POR LO BAJINI (VII)
EL HOMO TECNO-SAPIENS
Echaré
un vistazo a la segunda de esas patas que sostienen a ese mundo omnipresente
del hipercapitalismo de los últimos años: la hipertecnología.
No
necesito esforzarme demasiado para que la realidad me anegue y me empequeñezca.
La afirmación de que en los últimos decenios se han producido más avances
técnicos que en el resto de la Historia no incluye ninguna exageración. Es una
realidad apabullante que hay que contemplar, gozar y, si se puede, analizar. No
es seguro, sin embargo, que los principios básicos de la ciencia se hayan ni
aumentado ni modificado demasiado. Los principios básicos se resisten a ser
alcanzados y a ser descubiertos. Y tal vez no sean demasiados. En ello andan
los científicos reales y más vocacionales, pero el mercado inmediato no permite
el sosiego que este apartado merece. Tal vez por ello, o son las grandes
compañías, que lo amortizan todo en muy corto tiempo, o son los poderes
públicos los que apoyan, y en escasa medida, tales investigaciones. Algo muy
distinto son los desarrollos de esos principios, es decir, las técnicas. En
este apartado, la mirada se aturde y no da abasto ni siquiera para enumerar la
cantidad enorme de elementos técnicos que han venido a hacer nuestra vida más
llevadera y menos atada a nuestras actividades manuales: mundo de la
automoción, de los electrodomésticos, de los medios de comunicación,
robotizaciones, mundo de la medicina, la bioquímica, la ecología… Sencillamente
apabullante.
Las
sociedades más “adelantadas” se han ocupado un poco más del desarrollo
científico y mucho más del desarrollo técnico. Se decía no hace muchos años que
Estados Unidos pedía a Europa que formara científicos y que, una vez formados,
los mandara a América para poner en práctica esos principios en los desarrollos
técnicos.
¿Es
bueno tanto adelanto técnico? No es fácil encontrarle, a primera vista,
perjuicios. Todo deslumbra y ciega, todo atrae con su canto de sirenas, todo
parece irresistible. Sea, pero acaso no es oro todo lo que reluce.
Lo
más importante es que esa hipertecnología que todo lo invade no es un
departamento estanco que tanto nos subyuga. Tal es su fuerza, en cantidad y en
calidad, que ha conseguido modificar la ética y la moral de los ciudadanos y de
las sociedades. Su poder ha impregnado, o tal vez ha anegado, la forma de ver
la vida y los comportamientos del individuo menos avezado y con menos poder de
protección. Las formas de pensar y de actuar se someten sin demasiada oposición
a las exigencias del mundo de la técnica y los esfuerzos se ordenan a lo que
disponga ese mundo y a los plazos que nos imponga para acercarnos a él, para
introducirnos en él y para diluirnos en él. Y aquí los plazos son de letras y
de renuncias constantes a todo lo que la tecnología haya sometido a sus
dominios. Un ejemplo sencillo: ¿cuántas personas no ordenan sus gastos
mensuales teniendo como prioridad la exigencia del pago de la letra de un
coche? Pues eso. De modo que la técnica termina por imponer sus principios, su
ética y su moral. ¿O en nuestra escala de valores no anda en la cúspide la
obtención de alguno de los aparatos que más lucen según la publicidad? Indagar
hasta qué punto condiciona nuestra escala de valores este mundo
hipertecnificado aparece tan apasionante como imposible en estas líneas. Este,
con mucha diferencia, me resulta a mí el peligro más importante.
Pero
es que asoman más peligros a ese mundo que a primera vista parecía tan
atractivo y maravilloso. Son los que tienen que ver más directamente con los
propios elementos físicos. Y no son pocos los que ha acarreado el desarrollo
hipertecnológico: desastres nucleares, desastres ecológicos (cambio climático,
por ejemplo), nuevas enfermedades, alimentos contaminados. La exageración en el
desarrollo técnico necesita -parece una obviedad- productos físicos más
abundantes; algunos se extraen después de desechar otros muchos y comportan
peligros evidentes. No en vano, el mundo de todo lo que rodea a la ecología
crece exponencialmente en los últimos decenios.
A
la vista de beneficios y perjuicios, cabe formularse algunas preguntas de
difícil respuesta: ¿Puede haber un crecimiento desregulado mucho tiempo?, ¿este
crecimiento puede ser infinito?, ¿quién tiene capacidad para ponerle los
límites razonables?, ¿a qué ritmo se tiene que producir ese crecimiento?, ¿a
costa de qué se está produciendo la hipertecnificación?... Desde luego que a
costa de cambios morales muy profundos y de modificaciones y de peligros
naturales muy notables.
Por
si todo esto fuera poco, el mundo de internet ha venido a universalizar todo y
a la vez a individualizarlo, a poner todo al alcance de la mano de cualquiera y
a encerrar más a cada individuo en su soledad física y tal vez moral. Los
vecinos son todos, pero nadie sabe en realidad dónde vive cada uno; empieza a
haber más relaciones virtuales que contactos físicos y reales.
Todo
ello implica un estado de inseguridad en el individuo, que tiene que combatir
moviéndose en un universo convulso y de dimensiones formidables, pero a la vez
en espacios personales y particularizados. Son las nuevas condiciones del
hombre no ya sapiens sino tecno-sapiens. Esto le ha impuesto una nueva vida,
una nueva moral, una organización social diferente.
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