jueves, 27 de febrero de 2014

MEJOR CON UNAS RISAS


En mi última visita a Ávila se me cruzó en el camino la necesidad de ir a recoger a la estación de tren a un sobrino que llegaba de Madrid. Acudí solícito y esperé tan solo unos minutos hasta que lo vi aparecer con su maleta a cuestas. Un beso de saludo y al coche.
De la estación a su casa no hay más de cinco minutos en automóvil. Pero es que, a los tres de trayecto, ya se había ejemplificado lo que es vivir en el continuo malentendido. Cualquiera de los dos había entendido al revés algo que tenía que ver con las novedades generales por Madrid y con los años que ese sobrino llevaba residiendo en Ávila. Son dos equivocaciones de escaso pelo, pero suficientes para concluir entre personas algo inteligentes que, sin los contextos y sin la buena voluntad, todo se echa a perder y corre el riesgo de derivar en cualquier fantasma incontrolable. No fue el caso, por supuesto, pues solo sirvió para la consideración que aquí esbozo y para unas risas compartidas.
Tengo para mí que el mundo anda lleno de equívocos y de malas interpretaciones. A veces esas interpretaciones equivocadas tienen que ver con el nivel fónico y con la oreja o la boca mal equipados para la emisión y para la recepción del mensaje; son más de las que parece. Otras veces se producen en otros niveles que implican el desconocimiento de los significados de palabras o de las oraciones, el olvido de los contextos en los que se producen esos significados o de las situaciones en las que se generan las comunicaciones. De vez en cuando se mezclan casi todos los niveles y se produce tal grado de contaminación acústica y significativa que no hay manera si no se acude a la limpieza de la bonhomía y del sentido común. Y como, a pesar de todas las mejores intenciones, cada hijo de vecino se mueve en unas circunstancias personales diferentes, todo se revuelve y se pone gris y alborotado.
Cualquier nivel nos sirve para comprobar la certeza de esta afirmación. Ver perorar a Rajoy o a Rubalcaba, por simplificar, y darse cuenta de que, según de qué manera se observen sus afirmaciones, algo de razón tienen ambos (a mí me parece que uno bastante más que el otro), y verlos cómo siguen afanados en lanzar al viento sus verdades absolutas nos sitúa en la necesidad de aplicar serenidad y seso, cordura y buena voluntad a lo que oímos.
Pero lo que hacen ellos lo hacemos todos a cada instante. Yo, desde luego: buen ejemplo es este de Ávila. No veo cómo se puede tranquilizar el ambiente y la convivencia si no es desde esa buena disposición de la voluntad para aclarar tanto mal entendido como corre por ahí.

Hay tal vez, entre otras, una pega que se opone a ello: seguro que, cuando se aclaran las situaciones con serenidad, se modelan las realidades y se tranquilizan las opiniones y las actuaciones; pero también entonces se aclaran y se desmitifican muchas torres de humo y muchas realidades que acaso están apoyadas en bases de barro muy poco consistentes. Y a eso tal vez no estemos siempre dispuestos.  

miércoles, 26 de febrero de 2014

ORACIONES COMPLEJAS


Me quedan unos restos de actividad académica: una tarde a la semana acudo a la sede que la UNED tiene abierta en Béjar para ejercer la tutoría de los alumnos que acceden a una carrera universitaria. Les doy clase de lengua española y de comentario de texto. Son solo dos horas pero con ello mato el gusanillo y me siento un poco más en forma y menos olvidado. Los últimos temas de sintaxis analizan la unidad superior de relaciones lingüísticas, la oración, y en su escudriñamiento tienen que ver los alumnos cómo se va tejiendo la red de relaciones que conforman una oración y, lo que es más importante, una idea. En ello andamos. El asunto se complica cuando la oración se hace compleja y se alarga en sus apartados y complementos, hasta llegar a los más mínimos detalles.
Procuro hacer hincapié ante mis alumnos en la correspondencia que existe entre las formas de pensar y sus traslados lingüísticos en general. Siempre les digo que el más brutote y el menos cultivado es el que parece, ante los demás, que todo lo tiene claro y que muy pocas veces transita caminos intermedios. La consecuencia es que usa frases cortas, a veces inacabadas, con escasos complementos y menos composición. Por el contrario, el más cultivado y el más sabio es aquel que duda más, que encuentra más aristas en los razonamientos, que observa los grises entre los blancos y los negros, que aspira a más sutileza, que alcanza más detalles y más perfiles. Después lo vuelca en oraciones más extensas, con más complementos, con más complejidad y subordinación. En definitiva, que la lengua es una de las mejores muestras, si no la mejor, de la personalidad y de la forma de ser de cada ser humano. A mí me sirve, además, para demostrar a los demás y convencerme a mí mismo siempre de que el estudio de cualquier disciplina alcanza su último valor no en sí misma sino puesta al servicio de la vida real del ser humano, eso que olvidan tanto los legisladores de derechas y los profesores de la misma cuerda.
El desarrollo del programa me ha pillado con el asunto este del debate sobre el estado de la nación. Vi algo a primeras horas de la tarde y, por alguna razón, me acordé de mis clases de lengua y de comentario de texto. Comprendo las exigencias del tiempo y del espacio (yo mismo me las impongo en esta ventana cada día), pero, a pesar de todo, parecía como si los oradores se exigieran a sí mismos -tal vez empujados por los electores y por sus propios compañeros sobre todo- el aquí te cojo y aquí te mato, el esquema y el dato escueto, el olvido del contexto, la imposibilidad del matiz, la negación de la mano tendida, el descuido de la bondad de la bajada de tono y la serenidad, la obligatoriedad de la superioridad sobre el contrario y el jugarse el ser o no ser personal ante sus colegas y ante los medios de comunicación.
La realidad tiene muchos matices, los contextos en los que nos movemos  dictan muchas obligaciones, los datos son siempre interpretables… Y vencer o no vencer personalmente tiene escasa importancia; o debería, porque esta sociedad parece que lo fía todo a la apariencia y a la desigualdad, y los medios y los lectores y oyentes parece que andamos como deseosos de ver cómo alguien cae a la lona y es humillado por el vencedor. Ya lo vio muy bien Cervantes cuando nos cuenta las sensaciones de los espectadores en la no cumplida lucha entre don Quijote y el repentinamente enamorado Tosilos.

