lunes, 30 de noviembre de 2020

EN OTRA REALIDAD MÁS VERDADERA


EN OTRA REALIDAD MÁS VERDADERA

El bosque es un espacio de misterio,

metáfora feliz en la que encuentra

su sentido la fuerza del concepto.

 

Salgo a gozar el día, a hacerme tiempo,

cuando el otoño reina en el paisaje.

Camino y me despiertan las imágenes,

que dan actividad a mis sentidos.

Todo se me regala sin esfuerzo:

escucho, veo, toco, huelo, gusto

la brisa y el color de los castaños,

el aire que me roza y me estimula,

el agua que se agita en los regatos…

Me anega un gran caudal de sensaciones,

que ofrece su verdad como regalo.

 

¿La verdad, o tal vez solo una parte?

 

Allí donde los robles y los pinos

se funden con las matas de castaños,

siento el eco de un bosque que me anuncia

otro bosque latente más extenso,

más perenne y real, más verdadero.

 

El agua rumorea en los regatos

y me invita a seguir en su corriente

para adentrarme, libre y descuidado,

en busca de la esencia presentida

de ese bosque vital y más auténtico,

ese bosque que pide mi presencia

para hacerse verdad y se revive

de latente en patente. Yo le presto

mi voluntad de ser uno con ella,

de hacer de todo un fuego y en su llama

ser verdad que se quema para siempre.

 

Y el bosque se hace bosque por entero

cuando elevo la imagen a concepto.

 

Ahora el bosque está entero en cada imagen,

multiplica su luz en cada árbol;

el roble representa todo el bosque,

y otro tanto hace el pino, y el castaño.

Me asiste la presencia de lo abstracto,

el eco de los ecos del silencio,

un todo sin medidas ni distancias,

la plenitud del tiempo en un instante,

la gran profundidad de lo invisible,

la conciencia cabal de lo completo,

la desnudez total de la verdad…

 

He llegado a la altura del concepto.

 

Cada hoja contiene el arco iris

Y el espacio es ya informe, indefinido.

 

Es otra realidad más verdadera,

que me llama y me nombra, y en su centro

soy también más real y verdadero.

 

Allí me quedo solo, meditando,

leyendo el texto eterno de la vida

en un más luminoso comentario.

viernes, 27 de noviembre de 2020

CIAO, PIBE

 

 CIAO, PIBE

No tengo remedio ni solución; cada día me demuestran los acontecimientos que mi forma de ver el mundo poco tiene que ver con la de la mayoría, o al menos con esa mayoría que se publica y se publicita a diario, que anda en la pasarela y en los medios a todas horas.

Hace diez años, publicaba, por pequeñas entregas, un ensayo en el que analizaba la función de la cultura en esta sociedad del siglo veintiuno. En él, y de manera un poco provocativa, afirmaba que, si yo no servía para la sociedad más que Ronaldo, es que esa escala de valores social no estaba bien construida. Lo he vuelto a publicar de nuevo hasta ayer mismo. ¿Qué puedo decir tan solo un par de días después con la muerte del futbolista Maradona?

Ayer vi con estupor cómo un telediario le dedicaba sus primeros DIECISIETE minutos. Después, en el apartado de deportes, ya perdí la cuenta. En ese telediario se daba cuenta de la manera en la que todos los medios del mundo anunciaban y comentaban dicho suceso. El mundo paralizado y atónito. Una bomba atómica. Otra pandemia incontrolada. El fin del mundo. Después, conexiones en directo, lloros incontenidos, emociones a gogó, lamentaciones por todas partes, descontroles sociales, amontonamientos de ciudadanos sin ningún cuidado sanitario, predisposiciones para contactos de pandemia futuros casi seguros… Un botellón emocional colectivo.

Y el modelo, el referente al que imitar, las secuelas emocionales y de conducta en los ciudadanos.

Las comunidades necesitan sus referentes, sus imágenes a las que agarrarse, sus héroes que conciten unión y urdimbre entre ellas. La Historia nos va dejando distintos tipos de ídolos, que no duran más que el tiempo necesario para ser sustituidos por otros mejor adaptados a los cambios y avances de esa Historia. En estos tiempos del siglo veintiuno, los ídolos deportivos se llevan la palma. A su altura, o casi, los que visitan con más frecuencia la pasarela de los cines o de los escenarios musicales… Y todos al amparo del canto de sirena del dinero, que todo lo cocina y todo lo embaúla.

De esta manera, todo se supedita a lo que manden estos parámetros, y casi todo se explica desde estos presupuestos. Pero, en una escala de valores no cabe todo, pues, si situamos en lo más alto de la jerarquía un valor, tenemos la necesidad de bajar la consideración de otro. Y todo se nos descabala.

Este buen señor, que descanse en paz, ha sido un deportista especial y ha divertido y hecho pasar buenos ratos a muchas personas. Gracias le sean dadas por ello. Tantas como a un tejedor, por ejemplo, por fabricar un buen paño con el que hacerme unos pantalones. Por lo demás, su vida ha estado salpicada, o más bien rellena hasta el desborde, de prácticas que no parecen precisamente ni las más saludables ni las más recomendables: drogas, alcohol, “desajustes” familiares, disparates verbales…, exageraciones por todas partes. Todo un modelito para la sociedad y para las generaciones que le sigan.

Pues ahí está, el D1OS, el héroe de los héroes, el infinito personificado, la perfección hecha carne, la magia y el esfuerzo elevado a la máxima potencia. Ohhhhhhhhhhhh.

¿No tenemos ni la simple capacidad para separar la práctica de un deporte -para el que unos están genéticamente más dotados que otros, por más que esas cualidades se entrenen y se perfeccionen- del resto de la vida? ¿De verdad que el deporte engloba todo y se sitúa por encima de todo lo demás? ¿Qué escala de valores estamos promocionando? ¿Qué enseñanzas transmitimos a los más jóvenes?

¡Es que las alabanzas disparatadas proceden de todos los niveles, también de aquellos que teóricamente están mejor formados!

Uno puede coincidir con alabar las excelencias deportivas, incluso algunas de las ideas sociales que parecía proclamar. Pero, aparte de ello, ¿qué es lo que ha aportado de reflexión para el avance en justicia de la humanidad?, ¿algo más que cualquier otro ciudadano que haya cumplido con sus obligaciones sociales y haya seguido un comportamiento digno? Más bien las cuentas dan como resultado todo lo contrario.

Hasta aquí estos apuntes de descripción y hasta de desahogo. Falta lo más importante: la explicación de las causas que producen estos hechos y estos comportamientos. Porque se producen por algo; y ese algo es la razón que hay que desentrañar: Malvinas, conciencia nacional, emociones que ocultan otras dificultades, aparentes ascensos sociales desde abajo… y algo de magia en el deporte, claro. ¡Ay, aquello del circo romano y aquel panem et circenses!

A todo ello nos debería invitar este espectáculo tan extraño de alabanza de héroes, que tal vez tengan los pies de barro y que se caerían a poco que indagáramos en sus bases y en sus cimientos.

