ella, me dejo humedecer, calo mis huesos, me empapo bien mis manos, me calo hasta los huesos, pongo a remojo el alma, me riego, me salpico, me rocío, me impregno con la lluvia y me baño de cielo y de humedad.

Y vuelvo a los deseos de la canción que tanto suspiraba por la lluvia: “Tiene que llover, tiene que llover a cántaros”.

En la vieja ciudad estrecha, el agua hace reunir a las personas a cobijo del viento y de la lluvia. Y la lluvia fomenta la palabra, la adereza y la guisa con especias de luz y de pureza.

Veo llover desde mi terraza. Llora el cielo, pero el campo se alegra y se humedece. Yo sueño con el sol y con las lluvias, con el cielo y el suelo, con ese puente hermoso que es la lluvia. Para que el cielo baje hasta los suelos; para que el suelo sueñe con el cielo; para que yo sea cielo y suelo al mismo tiempo.  

miércoles, 27 de octubre de 2021

ENTRE DOS FUEGOS

 

 ENTRE DOS FUEGOS

Tengo un amigo que me enseñó hace tiempo una expresión hermosa. Desde entonces, la repetimos con frecuencia. Es esta: “No es lo mismo un toma tú que un trae para acá”. En pronunciación castiza: “No es lo mismo un toma tú que un trae p´acá”. Hace referencia a la actitud distinta, según el caso, del sujeto que la pronuncia.  En el primer caso, lo que hace es ofrecer; en el segundo, es el receptor y el beneficiado de lo que se esté cociendo en el asunto. Ya se ve que no es lo mismo ser generoso que ser egoísta.

Otro dicho español reza así: “Vale más un por si acaso que un válgame Dios”. En este caso, nos muestra la diferencia entre la previsión y el lamento, entre la precaución y el arrepentimiento, entre el adelantamiento a los acontecimientos y la contemplación de sus efectos cuando ya no hay remedio. Son actitudes que nos acompañan durante toda la vida y que modelan nuestro carácter y acarrean toda una serie de consecuencias.

Sobre cuál sea nuestro modelo se pueden formular toda una serie de razonamientos. ¿Cómo puede ser la vida intensa y sabrosa sin ese empujón vital e inmediato ante lo que esta nos ofrece? ¿Cómo no atreverse a violar la vida si se ha hecho para nosotros y para que la gocemos y la saboreemos hasta morir con ella y de ella? ¿Cuántas veces no achacamos actividades y hechos a impulsos propios del ser humano en sus diversas edades?

Pero a la vez, ¿en cuántas ocasiones no hemos puesto pie en pared y hemos dicho cuenta hasta diez que “vale más prevenir que curar”?, ¿de qué manera recordamos aquellos casos en los que la prudencia nos libró de consecuencias no queridas?, ¿cuántas veces hemos comentado sucesos en los que nos libramos por los pelos y nos salvó la inacción?

Como se sabe, cada dicho tiene su contrario; como la vida misma, que ofrece ratos en los que la prudencia nos puede y momentos en los que los impulsos nos arrebatan. Los prudentes tienen momentos de impulsos y los impulsivos se contienen en algunas ocasiones.

In medio, virtus, decían los clásicos. Lo difícil está en señalar cuál es el punto medio, para movernos cerca de él y para que él nos sirva de guía. Al ser humano se le ha concedido la facultad de pensar, y pensar es lo mismo que pesar y que sopesar. Eso debería conducirnos a la prudencia y a la razón antes de actuar. Pero poca soca seríamos si no aspiráramos a la intensidad que dan el impulso y la pasión.

Como el día anda metido en dichos, ahí va otro que acaso nos pueda servir, aunque sea de los que, en los tiempos que corren, haya que pensar en ir apartando, si es que “vale más un por si acaso que un válgame Dios”. Es este: En Castilla, para pechos femeninos, se dice: “Lo que sobre de las manos para los marranos. Pero, en caso de duda, mejor que sobre que no que haga falta”. O, en términos más castizos: “En caso de duda, la más tetuda”.

Otra vez en busca del equilibrio, de ese punto que nos sitúa entre la prudencia y el atrevimiento, entre la razón y la pasión.

