Desde la TROJES hacia las
MONTAÑAS AZULES. Espacios y tiempos, tiempos y espacios que van y vienen o que
se anclan en unos contextos que terminan por configurarlos y por explicarlos. Las
montañas azules es la primera novela de BEGOÑA RUIZ HERNÁNDEZ; Cuadernos del Laberinto, 2016, que ha
agotado su primera edición y que ya anda por su segunda en apenas un par de
meses.
En la obra se dibujan
inequívocamente unos tiempos (los primeros años treinta del siglo pasado) y
unos espacios (la dualidad de dos pueblecitos montañosos: Las Cimeras y Las
Bajeras, que parecen competir en una rivalidad de simple altitud en la falda de
la montaña, una montaña esquiva a la riqueza natural y raíz de personas y de
paisajes que se entrelazan y que forman parte inseparable de una misma
realidad).
La realidad temporal se ha
estrechado hasta unos límites de incipientes anhelos republicanos que se abrían
paso a duras penas en la España de la época y la pesadez del tiempo detenido en
los elementos naturales, en las imposiciones sociales y religiosas, tan
favorables siempre y desde siempre a los más poderosos, sobre todo si son del
género masculino. Y la realidad espacial ha hecho otro tanto, con el mundo
rural incomunicado y alejado de cualquier otra realidad de las ciudades o del
mundo urbano.
En esas coordenadas viven los
personajes que dan vida a la obra, sujetos casi a un determinismo antropológico
y a una repetición silenciosa de estructuras que parecen perderse en el
horizonte de los tiempos. Toda la obra se justifica desde estas coordenadas; y
la actividad y la trama que sujetan y elevan los personajes, también. De tal
manera, que el compendio de la obra representa una visión panorámica de lo que
es un estado de cosas en un espacio y en un tiempo específicos mejor que la
historia que tejen los personajes de carne y hueso. Porque personajes son Dioni
y Andrés, Vicenta y Flora, Andresito o Tío Matías, Markus y Hert…¸pero los son
también los huertos, las pozas, la montaña, los lobos, la noche y las casas… Y
las trojes, por supuesto, esos lugares escondidos en los que eran encerradas
aquellas niñas o mujeres que tenían la osadía de enfrentarse a lo que la
costumbre inveterada había atribuido como poder al padre de familia y al código
del honor social. Este fondo general y panorámico es el que destaca en la
novela, por encima de cualquier personaje particular, por más que la obra se
articule en torno de una incipiente historia de amor entre Dioni y Markus.
Seguramente por ello, la novela
se articula en capítulos bastante autónomos, que van dibujando aspectos de ese
cuadro casi de drama rural. A esta sistemática estructural la acompañan, a mi
juicio, una ventaja y un inconveniente. La ventaja le es dada por la facilidad
que tiene de abrir y cerrar cada capítulo como si de una historia casi
individual se tratara. El defecto tal vez se halle en la dificultad añadida
que, en este esquema, supone retirar y hacer entrar de nuevo a escena a los
diversos personajes, así como a la velocidad narrativa y a la concentración de
la trama, que se diluye con más facilidad.
Llama la atención la importancia
que se da a la presencia de dos personajes alemanes a lo largo de la obra, sin
duda como contraste con la herencia cultural y hasta natural con todo lo que
representa el pueblo de Las Cimeras en su geografía y en su intrahistoria. Su
presencia acentúa, sin duda, los contrastes, pero no sé si la novela necesita
tan largamente su presencia.
Tal vez uno de los mayores
valores de la novela, desde el punto de vista formal, sea el de la recogida de
un vocabulario rural, propio entendemos de la comarca en la que se sitúa la
novela, que no es otra que la de nacimiento de la autora, vocabulario que se
alza así como acaso el mejor reflejo de toda la realidad que se quiere
representar: “trojes”, “amadrigada”, “costales, “marimacho”, “cenizos”,
“matorrales ringados”, “carracas”, “aguas de cañiherra”, “puchero”, “larguero”…
y tantos más, que terminan formando un léxico rural de cada uno de los
apartados de este tipo de vida. Este léxico se recoge tanto en las
descripciones como en los diálogos, prestándoles un sello de autenticidad y
hasta de reciedumbre. No es novedoso en obras de ambiente rural y mesetario,
pero sigue siendo un valor importante, no solo filológico sino hasta
etnográfico.
Lo demás son los hechos, los que
forman la trama de la novela, pero estos ya son solo propiedad del lector.
La protagonista de esta novela,
Dioni, se ve subida a una ballesta que se tensa en las trojes de su casa, en
las costumbres ancestrales de su pueblo, en la autoridad mal entendida de su
padre, en una escala de valores en la que la mujer cuenta lo que cuenta y para
lo que cuenta, y en un espacio y en un tiempo que la tienen atrapada, como han
tenido subyugado al género femenino a lo largo de la Historia. Esa ballesta se
ve lanzada, desde la fuerza de la imaginación, hacia las montañas azules,
metáfora de un futuro incierto pero esperanzador, con límites más anchos y con
las esperanzas intactas de quien se siente y quiere ser dueña y protagonista de
su propio futuro; una reivindicación femenina tan apabullante como insegura aún
en muchas ocasiones.
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