Hoy
no hubo comentarios en el sendero ni en el campo, pero sí una consideración más
acerca de la historia del pensamiento, esa historia que se teje lejos de la
Audiencia Nacional y de las cárceles, sin mucho que ver con los desmanes
diarios a los que asistimos (o acaso sí porque tal vez representa una huida de
la fetidez que anega el ambiente), como si fuéramos seres precedentes de mundos
diferentes e interesados por asuntos opuestos.
El
caso es que vuelvo al esquema más reducido del pensamiento y a la modernidad,
que se me vuelve a mostrar como un empujón enorme que, desde distintos lugares
y personas se le dio al pensamiento a partir de los siglos XV y XVI. Da gusto
ver que algunas personas dieron la cara para ir desenmascarando estructuras
escolásticas y nominalistas para dar entrada poco a poco a la razón y a la
persona como fundamentos del conocimiento, del saber y de los esfuerzos.
Benditos Descartes o Francis Bacon, por ejemplo, y todo el estallido que supuso
la modernidad en las distintas ramas del saber. Por fin el hombre entraba a
formar parte de la solución y a ser objetivo y no simple medio, a representar
aquello por lo que merecía la pena pensar y actuar.
Desde
entonces, qué dura la pelea y cuántos desengaños y pasos cautelosos. La
autoridad antigua clásica o cristiana han venido a ser consideradas de nuevo, no
para ser seguidas ciegamente, sino para ser reinterpretadas y en muchos casos
negadas y anuladas. La certeza universal de la conciencia vino a colocar un
punto de apoyo casi infinito en la dinámica mental y del desarrollo de las
ideas. Desde abajo hacia arriba y no desde arriba hacia abajo, como se venía
haciendo; desde la verdad de las sensaciones, pasando por las ideas y por los
razonamientos, hasta terminar donde la razón se ha esforzado al máximo.
No
me gusta la simplificación de los territorios como focos de ideas o esquemas
mentales; a veces hasta me parece peligroso. Pero es bastante ilustrativo que
la filosofía se haya desarrollado, a grandes rasgos, en tres líneas que se
ajustan bastante a territorios diferentes.
Así,
los movimientos más sensualistas, o materialistas, se han desarrollado con más
fuerza en Inglaterra. Tal vez en forma paralela haya que considerar su
estructura religiosa, social y económica, con el individualismo (territorio
insular) y su mezcla extraña entre lo más innovador y lo más añejo y
conservador.
Alemania
es la tierra del idealismo, del desarrollo de las ideas como elaboración mental
frente a las sensaciones y la práctica. En medio de otros territorios, y no
aislada como Inglaterra, parece como si fuera el jardín de la meditación.
A
Francia parece corresponderle una situación intermedia entre estos dos polos. Más
lega, más centralista y más estética, más formal que sustancial. Y más
centralista.
Me
pregunto qué función le corresponde a España en esta síntesis tan reducida e imperfecta.
Como mucho una actividad ancilar y de relleno en el mundo del pensamiento y de
la filosofía. Aquí la modernidad se quedó por el camino y se siguió durante
muchos siglos ampliando índices nominalistas y adecuando fantasmagóricamente
realidades a verdades impuestas desde la religión. Por eso aquí siempre ha
habido tantos teólogos y tan pocos filósofos importantes.
En
nuestros días, las fuerzas se nos van en la indecencia pública, en el robo, en
la picaresca y en el espectáculo más degradante; nuestros centros de trabajo no
son tanto las aulas como las audiencias y los juzgados; y todos asistimos a un
espectáculo barroco exagerado en el que lo único que importa no es la razón
sino el escenario, la parafernalia y el sálvese quien pueda.
Aún
la España de charanga y pandereta sigue anclada en el pasado más rancio o, como
mucho, se viste de payaso o de torero para procesionar todo el año llenando las
calles de ruido y de vacío.