Pues que, una vez más, termine el clásico: “Piensa el sentimiento; siente el pensamiento”. Vale.

jueves, 21 de octubre de 2021

DÉCIMO ANIVERSARIO (DESAHOGO)


DÉCIMO ANIVERSARIO (DESAHOGO)

Diez años ya sin explotar las bombas

de esos hijos del trueno y las tinieblas,

paridos al revés, con la cabeza

mirando hacia los pies y con los dedos

agarrando la bala y la pistola

para sembrar la muerte a cualquier precio.

Fanáticos, Infames, cavernarios,

nietos de tanta bruja, talibanes

de paraísos de niebla y de hechiceros.

 

Ya más de media vida, tantos años

de miedo y de pistola, de extorsiones,

de violencia, de impulsos primitivos.

Tanta vida segada, tanto esfuerzo

al servicio tan solo de la muerte.

 

Hay perdón, no hay olvido, ni el recuerdo

permite pasar páginas en blanco;

cada paso se hará con esa sombra

que persigue la vida hasta la muerte,

y un dedo acusador que, sin descanso,

señalará los nombres y las caras

de todo el que mató y segó la vida

desde la posición de los cobardes.

 

Pedid perdón al menos, que las manos

se abran para el abrazo y contra el odio,

que los campos se siembren con espigas

que han de granar el trigo y dar cosechas

de amor y de esperanza, y que ya el día

amanezca por siempre claro y puro,

sin miedo, con sonrisas y buscando

la fe en la convivencia y el anhelo

de un futuro que acoja a los que sienten

que la vida es más firme que la muerte:

tan hermosa resulta, que merece

incluso hasta el intento de vivirla.

martes, 19 de octubre de 2021

NATURALEZA

 

 

NATURALEZA

Es ya casi proverbial entre mis conocidos la opinión que tienen de mi aprecio por la naturaleza. Alguno incluso me hace ver que, en mis creaciones, hay demasiada naturaleza, demasiados elementos naturales… Tal vez todos tengan un poco de razón. Pero, una vez más, cuando pienso en ello, entro en confusión y me pierdo en las variables.

Son muchas las acepciones que le término comporta, pero, en todo caso, aquí parece referirse a todo ese conjunto que llamamos universo, sobre todo en los seres minerales y vegetales.

La relación con la naturaleza es muy diversa y, por tanto, la concepción que de ella se tenga también lo tiene que ser. ¿Cómo le vamos a pedir lo mismo a un campesino, pendiente siempre de si llueve o hace frío, que a un excursionista que va a pasear por un paraje, con su comida asegurada y con la mente predispuesta para el goce? ¿O a un carbonero que a un terrateniente?

La creación en general, y la poética en particular, ha tendido siempre a presentar la naturaleza con caracteres positivos, como refugio en el que complacerse, como lugar edénico en el que soñar e imaginar situaciones mejores. La “aldea” gana el partido a la “corte”. Resulta evidente que las naturalezas no se han codificado en la literatura del mismo modo según los períodos; así, la naturaleza renacentista suele ser amable, mientras que la romántica es mucho más agitada y hasta tenebrosa.

En todo caso, no es lo mismo presentar los elementos de la naturaleza como autónomos, o como decorativos; como principales, o como secundarios; como elementos descriptivos, o vivos y actuando, incluso creando tragedia. Y, lo más importante, no es igual aportar componentes superficialmente que tratar de situarlos en el nivel de los símbolos; ni situarlos fuera de la persona que integrarse esta en ellos y formar un conjunto.

En nuestros días, fundamentalmente en poesía, los contextos de la creación son urbanos y mucho menos rurales. Creo que es un error, aunque cada uno está rodeado de lo que está.

Personalmente no entiendo la naturaleza aislada del ser humano, ni el ser humano separado de la naturaleza. Los primeros elementos son los naturales, pero también son los más permanentes. Cuando yo desaparezca, la montaña seguirá en el mismo sitio, la piedra seguirá marcando signos de duración y la rosa seguirá exhalando perfume (“Y yo me iré, / y se quedarán los pájaros cantando).