Así que, descansa en paz, pibe; y entiende que ser excelente en un apartado no da derecho a cualquier cosa en el resto de las variables de la vida. Al menos para mí.

jueves, 26 de noviembre de 2020

POR LO BAJINI (y XIV)

 POR LO BAJINI (y XIV)

 VUELVE EL HOMBRE. (Y NO ES UNA MARCA DE COLONIA)

¿Cuál iba a ser, si no? Yo no conozco otra mejor, por densa y consistente. Es la que transita por el mundo de la educación del ser humano, como portador de posibilidades de regulación de conocimientos, como actor de aplicación de esos conocimientos, como protagonista de la escala de valores éticos a la que puede someter a esos conocimientos, y como impulsor de una nueva vida en la que ese ser humano vuelva a ser eje de toda actividad, principio y fin, y no apéndice ni conejillo de indias.

Si a este enorme monstruo del hipermercado en que se ha convertido el mundo no podemos oponerle ningún rival que logre destronarlo ni derribarlo en batalla, al menos habrá que buscar la fórmula de ponerle un traje de fiesta, una cara más amable y un aspecto menos formidable. Es claro que parezco un mendigo pidiendo pan y clemencia, pero lo hago desde la rabia y desde la constatación de que, a día de hoy, la batalla anda demasiado desigual.

Decía que ese lavado de cara, tal vez preludio de alguna revolución, pasa por arreglar y mejorar el mundo de la educación, ese mundo en el que, a cada individuo, desde la igualdad real de oportunidades, se le enseñe a encauzar su propia vida, a ordenarla y a conducirla desde una mirada crítica y personal.

Ya sé que es un mundo complejísimo y que no se puede articular en un esquema. Me he pasado toda mi vida en las aulas, dándole vueltas mentales a este asunto, y lo único que tengo claro en la madurez de mi vida es que esta tarea es absolutamente clave en cualquier comunidad. Sobre la materia he escrito ya bastante y no quisiera repetirme demasiado. Por lo demás, siento que esto no es más que un desahogo pues no sé de nadie que me haya consultado nunca ni de nadie que me haya pedido consejo en nada. Ni siquiera sé si este breve esquema será realmente leído por alguien, y, menos aún, compartido.

Pero algunos apuntes habrá que dejar aquí también.

Por ejemplo, la conciencia de que la escuela no solo es una obligación sino un privilegio para los estudiantes y para la sociedad de la que forman parte.

Por ejemplo, que el profesorado necesita tomar conciencia de que es un elemento más del engranaje, pero solo eso: a la escuela no va a salvar la vida a nadie ni a demostrar ninguna cosa, sino a orientar a sus alumnos.

Por ejemplo, que todo el sistema educativo (he escrito TODO) necesita de una evaluación continua y una revisión para adaptarse al ritmo al que se modifica la propia sociedad.

Por ejemplo, que la escuela necesita mezclar sabiamente la disciplina con la creatividad y la enseñanza según el ritmo de cada alumno.

Por ejemplo, que la enseñanza supone esfuerzo y planteamientos a largo plazo, no recompensas inmediatas ni hedonistas: para eso ya están la vida y sus atractivos.

Por ejemplo, que tampoco la enseñanza tiene que ser ningún sufrimiento continuo.

Por ejemplo, que existe una relación notable entre el ritmo de la casa y el ritmo de la escuela, en rigor, esfuerzo y costumbres.

Por ejemplo, que hay que premiar de manera más visible el esfuerzo individual y la excelencia, y no dejarse llevar por la medianía y hasta por la vergüenza entre los alumnos esforzados.

Por ejemplo, que hay que reconocer socialmente el valor de los profesionales que se dedican a este nobilísimo trabajo.

Por ejemplo, que no hay que minusvalorar lo ya descubierto y conseguido partiendo cada día de la nada y descubriendo mediterráneos. Lo clásico tiene el valor de lo clásico y lo moderno tiene que currarse su valor y su sitio.

Por ejemplo, que los elementos técnicos tienen que incorporarse sin reservas como medios útiles para la enseñanza.

Por ejemplo, que los ejemplos del mundo laboral tenían que estar mucho más presentes en la escuela.

Por ejemplo, que el fin último no es aprender elementos sino aprender a clasificarlos y a discriminarlos, para ponerlos al servicio de la mente de un ser crítico.

Por ejemplo, que acaso los programas tendrían que ajustarse más a los grandes temas y menos a los elementos concretos, sobre todo porque estos cambian ahora a toda velocidad. Quiero decir que hay que aprender ideas y evolución de ideas antes que datos.

Por ejemplo, que, en el fondo, todo tiene que estar orientado a formar ciudadanos críticos y dispuestos a enfrentar su propia vida y no a ser apéndices gregarios de las modas y de los modos que les imponen los mercados. Lo que tenemos que hacer es formar ciudadanos y seres vivos, tenemos que volver a poner de moda el humanismo y el valor de todo lo que afecte al ser humano como tal y no como consumidor irracional.

Solo en este contexto se podrá pensar en una política cultural y social para un contexto en el que el valor de la creación cultural adquiera su sitio digno y, sobre todo, un contexto en el que el hombre sea exactamente eso, solo eso y nada más que eso: el hombre. En tal contexto -y vuelvo a los comienzos de este esquema de ensayo-, uno tiene la seguridad de que tiene al menos el mismo valor que Ronaldo. Y vuelvo a pedir perdón por personificar y por provocar.

N.B. Hasta aquí se ha dibujado un esquema breve de una visión no demasiado optimista de la situación del mundo. Ojalá que esa visión anduviera equivocada y no obedeciera a la realidad. Me temo que, por esta vez, tengo algo de razón. Y no me gustaría que mis hijos, ni los hijos de mis hijos, terminaran por perder la conciencia de sus posibilidades ni de su libertad para decir en algún momento basta.

Cada uno termina posando su vista en los espacios y en los tiempos más inmediatos. Creo que el esquema sigue sirviendo en igual medida. Acaso me tome la molestia de intentar ejemplificar con elementos más próximos y más inmediatos. Veremos. De momento, doy aquí por finalizado el desarrollo de estos pensamientos. Cada cual sabrá si quiere rumiarlos y continuarlos. Vale.

miércoles, 25 de noviembre de 2020

POR LO BAJINI (XIII)

 

POR LO BAJINI (XIII) 

2010-12-08         SÍ, BOANA / BIODIVERSIDAD HUMANA         

Y el mundo del dinero, a pesar de circular por autopistas sin semáforos, tiene centros de decisión muy determinados y tiene también a un grupo de lugartenientes bien reducido que ordena el tráfico a su antojo y capricho.

Cualquier ramo de actividad que consideremos apunta, en último término, al otro lado del charco, y en concreto a Wall Street. Desde USA se supervisa todo y todo se ordena. En el mundo no hay más que una bolsa de valores y, si allí estornudan, aquí nos acatarramos. Para que el imperio no se manche demasiado ni sus componentes se sientan mal en ningún momento, la producción la encargan a las sucursales repartidas por el mundo, que trabajan en unas condiciones de explotación bien conocidas para que, más tarde, el producto se reparta por todo el planeta y se ordene según las decisiones de los accionistas en el cuartel central. Naturalmente, la acción puede ser directa o indirecta, con lavado de cara o a lo bruto. El caso es que, de la manera que sea, ellos gestionan comercialmente nuestras actividades y, lo más importante, nuestra moral, nuestra ética y nuestra forma de ser.

