POR LO BAJINI (XIa)
2010-12-06 LA
INVASIÓN DE LA CULTURA. ¿DE QUÉ CULTURA?
Ya
se ha dicho más arriba que la estructura del mercado y del comercio lo ocupa
todo, y que todo se ha adaptado a sus reglas y a sus condiciones.
El
mundo de la cultura no se escapa de esos condicionamientos. Y no lo hace porque
necesita, como cualquier otro producto, ponerse bajo el foco, tras los
cristales del escaparate universal, para que todo el contorno se entere de su
existencia, de su posible valor y de su interés para ser adquiridos.
Hoy
más que nunca vivimos en una cultura de masas y cualquier creación cultural
tiene que ponerse en el nivel adecuado para que esas masas puedan ser
compradoras de la misma. Sigue existiendo el arte elitista, pero queda
refugiado en las bodegas oscuras de los grandes inversores y afecta a pocas
producciones y a escasos autores. Los demás, casi todos, tienen que ajustarse a
las leyes que les imponga el mercado. De esta manera, las coordenadas en las
que se produce lo más puro del acto creativo están contaminadas por la
repercusión social necesaria para poder poner en circulación el producto.
Son
muchas y fundamentales las consecuencias que de todo eso se derivan. Señalaré
solo una: la simplicidad necesaria para poder ser interpretada y consumida la
obra de arte por cualquier comprador-consumidor. Todo está en el escaparate, y
el cristal del establecimiento no es precisamente el de una sala de arte y
ensayo.
El
proceso de “secularización” del arte no es muy antiguo en la Historia, pero en
los últimos tiempos la velocidad de ampliación se ha multiplicado
exponencialmente. Tal vez haya sido el cine el ejemplo primero y más
ilustrativo. Ya nació con el signo del espectáculo como fundamento y, desde su
inicio, el empeño en comercializar la imagen y la fama de los integrantes no ha
hecho más que crecer y multiplicarse. Dos datos para el convencimiento: a) La
entrega de los Oscar en la que todo se sustancia en escaparate de “estrellas”,
figuraciones, escotes y fiestas. Nada de películas ni de elementos artísticos,
solo escaparate y más escaparate para un mundo absolutamente idiotizado y
complaciente. b) Las promociones de las películas. En esas promociones se gasta
más dinero que en el mismo rodaje. El comercio tiene más importancia que el
arte y la creación se supedita, en su concepción y en su realización, a las
leyes del comercio y del capital. Como para seguir yo creyendo en el artificio
hollyvoodiense. Por favor.
Algo
similar sucede en el mundo de la televisión, que sustituyó y, en parte, engulló
al propio cine. En ese mundo, lo que importa es la pose, la apariencia y, en
los últimos años, el escándalo. Este medio, aparentemente universalizador, ha
conseguido realmente reducir el mundo a lo que aparece en pantalla; lo demás es
como si no existiera: en realidad no existe. Dominar ese medio es conseguir
dominar los principales elementos que tejen la escala de valores de la
sociedad, lo que equivale a condicionar la opinión, a formarla y a conducir en
realidad la vida de las comunidades. A nadie debería extrañarle que los grupos
de presión se esfuercen al máximo para que se les den concesiones de emisoras.
En España, además, hay dirigentes políticos que no han sentido ni el más mínimo
rubor en concederlas a grupúsculos afines, saltándose las más elementales
reglas del mercado libre que dicen defender. Los favores se pagan después
generosamente en informaciones sesgadas, en comentarios tendenciosos y en
programaciones escasamente equilibradas. Y como, también aquí, lo que interesa
realmente es la cuenta de resultados, todo se trivializa, se simplifica
groseramente y se somete a la presencia de seres que rozan el escándalo y que
caen de lleno en la falta de formación y en el exhibicionismo, en el famoseo y
en el chismorreo y el marujeo más grosero y zafio: es la mejor fórmula para que
el espectador se deje llevar sin aportar criterios propios y conciencia crítica
de lo que ve y de lo que se le presenta. El mundo sería casi inconcebible hoy
sin la televisión y tener su control es interés prioritario de quien quiere
situarse en condiciones favorables para el dominio del mundo del capital
también y de todo lo que comporta. El interés es mucho mayor que el de
conseguir el poder político.
Aunque
en grado menor, algo parecido sucede con el mundo de la radio y de otros medios
de comunicación. No hay más que mirar en qué tipo de manos están todos los
medios para extraer consecuencias acerca de los intereses que en ellos se
encierran.
Tal
vez, junto al caso de la televisión, internet sea el último ejemplo de lo que
se viene afirmando. Este medio ha puesto todo al alcance de todos y también, en
alguna medida, lo ha trivializado todo. Cualquiera puede expresarse, desde
cualquier lugar y desde cualquier nivel. Hasta yo mismo lo hago, con perdón. Es
el medio masificado, es el medio que exige niveles comprensibles para ser
aceptado, es el medio que hace a todos “artistas”, aunque sea de pacotilla.
El
creador que quiera darse a conocer en tiempo real no tiene más remedio que
someterse a las reglas del inmenso escaparate de los medios e incluso crear con
el goteo en el pensamiento de que es la masa la que impone las condiciones y el
canon. El artista es otro obrero más que trabaja para la empresa, para el
medio, para la estructura comercial, para el capital. Solo si logra entrar con
algo de éxito en la rueda del escaparate tendrá alguna posibilidad de decir
algo personal. Tal vez cuando ya sea demasiado tarde. Primero hay que ser Belén
Esteban, más tarde ya veremos.
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