Por eso sigo invocando la naturaleza. Para que me hable, para que me interpele, para que me enseñe, para que me haga pensar, para que ordene mi escala de valores, para que me haga actuar en un sentido mejor, para…

Por eso existen en mis creaciones tantos elementos naturales. Pero por eso también aparezco yo a su lado, en medio, por detrás y por delante. Porque, como todo hijo de vecino, soy naturaleza y formo parte de ese todo, de esa conciencia general del universo en la que quiero soñarme y que me sueñen.

lunes, 18 de octubre de 2021

!¿REALIDAD?!

  

¡¿REALIDAD?!

¿A qué nos estamos refiriendo cuando utilizamos la palabra realidad? Académicamente, no tenemos mucha dificultad, pues el diccionario acude en nuestra ayuda: “Existencia real y efectiva de algo”.  “Verdad, lo que ocurre verdaderamente”. No sé si sucede lo mismo cuando nos paramos a pensar en la precisión que esto exige.

¿Sería la “realidad” el conjunto de todo lo que existe? Si así fuera, “realidad” serían hace mil años muchas galaxias que pueblan el firmamento, aunque nosotros no las conociéramos. Y por supuesto que existían desde mucho antes. Que su existencia era y es “real” no merece la pena que se comente. Nos falta el adjetivo “efectiva”. ¿Qué quiere decir esto? ¿Cuándo se hace “efectiva” la realidad de “algo”? Seguramente quiere decir cuando produce efectos en nosotros. Pero las galaxias ya producían efectos en nosotros, aunque fueran desconocidas ellas y desconocidos sus efectos. ¿Entonces?

La palabra, siempre la debilidad, la pobreza y la imprecisión de la palabra.

Tal vez debamos partir de dos realidades distintas, aquella que percibimos a través de los sentidos y de nuestro poder mental; y la demás, esa otra que nos trasciende y que llega a nosotros cuando las condiciones lo permiten. Esas condiciones han de presentarse en el espacio y en el tiempo, los dos conceptos que parece que contienen todo.

Alguna vez he dejado negro sobre blanco que el espacio y el tiempo, en realidad, somos nosotros mismos.

Pero si el tiempo y el espacio somos nosotros mismos, deberíamos ser nosotros los que nos preparáramos para que, dentro de nosotros se produzcan las condiciones favorables para que la realidad sea cierta y se incorpore a la nueva dimensión de la realidad.

En el archiconocido mito de la Caverna, Platón nos enseñaba la existencia de dos realidades, una engañosa y otra más elevada y cierta, la de la luz. Pero ambas se producían en el ser humano; la primera en el contexto de la esclavitud mental que produce la ignorancia; la segunda en el nivel del conocimiento que produce la luz y que nos convierte en seres superiores e inteligentes. En ambos casos, es el ser humano el que delimita la existencia de la realidad, sea en su sentido engañoso o en su sentido duradero o conceptual.

Parece esto suponer que la realidad es externa al ser humano, que solo sería receptor rudo o refinado de esa realidad. Pero, aunque así fuera, la realidad solo se hace efectiva en la percepción del ser humano. Por ello, la contiene y la define.

La realidad es lo que es el ser, lo que percibe sensitivamente en cada momento y aquello que es capaz de concebir como realidad mental. Real es, por tanto, el ser humano. Todo lo demás es acomodo a su capacidad de percepción, esa facultad que modifica cada momento la extensión y la intensidad de la realidad, que le da forma y que rompe la linealidad del espacio y del tiempo.

La realidad, ahora mismo, son estas teclas, es mi ordenador, es lo que abarca mi vista, es el fondo musical que me acompaña y que llega a mis oídos, y es la concepción que creo del mismo concepto de realidad. Enseguida será otra la realidad, porque dejaré de teclear y mis sentidos y mi inteligencia crearán una nueva realidad, siempre flotante, monte abajo, como lava magmática que fluye sin parar y sin descanso.

Y que no pare, por favor, porque no sería señal de vida. Y a las misas de entierro nunca fui aficionado. Ea.


viernes, 15 de octubre de 2021

SUPERSTICIÓN


SUPERSTICIÓN

Madrid, Puerta del Sol, calle del Carmen,

rompeolas de todas las Españas,

lugar donde el espacio se acompasa

con un fluir de gentes incesante.

 

La suerte y su poder se satisfacen,

se afirma en su pujanza la ignorancia,

la falta de razón y la importancia

de los juegos de azar que en ella nacen.