Una subordinada adverbial de modo, de tiempo o causal puede explicar con exactitud el porqué del valor del verbo de la principal y dar con el quid real y definitivo del mismo. Pues vamos a echar esa subordinada a la calle, en la serenidad y en la buena voluntad, para entender lo que realmente quería decir el verbo y hasta el sujeto. En el debate acerca del estado de la nación y en el debate que diariamente trabamos con nosotros mismos, con los demás y con la vida.

martes, 25 de febrero de 2014

EN BUSCA DE AQUEL SOPLO PRIMIGENIO

EN BUSCA DE AQUEL SOPLO PRIMIGENIO
Este aliento tenaz que me sostiene
¿de dónde llega hasta llenarme todo?,
¿cuál fue su primer padre, su principio,
que puso en marcha el soplo y le dio vida?

Tal vez en aquel soplo primigenio
fue todo simple y puro, algún encuentro
impreciso y fugaz, inesperado:
(ahí sigue con sus armas el misterio).
Pero ya no hubo tregua ni descanso
hasta intensificar el caos y la conciencia
de la explosión de eterna cosmogénesis.
Y fueron los abrazos de las piedras,
la densificación de los metales,
las bodas minerales y el cortejo
de todo lo esencial y primitivo.

Después, en otro olvido
del discurrir del tiempo
y en soledad del reino del silencio,
algo, nada, quizás, tal vez, acaso…,
un encuentro lentísimo y perplejo,
el discurrir sin causa y sin conciencia,
un grito en soledad de un diminuto
complejo despistado de organismos
sintió placer en darse mutuamente
cobijo y compañía por un rato.
Y vio que era mejor prestarse ayuda.
Y fue el parto feliz, la biogénesis,
la fiesta de las fiestas, el concierto
de todos los conciertos.

Lo demás fue crecer y repetirse,
hacer complejo y grande
lo que un día fue simple,
y fue fundirse cuerpos y más cuerpos
y arrebatarse vientres y más vientres
y diversificar y hacer nacer al hombre:
feliz antropogénesis aquella.

Y ahora el conocimiento decidido
en busca del porqué del primer grito,
de la causa primera de la primera causa.

Y en esa ya prolífica carrera,
este aliento cansado que me alienta
y me empuja sin tregua y sin descanso
hacia otra alta y cósmica conciencia

de la que por ventura formo parte.

lunes, 24 de febrero de 2014

LA HISTORIA MÁS GRANDE JAMÁS CONTADA


El título en esta ocasión está elegido con cuidado. Ya sé que suena a aquella producción magna del cine del imperio en la que, una vez más, nos contaban la historia y la leyenda a su antojo y según sus esquemas más beneficiosos para el negocio y para su escala de valores. No entraré en detalles ni en explicaciones.
Anoche llegué, como casi todos los domingos, contento y satisfecho de mi viaje a Ávila. Allí me solazo con mi familia y paso unas horas en las que alcanzo cierto grado de bienestar y de ganas de decir no quiero más y me contento con esto. Si, además, estamos todos juntos -y ayer acudió también Juan Pablo-, entonces aún me siento más complacido y hasta casi feliz. Cuando el mundo se estrecha y se dificulta, una huida muy reconfortante es la que me lleva al círculo estrecho pero denso de la familia. Cada día tengo esto más claro desde cualquier nivel que lo considere; incluso hasta desde el de la supervivencia.
El caso es que es mi costumbre llegar y sentarme a descansar viendo la tele. Suelo mirar un programa de La Sexta: SALVADOS. Me inspira confianza su presentador y me parece que se encaran aspectos de la vida con más proximidad y con menos tapujos.
Había oído algún anuncio del programa que ayer se iba a presentar pero no había prestado mayor atención; como figuraba el nombre del 23-F, pensé que se daría a la luz algún detalle desconocido de aquel dramático y a la vez irrisorio golpe de estado televisado en directo de hace ya tantos años.
Cuando conecté, ya estaba comenzado. Enseguida me quedé clavado en el sillón. ¡Nada menos que un golpe de estado simulado, un engaño masivo a todo el mundo! ¡No era posible! ¡Pero es que aquello estaba muy bien tejido narrativamente! ¡Era verosímil! ¡Los protagonistas y narradores viven y siguen en activo! ¿Qué estaban viendo mis ojos?
Juro por lo que haya que jurar que me lo creí y que no salía de mi asombro. ¡Qué barbaridad! ¡Qué disparate! ¡Qué engaño! Y me lo creí hasta casi el final. Y eso que algunas exageraciones eran evidentes y resultaban casi imposibles de encajar en la realidad. ¡Pero es que el fondo y el decorado histórico sí que se prestaban a ser creídos! ¡Al menos por un crédulo como yo!
Todavía en un descanso publicitario, ya casi al final, llamé a un amigo para que compartiera mi perplejidad. Menos mal que todo aquello terminó con la aclaración inmediata por parte del presentador. Entonces respiré, me llamé a mí mismo de todo y volví a aterrizar y a situarme en el sentido común, llamé cinco o seis cosas poco positivas al periodista Jordi Évole y muy pronto las convertí en admiraciones hacia él y el equipo de personas que habían participado en la grabación del programa.

Me marché a descansar con el mal sabor de boca que me deja la consideración de la facilidad que hay para poder manipular la información y, con ella, a las personas que la consumen y la consumimos. El asunto del 23-F pasó enseguida a ser un pretexto y un ejemplo muy didáctico. En este caso no había intención de engaño pues enseguida se aclaró la intención. ¿Qué sucederá en tantos otros casos en los que los intereses bastardos primen sobre la información? Da miedo pensarlo. Como para no consentir en que los medios de comunicación son el cuarto poder. Más que el cuarto, se han convertido claramente en el primero. Y tienen sus accionistas, y sus intereses, y sus escalas de valores, y sus grupos de poder, y sus garras poderosísimas, y sus peligros evidentes. ¡!!OJO!!!