De nuevo, lo más importante, con serlo y mucho, no es esto. Lo fundamental es que la producción, la distribución, el reparto, el nuevo orden de vida que esto comporta, la nueva ética que de ello se deriva, están condicionadas y hasta acordadas por un número muy reducido de personas. Se produce, entonces, un déficit de participación social absolutamente insoportable para la dignidad humana que, otra vez, apenas si tiene posibilidades de irse acomodando mansamente en ese nuevo orden que le viene impuesto desde fuera. La moral y la ética la imponen los mercados, los mercados están controlados por los dueños de las acciones, estos grandes dueños son muy pocos, la sociedad está condicionada por sus decisiones, las sociedades son muy poco participativas y la democracia real se resiente y hasta se volatiliza.

¿Hasta qué punto podríamos decir que el mundo se ha americanizado? Músicas, cines, literatura, elementos técnicos, pinturas, modelos culturales, modelos económicos, costumbres, lengua… Cada cual sabrá qué cuentas le salen. La Historia da cuenta de varios imperios. Este es el último. Tal vez el más tentacular y el más intenso.

Los súbditos del imperio no parecen tomárselo muy a mal a tenor de los signos de respeto, de admiración y de adoración que muestran. Considerar las atenciones que los medios de comunicación dan a cualquier anécdota de los EEUU es tan descorazonador como revelador del grado de papanatismo en el que nos movemos. Descubrir hasta qué punto los representantes del imperio (embajadas, gerentes, encargados de negocios…) nos vigilan (véase papeles Wikileaks, por ejemplo) es cuando menos sonrojante.

Como se propone en todos los casos, ¿cómo encontrar escape a esta imposición, a este dirigismo y a esta supervisión tan llena de aristas deficitarias?

Tal vea lo primero será volver al viejo esquema de los principios, a la necesidad de considerar principal al ser humano por el hecho de serlo, y solo después, y en orden secundario, al mercado y a todas sus exigencias. Hay que encontrar alma en el ser humano ya que el alma en el mercado se escabulle y se escurre como si en realidad no existiera. Si existe ética en el mundo comercial es una ética que en poco considera al ser humano como tal, pues lo supedita a la cuenta de resultados y lo convierte en súbdito de quien toma las decisiones, no en su nombre precisamente. Hay que volver al ser humano, al ser que siente y razona, al ser con dignidad, al ser de la igualdad y al ser de la participación.

Pero como esto parece música celestial, apuntaremos alguna posibilidad de esas que sirvan para matar el gusanillo y para acallar un poquito la conciencia.

La participación social, en estructuras pequeñas (ONGs, clubs, asociaciones…) o en estructuras grandes (partidos políticos, corrientes de pensamiento…), se presenta tal vez más necesaria que nunca.

La colaboración, en la pequeña proporción que nos permiten nuestras necesidades individuales, en todo el fenómeno del comercio justo es otro pequeño escape.

Las consideraciones teóricas en pequeñas dosis, en foros públicos mayores o menores (blogs, conferencias…) de la situación en la que nos encontramos en algo puede ayudar.

El apoyo a las medidas que ayuden a la supervivencia de los productos y de los elementos culturales de otros lugares distintos del imperio y que no sean gestionados directa o indirectamente por él.

Apoyar los productos nacionales como defensa de una mínima libertad real del comercio y como parapeto frente a la invasión de los modelos imperiales. Cuánto se podría aquí analizar y proponer para el mundo del cine, por ejemplo…

Desaprobación, al menos parcial y temporal, de los principales símbolos más representativos del imperio (coca cola, hamburguesas, mundo de las marcas…).

Hace no muchos días, un ex jugador de fútbol francés, Eric Cantona, proponía una suma de acciones pequeñitas que, sumadas, podrían hacer pensar a los gurús del imperio. Proponía exactamente retirar muchos pequeños ahorros de los bancos para que la gran banca reaccionara e hiciera circular el capital, que tiene ahogado al consumidor y al pequeño empresario. Parece un acto simbólico y poco productivo. De momento. Habrá que esperar para ver qué nuevas ocurrencias se proponen en los próximos tiempos. Porque algo habrá que hacer para romper esta dinámica de concentración de decisiones.

Ya se ve que son proposiciones de andar por casa, de poca monta, de escasa trascendencia general. Pero acaso de mayor calado en el plano individual.

Porque lo que realmente hay que hacer es repensar el sistema, reordenar la escala de valores y producir un mundo nuevo. Pero ya hemos mentado a la bicha. Y se puede enfadar. Dejémosla que duerma. Y nosotros a dormir con ella. Pero, por lo que más quiera cada uno, que no sea por engaño externo, que los que nos engañemos seamos nosotros, sabiendo que nos estamos engañando.

Aún propondré otra fórmula, más enjundiosa y más duradera y consistente. No es nada nuevo, ya veréis.

martes, 24 de noviembre de 2020

POR LO BAJINI (XII)

 POR LO BAJINI (XII)

 

 2010-12-07                UNA LUCHA DESIGUAL

Aceptado el valor creciente de la cultura, la mayor influencia que ejerce en el mundo actual y reconociendo que su posición y su adaptación a las leyes del mercado es casi absoluta, habrá que admitir que también se incorpora al mundo del hiperconsumo. De tal manera se consume cultura, que cualquiera que volviera a nosotros con solo unos decenios de intermedio se quedaría estupefacto. Sin duda a ello ha contribuido la liberación de tiempo para el ocio, a causa de la revolución absoluta de la técnica. Todo lo que quiera ser realmente se tiene que poner a la vista y al olfato de cualquiera; no tiene más que someterse sin reparos a las leyes del hipercapitalismo que lo controla todo y lo ordena a su manera, lo distribuye, lo jerarquiza, decide desde sus leyes la bondad o la maldad de las cosas y sube a la cúspide o tira por tierra sencillamente a quien le dé la gana.

Buena parte del tiempo libre -controladores mediante- se organiza en torno de la oferta cultural, que cada día es más extensa y hace depender de ella a mayor número de personas. Ahí se encuadra todo el mundo del turismo, de viajes diversos, de comidas, cines, libros, parques temáticos, marcas…. El mejoramiento de todo tipo de medios de comunicación ha contribuido en gran medida a que esa oferta de cultura esté más al alcance de la mano.

Nadie podría oponerse a que esto sea así. Las consideraciones negativas vendrán una vez más por el grado y por la manera en que todo esto se desnaturaliza y se pone al servicio de las estructuras del gran capital, que son las que realmente cuadriculan y promueven los grandes paquetes de oferta. El dinero se ha concentrado, las voluntades de han reducido en número a la hora de decidir, la participación social real parece solo una figuración y mucho menos una realidad concreta. Pero si hasta el inicio de los períodos estacionales o de vacaciones los marca El Corte Inglés: (Ya es primavera en El Corte Inglés).

