POR LO BAJINI (XIb)
LA INVASIÓN DE LA CULTURA. ¿DE QUÉ CULTURA?
¿A
qué altura hemos colocado, entonces, la creación cultural? ¿Y la dignidad del
creador? Busquemos, de nuevo, elementos positivos, que alguno tiene que haber.
El
primero tal vez sea el de no sacralizar demasiado el trabajo creador, pues sale
de la mano de personas con las mismas posibilidades que los demás, y también
con las mismas obligaciones: hay que socializar la creación cultural.
El
segundo apunta a la posibilidad de que, de esta manera, sea mucho más amplio el
número de personas que se acerca a esa cultura a través de museos,
exposiciones, viajes organizados, internet, medios audiovisuales…
El
tercero es el de que el nivel medio seguramente suba y se gane en cantidad lo
que acaso se pierda en calidad.
El
cuarto es que seguramente la conciencia del mantenimiento y de la conservación
de elementos culturales se acentúe.
El
quinto…
O
sea, que no hay mal que por bien no venga. El acento de la maldad se sigue
poniendo no en la creación, sino en su sometimiento al comercio y en la
preponderancia casi absoluta de este frente al acto creador, el espíritu servil
de la cultura frente a la eficacia como
meta, en la triste realidad de que sean los medios comerciales y de escaparate
los que crean más elementos de referencia y de ejemplo social que los talentos
y el esfuerzo, que el valor de la cultura haya seguido el mismo camino del
desprestigio que han seguido las estructuras políticas o religiosas, que el
arte y la cultura se hayan convertido en buena manera en antiarte y en
incultura.
En
esta cesta cada creador cultural pone los huevos en la esquina que mejor le parece.
Nadie puede obligar a nadie a ser héroe individualmente. Pero tampoco a
sentirse sucio en cualquier momento. Allá cada cual. Es tan difícil sustraerse
a ciertos encantos…
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