 

Hasta guardias con porra ponen orden

en las colas inmensas de unas gentes

que mueren por comprar la lotería

 

de una administración que pone nombre

al imbécil mental y al indigente

con el alias de Doña Manolita.

miércoles, 13 de octubre de 2021

DE LA HISPANIDAD

 

DE LA HISPANIDAD

Releo la novela de García Márquez El otoño del patriarca. Reviso la lista de lecturas y esta hace el número setenta y cuatro de este año. Cualquiera (¿cuántos?) que haya echado unos ratos a este asunto recordará enseguida una larga lista de obras dedicadas a la revisión crítica de dictadores latinoamericanos: Tirano Banderas, El señor presidente, Yo el Supremo, La fiesta del Chivo…. Esta de García Márquez es una más.

La casualidad marca coincidencia con el llamado “Día de la Hispanidad”. Como sucede cada año, cada vez con más intensidad, en varios países latinoamericanos y en los Estados Unidos de Norteamérica, se cuestiona la bondad de todo el período de la conquista y de la colonización. Sucede incluso en España.

Asunto este de la conquista y la colonización complejo y diverso, con interpretaciones muy desiguales y casi siempre sesgadas y parciales. De esa manera, parece que todos tienen razón y que ninguno la tiene.

En España, hay líderes regionales que aprovechan para reivindicar, con su ausencia en los actos, su rechazo a lo que suene a común. Son los de siempre. Prefieren incluso trabajar gratis antes que celebrar nada. Pobrecillos. Otras gentes acuden a los desfiles y dividen sus entusiasmos, pues, mientras abuchean al presidente del Gobierno, aprovechan para aplaudir a rabiar a la cabra de la legión. Este año se han sentido algo enfadados ante la sorpresa que les ha causado un chorro algo morado y republicano que desprendía un avión de esos que dicen aquí estoy yo en el cielo de Madrid. Creo que se les congelaron por unos momentos los aplausos. Pobrecillos también. Cada uno en su ambiente y en su salsa.

Ahora, por lo visto, en algunos lugares de América, les ha dado por derribar estatuas de Colón, el descubridor. Cualquier día les da a los colombianos por cambiar el nombre de su país para que no recuerde a ningún bandido o asaltante de caminos. Vete a saber.

Para completar el cuadro, están a punto de salir a la luz los resultados de una larga investigación (unos veinte años) llevada a cabo por un par de universidades, que nos dará cuenta cierta del lugar de nacimiento de Cristóbal Colón. Ya sabemos que los catalanes se lo han adjudicado, pues todo lo bueno ha salido de allí y el mundo les debe acatamiento y agradecimiento perpetuos. Pero igual nos llevamos todos una sorpresa.

Y en todo este batiburrillo, en este tira y afloja, en este sindiós, ¿quién pone un poco de mesura y de sentido común? ¿Hay alguna conquista y colonización que no esté cocinada con imposiciones, con represiones, con explotaciones, con muertes y con todo tipo de injusticias? ¿Cuesta tanto pedir perdón por ello? ¿No son los habitantes de esos países los que primero tendrían que pedir perdón por ser los descendientes de aquellos colonizadores? ¿No han tenido tiempo en todos estos siglos de eliminar esas injusticias? ¿Qué hacen ahora mismo en esa dirección? ¿No hay ningún elemento que se salve de todo ese proceso (lengua, universidades, cultivos…)? ¿No se puede echar la vista al frente y, entre todos, corregir esas diferencias y acercarse en la búsqueda de un futuro común?

Mis sentimientos personales suman elementos en ambos sentidos. Me siento orgulloso de ese hilo alargado de la Historia de mis antepasados, en el que veo trazos finos y trazos gruesos. Como los veo en mi propia vida. Me gustaría encontrar algunos elementos de aspiración comunes y no tanto esfuerzo en la separación, en el aldeanismo y en la disgregación. Las energías se nutren unas de otras y crean unas sinergias muy potentes. Cuando van por separado, se desinflan y se pierden en la inanición. Y así estamos.

