lunes, 31 de octubre de 2016

EN ESTA HORA FELIZ


EN ESTA HORA FELIZ

La tarde se adormece lentamente.
El delicado y limpio sonido de la música
alza su claridad en el silencio.
No hay fantasmas que impidan la llegada
de esa ilusión que en el jardín se orea
salvándose del reino del olvido.
Se asoma a la ventana tu mirada
y el agua se hace luz entre en los pinos.
Los espacios del aire
conocen el sabor de tu perfume.
No tengo que buscarte por el río
pues sé que tus palabras
son álamos de música en su orilla.
La soledad eterna de la piedra
ahora es menos redonda y menos fría.

En esta hora feliz en que la tarde
se sueña y se ha hecho amor en nuestros brazos,
hagamos una hoguera de palabras
que incendien el paisaje hasta que el fuego

devore la pasión que nos habita.

viernes, 28 de octubre de 2016

EL BANQUETE Y EL AMOR


Palabras de Sócrates en la parte final de su encomio a Eros, en el diálogo “El Banquete”, de Platón: “Pues esa es justamente la manera correcta de acercarse  a las cosas del amor o de ser conducido por otro: empezando por las cosas bellas de aquí y sirviéndose de ellas como de peldaños ir ascendiendo continuamente, en base a aquella belleza, de uno solo a dos y de dos a todos los cuerpos bellos y de los cuerpos bellos a las bellas normas de conducta, y de las normas de conducta a los bellos conocimientos, y partiendo de estos terminar en aquel conocimiento que es conocimiento no de otra cosa sino de aquella belleza absoluta, para que conozca  al fin lo que es la belleza en sí. (…) Le merece la pena al hombre vivir cuando contempla la belleza en sí”. (Banquete, 211, b). El valor de alguna palabra habría que actualizarlo a nuestros días para ser bien entendido, pero ya cuento con ello, y aquello de los cuerpos bellos lo interpreto en sentido muy general (toda la materia es cuerpo)y, para mi caso, heterosexual.
Como en una hermosa escalera de color. Primero lo más próximo: el cuerpo. De un cuerpo bello a otros cuerpos bellos; de ellos a las demás manifestaciones naturales y hasta físicas de la belleza; de la muestra natural a la esencia del concepto de belleza; del concepto de belleza la conducta que producen y que inducen esos cuerpos bellos y ese ya concepto de belleza; de la conducta a los conocimientos; y, por fin, el conocimiento definitivo, y, en él, la contemplación feliz y definitiva por la que merece la pena vivir y trabajar.
Por el camino (párrafos anteriores) nos habremos topado con toda la teoría del amor, de algo y hacia algo; con la belleza; con el bien y con la verdad, verdaderos atributos del amor. También con el deseo de posesión de las cosas bellas y con la felicidad como final del camino, con el amor físico y con el amor mental, con la procreación como mejor forma de conseguir la duración y el futuro, pero también con el amor intelectual y social, como otras formas de “ese mar de lo bello”.
Y todo ello en un banquete, en un certamen de palabras, en un agon logon, en un simposio, es decir, después de bien llena la andorga y al amparo de unas buenas crátera cargadas de vino que habían de llevar a los comensales a decir la verdad en el postre, como la dicen los niños o como enseña en viejo adagio latino ”in vino veritas”.

La naturaleza ofrece lugares más propicios que el triclinium para escanciar licores y para pegar la hebra en torno de asuntos tan sabrosos como este de Eros y el amor. La lujuria del paisaje en el que habito no hace más que agrandar esa invitación. Mañana veremos qué pasa.

jueves, 27 de octubre de 2016

PREGUNTAS SIN RESOLVER


“Y ahora, al escribir esta memoria, esta confesión íntima de mi experiencia de la santidad ajena, creo que don Manuel Bueno, que mi san Manuel y que mi hermano Lázaro se murieron creyendo no creer lo que más nos interesa, pero sin querer creerlo, creyéndolo en una desolación activa y resignada”. (Creo que, para una mejor interpretación, el texto exige una coma después de la palabra “pero”).
Es este uno de los párrafos del último capítulo de la obra de Unamuno “San Manuel Bueno, mártir”. Pienso que recoge en esencia el resumen de lo que encierra la obra, la vida y la actitud vital de dos de sus protagonistas. En efecto, ambos han perdido la fe, o mejor, Lázaro llega al mundo de la fe desde fuera, pero se instala también, como el cura de la aldea, en una falta de creencia contradictoria pues les empuja a ambos a actuar como si de verdad creyesen ante sus convecinos: creen que no creen, aunque parece que creen, pero en una actitud desolada y sin esperanza.
No sé a cuántos de nosotros nos alcanza una situación parecida a la de estos dos hermosísimos personajes, a los que no sabemos si tildarlos de héroes o de villanos, de mártires o de inconscientes, de generosos en extremo o de irresponsables. Seguro que hay razones para defender las posturas de la primera columna tanto como las de la segunda. Puedo decir por mi parte que, siempre, en caso de duda, no es malo sobrepasar la pared en favor del otro y al servicio de la buena voluntad y del sentido común.
Porque no deberíamos olvidar algo que también nos enseña Unamuno a través de sus personajes: ¿acaso no es real también la fe?, ¿y la alegría y el bienestar en este mundo? Aunque sea desde una postura fingida y sin base racional. Es que, “el mayor mal del hombre es haber nacido”. Nacido, ¿para qué? Y, si no hay para qué, ¿por qué negarle al ser humano el intento de bien pasar aunque se le escape la explicación a la razón? El asunto es calderoniano, es unamuniano, es existencialista y es de enjundia en todo caso.
En el libro, la tesis se plantea en términos casi exclusivamente religiosos y apoyada continuamente en citas bíblicas y en referencias calderonianas, pero tengo para mí que se puede aplicar el mismo o similar esquema a cualquier situación de la vida: un malentendido, una discusión, la defensa de una idea, la defensa demasiado radical de una situación…Es eso lo que le da mayor alcance y hondura.