sábado, 22 de febrero de 2014

LA REALIDAD BAJO VELOS


Asistí ayer por última (o no sé si penúltima, pues pensar que no ha de resucitar en cualquier otra ocasión es pensar en lo excusado) a la muerte del caballero don Quijote, siempre con los pucheritos de Sancho y con las esperanzas de herencia de sus allegados, curtido de los caminos, asendereado en demasía y cansado y cuerdo según él después de tanta descordura. Quiero decir que agoté otra vez la lectura del Quijote, con la misma sensación de que cada lectura es el descubrimiento de una realidad nueva. Pero quiso la casualidad, que de vez en cuando hace de las suyas como si nadie le pusiera traba, que me avisaran para acudir a una charla acerca de la actualidad del Quijote en nuestros días.
Esa fue la mía y el pensar que mejor ocasión no la verían los siglos. De modo que tuvimos muerte y enterramiento, con duelo incluido, pero también novena y responso, y plañideras y disputas variadas acerca de su legado. Porque era un contexto en el que todos querían recibir parte de la herencia y de las enseñanzas del caballero andante. Por eso se montó el concilio y riñeron las disputas para ver cuál de ellas se alzaba con el triunfo y con el premio. Y se alargó la charla hasta bien tarde.
El punto de partida fue la conferencia de la profesora Trinidad Puerto titulada “Una mirada actual al Quijote”. Ella ofreció algunas claves para la lectura provechosa de la obra y para el entendimiento cabal de sus mensajes. Las concretó en estas tres; La existencia de la utopía, la búsqueda de una nueva persona para una nueva época, y el continuo enfrentamiento con la realidad social para desintoxicar la mente y desmitologizarla.
Me parecen muy interesantes, las comparto y las suscribo. Algo diferente es que, en este texto, las claves se me escapan de las manos y se me caen de la boca, como a Sancho los refranes, y no sé si no se podrían arrimar otras dos o tres arrobas de apuntalamientos para mejor disfrutar de la novela. Porque las precisiones gritan por abrirse paso a cada instante. Por ejemplo, ¿qué es eso de la utopía, si, por etimología, es lugar que no existe?, ¿cómo se concreta la emergencia de un nuevo tipo de ser humano en una época en la que la oscuridad y la represión eran tan evidentes?, ¿cómo se conjuga esa necesidad de quitarse los velos de las imposiciones, incluidos los mitos y las ideologías, sin correr el riesgo de despeñarse en la banalidad y en el vacío mental y vital?
Allí fue Troya pues, como ocurre siempre con esta obra, se pude defender lo mismo y su contrario, pues es tal océano que da para nadar y para ahogarse. Fue discusión bonita y atractiva. Reivindiqué el derecho de una lectura lúdica, de dejarse llevar y morirse de risa, consciente como soy de haber andado tanto al lado del rocín y del jumento, escuchando las pláticas cruzadas entre amo y escudero y tratando también de echar mi cuarto a espadas en lo se cocía. Parece mentira que un profesor sesudo ande con estas cosas tan livianas. También pedí atención para el alto valor de las palabras: lo que importan los diálogos, la pintura cabal de caracteres, y de todo el baúl de formas que guarda esta gran obra. Y advertí del peligro de quedarse sin velos culturales y sociales, pues, aunque es conveniente bajarse a la realidad y descubrir mediterráneos cada uno por su cuenta, tampoco es menos cierto que hay que poner sombrilla tejida de principios, que nos cubra de lo que quema el sol y que trabe unas cuantas ideas que den forma y sentido a nuestra vida.
En todo caso, es un bien necesario que apunte un nuevo hombre, un ideal distinto lejano del poder de los mercados, porque entonces al menos tenían los molinos con sus aspas al viento y bien visibles y no ponemos cara a esos otros molinos con cuentas y teléfonos de compras y de ventas, de acciones y de dividendos.
Tal vez hoy sea más difícil luchar porque no acude ningún gigante a los caminos, se esconden como hurones detrás de esos murales en mansiones o en barcos lujosísimos, pero no dan la cara los cabrones, si no las descubrimos con cuentas en Suiza. Con otra luz del día, tiene que renacer otro hombre nuevo, más cerca del ilustre caballero, con la ilusión al aire y por montera, buscando más al hombre por ser hombre que por sus pertenencias, y ahormando otra esperanza con otra realidad.
Anda todo pendiente de aquellos caballeros “que a las aventuras van”. No sé si don Quijote irá de nuevo. De momento necesita descanso, ya veremos.

N.B. La venta fue un local adecentado por el grupo de gentes bejaranas que se mueve al reclamo de la CNT. Qué buena impresión me causó aquello pues no noté venteros ni dueños ni criados.

jueves, 20 de febrero de 2014

NO MÁS QUE UN SIMPLE APUNTE


“Pensar que en esta vida las cosas de ella han de durar siempre en un estado es pensar en lo excusado, entes parece que ella anda todo en redondo, digo, a la redonda: la primavera sigue al verano, el verano al estío, el estío al otoño, y el otoño al invierno y el invierno a la primavera, y así torna a andarse el tiempo con esta rueda continua; sola la vida humana corre a su fin ligera más que el viento, sin esperar renovarse si no es en la otra, que no tiene términos que la limiten.” Don Quijote, 2, LIII.
Cada vez que cruzan mis ojos este pasaje, más me convenzo de la validez múltiple que tiene, del valor polisémico de la idea que encierra y de que me sirve lo mismo para un roto que para un  descosido, pues, con él bien interpretado, la prenda vuelve a quedar lisa y como nueva, o acaso para tirarla definitivamente a la basura. Solo se necesita un poco de tiempo y algo de serenidad para entender que todo él es verdad, a pesar de todos los pesares.
A veces se construyen ideales, necesarios seguramente para seguir viviendo, que, se cumplan o no, siempre tienen un fin y dan paso a otras posibilidades de ese tejido interminable que van urdiendo el tiempo y el espacio. Cuanto más amplio es el campo en el que juegan las cosas, más se confirma esta verdad. ¿Quién puede reconocer, ni siquiera de nombre, a no sé cuántos reyes medievales, que, en su época eran referencia para todos los súbditos? ¿Dónde los restos de la grandeza del imperio romano? ¿Qué es aquello de la guerra in-civil para casi todas las generaciones jóvenes? ¿Hubo alguna vez alguna industria textil pujante en esta estrecha ciudad de Béjar? ¿Cuál fue la primera gran ilusión de mi niñez? ¿Me recordarán mis alumnos de hace cinco años? Y en la dirección contraria, ¿qué puedo yo saber del futuro de mi nieta?, ¿no saldremos algún día de la crisis, aunque sea para repetirla con otros argumentos?, ¿no es verdad que el verano llegará con toda certeza?
Parece que todo nos acerca a un carpe diem irremediable. El asunto creo que es algo más profundo y desconsolador, pues, al fin al fin, parece que todo da igual y que se nos va de las manos como un pez resbaladizo. Lo bueno ya cambiará alguna vez en menos bueno, y lo malo se tornará sin remisión en algo mejor. Me veo aparecer a Schopenhauer por la puerta y no quiero que venga a amargarme este rato, pero ahí sigue esperando.
Y, si el nivel se queda en carpe diem, tampoco está tan claro cuál de los dos remedios es el mejor para agarrarse y coserse a él: la abulia o la acción continua. Y, aun en la acción continua, ¿en el sentido del gozo o en el de la purificación?
Porque asoma en el horizonte la primavera, se marchará el invierno, llegarán los calores, pasarán los días y no volverán los años. O vendrán a su modo y a su antojo, sin importarles nada estas reflexiones.