Buena parte del esfuerzo del ciudadano de a pie se va en complacer esas necesidades creadas artificialmente por los grandes distribuidores de los productos, sean estos más generales o más específicamente culturales. ¿Cuántas son realmente las compañías de discos potentes en el mundo? No controlo esa realidad, pero puedo jugar -y ganar- a que son solo unas pocas. ¿Qué ocurre en nuestro país con las editoriales? Más de lo mismo. ¿Y con el mundo audiovisual? ¿Y con la distribución de los elementos técnicos necesarios que sirvan de soporte a esa cultura? ¿Y con…? Pues eso.

En tales circunstancias en las que el individuo se ve impotente para hacer frente a los grandes monstruos, ¿qué camino le queda? Ni siquiera si los grandes detentadores del poder asumieran alguna función de mecenas dejaría de acecharnos un grave peligro. ¿Cuál? El de hacer del mundo y sus habitantes un moldeado que responda a sus caprichos y a sus gustos. Es el peligro de la homogeneización. Y el de la rebaja del nivel. No hay que olvidar que el mercado necesita que los consumidores no se desanimen del todo ni pierdan alguna capacidad para comprar los productos; si así no fuera, la máquina dejaría de rodar, y esto sí que no se lo puede permitir ni el mundo del capitalismo salvaje. Parece que es un triste consuelo este de pensar que el edificio no se puede dejar caer del todo. Pero es que por el medio se siguen cayendo, y a pedazos, muchas habitaciones.

Esta necesidad de llegar con los productos a muchos exige inevitablemente que el nivel de lo que se ofrece sea comprensible y fácil de asumir para que, si es posible, entusiasme y se expanda. En ese sentido, el producto cultural, y el modelo del mundo por extensión, andan en el filo de la navaja, simplificando procedimientos y echando al mercado prototipos nada complejos. Ya sé que una élite del arte se funda precisamente en la novedad, a veces en la tontería del esnobismo por el esnobismo, pero esa es una ínfima parte que afecta a un tanto por ciento reducido de la población. Dicho con palabras más directas: ¿estos condicionamientos del mercado sobre el producto cultural empujan a trivializar la creación y terminan haciendo una sociedad más pastueña, más uniforme, más bruta y hasta más infantil? Por lo menos hay ejemplos que inducen a pensar en algo de eso.

Pero -otra vez algún pero-, a pesar de las grandes marcas y de sus falsificaciones, a pesar del mundo como aldea global omnipresente, a pesar de todos estos peligros, aún hay vida después del dinero y del capital, después de la uniformización y después de la trivialización. ¿Dónde y cómo?

Echémosle algo de buena voluntad. Existen también muchas muestras de que el ser humano, a pesar de esa lucha desigual en la que está embarcado, se resiste a la uniformidad y da muestras de oponer toda la escasa resistencia que puede para encontrar algo de su identidad. No hay, de momento, peligro excesivo en la disgregación de los conceptos de nación y de los territorios establecidos, a pesar de ejemplos como el de nuestro mismo país. Cada día proliferan más las exquisiteces que se basan en la particularidad en vez de en la universalidad. No hay más que analizar el mundo de la gastronomía, por ejemplo, o el de la moda misma, que se afana en mostrar particularidades propias de cada territorio, o la música que, aunque mezcla cada día más, intenta dar a conocer las peculiaridades propias de cada lugar (ahí está el caso del flamenco), o incluso de la literatura o de la pintura… Cada lugar tiene sus características, que se hunden en los paisajes particulares, en las costumbres, en las relaciones específicas. Ah, y esas identidades particularizantes se buscan, a veces desesperadamente, en las relaciones humanas. Pero esto aquí y ahora no toca.

Tal vez la prueba que puede resultar más consistente es la de que la propia naturaleza del arte está en la investigación y en la necesidad de encontrar cada día elementos diferentes a los usados en la ocasión anterior, es decir, que la expresión cultural, para ser tal, necesita las variables y la pluralidad, la innovación y no la repetición.

¿Quién ganará esta guerra tan desigual entre la universalidad y la particularidad? Sea cual sea el enfoque que queramos darle, lo que parece seguro es que será el mundo del dinero, con sus leyes y con sus exigencias, el que realmente ganará. La creación cultural será en los próximos años como sea y tendrá uniformidad o variedad, pero estará más que nunca sometida a la voluntad del escaso número de los que deciden en los ámbitos financieros. Ahí andamos.


lunes, 23 de noviembre de 2020

POR LO BAJINI (XIb)

 POR LO BAJINI (XIb)

LA INVASIÓN DE LA CULTURA. ¿DE QUÉ CULTURA?

¿A qué altura hemos colocado, entonces, la creación cultural? ¿Y la dignidad del creador? Busquemos, de nuevo, elementos positivos, que alguno tiene que haber.

El primero tal vez sea el de no sacralizar demasiado el trabajo creador, pues sale de la mano de personas con las mismas posibilidades que los demás, y también con las mismas obligaciones: hay que socializar la creación cultural.

El segundo apunta a la posibilidad de que, de esta manera, sea mucho más amplio el número de personas que se acerca a esa cultura a través de museos, exposiciones, viajes organizados, internet, medios audiovisuales…

El tercero es el de que el nivel medio seguramente suba y se gane en cantidad lo que acaso se pierda en calidad.

El cuarto es que seguramente la conciencia del mantenimiento y de la conservación de elementos culturales se acentúe.

El quinto…

O sea, que no hay mal que por bien no venga. El acento de la maldad se sigue poniendo no en la creación, sino en su sometimiento al comercio y en la preponderancia casi absoluta de este frente al acto creador, el espíritu servil de la cultura frente  a la eficacia como meta, en la triste realidad de que sean los medios comerciales y de escaparate los que crean más elementos de referencia y de ejemplo social que los talentos y el esfuerzo, que el valor de la cultura haya seguido el mismo camino del desprestigio que han seguido las estructuras políticas o religiosas, que el arte y la cultura se hayan convertido en buena manera en antiarte y en incultura.

En esta cesta cada creador cultural pone los huevos en la esquina que mejor le parece. Nadie puede obligar a nadie a ser héroe individualmente. Pero tampoco a sentirse sucio en cualquier momento. Allá cada cual. Es tan difícil sustraerse a ciertos encantos…

domingo, 22 de noviembre de 2020

POR LO BAJINI (XIa)

 POR LO BAJINI (XIa)

2010-12-06  LA INVASIÓN DE LA CULTURA. ¿DE QUÉ CULTURA?

Ya se ha dicho más arriba que la estructura del mercado y del comercio lo ocupa todo, y que todo se ha adaptado a sus reglas y a sus condiciones.

El mundo de la cultura no se escapa de esos condicionamientos. Y no lo hace porque necesita, como cualquier otro producto, ponerse bajo el foco, tras los cristales del escaparate universal, para que todo el contorno se entere de su existencia, de su posible valor y de su interés para ser adquiridos.

Hoy más que nunca vivimos en una cultura de masas y cualquier creación cultural tiene que ponerse en el nivel adecuado para que esas masas puedan ser compradoras de la misma. Sigue existiendo el arte elitista, pero queda refugiado en las bodegas oscuras de los grandes inversores y afecta a pocas producciones y a escasos autores. Los demás, casi todos, tienen que ajustarse a las leyes que les imponga el mercado. De esta manera, las coordenadas en las que se produce lo más puro del acto creativo están contaminadas por la repercusión social necesaria para poder poner en circulación el producto.