La línea divisoria entre la bondad y la imbecilidad a veces puede resultar muy delgada y se puede cortar con cualquier tensión, y tampoco parece que sea saludable mantener al otro en la imbecilidad del que no se plantea ninguna duda ante nada. Un poco de dolor no viene mal y algo de desengaño activa la mente y agudiza el pensamiento. ¿Para qué, para hacernos más felices o más infelices? ¿Cogemos el toro por los cuernos o nos dejamos llevar? Y si lo cogemos, ¿con qué finalidad lo hacemos? Preguntas sin resolver.

miércoles, 26 de octubre de 2016

EL NÚMERO CIEN. SAN MANUEL BUENO, MÁRTIR


La próxima anotación que haga de los libros leídos durante el presente año de 2016 será la del número 100. Alguna vez he reconocido aquí que, desde hace algunos años, anoto títulos, autores y fechas de los libros que leo, y hasta una indicación del grado de satisfacción que en mí ha producido esa lectura. A veces hasta he hecho pública la lista. Esto me sirve para varias cosas, entre ellas para revisar mis tendencias lectoras, mi velocidad y los referentes de los posos que me puedan ir quedando de lo que pasa por mis ojos y por mi mente.
Elijo obras al azar y sin ninguna imposición. En realidad es solo casi al azar pues la formación,  los gustos y las disponibilidades me empujan inconscientemente hacia unas obras o hacia otras. De hecho son los campos de la poesía, del ensayo o directamente de la filosofía los que más me atraen desde hace tiempo, pero mis lecturas siguen siendo misceláneas, tal vez por seguir creyendo que todo libro encierra alguna buena enseñanza, y también con el convencimiento de que muchos de los libros de “éxito” repiten el mismo esquema narrativo y mental, de tal manera que, con demasiada frecuencia, siento, leyendo ese tipo de libros, que estoy perdiendo el tiempo.
A la hora de anotar el libro número cien, me permito la paradiña y el “capricho” de elegir de los anaqueles de mi biblioteca. Voy a bajar a mi mesa un libro de Unamuno, y será San Manuel Bueno, mártir. Podían ser muchos más pero será este. Hay muchas razones para ello: de autor, de tema, de simpatía, de proximidad… Este breve libro encierra enseñanzas y reflexiones de todo tipo. El autor, siempre apasionado y contradictorio, nunca me deja indiferente, es un libro que he leído muchas veces, lo he repensado y trabajado con otra gente y lo he exprimido hasta sacarle un jugo sabrosísimo. Aún le queda jugo para otra lectura. Se cumplen 150 años del nacimiento del autor y se merece un recuerdo y un diálogo con él a través de uno de sus libros.
Pero es que, cuando abro las páginas del texto, me encuentro con asuntos que me asaltan por todas partes y que tengo anotadas en un largo índice de lectura y de comentario. Aún recuerdo uno que me duró casi medio curso con gente de edad avanzada.
Actualizar las ideas del libro y hacerlas presentes -ese asunto que casi me obsesiona a mí siempre- no resulta precisamente difícil en este mundo agitado en el que vivimos. Y no solo en el terreno religioso sino en el de cualquier actividad. Pienso, por ejemplo en el pensamiento y en la actuación de algún grupo político en estos mismos días y no sé si están actuando con la bondad de aquel cura de pueblo o con la navaja tripera de quien se traiciona y se abre en canal a sí mismo. O en cualquier otro momento de la vida en el que transigimos ante algo con el fin de hacer momentáneamente “feliz” a alguien aun sabiendo que no actuamos de acuerdo con lo que nos dicta la razón. Tal vez, de nuevo, porque el corazón tiene razones que la razón no entiende. Quién lo puede saber realmente.

Así que me voy a enfrentar a Unamuno a través de su San Manuel, de su Angelita, de su Blasillo, de su Lázaro, de su posible panteísmo, de la gente sencilla del pueblo, del símbolo del lago, del valor del trabajo cotidiano, de la vocación fallida, de la vida activa y de la contemplativa, del valor o el desvalor de cualquier religión, de lo intolerable de la verdad, del “delito” de la existencia (existencialismo), de la creencia en que se cree, de si San Manuel es un estafador o un mártir, de…  Voy a ello. 