Pero, ea, que mañana amanecerá Dios y medraremos.

miércoles, 19 de febrero de 2014

CON LAS PRIMERAS FLORES DEL ALMENDRO

CON LAS PRIMERAS FLORES DEL ALMENDRO
(Calle Olivillas, bajada del Túnel, 19 de febrero)

Se recordó la vida en el almendro
y decidió volver hasta las ramas,
heraldos de fulgor en flores blancas
que miran asustadas hacia el cielo.

Las piedras expulsaron, desde dentro
de sus rendijas húmedas, la savia
guardada en la hendidura y olvidada
en lo más escondido del invierno.

La pared, temblorosa, las contempla
como primer vagido en lo profundo
de una incipiente y tenue primavera.

Yo también, en silencio, me descubro
deseando, con aires de nostalgia,

que me transforme en vida la mañana.

lunes, 17 de febrero de 2014

LA AMBICIÓN DE CÉSAR Y DE QIN SHI HUANG


El fin de semana me llevó a Madrid. Siempre que voy cumplo con placer varios protocolos: viajes, visitas, compras, paseos, espectáculos, consideraciones que se repiten… Todos estos fines de semana suelen ser muy cumplidos y con escasos tiempos muertos; y eso que a mí realmente lo que me interesa es la visita a mis familiares y el tiempo que puedo pasar con ellos.
Asistí a dos espectáculos culturales bien distintos pero con poso común: la puesta en escena de “Julio César”, la obra de Shakespeare, con traducción fantástica de Ángel Luis Pujante; y la exposición de los Guerreros de Xian, en el centro Fernando Fernán Gómez.
Con independencia de cualquier consideración artística, creí ver en ambos casos la expresión de lo que puede conllevar la ambición desmedida en la que muchos seres humanos se embarcan, sobre todo en cuanto tienen en sus manos un poco de poder. A César lo juzgaron las consideraciones de sus propios compañeros y de sus amigos Bruto, Casio y compañía; a Qin Shi Huang le perdió la tiranía y la imbecilidad de aspirar desmedidamente a la inmortalidad a costa de todos los demás. Ambos han permanecido en el tiempo, es verdad, pero para consideración de los demás seres acerca de si sus ambiciones fueron justas o fueron desmedidas.
Porque parece que algún grado de ambición en la vida es saludable: lo contrario es un vestido de indolencia y de abulia. Pero, ¿cuáles han de ser los límites de esa ambición?, ¿a quién tiene que llevarse por delante su consecución? Y, si se me permite, ¿con qué fines, si se sabe que el final siempre es próximo en los parámetros infinitos del tiempo?
Tengo la impresión de haber conocido a algún César y a algún Qin Shi Huang, que han llegado socialmente muy arriba, pero a costa de demasiados cadáveres en el campo de batalla y con muy escaso reparto de dignidades cuando se hallan en la tribuna. Se me vienen a la mente enseguida algunos nombres. Son actitudes que me disgustan profundamente.
En muchos casos, y es la segunda consideración que apunto en estas líneas, la ambición lleva a mover las conciencias de las masas en un ejercicio de fácil demagogia en el que el vaivén multitudinario y el aplauso sencillo se consiguen mejor que el flujo de las olas cuando sube la marea. César lo conseguía con el pan y el circo, Qin Shi Huang era más brusco y aplicaba el filo de la espada.
¿Y qué otra cosa se emplea ahora para ese adormecimiento de conciencias sino el pan, el circo y la espada forrada de terciopelo e invisible,  en una lucha feroz trucada de números y de imágenes?
Césares y emperadores, figurones y espectadores idiotas, banqueros y aspirantes a llegar a fin de mes, ilusionados e ilusionistas, y todos los otros niveles cotidianos de más y de menos, de engañantes y de engañados.
¿Hasta dónde es permisible la ambición si supone el sometimiento y la falta de libertad de los demás? ¿En nombre de qué y con qué acciones podemos actuar para eliminar esas ambiciones desmedidas? Cuando se quiere eliminar un exceso de poder, ¿con qué fin lo hacemos?, ¿no será para cambiar el sujeto ambicioso solamente?

