POR LO BAJINI (II)
¿LE QUEDA ALGÚN OFICIO DIGNO A LA CULTURA?
No
sé muy bien si el mundo en el que vivimos nos permite la mirada tranquila y
reflexiva, el sosiego y la calma, la vista panorámica. Hay mucha fuerza oculta,
o no tan oculta, que trama cada minuto, que pone paredes insalvables, que nos
ocupa tanto y de manera tan febril que no nos da respiro para pensar y deducir
algo extenso y duradero. Vivimos en una sociedad en la que todo se diluye en el
momento, en la que el tiempo es más fugaz que nunca, en la que las verdades y
los grandes sistemas filosóficos o religiosos andan más a la deriva quizás que
nunca. Ya todo se mueve en los parámetros del hipercapitalismo y no hay
siquiera indicios de que nadie le ponga pie en pared ni le enfrente otros modos
de explicar y de andar por la vida. “Apenas
si nos dejan decir que somos quien somos”
y, como mucho -y con respeto y casi devoción-, podemos atrevernos a regular un
poquito ese mundo en el que el dinero y las finanzas lo son todo o casi todo.
Sentarse
un rato a echar un cuarto a espadas acerca del valor que puedan tener en este
panorama aspectos como las ideas sociales, las religiosas, las políticas,
tratar de descubrir el valor de la cultura, es como para ponerse triste y volar
hacia el sueño y hacia el limbo.
Véase
la cultura. ¿Dónde quedan los dogmas, los principios, aquellas obras clásicas?
Hoy todo anda sometido al comercio y al consumo. También el arte en general.
También la literatura en general. Creo que, hasta la poesía, a pesar de ser,
con mucho, la hermana pobre en dividendos.
Algunos
autores revisan los cortes fundamentales de la cultura en el s. XX y se fijan
en tres momentos: las vanguardias del primer tercio del siglo pasado (corte
artístico liberalizador), toda la simbología de Mayo del 68 o Primavera de
Praga (corte de liberalismo cultural), y la situación del hipercapitalismo de
los últimos treinta años (corte de liberalismo económico). Cada uno de estos
cortes supone una nueva visión y una nueva situación del ser humano y del valor
de su cultura.
En
la que ahora nos toca vivir, tal vez lo más notable sea el desconcierto en el
que todos andamos sumidos. Nada hay absoluto en el panorama cultural, no
existen asideros seguros, no se concibe nada permanente, la velocidad de los
cambios no nos permite casi ni explicarlos, y mucho menos degustarlos con algo
de tranquilidad, nadie que reflexione un poco espera volver a tener los
anteriores mundos de equilibrio y de algunas certidumbres o elementos
universales, ni en los campos intelectuales, ni en los religiosos ni en los
sociales o políticos. El mundo económico se ha vuelto hegemónico y, a su lado,
se empequeñecen, cuando no se anulan, los poderes políticos. El mundo hoy es
mucho más incierto que hace solo unos decenios.
Es
verdad que se apuntan algunos caminos que parecen luchar para darnos algún
punto de enganche, algo en lo que escudarnos, que no sea solo el mundo
financiero y el modelado exclusivo que del mundo hace a su antojo y capricho:
el embrión de justicia internacional, algo del mundo ecológico, algunos foros
internacionales (que no muestran más que buena voluntad y escasos resultados
prácticos), el ambiente de las ONGs, y hasta, por la otra esquina, algunos
rebrotes religiosos, casi todos extremistas. Poca cosa para el poder omnímodo
del dinero y del capital, del mundo hipercapitalista.
¿Qué
nos aguarda, entonces? ¿Le queda algún recodo al mundo de la cultura y del
pensamiento en general, del viejo humanismo, para actuar en este ambiente? ¿A
qué puerta llamar que ofrezca algún refugio? ¿Cómo asentar todo este cúmulo de
fantasmas que se nos han echado encima? Porque matar al gigante no parece
posible; si acaso, domarlo con cariño y con mucho mimo, para que no se enfade y
no nos coma a nosotros. El ejército de la revolución se ve encogido y chico,
pequeño y asustado, sin ocasión siquiera de organizarse un poco, sin banderín
de enganche en el que apuntar al menos el nombre y un simple conmigo que no
cuenten. Qué le vamos a hacer.
Pondré
una vez más un ejemplo conscientemente provocador: “Mientras este mundo no
considere que yo mismo no soy más productivo que Ronaldo o que Messi, no
habremos avanzado nada”. El ejemplo, por supuesto se trae no por el nombre sino
por la ocupación en la cultura. Vaya una tarea. Casi da risa hasta plantearla.
Y, sin embargo, ahí está aguardando a darle forma, a encaminar esfuerzos para
que sea verdad, esperando a que alguien grite y que no se resigne tan deprisa.
Tal
vez el primer paso tendrá que ser el de la movilización de todo el mundo que
prometa alguna fuerza creadora dispuesta a compartir con la comunidad. Hay
mucha, mucha gente, que guarda sus tesoros sin poderlos mostrar. Y hay que
darles valor a esas potencias. También el comercial, pero sobre todo el de la
certeza y el de la justicia, el de la solidaridad y el del esfuerzo.
Estructurar
todos estos potenciales y dar cauces a todos los futuros seguro que pasa por la
inversión y el cultivo de la educación. Invertir en educación sigue siendo lo
más rentable a medio plazo, y no levantar la mirada para verlo es quedarse
ciego para toda la vida. La educación descubre las posibilidades de todos,
multiplica las fuerzas, potencia los ánimos y asegura que cada ser humano
organice su propia vida, esa vida irrepetible que cada ser humano, por el hecho
de serlo, merece y necesita.
Luego
vienen las artes y las letras, las obras y los premios, las voces y los ecos,
la literatura y la música, las opiniones todas. Y el dinero también, coño, y el
dinero también. Pero en su justo sitio. Y en el valor que tiene y nada más.
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