lunes, 24 de octubre de 2016

CARNE FRESCA


Ayer mismo terminaba el penúltimo episodio de la novela por entregas que nos está dando el PSOE con sus divisiones internas y su dilema a la hora de permitir que comience a gobernar el partido de la derecha. Nunca jamás se ha visualizado todo el proceso y la matanza del cerdo como en este caso; y ello con todas las ventajas y todos los inconvenientes. No alarmarse porque, aunque el espectáculo ha sido de primer nivel, en cualquier relación familiar, de pareja o de grupo puede pasar y pasa algo similar.
El asunto no es irrelevante porque, con independencia de la proximidad o lejanía ideológica que del mismo se tenga, ahora mismo representa la fuerza política de oposición y de contrapeso ante los representantes de un neoliberalismo que no parece conducir a nada bueno. Y no solo eso, también supone el contrapeso dentro de unos límites constitucionales que asientan las posibles leyes en un territorio común y ante un futuro similar a lo que se vislumbra en la vieja Europa. Y todo -es bueno repetirlo- con independencia de las simpatías o antipatías que despierte.
Escribí una entrada hace ya al menos un par de meses, antes de que ni siquiera se hubiera encendido esta enorme hoguera y ahora compruebo que lo que allí se decía se ha cumplido al pie de la letra. No creo que hubiera muchas más posibilidades políticas. Capítulo aparte es el de la destitución del secretario general del partido que más pareció propio de un comando mandado por Al Capone que una disputa democrática.
El PSOE, para mal de casi todos, no solo de sus afiliados, está como el cerdo después de ser chamuscado con los helechos, sajado al medio y con las tripas fuera. Solo un partido de tan larga tradición y tan larga historia podrá superar la situación. Pues la superará, aunque con muchas secuelas y no enseguida. No hace falta ser adivino para predecirlo. Por delante quedan actuaciones parlamentarias difíciles, navajazos y puñaladas traperas, congreso o apañado o muy movido, venganzas personales, espectáculos que poco interesan, salvo por su parte morbosa, a los no militantes…, y dejar correr el tiempo, ese médico formidable que todo lo cura o todo lo gangrena.
¿Y las ideas?, ¿dónde están las ideas?, ¿qué es eso de la socialdemocracia en el siglo veintiuno?, ¿cuál es la mejor forma de representación?, ¿qué pasa con las limitaciones de mandatos en todos los niveles?, ¿cuál es la parte de reparto social y la parte de impulso y de emprendimiento personal?, ¿en qué nivel ponemos las leyes en comparación con las necesidades perentorias?, ¿cómo se dinamizan lasa agrupaciones locales y sociales?... Esto y mucho más tal vez tendría que ser lo importante. Se nos va la fuerza en los formatos y no nos queda resuello ni tiempo para confrontar ideas. Tampoco creo que los medios sociales hagan mucho por ello: este apartado no les luce mucho ni en el morbo populachero ni en la cuenta de resultados.

Y así nos va.

sábado, 22 de octubre de 2016

ESE CUENCO VACÍO QUE ES LA VIDA


ESE CUENCO VACÍO QUE ES LA VIDA

La noche que no sabe la existencia del alba,
pero el día que da luz a las sombras;
el pozo sin salida, tenebroso,
pero el verdín que crece en sus paredes;
el vacío del cielo cada tarde,
y el canto de la tórtola en la altura;
la lóbrega oquedad que hay en la gruta,
pero el eco del vuelo del murciélago;
el silencio del mundo en sus ideas,
pero el grito febril de su conciencia;
el tiempo y el espacio como huida
de todos los conceptos sin sentido…

La vida es el gran cuenco, el recipiente
que se nos da vacío,
como el inmenso mar
que aguarda la llegada de las aguas
para darle sentido a sus arenas;
es la esencia que anhela la existencia
del ser, que se condena a ser la vida
mientras vive y existe, y, a la postre,

cuando muere y retorna hacia el olvido.

viernes, 21 de octubre de 2016

LA VIDA NO VISTE DE PRADA


No, decididamente no. Como mucho se disfraza para salir a la pasarela y dejarse admirar por los elegidos que se han prestado a sus halagos o a sus invitaciones exclusivas.
Porque la vida, la auténtica, la sencilla y honda, la de bota y calcetín, la de por menor y cuarto y mitad anda por ahí a la intemperie, sin que le hagamos mucho casi ni la saquemos a pasear y a que la vean y la aplaudan los demás.
¿Qué pasa estos días? Pues investiduras pendientes, premios Princesa de Asturias (me gustan mucho porque los elegidos representan casi siempre acciones muy humanas y actitudes vitales extraordinariamente generosas), juicios de golfos y desalmados, guerras y muertos, aniversarios de organizaciones criminales parece que retiradas… Todo boato y grandilocuencia, de los buenos y de los malos.
Sin embargo, el paisano de perfil medio ( y el otro casi siempre también), que es la gran mayoría, anda en la preocupación propia de la última decena del mes, en la compra de cada día, en las relaciones familiares y vecinales, en la partida y en la preocupación de los hijos, en la visita al médico, en la vacuna de rigor ya cercana, en el análisis que vete a saber qué dirá en sus resultados…, en el menudeo y en el mercadillo del diario de la vida. Es en este nivel en el que se nos van las fuerzas y los días; también a los que accidentalmente se dedican, o nos dedicamos, a actividades minoritarias, pues también ellos sienten las necesidades elementales de todo ser humano.
Ayer (sirva solo a título de ejemplo) acudí a Salamanca para realizar una revisión médica. Todo estaba dentro de la normalidad. Pero mi preocupación fundamental era esa y no otra. Ayer a mí no me ocupó la mente ningún endecasílabo (o casi ninguno), ni me dio por extenderme en glosar por escrito ninguna idea sesuda o liviana. Ayer me preocupaba mi cuerpo en su estado y sus dolencias; y me ocupó la charla y la comida con mi hijo menor; y me ocuparon sus preocupaciones; y la visita a mi hermana y a mi cuñado, también con ocupaciones personales; y el encuentro causal y gozoso con mi sobrina Rosalía, a la que tanto hacía que no veía, y mis llamadas a Ávila, donde vive el resto de mi familia directa; y hasta el precio del arreglo de un electrodoméstico…
Y de todo esto que me ocupó ayer nadie sabe nada salvo yo mismo. Como sucedió con el resto de los seres que pueblan las aceras, que van y vienen y que vienen y van. Después, de todo ese río incontenible y caudaloso, de todo ese inmenso campo de cereal, espigamos unos cuantos acontecimientos, que son los que suben a la pasarela, se lucen y entran en el índice del telediario o en el anuario de rigor. Los veneros son los otros, los que surten de agua clara al río son las fuentes humildes y pequeñas, silenciosas y sencillas que tejen esa otra historia grande no por sí sino por los veneros que en ella fluyen.

