Mientras
suenan campanas de guerra (esperemos que solo verbal), el presidente anda
buscando en China lo que siempre ha denunciado, los partidos nacionales no
saben cómo quitarse del medio de manera serena el asunto de Cataluña, el paro
sigue en las nubes, o se presentan unos presupuestos que parece que no
interesan a nadie por más que sean la ley de leyes para todo el año próximo,
mientras el mundo sigue y seguirá a pesar de todos los pesares, yo me sigo
sentando en mi sillón, buscando alguna idea que me dé certeza de algún orden
del mundo que me satisfaga y me deje en sosiego y en calma.
Sigo
pensando que una de las sensaciones que más me desasosiegan es la confirmación
diaria de que el mundo puede ser observado de manera general, pero que nada o
muy poco se puede hacer para modificarlo. Acaso esa impotencia me lleve hacia
el refugio sencillo y silencioso que me da mi sillón en la terraza. Queda la
acción individual, ya lo sé, y el círculo más próximo en el que mover las manos
y buscar algo de orden y mejora. Desde su blando asiento veo el mundo y me
convenzo de que acaso es mejor no tocarlo pues cualquier proposición que tenga
a mano sería peor que el tedio y la rutina que se lleva. Mejor no menearlo, me
susurro. Y me vuelvo cobarde y me noto vencido.
Menos
mal que me vuelvo hasta las páginas y me voy tras la luz de las ideas, y leo y
leo, y otra vez leo, e hilvano algún esquema que me consume el tiempo, y me
dejo llevar un día y otro sin demasiadas esperanzas de que aquello se eche a volar
desde el balcón y se marche a sonar en los oídos.
Hoy
repetí costumbre y me alié con textos de filósofos griegos, de gente presocrática
que ya se enfrentó al mundo no desde el interés pequeño sino desde la alta
terraza de las ideas y de la razón. Grecia nos dio casi todo a los occidentales
y hoy le reclamamos hasta el último euro, y la empobrecemos después de haberla
saqueado en tesoros físicos y mentales.
Parménides
y Heráclito, Heráclito y Parménides, dos formas enfrentadas de ver el mundo, la
de la inmovilidad y la del todo cambia, la de lo continuo y eterno y la de lo
difuso y cambiante, la del ex nihilo nihil y la del todo desde siempre.
Me
quedaré con algunas palabras de cada uno de ellos para enfrentarlas y para
mediarlas si llegara el caso. O mejor, como esto ya lo hizo Kant siglos más
tarde, para seguir pensando y rumiando.
Parménides:
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El Ser es y el No-Ser no es.
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Hay que decir y pensar que el Ser existe, ya que es a Él a quien corresponde la
existencia, en tanto es negada a lo que no es.
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El Ser es increado e imperecedero.
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No fue jamás ni será, ya que es ahora, en toda su integridad, uno y continuo… o
ha de existir absolutamente o no ser del todo… carece de principio y de fin.
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Es una y la misma cosa el pensar y aquello por lo que hay pensamiento.
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El Ser es una totalidad inmóvil… el Ser está terminado… se manifiesta
inviolable.
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Todo nació y existe todavía.
Heráclito:
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Debemos seguir lo común; sin embargo, a pesar de que la razón es lo común, los
más viven como si fueran poseedores de sabiduría propia.
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El sol tiene la anchura del pie humano.
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El sol es nuevo cada día.
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Todas las cosas se originan en la discordia.
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Son uniones: lo entero y lo no entero, lo concorde y lo discorde, lo consonante
y lo disonante, y del todo el uno y del uno el todo.
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Diversas aguas fluyen para los que se bañan en los mismos ríos.
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La sabiduría es una sola: conocer la razón por la cual todas las cosas son
dirigidas por todas.
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No hallarás los límites del alma, no importa la dirección que sigas, tan
profunda es su razón.
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Lo divergente está de acuerdo consigo mismo. Es una armonía de tensiones
opuestas, como la del arco y la lira.
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La guerra es el padre y el rey de todas las cosas.
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El fuego vive de la muerte del aire, y el aire de la muerte del fuego; el agua
vive de la muerte de la tierra, y la tierra de la muerte del agua.
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Debemos saber que la guerra es común a todos y que la discordia es justicia y
que todas las cosas se engendran de discordia y necesidad.
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No se puede sumergir dos veces en el mismo río. Las cosas se dispersan y se reúnen
de nuevo, se aproximan y se alejan.
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De todos aquellos cuyos discursos he oído, ninguno hay que alcance a comprender
que la sabiduría está separada de todo.
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Lo frío se calienta, lo cálido se enfría, lo húmedo se seca, lo seco se
humedece.
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Ser sensato es la máxima virtud, y es sabiduría decir la verdad y obrar de
acuerdo con la naturaleza.
Ya
tengo suficiente materia para pensar y para invitar a pensar. Aunque
aparentemente se me niegue el mundo y sus vaivenes diarios tan convulsos.
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