En Madrid quedaron Julio César y Qin Shi Huang; el concepto de la ambición, del poder desmedido y la privación de libertad para los demás que ello supone se expandieron en el aire y esta mañana de lunes vinieron a mi mente y a esta ventana en la que se han posado.

viernes, 14 de febrero de 2014

A DESCANSAR, CABALLERO Y ESCUDERO


Me he mojado estos últimos días con la lluvia, siguiendo los paseos de don Quijote y de Sancho por esos mundos de la fantasía. Y he llegado a tiempo de volverlos a recoger bajo techado para que no se mojen el fin de semana, pues me reclaman en otro sitio y no puedo atenderlos. Ya sé que la vuelta no ha sido ni la más gallarda ni la más espectacular, metido el caballero en una jaula de animales y atado e indefenso, como si de un reo peligroso se tratara. Si comparo con toreros, cantantes, futbolistas o famosetes de turno, no me cuadra nada, pues a todos estos últimos los pasean y los paseamos como si fueran los salvadores del mundo. Alguien tiene que explicarme esto porque no logro entenderlo.
Pero, al fin al fin, el caballero de la Triste Figura, cansado de batallar, viene vencido y triste y dispuesto a reponerse. No demasiado, claro, pues, ya sé que, en cuanto pasan unos días, el cura (otra vez el cura) y el barbero (supongo que con su bote de melocotón a cuestas: es un decir) van a visitarle y pegan la hebra. Y, como sucede ahora mismo, no se les ocurre otra cosa que “arreglar el mundo” con sus ideas; algo así como si, tomando unos vinos, nos soltamos y ofrecemos al Gobierno la solución a nuestra crisis. Entonces la crisis se le achacaba al turco, pero es igual.
A don Quijote le dieron donde más le dolía. ¡Un caballero andante al que se le piden soluciones! Nada más a mano y sencillo: la resurrección de la caballería, la confabulación de unos cuantos, y adiós al turco y a cualquier dificultad. Lo que digo, como ahorita mismo en nuestras charlas de café. De hecho, solo falta que Sancho suelte la boca para echarse ambos de nuevo al camino.
El libro, el caballero y el escudero nos enseñan la necesidad de la ilusión, pero también la obligación de la mesura y de la razón para poner algo de calma a la vida, a la convivencia y a todo. No es fácil en un país de exageraciones y de extremos como este. Tampoco es bueno desinteresarse de lo que pasa. Conjugar ambas verdades no es lo peor.

Pero, de momento, durante este fin de semana, caballero y escudero, a descansar, a reponerse y a dejarse de aventuras. La próxima semana será otra cosa, pues volveréis a ser caballeros que a las aventuras van, y amanecerá Dios y medraremos.

jueves, 13 de febrero de 2014

VAYA CRUZ CON LA "CRUZ DE LOS CAÍDOS"


Hasta este apartamiento en que me hallo, sin salir a la calle casi nada, lejos del ruido que me acosa, me llegan las noticias, las ideas que dicen que preocupan a la gente. Todo lo dice a voces la boca de los medios, el altavoz continuo de la tele o la ventana blanca que soporta esta mesa y que me abre las palabras del mundo.
Y hasta mí llegan voces de todos los espacios y niveles. Por ejemplo de Béjar, de esta ciudad estrecha en la que van pasando mis días y mis noches, de esta ciudad en la que simplemente me voy volviendo viejo, como todos.
Una de ellas dice que nuestro ayuntamiento va a reponer la Cruz de los Caídos en el mismo lugar en el que anduvo clavada durante tantos años. En los últimos tiempos se ha construido en la calle Colón un aparcamiento después de desmontar un pequeño parque público, parque que ahora se repone sobre la obra realizada. En su esquinazo más visible, se volverá a poner la susodicha cruz, que recordará la guerra incivil aunque supongo que ya sin los nombres de los “caídos” solo en el bando vencedor.
La construcción de ese aparcamiento tiene mucha importancia en la intrahistoria de esta ciudad estrecha: yo creo que fue una de las causas de la pérdida de las elecciones municipales últimas por parte del PSOE. En su tramitación se mezclaron errores con malos modos y puesta en marcha del todo vale con tal de difamar y de conseguir arrancar un puñado de votos. Otros lo podrían explicar mejor que yo. Una más de la derecha política. Después, todo ha quedado en un uso privatizado y en otro bien del que se ha desentendido el poder público. Es la línea, la desgraciada línea de actuación: no hay que extrañarse.
La Cruz de los Caídos ha servido de muestra durante muchos decenios de lo que ha supuesto la vida en este país y en esta comunidad: solo un grupo, el vencedor; solo un dogma, el católico. Y así, cogiditos de la mano, nos han llevado a todos y han impuesto sus normas y su estilo, han dejado de lado y han ignorado a todas las familias de los que sencillamente pensaron de otra manera y tuvieron la desgracia de “perder” en aquella infame guerra incivil. Durante más de cuarenta años. Año a año, mes a mes, semana a semana, día a día, hora a hora, minuto a minuto, segundo a segundo. Y aún andan resistiéndose a dar un paso al frente, a entender que esa infamia duele a los humillados, que hay símbolos que hieren como espadas con filo, que ya está bien de andar venciendo siempre.
Es verdad que el paso del tiempo va dejando los símbolos más laxos, como destensados y muertos, arrumbados y solo a la intemperie de las medidas físicas y el frío de las piedras. Es verdad. También es algo cierto que poner líneas rojas no es siempre tan sencillo, sobre todo si el símbolo se acoge a la trampa de “todos los caídos” donde antes solo eran los muertos “por Dios y por España”.
Pero ahora era el momento de pasar esa página de escarnio, de no insultar de nuevo con el recuerdo negro. Porque ahí no estarán nunca en el recuerdo “todos” los que cayeron, solo algunos. Desde ese saliente que parece que asusta, siempre de arriba abajo, siempre como mostrando que pervives solo si te perdonan.
Y la cruz y la espada siempre juntas, sobre todo la espada que más corta y que sirve de medio para segar de cuajo tantas vidas. Qué soplo de vergüenza, que bofetón de ira, qué rayo de barbarie y de miseria.

Con su misma medicina: “Aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar montañas, si no tengo amor, no soy nada.” San Pablo a los Corintios 13:1

miércoles, 12 de febrero de 2014

JURARÍA QUE FUE LA BATA BLANCA

JURARÍA QUE FUE LA BATA BLANCA
Me he puesto a recordar aquellos restos
que abandonó en la playa la tormenta,
ciclogénesis última
de un largo enfrentamiento de dos cuerpos
luchando a cuerpo limpio
por alcanzar del fuego el apogeo.

Todo fuerza y sudor, todo tormenta
desatada sin causa y sin complejos.

Los tópicos, al limbo del olvido:
ni cabellos de oro, ni las cejas
como arcos en el cielo, ni los ojos
lucientes y brillantes como soles,
tampoco las mejillas como rosas,
ni los labios corales o los dientes
cual perlas que se engastan en collares
naufragando en los mares de la boca,
ni marfil en las manos
ni mármol en el cuello, ni tampoco
el mar de los sargazos en la hondura
de tus carnes rosadas: un retrato
frío y desangelado, entre las páginas
de un libro o de las reglas de un tratado.