Ahora mismo, levanto mi imaginación y veo todo un mar de cosas en realización; son la conciencia callada y el rumor incesante de lo que en realidad importa. Y esta vida no viste de Prada. Ni puñetera falta que le hace.

martes, 18 de octubre de 2016

CASI UN DILEMA


Tal vez las estaciones y los cambios de tiempo cambien los humores, seguramente las lecturas moldeen los pensamientos, acaso los alimentos compongan y descompongan las bilis, es probable que las religiones maceren a su gusto las costumbres, casi seguro que las teorías sociales y las prácticas políticas enfaden o alegren a cada cual según el momento y la dirección de las mismas… El caso es que ejercemos un contraste entre nosotros y el mundo continuamente y él ejerce en nosotros un control que nos moldea hasta favorecer en nosotros una visión buena o mala según las circunstancias.
Que el mundo en el que vivimos es manifiestamente mejorable, como los terrenos de aquel Plan Badajoz, parece inatacable. No hay más que describir sin demasiada saña cualquier situación cercana o menos cercana. De muy poco serviría que nuestra opinión pesimista estuviera equivocada porque seguiría siendo nuestra visión particular y al menos esa visión sería manifiestamente mejorable, y con ella el mundo en su visión particular. Porque también esa visión forma parte del mundo. Ya es situarse en postura de buena voluntad, pero sea, que eso de la visión subjetiva y objetiva tiene su miga. Los ejemplos que apoyan esa visión negativa y mejorable son mostrencos, gruesos y casi infinitos. Cada uno puede imaginar los que quiera.
Sin embargo, que el mundo en el que vivimos y que conformamos es manifiestamente empeorable también resulta casi irrefutable. Podemos pensar en esas mismas cosas en las que nos deteníamos hace un momento y que nos parecían manifiestamente mejorables y veremos enseguida que en la misma intensidad son también empeorables. No tenemos que aplicar la ley de Murphy para ello sino sencillamente nuestro sentido común y la lógica más elemental. Sea el mundo económico, sea el político, sea el religioso, sea el de usos y costumbres, sea cualquiera; todos son empeorables y a veces le dan a uno ganas de pedir que se queden como están. Que ya es ser comprensible y conformista, ya.
¿Entonces? ¿Cuál de las dos visiones es la que tenemos que aplicar? ¿Hacemos la media aritmética? ¿Las aplicamos según momentos y ocasiones? ¿En qué campo nos situamos, en el de los pesimistas o en el de los optimistas? ¿Nos dejamos llevar por la equidistancia? ¿Nos acogemos a aquello de que un pesimista es un optimista ilustrado?
Como no hemos de resolver la duda probablemente, no estará de más que nos acojamos a la serenidad y a cierta mezcla de raciocinio y de pastillas estimulantes, lo que traducido a práctica nos da un ligero cabreo casi constante mezclado con unas gotitas de sensación de bienestar personal y un ligero chorro de mirada hacia el futuro con la mirada alta, pero no altanera, y un sabor en los labios mitad dulce mitad amargo, o sea, un combinado de terraza de verano, que resulta refrescante salvo a la hora de pagar la consumición.

Qué los estoicos y epicúreos nos echen una mano. Y que el sentido común y la buena voluntad hagan el resto.

lunes, 17 de octubre de 2016

LO QUE SE CREE Y LO QUE DICTA LA RAZÓN


La vida sirve ocasiones suficientes y hasta sobrantes en las que el ser tiene que actuar con su totalidad dividida entre lo que cree y lo que le dicta la razón, entre aquello que cree más oportuno y productivo y lo que le pide el corazón: una petición de un familiar, un acto de comprensión ante algo desvalido, la concesión de razón en una discusión…
Pocas veces, sin embargo, el desgarro es tan doloroso como cuando se oponen lo que se piensa y lo que se cree, lo que pide la razón y lo que insinúa ese apartado misterioso que tal vez meta miedo pero que no acaba de irse del devaneo de cada día. Porque cuando el divorcio se plantea para un momento se puede soportar, pero, cuando se produce en un trayecto vital amplio, entonces el dolor es continuo y presente, se alarga y se adensa hasta niveles complicados.
¿Qué hacer en tales casos? El modelo racional indica que la modernidad camina precisamente por la preminencia de lo que se piensa sobre lo que se cree cuando no hay coincidencia en sus procederes. Pero ese silogismo es demasiado sencillo para ser del todo verdadero. Porque, ¿Qué aprieta más y duele más, un razonamiento o una creencia? A ver quién me ata esta mosca por el rabo. En favor de la razón, no obstante,  podríamos aducir que es más duradero su empuje.
Así, en esa lucha, se hallan razón y creencia (aclaro que me refiero a la creencia como aquello que se siente aunque no se racionalice, no solo a las creencias de tipo específicamente religiosas), dándose palos y guantazos según los momentos y las circunstancias.
Trato, a título de ejemplo, de imaginar esta lucha en las cabezas de algunos políticos en sus actuaciones y manifestaciones diarias, ante los demás y ante su propia conciencia, frente a la butaca pública y en el interior de sus conciencias. Y, en un esfuerzo mayor, me figuro la lucha interna de los miembros del Comité Federal del PSOE que en unos días tienen que decidir sobre el Gobierno de España, algo en lo que seguramente empujarán tanto la razón como la creencia, lo que les pida la cabeza y lo que les demande el corazón.