Son muchas y fundamentales las consecuencias que de todo eso se derivan. Señalaré solo una: la simplicidad necesaria para poder ser interpretada y consumida la obra de arte por cualquier comprador-consumidor. Todo está en el escaparate, y el cristal del establecimiento no es precisamente el de una sala de arte y ensayo.

El proceso de “secularización” del arte no es muy antiguo en la Historia, pero en los últimos tiempos la velocidad de ampliación se ha multiplicado exponencialmente. Tal vez haya sido el cine el ejemplo primero y más ilustrativo. Ya nació con el signo del espectáculo como fundamento y, desde su inicio, el empeño en comercializar la imagen y la fama de los integrantes no ha hecho más que crecer y multiplicarse. Dos datos para el convencimiento: a) La entrega de los Oscar en la que todo se sustancia en escaparate de “estrellas”, figuraciones, escotes y fiestas. Nada de películas ni de elementos artísticos, solo escaparate y más escaparate para un mundo absolutamente idiotizado y complaciente. b) Las promociones de las películas. En esas promociones se gasta más dinero que en el mismo rodaje. El comercio tiene más importancia que el arte y la creación se supedita, en su concepción y en su realización, a las leyes del comercio y del capital. Como para seguir yo creyendo en el artificio hollyvoodiense. Por favor.

Algo similar sucede en el mundo de la televisión, que sustituyó y, en parte, engulló al propio cine. En ese mundo, lo que importa es la pose, la apariencia y, en los últimos años, el escándalo. Este medio, aparentemente universalizador, ha conseguido realmente reducir el mundo a lo que aparece en pantalla; lo demás es como si no existiera: en realidad no existe. Dominar ese medio es conseguir dominar los principales elementos que tejen la escala de valores de la sociedad, lo que equivale a condicionar la opinión, a formarla y a conducir en realidad la vida de las comunidades. A nadie debería extrañarle que los grupos de presión se esfuercen al máximo para que se les den concesiones de emisoras. En España, además, hay dirigentes políticos que no han sentido ni el más mínimo rubor en concederlas a grupúsculos afines, saltándose las más elementales reglas del mercado libre que dicen defender. Los favores se pagan después generosamente en informaciones sesgadas, en comentarios tendenciosos y en programaciones escasamente equilibradas. Y como, también aquí, lo que interesa realmente es la cuenta de resultados, todo se trivializa, se simplifica groseramente y se somete a la presencia de seres que rozan el escándalo y que caen de lleno en la falta de formación y en el exhibicionismo, en el famoseo y en el chismorreo y el marujeo más grosero y zafio: es la mejor fórmula para que el espectador se deje llevar sin aportar criterios propios y conciencia crítica de lo que ve y de lo que se le presenta. El mundo sería casi inconcebible hoy sin la televisión y tener su control es interés prioritario de quien quiere situarse en condiciones favorables para el dominio del mundo del capital también y de todo lo que comporta. El interés es mucho mayor que el de conseguir el poder político.

Aunque en grado menor, algo parecido sucede con el mundo de la radio y de otros medios de comunicación. No hay más que mirar en qué tipo de manos están todos los medios para extraer consecuencias acerca de los intereses que en ellos se encierran.

Tal vez, junto al caso de la televisión, internet sea el último ejemplo de lo que se viene afirmando. Este medio ha puesto todo al alcance de todos y también, en alguna medida, lo ha trivializado todo. Cualquiera puede expresarse, desde cualquier lugar y desde cualquier nivel. Hasta yo mismo lo hago, con perdón. Es el medio masificado, es el medio que exige niveles comprensibles para ser aceptado, es el medio que hace a todos “artistas”, aunque sea de pacotilla.

El creador que quiera darse a conocer en tiempo real no tiene más remedio que someterse a las reglas del inmenso escaparate de los medios e incluso crear con el goteo en el pensamiento de que es la masa la que impone las condiciones y el canon. El artista es otro obrero más que trabaja para la empresa, para el medio, para la estructura comercial, para el capital. Solo si logra entrar con algo de éxito en la rueda del escaparate tendrá alguna posibilidad de decir algo personal. Tal vez cuando ya sea demasiado tarde. Primero hay que ser Belén Esteban, más tarde ya veremos.

sábado, 21 de noviembre de 2020

POR LO BAJINI (X)

 POR LO BAJINI (X)

2010-12-06         UN PARÉNTESIS DE CONSUELO

Con este panorama tan descorazonador que uno logra atisbar y, sobre todo, en el que uno no ve cómo se puede derribar al monstruo que todo lo llena, si no es con una acción totalmente revolucionaria, ¿cómo consigue un cualquiera encontrar la forma de consolarse un poquito? Pues acaso buscando los resquicios positivos, o menos malvados, que le puedan quedar a este sistema virtual y engañoso.

Por ejemplo, a pesar de la superestructura del capital, todavía el esquema político del mundo parece que se mantiene. La verdad es que cada día con menos poder de decisión y más como fámulo de los poderes económicos, pero ahí está. Todavía se sigue hablando de naciones y de comunidades territoriales, sociales y políticas. No es fácil adivinar si por mucho tiempo ni en qué condiciones, sin embargo.

Otro hecho importante es que los BOEs siguen en manos de los representantes de los ciudadanos; claro que con las mismas o mayores limitaciones y servilismos que las naciones.

Tampoco parece probable que, de momento, el hipercapitalismo pueda reducir a cero las concepciones religiosas, sean estas buenas o malas, benignas o perniciosas; sin embargo, también es evidente que las arrastra a todas, incluso en sus secciones más fanáticas, a sus propios estilos de vida.

Es posible pensar que, al menos a corto plazo, esta superestructura no va a conseguir la desestructuración total de los grandes referentes históricos, como civilizaciones, religiones, y que, más bien, va a tratar de adaptarse camaleónicamente a cada una de las variantes nacionales o regionales para ajustar el producto a las señales identitarias de cada territorio.

Ya no me salen más bondades y escasamente creo en las que he enumerado, ya se ve que muy matizadamente y casi a regañadientes. No será porque no le echo buenos ánimos. Pero, para mí, no hay más cera que la que arde.

Porque he de volver después a ese mundo en el que el individuo anda aherrojado y apenas tiene orientación ni asideros mínimamente seguros.

viernes, 20 de noviembre de 2020

POR LO BAJINI (IX)

 

 

POR LO BAJINI (IX)

2010-12-06  ¡A COMPRAR!

A finales de 2010, una buena parte de la población mundial pasa hambre y las desigualdades económicas son mayores que nunca en este planeta. Existe un importantísimo volumen de población que se mueve en la subsistencia, en la baja estima, en la desregulación y en los arrabales y las afueras del bienestar.

Pues hasta estos indigentes sufren el acoso del mercado y del hiperconsumo, y su aspiración es la de acercarse a la velocidad de gastar la energía y los productos que tienen las personas de los llamados primeros mundos. En los momentos en los que notan el aumento de sus posibilidades para consumir con más velocidad, parecen experimentar como un crecimiento de satisfacción y hasta de felicidad. Acaso no es toda la verdad esa verdad. Veamos.