Si Colón levantara la cabeza, lo mismo decidía que no le salía a cuenta otra singladura en busca de las especias de Oriente, por mucho que el negocio pareciera redondo.

martes, 12 de octubre de 2021

DE BARES Y TABERNAS

 

 

DE BARES Y TABERNAS

Me rodea el sol por todas partes. La tarde es espléndida, de esas que componen el inigualable otoño en estas sierras bejaranas. El veranillo se alarga y los cuerpos y los ánimos parecen no querer volver a la rutina y a los espacios cerrados. Es puente y medio mundo anda fuera de casa. Los niveles turísticos se recuperan y el optimismo vuelve a renacer. Los campos están más vivos, las ciudades se han reencontrado con los visitantes y las terrazas se han adueñado de buena parte de las calles.

La pandemia nos ha sacado de los bares y nos ha situado en los espacios abiertos. Las temperaturas suaves y la adecuación de espacios contienen el frío y hasta en invierno se puede uno sentar en las terrazas.

Cuando yo era joven -hace ya algunos años-, existía la costumbre de “salir a tomar algo” por los bares. Se hacía sobre todo los fines de semana. Íbamos de bar en bar, empujándonos unos a otros para pedir la consumición, levantando la mano y desesperándonos hasta que el camarero tenía a bien servirnos, cobrarnos el gasto y vuelta a empujar en la salida. No parábamos mucho en cada establecimiento, pues había que pagar una ronda por barba y el recorrido era obligado.

Ya entonces, íbamos a los bares o cafeterías, y menos veces a las tabernas. ¿Es que no había tabernas? ¿Cuáles eran y son las diferencias entre un bar y una taberna? A nadie se le oculta que la palabra taberna pierde su lucha con el término bar, y mucho más con el de cafetería. Ya entonces andaba cargada de connotaciones negativas, en las que ocupaba lugar la imagen poco atractiva del que las frecuentaba y la de las bebidas que en ella se vendían; si bien es verdad que alguna taberna conservaba y conserva el valor de lo castizo y tradicional.

Ahora que la pandemia nos ha sacado a las terrazas y nos ha expulsado de las tabernas y de los bares, me lleva la curiosidad a concretar diferencias entre bar y taberna. Vamos a ello.

TABERNA le gana la partida a bar en el tiempo y en el casticismo. Ya la usaban los romanos, aunque con un significado un poco más amplio pues se utilizaba para designar lugares en planta baja en los que se despachaban comidas, pan y bebidas, algo así como un pequeño supermercado, muchas veces al lado de lugares de ocio. La Historia le ha reducido mercado y le ha regalado ese tipismo y ese olorcillo a vino y a dejar pasar la vida que ha salpicado los siglos. En ellas imaginamos a los goliardos, por ejemplo, cantando, bebiendo y retozando; y en ellas sabemos del tiempo que los obreros de Béjar pasaban cuando llegaban hartos del trabajo de las fábricas y poco deseosos de entrar en casa, entonces sin medios audiovisuales de distracción. Esas tabernas que tanto criticaba Unamuno.

BAR es mucho más joven, casi del día de ayer, pues, aunque proceda también de una palabra latina “barra”, no ha llegado hasta nosotros hasta hace poco más de un siglo, a través de los caminos del francés y del inglés. Llegó con el oficio aprendido del lugar en el que se expenden bebidas para consumir allí mismo y en poco tiempo. No se conoce bar que no posea un parapeto de separación entre el cliente y el camarero. Ese parapeto no es otra cosa que una “barra”, que, en la Edad Media, servía como elemento de separación entre estrado de justicia y acusados.

Ya se ve que las lenguas y las palabras son organismos vivos y que evolucionan y se van abriendo paso como buenamente pueden. Resulta apasionante recorrer con la imaginación ese camino. También para BAR, hasta llegar a comprender con exactitud lo que tenemos y el lugar del que procedemos. Nada menos que del campo de la justicia al campo de la distracción y la bebida.

Sentarse en una taberna, nos lleva a olvidarnos del tiempo, a sentir los placeres del vino, a reconocer acaso los efluvios únicos de algún licor hecho especialmente para ese lugar, reconocernos miembros de una tradición larga, recorrer el tiempo pasado y compararlo con el presente, añorar acaso el nombre de alguna taberna ya cerrada… Ay, las tabernas.

Volver a un bar nos retrotrae en el tiempo y nos hace sentir la presencia física de los próximos, compartir experiencias, arreglar en mundo en torno de una cerveza, recordar que ya no se estila la costumbre de entrar y salir a la carrera de un bar a otro, anotar la certeza de cuántas horas de nuestras vidas se gastan o se pierden en la barra de un bar… Ay, los bares.

