LA CULTURA SE DILUYE EN UN TODO MÁS EXTENSO
Porque
acaso habría que empezar por el principio y asomarse al contexto real en el que
se produce, se multiplica, se distribuye y se valora la cultura. O sea, que, de
nuevo, volvemos al valor de las verdades según el ambiente en el que se
desarrollen. Y, si no es para remover los cimientos de las verdades, si es que
estas los tienen, sí lo será al menos para intentar remodelar la concreción de
esas verdades y atreverse a proponer no solo su supervivencia sino su
acrecentamiento y su continua revalorización.
Es
labor de ensayo extenso y no de esbozos escuetos de blog. Pero algo se podrá
dejar ver en algunas líneas. No sería poco volver a constatar que las cosas
suceden por algo y que las causas preceden a las consecuencias.
La
primera constatación evidente es la de que la cultura se ha convertido en una
parte de un todo más extenso y ya no es ningún mundo aparte que adorna ni
explica por sí misma el discurrir del mundo. La cultura es ya una parte más de
ese mundo dominado por la única superestructura real y absoluta: el poder de la
economía, el hipercapitalismo que todo lo invade y lo domina. De tal manera,
que la cultura se entiende, en su concepción, en su creación, en su
distribución y en su valoración como un producto más, sujeto a las reglas del
mercado. Parece afirmación demasiado rotunda, pero me temo que, por desgracia,
bien cierta. Hasta ahora, la concepción cultural se quedaba, en parte al menos,
al margen de las reglas groseras del comercio y el creador hasta estaba
adornado con el halo de lo misterioso y de la excepción. Hoy todo ha cambiado
en el grueso de la gran cultura. Los museos, las actividades musicales, el
mundo del cine, las producciones literarias, los premios…, todo se mueve al
ritmo de la publicidad y de las promociones, y estas tienen la misma concepción
que la venta de un jabón o de un coche cualquiera.
Un
recorrido somero por la importancia de la cultura, siempre tomada en sentido
extenso, a lo largo de la Historia nos haría detenernos al menos en tres
estaciones distintas.
La
primera tiene que ver con un período indefinido y largo, que nos lleva a la
cultura como elemento casi religioso y sustentador de las demás variables de la
vida. Se concreta en las sociedades primitivas y en ellas los elementos
culturales y simbólicos son duraderos e inmutables, sirven de apoyo para la
explicación de todos los hechos y mantienen las tradiciones como algo sagrado e
imperecedero. Entonces sí que la “cultura” era una superestructura real y
poderosa, y sus representantes unos sátrapas magos y hechiceros de sus valores.
La
segunda apunta al momento de la revolución racional, a la época moderna, al
momento en el que, de alguna manera, siquiera sea en forma teórica, se separan
los elementos racionales de los elementos sagrados y de fe. En ese momento la
cultura se diversifica y ofrece posibilidades y soluciones desde la religión y
desde la razón, En alguna forma, el arte se fragmenta y se crean diversos tipos
de cultura: lo religioso frente a lo racional, el arte popular frente al arte
culto, el arte por el arte frente al arte articulado. Lo mismo que se empezaba
a democratizar la sociedad, se empezaba a democratizar la cultura, con todas
sus consecuencias e implicaciones.
La
tercera estación nos detiene en los últimos decenios. Es el momento de la
globalización, del abandono de los sistemas absolutos de razón, del
postmodernismo, del hipercapitalismo, del dominio del dinero y de las reglas
del mercado, de la invasión del individualismo y del consumismo compulsivo. En
este ambiente global se mueve la cultura y se mueven las creaciones culturales.
Y es ahí donde la creación ha perdido tal vez su autonomía, o al menos se ha
tenido que someter, como el resto de los productos, a las reglas del mercado.
De ese modo, no solo la cultura habrá impregnado -acaso muy poco- el mundo
global, sino que este ha impregnado a su vez el mundo cultural. Al servicio de
ambas direcciones, de los intercambios mutuos, se hallan los medios de
comunicación, que se han convertido, hoy más que nunca, en auténticos fines,
más que en simples medios, pues, no en vano, la principal globalización es la
de los propios medios de comunicación. Por ello, habría que dedicar otras
líneas a considerar esos medios en su amplitud y en su importancia. Pero hoy
no.
Qué
lejos todo esto del trabajo callado del creador oculto y solitario, qué mundos
tan distantes y distintos se dibujan entre el forjador de palabras, por
ejemplo, o el del creador de melodías, con todo ese caos aparente de los medios
y de las reglas implacables del comercio.
Hoy
hace frío en Béjar. Ha nevado. El suelo brilla blanco y el sol refulge en rayos
transparentes. Qué soledad de frío y de nostalgia. En Wall Street se anuncia
una apertura a la baja y los mercados tiemblan. A Vargas Llosa lo leen en la
India, e Imagine, de John Lennon, suena en el Himalaya. Desde México vienen a
oír al coro de monjes de Silos. Yo puedo comprar un canguro australiano sin
moverme de mi terraza. El mundo anda convulso.
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