En el mundo occidental, este en el que nos movemos, la tecnología -ya se dejó dicho- lo llena todo y lo invade todo. Todos aspiramos a ser dueños de elementos que aparentemente hacen más agradable nuestra existencia. Sea. Pero abramos un poco más los ojos. Los últimos adelantos técnicos apuntan más hacia el individuo que a la colectividad, intentan la satisfacción personal antes que la colectiva. De nuevo, el caso paradigmático vuelve a ser internet, con su potencia universalizadora, pero también con el aislamiento que produce y el enclaustramiento a que conduce. Algo semejante se podría decir del móvil o de los elementos de reproducción musical o de imágenes.

Este hecho produce algunas consecuencias de importancia capital. De nuevo se puede observar que el tiempo y el espacio se desregulan, en el sentido de que se hacen particulares y de uso individual para cada usuario. En una familia, hoy, nos podemos encontrar con que un componente se va a dormir a hora temprana mientras que otro dedica varias horas de la noche a cualquier afición personal. La repetición de estos usos personalizados del tiempo y del espacio termina modelando unas costumbres y hasta una moral y una ética personalizadas e individualizadas, y, por acumulación, también social. Solo este fenómeno sería suficiente como para intentar conocer y regular, hasta donde se pudiera, este asunto del hipercapitalismo y del hiperconsumismo.

Y es que el mundo del comercio se ha vuelto ubicuo y omnipresente; sus poderes son tan amplios, que nos acosa por todas las esquinas y en todo momento. Se produce tanto y existe tal necesidad de mover el mercado para seguir produciendo y que la cadena ruede, que nos encontramos con una superoferta imposible de digerir en condiciones de normalidad y en un ambiente en el que el consumo fuera tan solo un elemento más de la vida del ser humano.

Pero nada de esto es así. El comercio busca la cuadratura del círculo. Y no la va a encontrar nunca. Se tiene tal capacidad de producción que, por más que la publicidad acose, cada vez hay más oferta, más productos almacenados, más situaciones especiales del comercio (rebajas, mercadillos, necesidades de eliminar producción…) y más lugares en los que la situación física y anímica es ideal para que el intercambio comercial se produzca: horarios ininterrumpidos, fiestas cada vez más comercializadas, calendarios pensados solo para el consumo, compras por internet, grandes almacenes en los que existe de todo y que invitan a pasar una jornada en ellos, publicidad absolutamente agresiva, idealización de los productos y del mundo que dicen representar… Parece sencillamente imposible sustraerse a los encantos de esta superestructura universal en tiempo y espacio. Pero pasear por las calles de casi cualquier pequeña ciudad y ver los pequeños comercios es tanto como echarse a temblar y a compadecer a las personas que, casi literalmente, gastan inútilmente el tiempo allí solos ante la falta de clientes, con el consiguiente malestar y enfado personal, y con el también consiguiente despilfarro social de energías humanas para casi nada.

Y, por si fuera poco, ese estado de omnipresencia del comercio ha impregnado todos los productos, no solo a los tradicionalmente comerciales. También el arte, la cultura, la política o la religión se hallan supeditados a las estructuras comerciales y a sus esquemas de venta, de manera que la superestructura es el comercio, no el producto. A estos esquemas obedecen los telepredicadores, las páginas web de los conventos, las subastas de arte, las promociones y los premios literarios, los gastos en promoción de las películas que, vergonzosamente, son mayores que los utilizados en la creación de la obra artística, y muchas de las actuaciones políticas (el caso de las últimas elecciones catalanas y sus vídeos lo ilustra perfectamente). *

Esta hiperinfluencia (uso conscientemente muchas veces el prefijo hiper-) se apodera sin remedio de las posibilidades del ser humano y lo convierte en un ser cautivo e indefenso ante el poderío del mundo del dinero y del consumo, en un ser hiperconsumidor hasta terminar modificando sus conductas y sus comportamientos. Naturalmente, cada individuo tiene sus defensas según su formación, su cultura, sus costumbres o su capacidad reflexiva, pero el ambiente genérico es sencillamente apabullante y de muy difícil digestión. No parece demasiado exagerado, entonces, hablar hoy del homo consumidor pues poco se escapa a esta influencia. Hasta el punto de que se han desarrollado nuevas enfermedades directamente relacionadas con el consumo exagerado: la patología del consumidor compulsivo, las bulimias como respuestas a los modelos físicos impuestos por las modas y el mundo del consumo y del comercio, las dietas exageradas que producen tantos desequilibrios…

Porque es tal vez en esta variable de los modelos estéticos en la que se ve mejor la influencia de los consumos alimenticios y de sus tipos. Hasta hace tres días en el tiempo, el modelo de belleza tenía que ver con el cuerpo poco esquelético, con el color blanco y con la tez sonrosada; las mujeres se tapaban la cara y las manos en sus trabajos del campo para mantener su color blanquecino. Hoy todo se somete al imperio de un cuerpo escaso de carnes y al color moreno. El comercio se ha preocupado de crear toda una industria de cosméticos, vacaciones, gimnasios, y tejidos que simulan contribuir a conseguir tal fin. Y parece que con todo el éxito, según la legión de seguidores que tiene y la docilidad que muestran con tal de apuntarse al modelo.

Aplíquese el análisis a cualquiera otra variable y extráiganse consecuencias razonables y razonadas.

De manera que podríamos simplificar una cadena con estos componentes: Superproducción, superoferta, superpublicidad, omnipresencia del mundo comercial, consumidor que se vuelve inerme y compulsivo. Pero también -y tal vez esto vuelva a ser lo más importante- consumidor desorientado y manipulado en unos niveles absolutamente escandalosos.

Sirva todo ello con tal de alcanzar algún grado superior de felicidad en el ser humano. Pero, ¿se cumplirá ese objetivo de ser un poco más felices con el mundo del consumidor compulsivo? Todo parece indicar, desgraciadamente, que no.

Hay evidencias en contra y hasta hallazgos de equipos multidisciplinares que investigan durante toda su vida que han descubierto la existencia de momentos de felicidad un poco más baratos y bastante menos caros. Un equipo de la universidad de Harvard (perdonad la ironía) acaba de publicar el hallazgo de un grupo de amigos que, paseando por el campo y disfrutando de la naturaleza, parecían encontrarse un poco menos tristes e infelices. Me parece que estos investigadores están propuestos para el premio Nobel. Tal vez lo consigan: el hallazgo lo merece. Yo mismo me he sentido muy contento con mi nieta estos días en casa jugando y riéndome. Juro que me ha salido muy barato. Lo malo es que se ha ido y ahora estoy un poquito más triste. Cachis.

*El original de este escrito es de 2010

jueves, 19 de noviembre de 2020

POR LO BAJINI (VIII)

POR LO BAJINI (VIII) 

 ¿Y SI ME PIDO UNA PIZZA?

A ver si le buscamos algún resquicio a esta nueva vida, a esta nueva moral y a esta nueva organización.

Hasta hace no mucho -ya se ha dicho otro día- las culturas se apoyaban y hasta se hundían en principios sagrados. Estos principios, si no racionales, sí eran consistentes y duraderos, pues, o bien la sociedad no se planteaba su análisis en profundidad ni su cambio, o bien diversas fuerzas lo impedían.