Y todo ello suponiendo que nos movemos en el mejor plano de la buena voluntad y del sentido común. Si, además, incluimos la cizaña del interés personal o de las necesidades más egoístas y particulares, entonces la lucha puede dejar heridas de difícil cura. ¡El ser humano, ese ente misterioso y contradictorio, maravilloso y mezquino, compasivo y egoísta! 

sábado, 15 de octubre de 2016

ESTOY CONMIGO MISMO CONVERSÁNDOME


ESTOY CONMIGO MISMO CONVERSÁNDOME

Estoy conmigo mismo conversándome,
abriéndome las vísceras, rumiando
la inefable conciencia de la nada,
el constante arañazo que me agita
en los brazos decrépitos del tiempo.

Solo soy existencia, angustia, espera
de la segura muerte que me aguarda;
mientras, sigo existiendo y olvidándome
de mi seguro y pobre acabamiento.

Pero soy flor de un día luminoso
y soy ser en los límites del tiempo,
preparación continua para el día
en que sea cara a cara con la muerte.

¿Será la nada flor de mi conciencia,
de la suma infinita de todas las conciencias?
¿Será tal vez la voz de mi conciencia
temporal resonancia de la nada?

Salir de dudas es mi única duda,

y no habré de esperar para saberlo.

jueves, 13 de octubre de 2016

LAS MONTAÑAS AZULES


Desde la TROJES hacia las MONTAÑAS AZULES. Espacios y tiempos, tiempos y espacios que van y vienen o que se anclan en unos contextos que terminan por configurarlos y por explicarlos. Las montañas azules es la primera novela de BEGOÑA RUIZ HERNÁNDEZ; Cuadernos del Laberinto, 2016, que ha agotado su primera edición y que ya anda por su segunda en apenas un par de meses.
En la obra se dibujan inequívocamente unos tiempos (los primeros años treinta del siglo pasado) y unos espacios (la dualidad de dos pueblecitos montañosos: Las Cimeras y Las Bajeras, que parecen competir en una rivalidad de simple altitud en la falda de la montaña, una montaña esquiva a la riqueza natural y raíz de personas y de paisajes que se entrelazan y que forman parte inseparable de una misma realidad).
La realidad temporal se ha estrechado hasta unos límites de incipientes anhelos republicanos que se abrían paso a duras penas en la España de la época y la pesadez del tiempo detenido en los elementos naturales, en las imposiciones sociales y religiosas, tan favorables siempre y desde siempre a los más poderosos, sobre todo si son del género masculino. Y la realidad espacial ha hecho otro tanto, con el mundo rural incomunicado y alejado de cualquier otra realidad de las ciudades o del mundo urbano.
En esas coordenadas viven los personajes que dan vida a la obra, sujetos casi a un determinismo antropológico y a una repetición silenciosa de estructuras que parecen perderse en el horizonte de los tiempos. Toda la obra se justifica desde estas coordenadas; y la actividad y la trama que sujetan y elevan los personajes, también. De tal manera, que el compendio de la obra representa una visión panorámica de lo que es un estado de cosas en un espacio y en un tiempo específicos mejor que la historia que tejen los personajes de carne y hueso. Porque personajes son Dioni y Andrés, Vicenta y Flora, Andresito o Tío Matías, Markus y Hert…¸pero los son también los huertos, las pozas, la montaña, los lobos, la noche y las casas… Y las trojes, por supuesto, esos lugares escondidos en los que eran encerradas aquellas niñas o mujeres que tenían la osadía de enfrentarse a lo que la costumbre inveterada había atribuido como poder al padre de familia y al código del honor social. Este fondo general y panorámico es el que destaca en la novela, por encima de cualquier personaje particular, por más que la obra se articule en torno de una incipiente historia de amor entre Dioni y Markus.
Seguramente por ello, la novela se articula en capítulos bastante autónomos, que van dibujando aspectos de ese cuadro casi de drama rural. A esta sistemática estructural la acompañan, a mi juicio, una ventaja y un inconveniente. La ventaja le es dada por la facilidad que tiene de abrir y cerrar cada capítulo como si de una historia casi individual se tratara. El defecto tal vez se halle en la dificultad añadida que, en este esquema, supone retirar y hacer entrar de nuevo a escena a los diversos personajes, así como a la velocidad narrativa y a la concentración de la trama, que se diluye con más facilidad.
Llama la atención la importancia que se da a la presencia de dos personajes alemanes a lo largo de la obra, sin duda como contraste con la herencia cultural y hasta natural con todo lo que representa el pueblo de Las Cimeras en su geografía y en su intrahistoria. Su presencia acentúa, sin duda, los contrastes, pero no sé si la novela necesita tan largamente su presencia.
Tal vez uno de los mayores valores de la novela, desde el punto de vista formal, sea el de la recogida de un vocabulario rural, propio entendemos de la comarca en la que se sitúa la novela, que no es otra que la de nacimiento de la autora, vocabulario que se alza así como acaso el mejor reflejo de toda la realidad que se quiere representar: “trojes”, “amadrigada”, “costales, “marimacho”, “cenizos”, “matorrales ringados”, “carracas”, “aguas de cañiherra”, “puchero”, “larguero”… y tantos más, que terminan formando un léxico rural de cada uno de los apartados de este tipo de vida. Este léxico se recoge tanto en las descripciones como en los diálogos, prestándoles un sello de autenticidad y hasta de reciedumbre. No es novedoso en obras de ambiente rural y mesetario, pero sigue siendo un valor importante, no solo filológico sino hasta etnográfico.
Lo demás son los hechos, los que forman la trama de la novela, pero estos ya son solo propiedad del lector.

