jueves, 13 de octubre de 2016

LAS MONTAÑAS AZULES


Desde la TROJES hacia las MONTAÑAS AZULES. Espacios y tiempos, tiempos y espacios que van y vienen o que se anclan en unos contextos que terminan por configurarlos y por explicarlos. Las montañas azules es la primera novela de BEGOÑA RUIZ HERNÁNDEZ; Cuadernos del Laberinto, 2016, que ha agotado su primera edición y que ya anda por su segunda en apenas un par de meses.
En la obra se dibujan inequívocamente unos tiempos (los primeros años treinta del siglo pasado) y unos espacios (la dualidad de dos pueblecitos montañosos: Las Cimeras y Las Bajeras, que parecen competir en una rivalidad de simple altitud en la falda de la montaña, una montaña esquiva a la riqueza natural y raíz de personas y de paisajes que se entrelazan y que forman parte inseparable de una misma realidad).
La realidad temporal se ha estrechado hasta unos límites de incipientes anhelos republicanos que se abrían paso a duras penas en la España de la época y la pesadez del tiempo detenido en los elementos naturales, en las imposiciones sociales y religiosas, tan favorables siempre y desde siempre a los más poderosos, sobre todo si son del género masculino. Y la realidad espacial ha hecho otro tanto, con el mundo rural incomunicado y alejado de cualquier otra realidad de las ciudades o del mundo urbano.
En esas coordenadas viven los personajes que dan vida a la obra, sujetos casi a un determinismo antropológico y a una repetición silenciosa de estructuras que parecen perderse en el horizonte de los tiempos. Toda la obra se justifica desde estas coordenadas; y la actividad y la trama que sujetan y elevan los personajes, también. De tal manera, que el compendio de la obra representa una visión panorámica de lo que es un estado de cosas en un espacio y en un tiempo específicos mejor que la historia que tejen los personajes de carne y hueso. Porque personajes son Dioni y Andrés, Vicenta y Flora, Andresito o Tío Matías, Markus y Hert…¸pero los son también los huertos, las pozas, la montaña, los lobos, la noche y las casas… Y las trojes, por supuesto, esos lugares escondidos en los que eran encerradas aquellas niñas o mujeres que tenían la osadía de enfrentarse a lo que la costumbre inveterada había atribuido como poder al padre de familia y al código del honor social. Este fondo general y panorámico es el que destaca en la novela, por encima de cualquier personaje particular, por más que la obra se articule en torno de una incipiente historia de amor entre Dioni y Markus.
Seguramente por ello, la novela se articula en capítulos bastante autónomos, que van dibujando aspectos de ese cuadro casi de drama rural. A esta sistemática estructural la acompañan, a mi juicio, una ventaja y un inconveniente. La ventaja le es dada por la facilidad que tiene de abrir y cerrar cada capítulo como si de una historia casi individual se tratara. El defecto tal vez se halle en la dificultad añadida que, en este esquema, supone retirar y hacer entrar de nuevo a escena a los diversos personajes, así como a la velocidad narrativa y a la concentración de la trama, que se diluye con más facilidad.
Llama la atención la importancia que se da a la presencia de dos personajes alemanes a lo largo de la obra, sin duda como contraste con la herencia cultural y hasta natural con todo lo que representa el pueblo de Las Cimeras en su geografía y en su intrahistoria. Su presencia acentúa, sin duda, los contrastes, pero no sé si la novela necesita tan largamente su presencia.
Tal vez uno de los mayores valores de la novela, desde el punto de vista formal, sea el de la recogida de un vocabulario rural, propio entendemos de la comarca en la que se sitúa la novela, que no es otra que la de nacimiento de la autora, vocabulario que se alza así como acaso el mejor reflejo de toda la realidad que se quiere representar: “trojes”, “amadrigada”, “costales, “marimacho”, “cenizos”, “matorrales ringados”, “carracas”, “aguas de cañiherra”, “puchero”, “larguero”… y tantos más, que terminan formando un léxico rural de cada uno de los apartados de este tipo de vida. Este léxico se recoge tanto en las descripciones como en los diálogos, prestándoles un sello de autenticidad y hasta de reciedumbre. No es novedoso en obras de ambiente rural y mesetario, pero sigue siendo un valor importante, no solo filológico sino hasta etnográfico.
Lo demás son los hechos, los que forman la trama de la novela, pero estos ya son solo propiedad del lector.

La protagonista de esta novela, Dioni, se ve subida a una ballesta que se tensa en las trojes de su casa, en las costumbres ancestrales de su pueblo, en la autoridad mal entendida de su padre, en una escala de valores en la que la mujer cuenta lo que cuenta y para lo que cuenta, y en un espacio y en un tiempo que la tienen atrapada, como han tenido subyugado al género femenino a lo largo de la Historia. Esa ballesta se ve lanzada, desde la fuerza de la imaginación, hacia las montañas azules, metáfora de un futuro incierto pero esperanzador, con límites más anchos y con las esperanzas intactas de quien se siente y quiere ser dueña y protagonista de su propio futuro; una reivindicación femenina tan apabullante como insegura aún en muchas ocasiones.

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