La modernidad se puede resumir, aunque sea de forma gruesa, en el descubrimiento del individuo y de su valor por encima de cualquier otra consideración o fundamento. Cuando hay divergencia entre razón y fe, será ya la razón la que reivindique su supremacía. Esa es la verdadera modernidad. El ser humano no solo se descubre fundamento sino igual ante las posibilidades: la razón es elemento universal y común. Y, desde ese descubrimiento, también asume las exigencias de ordenar su propia vida con las leyes que crea convenientes. Ahora ya no solo existen las tradiciones, ahora es que se pueden cambiar y hasta negar.

Según esta nueva situación, entran en conflicto toda una serie de realidades que hasta no hace mucho reinaban sin demasiada controversia. Es el caso de las tradiciones, de las influencias religiosas, de las estructuras morales sin cuestionar, de las instituciones inamovibles, de las relaciones familiares, de los partidos políticos…

Todo esto ha quebrado, al menos en su intensidad, en los últimos decenios. Cualquier repaso somero nos lo confirma. Piénsese, si no, qué sucede con estas dos instituciones: la familiar y la política.

La institución familiar, a pesar de ser la más estimada, ha adquirido una diversidad formal imprevista hace tan solo unos años. El modelo único hace aguas por todas partes y las cifras lo confirman. A fecha de hoy, y esto se ha producido en muy escasos años, se celebran tantos o más matrimonios civiles que religiosos, se multiplican las familias monoparentales, los divorcios son moneda común, el reparto de funciones entre el hombre y la mujer felizmente casi nada tiene que ver con lo que sucedía hace veinte o treinta años: incorporación de la mujer al mundo del trabajo, educación compartida, decisiones también compartidas, reparto de autoridad, tiempos libres separados… Es tal la suma de diferencias, que solo con esta institución se podría afirmar, sin temor a equivocarnos, que la sociedad ha sufrido una revolución extraordinaria. Y las implicaciones que este cambio profundo conlleva son para ensayo largo por importantes y numerosas. Todas ellas apuntan hacia un individualismo cada vez más evidente.

Algo similar sucede con las adhesiones de tipo político. Las grandes organizaciones políticas y sindicales sufren hoy tal vez uno de sus momentos más preocupantes en cuanto a adhesión, afiliación o simplemente comprensión. Por las razones que sea -algunas ya se han expuesto en otras líneas-, todo se conjura para hacer parecer que todas las formaciones sociales son similares y la teoría de la equidistancia tiene legión de seguidores. Desde la caída del Muro de Berlín, y con los resúmenes que se presentan de la experiencia del socialismo real, nada hay consistente que se pueda oponer ni siquiera al capitalismo más salvaje. No sé si los representantes públicos de las distintas formaciones políticas representan tampoco las opciones más sólidas ni si contribuyen muy en positivo a la estima y al enganche en esas estructuras. La abstención aumenta por doquier y, en época de crisis, aún más. Es también fenómeno que merece un desarrollo extenso pero que creo que tiene que partir de las evidencias que aquí solo se enumeran.

Valgan estos dos ejemplos de lo que se extiende en todos los campos de la convivencia social.

¿Qué le sucede al individuo particular en esta situación tan zozobrante? Pues, entre otras muchas cosas, que se desconcierta, que se esconde y se repliega en sí mismo y que se hace mucho más un ser hiperindividualizado. El hiperindividualismo era -es- otra de las características de este mundo del hipercapitalismo. Es el nuevo homo individualis. Pero también es el homo dudans, el homo timorosus… el hombre hallado y, en alguna medida, también perdido en el marasmo y en la falta de asideros convincentes.

¿Cómo se puede combatir esta situación? ¿Qué banderines de enganche sustituyen a estos que se han perdido?

Porque el ser humano, a pesar de los pesares, sigue siendo un animal social, no puede desengancharse de los demás y su vida se concreta en una red de relaciones y termina siendo sus propias circunstancias. Perdidas sus ataduras y sus seguridades de antaño, desinflado en sus referencias religiosas, de clases, de representación pública, desnortado en algún modo en las reglas de la estructura familiar, más solo y solitario que nunca a pesar de tener todo el mundo a su alcance, huérfano de metas comunitarias que le resulten creíbles, lejos de teorías filosóficas, religiosas o políticas que expliquen de manera global el mundo, ¿adónde puede  acudir?, ¿qué le puede servir al menos de placebo para engañarse en esa soledad?, ¿en qué se puede diluir para dejar que el tiempo corra de la forma menos mala posible?

Seguramente esté encontrando vías en las redes sociales algo de ese sucedáneo, tal vez los rebrotes de agrupaciones particulares obedezcan a esta situación de individualismo: ONGs, grupos de todo tipo, peñas, sociedades deportivas, asociaciones varias, cofradías, sectas, clubes… Pero todo en grupos fragmentados y particulares. Y con el triste contentamiento de que pasar el rato no muy mal es suficiente. El hombre está en todo el mundo y todo el mundo está en cada hombre, pero el ser humano anda solo y temeroso, se ha creado el caldo de cultivo para todo aquello que favorezca el hiperindividualismo.

De él se benefician todos los grupos que auspician, en la teoría o en la práctica, el valor individualizado. Ahí está el éxito casi generalizado de las opciones políticas de derechas, llamadas liberales de derechas, y el alza evidente de las opciones extremistas. Y ahí está el señuelo casi invencible del hedonismo como forma de huir de la soledad y hasta de la angustia, como intento de arreglar tanto desarreglo y tanto grito solitario, tanta soledad y tanto aislamiento invirtiendo en uno mismo y en su regalo. Y no es un hedonismo cualquiera. El ser humano se ha dejado engatusar por el hedonismo que encuentra su espacio y su tiempo, su antes y después, su contexto apropiado, en los mercados y en el consumo. De tal manera que aquello que había desregularizado todo se ofrece ahora para intentar arreglarlo. Quién lo hubiera dicho. Para ello necesita que el ser humano se torne dócil y dispuesto a consumir sin descanso. Será -es ya- el hombre consumidor.

Habrá que pensarlo. 

miércoles, 18 de noviembre de 2020

POR LO BAJINI (VII)

POR LO BAJINI (VII)

 EL HOMO TECNO-SAPIENS

Echaré un vistazo a la segunda de esas patas que sostienen a ese mundo omnipresente del hipercapitalismo de los últimos años: la hipertecnología.

No necesito esforzarme demasiado para que la realidad me anegue y me empequeñezca. La afirmación de que en los últimos decenios se han producido más avances técnicos que en el resto de la Historia no incluye ninguna exageración. Es una realidad apabullante que hay que contemplar, gozar y, si se puede, analizar. No es seguro, sin embargo, que los principios básicos de la ciencia se hayan ni aumentado ni modificado demasiado. Los principios básicos se resisten a ser alcanzados y a ser descubiertos. Y tal vez no sean demasiados. En ello andan los científicos reales y más vocacionales, pero el mercado inmediato no permite el sosiego que este apartado merece. Tal vez por ello, o son las grandes compañías, que lo amortizan todo en muy corto tiempo, o son los poderes públicos los que apoyan, y en escasa medida, tales investigaciones. Algo muy distinto son los desarrollos de esos principios, es decir, las técnicas. En este apartado, la mirada se aturde y no da abasto ni siquiera para enumerar la cantidad enorme de elementos técnicos que han venido a hacer nuestra vida más llevadera y menos atada a nuestras actividades manuales: mundo de la automoción, de los electrodomésticos, de los medios de comunicación, robotizaciones, mundo de la medicina, la bioquímica, la ecología… Sencillamente apabullante.