La protagonista de esta novela, Dioni, se ve subida a una ballesta que se tensa en las trojes de su casa, en las costumbres ancestrales de su pueblo, en la autoridad mal entendida de su padre, en una escala de valores en la que la mujer cuenta lo que cuenta y para lo que cuenta, y en un espacio y en un tiempo que la tienen atrapada, como han tenido subyugado al género femenino a lo largo de la Historia. Esa ballesta se ve lanzada, desde la fuerza de la imaginación, hacia las montañas azules, metáfora de un futuro incierto pero esperanzador, con límites más anchos y con las esperanzas intactas de quien se siente y quiere ser dueña y protagonista de su propio futuro; una reivindicación femenina tan apabullante como insegura aún en muchas ocasiones.

miércoles, 12 de octubre de 2016

FE Y RAZÓN


FE Y RAZÓN

La fe contra la razón
y la razón contra el sueño.

Si la fe anula razones
y la razón no cree en sueños,
¿existe acaso un momento
en que razón y fe sueñen
el sueño de la razón
y la razón de los sueños?

Razón y fe, loco empeño
que persigue siempre al hombre

en un imposible anhelo.

lunes, 10 de octubre de 2016

LAS LÓGICAS


La realidad lo abarca todo. También en el pensar. Por eso, cualquier punto de vista y cualquier opinión forman parte de la realidad. Nadie tiene que extrañarse de que se expresen opiniones que parecen fuera de la lógica. ¿De qué lógica? ¿De la nuestra?
Supongamos dos opiniones muy distanciadas acerca de la conveniencia o inconveniencia de matar moscas con el rabo. Parece que muchos convendrían en el disparate de aceptar la conveniencia. ¿Todos? Resulta que nos sale uno respondón y defiende la conveniencia de tal actividad. ¿Por qué lo condenamos como si de un chiflado se tratara? Ojo, lo hacemos desde nuestra lógica. ¿Y la suya? Recuérdese que los argumentos de nuestra lógica solo pueden probar nuestra tesis; los suyos, la suya. Desde nuestra lógica, las puertas del convencimiento están vedadas. Solo nos queda la posibilidad de hacerle cambiar de lógica. Pero, para ello, hemos de probar, a nuestra vez, que nuestra lógica también puede ser cambiada.
¿Adónde nos lleva esta simple consideración? ¿Acaso a la imposibilidad del intercambio de opiniones y, sobre todo, a la incomunicación y a la nulidad de todos los intentos para modificar la opinión y la actuación del otro? ¿A permitir como válidas todas las opiniones? ¿A respetarlas incluso?
¡Hasta ahí podíamos llegar! A pesar de todas las lógicas y opiniones, matar moscas con el rabo es sencillamente una imbecilidad, y la imbecilidad es cualidad, siquiera sea momentánea, de los imbéciles. En cuanto el imbécil encuentra báculo mental, deja de ser imbécil y olvida el empeño de matar moscas con el rabo. ¿Se opone, por tanto, la realidad a la lógica? ¿Son complementarias o se excluyen? También tendría guasa que, a cambio del respeto de opiniones, anuláramos el progreso y llegáramos, por el camino del absurdo, a la paralización de todo.
Cuidado, sin embargo, con los excesos por el camino contrario, no vaya a ser que, por el imperio de la lógica matemos las ramas del árbol, tan diversas unas de otras, y asentemos el imperativo de una lógica rígida y cerrada, propia de modelos de convivencia de ordeno y mando.

Asunto para meditar.

domingo, 9 de octubre de 2016

APOLITICISMO...


Después del espectáculo político de hace una semana, en el que un partido de la izquierda se abrió en canal delante de todos los espectadores -también de los que no habían pagado entrada y celebraban la sangre con el dedo levantado y el regodeo en el cuerpo-, cualquier toma de temperatura nos dará pulso bajo en el enfermo y falta de empuje y de ganas. Caldo de cultivo para alejarse de la res pública y dejar que la política la hagan otros en su favor. Si hay que modificar alguna forma de hacer política, modifíquese; si hay que gritar por otras formas de participación, grítese; si hay que reclamar otras exigencias, reclámense. Pero que nadie nos inocule el veneno de la abulia y de la conformidad, del alejamiento y del abandono de la cosa pública. Ni a los de más edad ni a los de menos, porque a todos nos va mucho en el invento.
También hoy Juan de Mairena me aconseja. Lo hace con palabras dirigidas a los jóvenes. Pero yo, que no soy joven por edad, aunque procuro mantenerme en forma dándole vueltas a las cosas y moviéndome como avispa cojonera, me doy por aludido y solo le discutiría al maestro el peligro que tendría no conjugar el ímpetu juvenil con la experiencia y la templanza del que lleva más tiempo en el intento.. Y, si no, como mal menor, me disfrazo con capucha juvenil y le escucho.
Porque “la política, señores, -sigue hablando Mairena-, es una actividad importantísima… Yo no os aconsejaré nunca el apoliticismo, sino, en último término, el desdeño de la política mala, que hacen trepadores y cucañistas, sin otro propósito que el de obtener ganancia y colocar parientes. Vosotros debéis hacer política, aunque otra cosa os digan los que pretenden hacerla sin vosotros, y, naturalmente, contra vosotros. Solo me atrevo a aconsejaros que la hagáis a cara descubierta; en el peor caso con máscara política, sin disfraz de otra cosa; por ejemplo: de literatura, de filosofía, de religión…”  

Qué cosa sea eso de hacer política ya resulta un poco más difícil de concretar, más allá del hecho indefinido de participar en la vida de la polis y en la actividad pública. Porque tendríamos que precisar en qué consiste esta participación. Pero esto no es un manual de ciencias políticas, solo una ventanita abierta al campo amplio y diverso.  

sábado, 8 de octubre de 2016

"¿QUÉ ES POESÍA...?"