Solo fuiste pasión en bata blanca,
que cayó como un árbol, empujada
por la extrema impaciencia de mis manos
y ganas, y más ganas
de romper con la luz de los espejos
y todos los malditos mandamientos
pactados en la ley de las iglesias.

Hoy recuerdo feliz la bata blanca,
su descenso hasta suelo y la presencia
de aquel cuerpo de luz que me sedujo
y me desdibujó hasta convertirme

en lava y en torrente y en pecado.

lunes, 10 de febrero de 2014

EL SANTO AL CIELO


Diversas circunstancias me obligan a comer muchos días solo. A veces me acompaña el ruido de la tele; otras me envuelve el acordado sonido de la música; siempre, de fondo, el paisaje y el cielo.
En estas circunstancias no tengo que dar cuenta a nadie, salvo a mí mismo, ni de mi frugalidad ni de mi glotonería; tampoco de la velocidad ni de los gustos  o formas con las que me hago con la comida y con sus beneficios. El ambiente lo pongo yo; el ritmo, también; las formas, lo mismo.
Me llaman mucho la atención las formas a las que se someten los personajes y las personas de toda clase en las reuniones sociales. Me llaman no por la necesidad de comportarse con buenos modales en público, sino por lo que me parecen evidentes sobreactuaciones y pérdidas de la naturalidad. He visto a gentes bebiendo agua de un vaso que se las ve y se las desea para ingerir apenas un sorbo por las posturicas raras, tal vez hollywoodienses; las mismas personas que tal vez no hilan ni un silogismo elemental. Qué se le va a hacer, es la vida, y son las tonterías que se nos imponen en tantas situaciones y momentos.
Otra vez me quedo con las impresiones de Cervantes en boca de su dúo inseparable. Esto le decía Sancho a don Quijote en respuesta a una invitación a sentarse a su lado para comer, en mesa redonda con unos cabreros:
“!-Gran merced! -dijo Sancho-; pero sé decir a vuestra merced que como yo tuviese bien de comer, tan bien y mejor me lo comería en pie y a mis solas como sentado a par de un emperador. Y aun si va a decir verdad, mucho mejor me sabe lo que como en mi rincón sin melindres ni respetos, aunque sea pan y cebolla, que los gallipavos de otras mesas donde me sea forzoso mascar despacio, beber poco, limpiarme a menudo, no estornudar ni toser si me viene en gana, ni hacer otras cosas que la soledad y la libertad traen consigo. Así que, señor mío, estas honras que vuestra merced quiere darme por ser ministro y adherente de la caballería andante, como lo soy siendo escudero de vuestra merced, conviértalas en otras cosas que me sean de más acomodo y provecho, que estas, aunque las doy por bien recibidas, las renuncio para desde aquí al fin del mundo.” Cap. XI, 1ª parte.
Y todo esto en un ambiente, al fin y al cabo, distendido y no precisamente versallesco, pues eran cabreros sus acompañantes. Tal vez por ello “No entendían los cabreros aquella jerigonza de escuderos y de caballeros andantes, y no hacían otra cosa que comer y callar y mirar a sus huéspedes, que con mucho donaire y gana embaulaban tasajo como puño. Acabado el servicio  de carne, tendieron sobre las zaleas gran cantidad de bellotas avellanadas, y juntamente pusieron un medio queso, más duro que si fuera hecho de argamasa. No estaba en esto ocioso el cuerno (del vino), porque andaba a la redonda tan a menudo, ya lleno, ya vacío, como arcaduz de noria, que con facilidad vació un zaque (una bota) de dos que estaban de manifiesto.”
En estas andaban, menudeando la bota y dejándose llevar por las manos en las viandas, cuando a don Quijote se le soltó la lengua y desembuchó el famoso discurso de la Edad de Oro, allí, en medio del campo, al amparo de cualquier encina y al arrullo del agua de cualquier arroyo. Pero su glosa ya se me hace larga para este contexto.

Pensaba haber dejado nota sobre las apariencias, no de los modos en la comida, sino sobre los vestidos en los Goya, pero se me fue el santo al cielo y la memoria a las comidillas de los sábados en el campo, tal cual Sancho y don Quijote, como cabreros y como pastores al cobijo del té y de las bebidas, que también embaulamos mientras se nos va la lengua en arreglar el mundo en imaginación de otra Edad de Oro, tan alejada de esta Edad de Bronce, de Hierro y aun de Cobre en la que vivimos.