Y luego ya, todo eso del gastrobar, de la cantina, del bodegón, de la tasca, del café, del pub, o de todos esos otros nombrajos que les están quitando el sitio a las tabernas y a los bares.

Las terrazas, desde la pandemia, quieren apoderarse del espacio de los bares y tabernas. Lo peor es que se apoderan también del espacio de los paseantes y de cualquier vecino que, simplemente, quiera echar un rato por las calles de su pueblo o ciudad. Primero lo hicieron los coches; ahora lo hacen las terrazas. Y no, no vale más un coche o una terraza que una persona. Qué va. Imagínense si, además, hace la valoración una persona que no frecuenta precisamente demasiado ni las tabernas, ni los bares, ni las terrazas.

viernes, 8 de octubre de 2021

MADRID

MADRID

Madrid, siempre Madrid. Madrid de las hileras de automóviles, como hormigas atómicas buscando su hormiguero; Madrid la de la vida subterránea, duplicando las superficies y dando pálpito al fondo de la tierra; Madrid con el bullicio de las calles, en las que las gentes se ven sin conocerse, se ven y no se miran, se miran y no se ven, van y vienen al ritmo de epidemia en todas las aceras; Madrid de monumentos colosales, que retienen el tiempo en sus paredes y enseñan sus poderes inmutables; Madrid donde se canta ópera en la calle, tal vez reivindicando el derecho a hacerlo dentro de los teatros, en los que se llenan las bolsas y los egos, y no como en la calle, donde los egos siguen, pero la gorra de pedir sigue vacía; Madrid de catedrales y de criptas, en las que se han tumbado a descansar para los restos los elegidos por el brillo del dinero y de la fama que no han tenido nicho en otros sitios más reales y donde parecen invocar la oscuridad y el derecho a pedir a lo alto un lugar destacado en aquel reino; Madrid de los beatos y de aquellos que pasan de aficiones  distantes de razón, mezclados y rozándose, pero no revueltos; Madrid de los mercados convertidos en lugares de culto a la bebida y a la cháchara; Madrid de las terrazas en las calles, donde matar el tiempo mientras el tiempo va matando a todos; Madrid de los anónimos, que son todo y no son nada más que uno solo en soledad rodeada de otra multitud de soledades; Madrid con hospitales y con fiestas, donde el dolor se mezcla con la risa y la tristeza abraza a la alegría; Madrid de la amistad y del recelo; Madrid de los mercados y las bolsas, de los lujos y el pan de la pobreza; Madrid donde me acogen como en casa; Madrid, el poblachón manchego donde confluyen los caminos y el cielo se derrite en luz de otoño; Madrid, rompeolas de todas las Españas; Madrid, siempre Madrid.

He vuelto a pasear por los madriles después de tanto tiempo, con tiempo para todo, sin tiempo para nada. Fueron solo unas horas desiguales e inciertas, pero también gozosas. Madrid sigue en su sitio, con el valor de esa casa tan grande en la que cabe todo el mundo. Incluso mi persona, reacia a las multitudes y con escasa afición a las grandes ciudades.

miércoles, 6 de octubre de 2021

LA TERNURA COMO ÚNICA ESPERANZA

 

 

LA TERNURA COMO ÚNICA ESPERANZA

Ese esfuerzo tenaz y sin sentido

en que se afana el mundo cada día,

esa necesidad inevitable

de seguir respirando sin descanso,

esa fuerza volcánica, absoluta,

que nace del enigma más profundo,

esa inercia que empuja cada hora

a asegurar la vida y la existencia.

 

Se despiertan y viven los sentidos

ansiosos de sentirse tercamente:

respiran, ven el cielo, se levantan,

salen a respirar la plaza pública,

hacen compras, dialogan, ven el mundo

bajo un prisma tal vez no sugerente,

se entristecen, enferman, sanan, comen,

y otras veces se alegran inconscientes.

 

Mas, si miran de cara el horizonte,

presienten la llegada de la noche

y no tienen las ganas de hacer cuentas

de lo que signifique su conducta:

la noche en la razón es siempre noche

y no espera la luz el pensamiento.