Tiene bemoles que haya artes que llevan siendo practicadas miles de años y siguen buscando con ahínco y sin éxito su definición. Tal es el caso de la poesía.
Hace algunos meses celebrábamos el día de la poesía en un ateneo cultural y su máximo representante, R.H.G., introducía el acto con una cita de autor hispanoamericano tratando de definir qué es poesía. Aseguraba que no le había resultado sencillo encontrar en el infinito mundo de internet una definición de tal arte. En cuanto me tocó turno de leer mis poemas, le repliqué, con la brevedad que el caso requería, que no se preocupara demasiado porque yo llevaba muchos años en ese mundo, desde la explicación y desde la creación, y tampoco sabía cómo hacerlo; había llegado, como mucho, a saber qué no es poesía. Así, por vía negativa y excluyente, me quedaba con algo que se aproximaba a lo que podría ser poesía. Y no estaba demasiado descontento del camino andado. Creo que me equivoqué y que fui muy atrevido. Me lo viene a recordar hoy Juan de Mairena, que no es mal maestro ni poca cosa:
“No hay mejor definición de la poesía que esta: “Poesía es algo de lo que hacen los poetas”. Qué sea este algo no debéis preguntarlo al poeta. Porque no será nunca el poeta quien os conteste.
¿Se lo preguntaréis a los profesores de literatura? Nosotros sí os contestaremos, porque para eso estamos. Es nuestra obligación. “Poesía, señores, será el residuo obtenido después de una delicada operación crítica, que consiste en eliminar de todo cuanto se vende por poesía todo lo que no lo es”. La operación es difícil de realizar. Porque para eliminar de cuanto se vende por poesía la ganga o escoria antipoética que lo acompaña, habría que saber lo que no es poesía, y para ello saber, anticipadamente, lo que es poesía. Si lo supiéramos, señores, la experiencia sería un tanto superflua, pero no exenta de amenidad. Mas la verdad es que no lo sabemos, y que la experiencia parece irrealizable.
¿Se lo preguntaremos a los filósofos? Ellos nos contestarán que nuestra pregunta es demasiado ingenua y que, en último término, no se creen en la obligación de contestarla. Ellos no se han preguntado nunca qué sea la poesía, sino qué es algo que sea algo, y si es posible saber algo de algo, o si habremos de contentarnos con no saber nada de nada que merezca saberse.
Hemos de hablar modestamente de la poesía, sin pretender definirla, ni mucho menos obtenerla por vía experimental químicamente pura”.

O sea que incluso menos atrevido que yo mismo. Seguro que por más sabio. Y cuidado que uno ha andado modestamente hurgando en todos los guisos que se citan: el profesorado, la crítica, la creación y la filosofía. Qué sabio este Mairena. Y qué hondo. Si llevamos tantos años en el misterio, no importa que sigamos buscándole la cara, con cuidado, con ternura, con modestia…, pero sabiendo que está ahí y que el gozo tal vez está en el camino del misterio y en el misterio mismo, más que en su descubrimiento.

viernes, 7 de octubre de 2016

¿CAMBIAR DE OPINIÓN?


La opinión se va conformando con la experiencia, con la reflexión y con la repetición inconsciente de hechos y usos. Tal vez por ello, la opinión que alguien tiene acerca de algo cambia constantemente. Cambia constantemente la realidad exterior, cambiamos nosotros y cambia nuestra relación con el mundo.
¿Es esto bueno o malo? Seguramente no es ni bueno ni malo y todo dependerá de las circunstancias en las que ese cambio se produzca y los fundamentos que se le apliquen. El cambio de opinión de un día para otro no suele obedecer sino a la falta de reflexión y al poder que el instinto y el contexto ejercen sobre el individuo. En niveles populares esto está muy mal visto y a quien realiza ese cambio repentino se le tilda de “chaquetero”. Creo, además, que se hace con razón. Y en la vida social y política tenemos muchos ejemplos, por desgracia.
Parecería que esto entra en contradicción con la afirmación del principio. La clave puede estar en la velocidad con la que se producen los cambios y en la justificación de los mismos. No parece sencillo entender que, desde la experiencia lenta y desde la reflexión, se puedan producir cambios repentinos de opinión. La fe del nuevo converso, sobre todo si es consecuencia de una caída del caballo, como aquella paulina, trae lo que trae y se sitúa en el extremo de la actuación.
Existe, por otra parte, la variable de la experiencia acumulada, que tanto te puede llevar a un cambio lento y seguro en la opinión como a mantenerte en la que posees, por esa reticencia y esa predisposición a defender como bueno lo que tenemos y lo que hemos defendido con anterioridad.
Se advierte, pues, que, también aquí, son muchas las variables que intervienen en el proceso. Porque tan natural es cambiar de opinión como intenta justificar la que ya se tiene. El mundo, por definición, es cambiante. Cambiante debería ser, tal vez, nuestra opinión acerca de él, si ello supone nuestra aproximación al mismo y nuestra interpretación personal y razonada.
Ayer mismo, en un acto académico, se aplicaba la idea a la vida de Unamuno y a su opinión, tan aparentemente cambiante, acerca de los acontecimientos que se le iban presentando en la vida. ¿Fue Unamuno un “chaquetero” social y político?, ¿fue tal vez un “veleta”?, ¿fue un impulsivo y un irracional? Creo que casi todos los que conocemos un poco su vida, su pensamiento y su creación opinaríamos que no, a pesar de todos los bandazos y vaivenes del siempre irredento pensador.
Unamuno es un ilustre ejemplo, pero, con perdón, la idea interesa más si la pensamos en cada uno de nosotros, en cada persona que se enfrenta día a día con una realidad que se cuartea y que cambia de color en todos los niveles. Por eso, tal vez los principios se mantengan con más fuerza, pero las aplicaciones haya que considerarlas y matizarlas siempre, atendiendo a los contextos en los que se aplican. Y todo ello desde la reflexión y desde el razonamiento intenso pero embridado y amplio, desde la atalaya que nos permita otear el horizonte sin perder pie y respirar hondamente y contar hasta tres antes de decir la última palabra.
No se trata de trocear el mundo ni de dejarlo arrebatar por un vendaval que todo lo deshace, ni tampoco de contemplarlo y defenderlo inmóvil, petrificado y quieto. Ninguna de las dos posturas resulta aconsejable. Qué difícil, de nuevo, encontrar el justo medio y la medida menos mala.