domingo, 9 de febrero de 2014

ESOS PEQUEÑOS VANIDOSOS


Me conmueve observar de qué manera algunas personas venden su primogenitura por un simple plato de lentejas. La primogenitura, claro, hay que entenderla en sentido amplio y metafórico y no en el imposible y estrecho del biológico nacer antes. Es la preminencia y  el figureo, es la apariencia y el matar el gusanillo de la vanidad. Lo mismo le sucede a las lentejas -tan ricas ellas con chorizo-, que se pueden transformar en un premio, en una comida gratis o hasta en una simple consumición. Eso sí, sea como sea, el buen aspirante ha de comportarse con la  dignidad del que tiene la capa bien puesta y no deja ver las miserias que hay debajo, sin perder de vista una mal entendida sensación de grandeza y de finura.
Casi todas las profesiones artísticas corren este peligro en sus cultivadores y puedo dar testimonio de hechos que no dejan en feo a las apariencias de los caballeros del Lazarillo o a los gorroneos de los personajes de Quevedo; suplicar el pago de una cena, escaparse de pagar una ronda o despistarse en una tienda de libros certifican las miserias de gentes que se apoyan en realidades económicas muy escasas y que no se compadecen siempre con los mundos imaginativos en los que se enzarzan.
Pero no seré yo quien los condene a las penas del infierno pues, al fin, son como niños que se dejan llevar por el sabor dulce de un simple caramelo, se conforman con muy poco y nunca forman equipo con los grandes ladrones de guante blanco de bancos y negociantes de mercados. ¿Y cómo iba yo a condenarlos si hasta los más altos personajes se han dejado llevar por lo que no es más que un simple instinto y un guiño a la debilidad humana, esa que se sustancia en el pormenor pero que se oculta en la apariencia y el doble sentido.
Así me ocurre por ejemplo con el caballero de los caballeros, con el desfacedor de tuertos más noble de la Historia, con el gigante de la buena voluntad, que, de vez en cuando, se las ve y se las desea para compaginar sus necesidades más inmediatas con el mantenimiento de su situación emocional de gigante de la caballería. Hablo, de nuevo, de don Quijote; y, al hablar de don Quijote, hablo también de Cervantes, ese creador genial que se ve apocado por la fama de sus contemporáneos, que duda y balbucea hasta casi el infinito hasta que ve por fin encauzado a su personaje, que se equivoca con demasiada frecuencia en su trama novelística; pero que destila tal ingenio y bonhomía, tal torrente de posibilidades y de proximidad, que todo se le perdona y se le aplaude, hasta cobijarse bajo su pluma, como capitana que es de todo un idioma extenso e importante.
Al filo del capítulo X de la primera parte, don Quijote tiene hambre y no sabe cómo satisfacerla sin faltar a los ideales que encarna. Casi es mejor copiar que glosar: “Pero dejemos esto para su tiempo, y mira (Sancho) si traes algo en esas alforjas que comamos, porque vamos luego en busca de algún castillo donde alojemos esta noche y hagamos el bálsamo que te he dicho, porque yo te voto a Dios que me va doliendo mucho la oreja.
-Aquí trayo una cebolla y un poco de queso, y no sé cuántos mendrugos de pan -dijo Sancho-, pero no son manjares que pertenecen a tan valiente caballero como vuestra merced.”
Ya anda Sancho a sus asuntos y a su glotonería, y don Quijote a los suyos.
“-¡Qué mal lo entiendes! -respondió don Quijote-. Hágote saber, Sancho, que es honra de los caballeros andantes no comer en un mes, y, ya que coman, sea de aquello que hallaren más a mano; y esto se te hiciera cierto si hubieras leído tantas historias como yo, que, aunque han sido muchas, en todas ellas no he hallado hecha relación de que los caballeros andantes comiesen, si no era acaso y en algunos suntuosos banquetes que les hacían, y los demás días se los pasaban en flores.”
Pobre hombre, no se lo cree ni él. Está muerto de hambre y no sabe cómo romper la situación. Por eso, como le puede el hambre, se desata en la atenuación:
“Y aunque se deja entender que no se podían pasar sin comer y sin hacer todos los otros menesteres naturales, porque en efecto eran hombres como nosotros, hase de entender también que andando lo más del tiempo de su vida por las florestas y despoblados, y sin cocinero, que su más ordinaria comida sería de viandas rústicas, tales como las que ahora tú me ofreces. Así que, Sancho amigo, no te congoje lo que a mí me da gusto: ni quieras tú hacer mundo nuevo, ni sacar la caballería andante de su quicio.”
Anda, Sancho, dale algo de comer, cualquier mendrugo, compadécete de él, que ya no aguanta y no sabe cómo disimularlo.
Pero el guasón y egoísta de Sancho lo maltrata con su realismo:
“-Perdóneme vuestra merced -dijo Sancho-, que como yo no sé leer ni escribir, como otra vez he dicho, no sé ni he caído en las reglas de la profesión caballeresca; y de aquí adelante yo proveeré las alforjas de todo género de fruta seca para vuestra merced que es caballero, y para mí las proveeré, pues no lo soy, de otras cosas volátiles y de más sustancia.”
Qué pedazo de cabrón Sancho, cómo lo trae y lo lleva a su antojo. De modo que buena caza para él y productos de sustancia; el caballero que se avíe con los frutos secos. Qué mala leche.
Don Quijote, en su estado de necesidad, sigue suplicando, no ya con indirectas sino casi de rodillas:
“-No digo yo, Sancho -replicó don Quijote-, que sea forzoso a los caballeros andantes no comer otra cosa sino esas frutas que dices, sino que su más ordinario sustento debía de ser de ellas y de algunas yerbas que hallaban por los campos, que ellos conocían y yo también conozco.”
Ahí está el buen hombre, muerto de hambre, pero sin dar su brazo a torcer. Menos mal que Sancho es también un cacho de pan y enseguida se conmueve (a veces hasta hace pucheritos de arrepentimiento como los hace mi nieta de cuatro años). El resultado termina siendo conmovedor:
“Y sacando en esto lo que dijo que traía, comieron los dos en buena paz y compañía.”
Los dos son en verdad dos cachos de pan, dos almas condenadas a entenderse, dos aspirantes a dejarse querer y a ablandarse con casi nada. Tal vez como los creadores a los que evocaba unas líneas más arriba. O como los caminantes que los sábados comparten camino, charla, vistas y viandas. También el aguardiente y el té de Manolo, que se recupera felizmente de una intervención  contra la noche y las tinieblas.

Y que ando de nuevo con el caballero y con el escudero. Pues sí, ¿y qué pasa?

viernes, 7 de febrero de 2014

2014-02-07 (16,30 H) PREGUNTAS PARA EL PASEÍLLO (DE LA INFANTA)