Las sociedades más “adelantadas” se han ocupado un poco más del desarrollo científico y mucho más del desarrollo técnico. Se decía no hace muchos años que Estados Unidos pedía a Europa que formara científicos y que, una vez formados, los mandara a América para poner en práctica esos principios en los desarrollos técnicos.

¿Es bueno tanto adelanto técnico? No es fácil encontrarle, a primera vista, perjuicios. Todo deslumbra y ciega, todo atrae con su canto de sirenas, todo parece irresistible. Sea, pero acaso no es oro todo lo que reluce.

Lo más importante es que esa hipertecnología que todo lo invade no es un departamento estanco que tanto nos subyuga. Tal es su fuerza, en cantidad y en calidad, que ha conseguido modificar la ética y la moral de los ciudadanos y de las sociedades. Su poder ha impregnado, o tal vez ha anegado, la forma de ver la vida y los comportamientos del individuo menos avezado y con menos poder de protección. Las formas de pensar y de actuar se someten sin demasiada oposición a las exigencias del mundo de la técnica y los esfuerzos se ordenan a lo que disponga ese mundo y a los plazos que nos imponga para acercarnos a él, para introducirnos en él y para diluirnos en él. Y aquí los plazos son de letras y de renuncias constantes a todo lo que la tecnología haya sometido a sus dominios. Un ejemplo sencillo: ¿cuántas personas no ordenan sus gastos mensuales teniendo como prioridad la exigencia del pago de la letra de un coche? Pues eso. De modo que la técnica termina por imponer sus principios, su ética y su moral. ¿O en nuestra escala de valores no anda en la cúspide la obtención de alguno de los aparatos que más lucen según la publicidad? Indagar hasta qué punto condiciona nuestra escala de valores este mundo hipertecnificado aparece tan apasionante como imposible en estas líneas. Este, con mucha diferencia, me resulta a mí el peligro más importante.

Pero es que asoman más peligros a ese mundo que a primera vista parecía tan atractivo y maravilloso. Son los que tienen que ver más directamente con los propios elementos físicos. Y no son pocos los que ha acarreado el desarrollo hipertecnológico: desastres nucleares, desastres ecológicos (cambio climático, por ejemplo), nuevas enfermedades, alimentos contaminados. La exageración en el desarrollo técnico necesita -parece una obviedad- productos físicos más abundantes; algunos se extraen después de desechar otros muchos y comportan peligros evidentes. No en vano, el mundo de todo lo que rodea a la ecología crece exponencialmente en los últimos decenios.

A la vista de beneficios y perjuicios, cabe formularse algunas preguntas de difícil respuesta: ¿Puede haber un crecimiento desregulado mucho tiempo?, ¿este crecimiento puede ser infinito?, ¿quién tiene capacidad para ponerle los límites razonables?, ¿a qué ritmo se tiene que producir ese crecimiento?, ¿a costa de qué se está produciendo la hipertecnificación?... Desde luego que a costa de cambios morales muy profundos y de modificaciones y de peligros naturales muy notables.

Por si todo esto fuera poco, el mundo de internet ha venido a universalizar todo y a la vez a individualizarlo, a poner todo al alcance de la mano de cualquiera y a encerrar más a cada individuo en su soledad física y tal vez moral. Los vecinos son todos, pero nadie sabe en realidad dónde vive cada uno; empieza a haber más relaciones virtuales que contactos físicos y reales.

Todo ello implica un estado de inseguridad en el individuo, que tiene que combatir moviéndose en un universo convulso y de dimensiones formidables, pero a la vez en espacios personales y particularizados. Son las nuevas condiciones del hombre no ya sapiens sino tecno-sapiens. Esto le ha impuesto una nueva vida, una nueva moral, una organización social diferente.

¿Cuáles? Si yo lo supiera... 

martes, 17 de noviembre de 2020

POR LO BAJINI (VI)

 POR LO BAJINI (VI)

UN GIGANTE QUE DA MIEDO b

¿Adónde mirar, en esa situación, para buscar literalmente consuelo? No resulta nada sencillo, a algo menos en estos tiempos. Hasta hora, existían algunos modelos de vida a los que agarrarse con cierta fuerza. Venían del campo de la religión o de la ideología, o de las organizaciones sindicales, o de la ilusión de ruptura de regímenes antidemocráticos. ¿Qué asideros le quedan al hombre de comienzos del siglo veintiuno? El socialismo teórico anda por los suelos y no se ve la forma de que recupere fuerzas, por más que el análisis, parte por parte, le dé tanta razón. La religión, como suma de conceptos absolutos, aunque sin base racional, tampoco pasa por su mejor momento, y lo que se observa es una suma de actuaciones minúsculas que se enfrentan al capitalismo salvaje, pero que ni se unen ni parecen ofrecer más que fuerzas a la contra y no propuestas globalizadoras y positivas. Es el panorama, por muy oscuro que parezca.

Los intelectuales parece que se han recogido en sus horarios y en sus casas adosadas a ver pasar el tiempo y los partidos de izquierda que tienen alguna fuerza en el mundo occidental apenas si se atreven a ponerle una cara más vistosa y menos vergonzosa al mundo hipercapitalista, y poco más.

Los jóvenes, en términos generales, tampoco parecen tener ojos ni esfuerzos para otra cosa que no se ganar dinero y entrar por alguna puerta en el mundo de los triunfadores sociales, que no son precisamente ni los caminos intelectuales ni los de empeño social sino los del dinero y los de la fama lograda de cualquier manera y al amparo del mínimo esfuerzo (cine, deportes, programas televisivos…). Y luego los principales representantes del capitalismo hablan de la necesidad del esfuerzo y del trabajo. Cuánto fariseo.

Es verdad que podemos fijar los ojos en elementos que nos pueden consolar un poco. Un poco y para disimular. Existen los derechos humanos, que se van ampliando y universalizando, existen algunos resquicios en algunos medios que, al menos de vez en cuando y en pequeños tragos, nos traen imágenes y pensamientos que nos remueven y que por un momento nos hacen decir basta, y hasta existen fórmulas de extensión que pueden ser universales, aunque partan de una simple habitación. Pero no es bueno engañarse demasiado, sobre todo si no somos conscientes de que nos estamos engañando.

El ogro es tan grande que los gobiernos se asustan y pierden el oremus con tal de complacerlo. ¿Qué puede hacer un ser individual y sin poderes?

Es bueno perderse alguna mañana por el campo. La naturaleza es hermosa y duradera.

Mi nieta está conmigo y eso casi me basta. Me queda algún refugio. No molesten, por favor, a quien se aleja huyendo del fantasma.