viernes, 1 de octubre de 2021

LAS OTRAS VARIABLES

 LAS OTRAS VARIABLES

Dejando señalado que el elemento económico es el que sostiene a todos los demás, será bueno asegurarnos de que las otras variables también son necesarias para la constitución de un ser humano digno de tal nombre. Y se señalaban como tales la cultura, la educación, la moralidad, el respeto a la persona y a sus derechos… No parece difícil, a partir de estos presupuestos, entender en qué tiene que prestar sus principales esfuerzos la comunidad en favor de cada uno de sus individuos: el derecho a la vida (sanidad), el respeto al individuo (derecho), el derecho a la cultura (educación)… De estas convicciones se descuelgan las ideologías y las prácticas sociales y políticas; y, cuando no lo hacen así, no son dignas de llamarse ideologías, sino intereses y egoísmos.

Como cada derecho lleva aparejado un deber, cabe preguntarse en qué medida tiene que corresponder el individuo para con la comunidad, que le asegura la defensa de sus derechos. Es el momento de la moral, individual y colectiva. Sin una convicción moral que nos impulse individualmente a la solidaridad nada resultará posible. La revolución nunca será verdadera ni definitiva si no se sostiene en esas dos fuerzas, la de la imposición social en justicia económica y en los valores de la cultura, la educación y la moralidad; y la de la del sentimiento individual que empuja a un comportamiento solidario con los demás, con independencia de lo que impongan las leyes.

A esto alude también Dorado Montero en muchas de sus consideraciones. He aquí alguna.

Se hace necesaria en el alma de las gentes una revolución profunda, paralela y proporcionada a la revolución externa que los modernos cambios sociales han traído. Hay que buscar el modo de que al hombre de ayer y de hoy, espíritu inferior y grosero que toda la vida la convierte en lucha por el predominio, por el goce privativo, la esclavitud ajena, (lo) sustituya un hombre nuevo, de alma elevada, que se sienta de verdad hermano de sus hermanos y ante cuya conciencia la posesión de bienes y fuerzas de todo género represente, no ya exigencias y derechos sino obligaciones de estricta observación. El Socialista, 1 de mayo de 1903.

Los hombres moralmente superiores son aquellos en quienes domina el principio de solidaridad. Una agrupación social cuyos miembros se condujeran de ese modo viviría tranquila y pacífica, sin riesgo de disolución. Valor y función del Estado, 1908.

Si en España hay aún posibilidad de salvación, cosa que me permito dudar mucho, esta no puede venir de otra parte sino de donde la espera aquel hombre superior, del mismo sitio donde coloca otro ‘gran espíritu’, Tolstoi, la fuente de salvación de la humanidad, esto es, de la transformación del hombre interior, del cambio de su alma, de su voluntad.

Las palabras del profesor de Navacarros tienen algo más de un siglo. La realidad es tozuda y se repite con el paso del tiempo. Vivimos una época de exagerado individualismo, de miradas e intereses egoístas, de desigualdades insoportables que no permiten el desarrollo armónico de todos los demás elementos que conforman la dignidad humana. La solución tiene dos direcciones: de fuera a dentro y de dentro a fuera; de la protección de la comunidad al individuo y de la aportación del individuo a la comunidad. En ambos casos se dibuja un panorama de tinte social siempre, del individuo que no se concibe si no es en sociedad, y de sociedad que no se dignifica si no es en solidaridad y en defensa de cada uno de los individuos que la componen.

El aumento de la población impide -hasta desde un punto de vista físico- imaginar al individuo sin la sociedad. No hay individuo aislado. Es mentira hasta imaginarlo. Humanizar las relaciones desde el plural hacia el singular y desde el singular al plural es lo único que nos acercará a una convivencia que pueda llamarse humana.  

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