N.B. El esbozo de idea sirve solo para el que cambia desde la reflexión. Para el otro no hay remedio hasta que no entre precisamente en el campo de esa reflexión.

martes, 4 de octubre de 2016

DEL MONTE EN LA LADERA


Que la corte y la aldea se han visto enfrentadas siempre en la creación literaria es una verdad reconocida y no cuestionada. Que, con más frecuencia, es la aldea la que sale mejor parada, desde la idealización, también se puede sostener sin demasiadas dudas. Que las nuevas concentraciones urbanas tienden a producir muchos más títulos ambientados en ellas tampoco parece que se pueda rebatir. Al fin y al cabo, se canta lo que se pierde, y el contexto termina fabricando el texto. El pensamiento en el posible lector tampoco ejerce poca influencia.
Pero tal vez lo importante, con independencia de la producción, sería preguntarse qué es lo que realmente añade o quitan la ciudad y el campo, la corte y la aldea, a la creación literaria e incluso al pensamiento. Podría aportar mi sencilla experiencia, aunque larga y sentida.
He vivido casi toda mi vida rodeado de campo, aunque a la vez en contacto directo y prolongado con los libros, he escrito muchas páginas “de campo” y pocas “de ciudad”. ¿Es la inercia?, ¿es el contacto directo?, ¿es el contexto?, ¿es el hecho de haber nacido y mamado en el campo?, ¿qué es?
Seguro que la causalidad, como siempre, es múltiple. Tal vez estos sean algunos rasgos fundamentales para mí. El campo me ofrece una relación directa con la naturaleza; la naturaleza creo que lo impregna todo; como el referente parece inmóvil, la mitificación resulta más sencilla y atractiva; yo mismo, como persona y como personaje, vivo en la naturaleza más cerca de los instintos y hasta de algo parecido a los ritos de iniciación; todo lo que veo y siento en el campo me parece más esencial y duradero, y, a su lado y frente a ello, me veo, me contemplo, me defino y me sueño más pequeño y débil; allí parece que me hallo más cerca del concepto que en el roce más continuo con mis semejantes; es como si estuviera leyendo un libro mudo lleno de verdades y de conceptos. La ciudad es el lugar de los roces, de la conciencia de vivir al lado de los otros, pero no de la conciencia de lo esencial sino de lo efímero, de lo del viaje del metro y el tranvía, de lo que, a diario depende mucho más de los demás que de uno mismo, de la obligación para con los demás, de la debilidad inmediata. La naturaleza es tal vez el sitio de la derrota, pero de la derrota total frente a la duración de los otros elementos, de la soledad, pero de la soledad absoluta, del yo más solitario y esencial, de lo reflexivo frente al tráfago y el resplandor del semáforo, del escaparate y del coche…

Algunos piensan que el mundo de la naturaleza es más infantil, más salvaje y menos elaborado, mientras que el de la ciudad es más maduro, elaborado y racional. Yo creo que más bien en mí la naturaleza supone el final de un proceso de razón y de madurez, una ventana abierta a lo menos pasajero, a lo más conceptual y a lo más puro, una invitación al pensamiento y no solo un escape a la idealización. ¿Dónde se puede pensar mejor que en lo alto de una montaña, en un lugar sombreado por una tupida arboleda, en un valle surcado por un río, sentado encima de una piedra fría y eterna, o en el silencio sonoro de cualquier lugar abandonado? Poco importa si huyendo del mundo trepidante de los hombres o en camino hacia ellos, desde el concepto pensado en el silencio de la naturaleza.

lunes, 3 de octubre de 2016

ALGO QUE LLAMAN TIEMPO


ALGO QUE LLAMAN TIEMPO

El tiempo son los restos silenciosos
que acumula el recuerdo en la memoria,
ese poso grisáceo e impreciso,
destartalado y roto,
que siempre se dibuja en línea discontinua:
el humus, cataclismo de las  hojas,
que han de brotar de nuevo en primavera;
una especial mirada
que recuerda otros ojos olvidados;
una simple palabra reinventando
algún significado tan querido…

A veces se aparece sin llamarlo
y se empeña en pedirnos
que le demos presencia y compañía
en el lado confuso del presente.

Otras veces se marcha con el viento
cargado de futuro. En esos casos,
extraviamos su rastro y no sabemos
si vive o se ha perdido para siempre.

Porque todo es acólito del tiempo,
y lo que hoy es pasado
se transforma en presente, y el futuro
se volverá pasado sin remedio
tan solo en un instante.

El tiempo: los despojos, el recuerdo,

la memoria en zigzag y la sorpresa.