 

En esas circunstancias tan dramáticas,

reclama la ternura su presencia,

se presenta como único remedio

para salvar a todos del naufragio.

A veces se disfraza de emociones

que no dejan que fluya la palabra

y toda ella es abrazo y tolerancia,

compasión y acogida, mano abierta,

como esa buena gente que no mide

con ley lo que la vida le propone.

 

Vivir para vivir, soñar sabiendo

que todo es ilusión, tan solo eso;

Y, en medio del desastre, la esperanza

que la ternura ofrece a cada instante.

viernes, 1 de octubre de 2021

LAS OTRAS VARIABLES

 LAS OTRAS VARIABLES

Dejando señalado que el elemento económico es el que sostiene a todos los demás, será bueno asegurarnos de que las otras variables también son necesarias para la constitución de un ser humano digno de tal nombre. Y se señalaban como tales la cultura, la educación, la moralidad, el respeto a la persona y a sus derechos… No parece difícil, a partir de estos presupuestos, entender en qué tiene que prestar sus principales esfuerzos la comunidad en favor de cada uno de sus individuos: el derecho a la vida (sanidad), el respeto al individuo (derecho), el derecho a la cultura (educación)… De estas convicciones se descuelgan las ideologías y las prácticas sociales y políticas; y, cuando no lo hacen así, no son dignas de llamarse ideologías, sino intereses y egoísmos.

Como cada derecho lleva aparejado un deber, cabe preguntarse en qué medida tiene que corresponder el individuo para con la comunidad, que le asegura la defensa de sus derechos. Es el momento de la moral, individual y colectiva. Sin una convicción moral que nos impulse individualmente a la solidaridad nada resultará posible. La revolución nunca será verdadera ni definitiva si no se sostiene en esas dos fuerzas, la de la imposición social en justicia económica y en los valores de la cultura, la educación y la moralidad; y la de la del sentimiento individual que empuja a un comportamiento solidario con los demás, con independencia de lo que impongan las leyes.

A esto alude también Dorado Montero en muchas de sus consideraciones. He aquí alguna.

Se hace necesaria en el alma de las gentes una revolución profunda, paralela y proporcionada a la revolución externa que los modernos cambios sociales han traído. Hay que buscar el modo de que al hombre de ayer y de hoy, espíritu inferior y grosero que toda la vida la convierte en lucha por el predominio, por el goce privativo, la esclavitud ajena, (lo) sustituya un hombre nuevo, de alma elevada, que se sienta de verdad hermano de sus hermanos y ante cuya conciencia la posesión de bienes y fuerzas de todo género represente, no ya exigencias y derechos sino obligaciones de estricta observación. El Socialista, 1 de mayo de 1903.

Los hombres moralmente superiores son aquellos en quienes domina el principio de solidaridad. Una agrupación social cuyos miembros se condujeran de ese modo viviría tranquila y pacífica, sin riesgo de disolución. Valor y función del Estado, 1908.

Si en España hay aún posibilidad de salvación, cosa que me permito dudar mucho, esta no puede venir de otra parte sino de donde la espera aquel hombre superior, del mismo sitio donde coloca otro ‘gran espíritu’, Tolstoi, la fuente de salvación de la humanidad, esto es, de la transformación del hombre interior, del cambio de su alma, de su voluntad.

Las palabras del profesor de Navacarros tienen algo más de un siglo. La realidad es tozuda y se repite con el paso del tiempo. Vivimos una época de exagerado individualismo, de miradas e intereses egoístas, de desigualdades insoportables que no permiten el desarrollo armónico de todos los demás elementos que conforman la dignidad humana. La solución tiene dos direcciones: de fuera a dentro y de dentro a fuera; de la protección de la comunidad al individuo y de la aportación del individuo a la comunidad. En ambos casos se dibuja un panorama de tinte social siempre, del individuo que no se concibe si no es en sociedad, y de sociedad que no se dignifica si no es en solidaridad y en defensa de cada uno de los individuos que la componen.

El aumento de la población impide -hasta desde un punto de vista físico- imaginar al individuo sin la sociedad. No hay individuo aislado. Es mentira hasta imaginarlo. Humanizar las relaciones desde el plural hacia el singular y desde el singular al plural es lo único que nos acercará a una convivencia que pueda llamarse humana.