Los cielos precipitan sus lamentos y lloran sin cesar desde hace días (ohhhh). Vamos, que llueve mucho y estoy hasta el cogote de no bañarme al sol que más calienta (ahhhH). Y pienso que ha de ser por el asunto de la declaración de nuestra infanta (uhhhh). Es conjunción de estrellas y signos del zodiaco despistados (horror…). Lo nunca visto, lo nuevo de la Historia, la encarnación del verbo, la precipitación de los misterios (biennnnnnn).
200 policías, 300 periodistas para encauzar las hordas y contener las turbas (guauuuuu). Muchas calles cortadas, cacheos a gogó y antidisturbios (biennnn). Hay fiesta en las tabernas aledañas y se alquilan ventanas para observar mejor el paseíllo (ohhhh). El país está en vilo y en vigilia hasta ver en qué queda todo eso (ahhhh). Yo pienso suspender mi paseíllo de sábado en el campo: quién se puede perder tal artificio (nooooo).
Y fuera de chorradas y de citas, estoy hasta los huevos de la infanta y de todo el folclore que se monta en torno de su acción y de sus cosas. Y me muero de angustia por conocer las cosas importantes. Será preparación para los Goyas y para lo de Hollyvood el día que pare el mundo con los Óscar. Aquí van mis preguntas, todas importantísimas y de pesada enjundia:
a)      ¿Serán buenos los ángulos para tomar imágenes de las de primer plano?
b)      ¿Llevará ropa interior la infanta o afrontará la cita a pecho descubierto?
c)      ¿Será de Valentino su vestido?
d)      ¿Lucirá alguna blusa de tirantes?
e)      ¿Hasta dónde alzará los pies en sus tacones?
f)       ¿Evitará tocar las rayas entre baldosas?
g)      ¿Se dignará mirar a los fotógrafos?
h)      ¿Tiene vendida toda la exclusiva?
i)        ¿Habrá sillas distintas para el Hola?
j)        ¿Quién le hará su peinado y qué tipo de rímel adornará sus ojos?
k)      ¿Tirará caramelos cuando pase?
l)        ¿Saludará a la imagen de su padre que preside la sala del juzgado?
m)   ¿Sufrirá algún desmayo? ¿Estará ya dispuesta la ambulancia?
n)      ¿Anunciará allí mismo otro embarazo?
o)      ¿Habrá condescendencia para que cien marujas y marujos se acerquen a decirle unos piropos de los de sumisión y acogimiento?
p)      ¿Hará honor a su mote y negará la voz y la palabra, pues es infanta y eso quiere decir que no sabe for fare y que no habla?
q)      ¿Harán sus seguidores algún grande festín de desagravio?
r)       ¿Irá tal vez en coche descubierto?
s)       ¿Le hará fiel compañía en el paseíllo algún lacayo en traje cortesano?
t)       ¿Por qué no se celebra el paseíllo a la hora sagrada de los toros: las cinco de la tarde? Se añadirían fanfarrias y mantillas.
Señoría, no hay más preguntas por ahora, pues ya son suficientes para los tres siguientes números del Hola.
Y si puedo dejar una palabra con algo de cordura, diré con amargura lo que sigue: Me sonroja el nivel del periodismo que abunda en esta España del demonio. Meses dándole vueltas al asunto vacío del paseíllo. El rábano por las hojas, el dedo y la luna, la paja y la viga. Y tanto la derecha como la izquierda (he sentido más que vergüenza con la persecución y el exceso de algún periodista de la sexta). Como si todo fuera un espectáculo de circo y de venganza.
Que la condenen, coño, si hace falta, que no es más que los otros ciudadanos. Pero vayan al fondo del asunto, a la sociología y a las causas que permitieron esa impunidad continua entre los miembros de la casta dinástica: un mundo de ignorantes papanatas, de marujas sin cuento, de tontos sin cabeza, perdida en el color de la apariencia. La infanta me la suda, con perdón, lo mismo que cualquiera que cometa un error. Mucho más me preocupa el ambiente social que lo propicia, porque ocupa a los seres que viven a mi lado, a muchos, a muchísimos, a todos. Y no buscar las causas es ayudar a que vuelva a repetirse.

Como habrá secretarios apostados por todas las esquinas, mejor me iré a gozar entre los pinos, a acariciar la nieve, a rozarme en el frío y a darle con pasión a la tortilla. Fale.

AGENDA DE TRABAJO

AGENDA DE TRABAJO
Amanece y la luz tira de la alta
sustancia de la vida. Me recuerdo
y me pongo a trabajar en mis tareas.
Hoy es viernes, conviene
repetir el paseo por las sendas
que los viernes me llevan al olvido;
después hay que leer, fijar la mente
en algunas pequeñas vaguedades
dispuestas por la lógica o la pluma
del instinto feliz de  un despistado;
más tarde, reescribir en pocas líneas
lo que alcanza un momento liberado
del mostrenco vivir, de la rutina;
cuando llega la voz de las aceras,
no atenderla pues causa ruido y pide
lo que solo es inmenso griterío…

Y la mesa, y la tarde consumida
entre páginas lentas y recuerdos
de lo que fue y no es porque ya ha sido,
y tal vez un paseo a ningún sitio,
huyendo de pisar siempre las huellas
que el pasado ha esculpido y que el futuro
no sabe si abrazarlas o ignorarlas
en lo más olvidado del olvido.
Y la noche y el sueño y el recuento
de otro día gastado en la zozobra
de caminar sin rumbo definido.

Estoy al fin dispuesto
para acoger las huellas del pasado,
las ansias del futuro, lo que el día
disponga encomendarme: soy la marca
de un proceso perdido entre las sombras
más oscuras y densas, un novicio
que aspira simplemente a hacer camino
con las mente y el cuerpo

dispuestos para el pan y para el frío.

jueves, 6 de febrero de 2014

CALMA Y SOSIEGO


Acaso la edad, esa medida que se asoma a los polos del comienzo y del final para medirse cada día; tal vez este tiempo cansino del invierno, con lluvias, viento y nieve; puede que algún desánimo que altera con frecuencia la situación de difícil equilibrio en el que uno se mueve; quizás la reflexión y una acción más escasa…
El caso es que hay ratos en los que uno se sienta a considerar y a ver la forma en la que las cosas (los eventos que acontecen en la rúa) todas, las externas y las internas, las grandes y las más pequeñas, vienen a hacer mella en los sentimientos personales y lo avocan a una alegría mayor o menor, o a una tristeza más o menos acusada, según ayer afirmaba el maestro Spinoza.
Y es que hoy también se expresa. Y lo hace así: “En la medida en que el alma (la mente) entiende todas las cosas como necesarias, tiene un poder mayor sobre los afectos, o sea, padece menos por causa de ellos.” (Parte quinta; Proposición V). Y un poco más adelante: “Vemos que la tristeza ocasionada por la desaparición de un bien se mitiga tan pronto como el hombre que lo ha perdido considera que ese bien no podía ser conservado de ningún modo.”
Y ahora es el momento en el que empieza el cosquilleo y la consideración personal, que incluye casos y momentos personales o ajenos en los que esta reflexión se puede aplicar. Y no hace falta detallarlos porque son todos y cada uno, son los más insignificantes y los más esenciales, son los más efímeros y los más duraderos.
Y concluye uno en la necesidad de aceptar lo inevitable con serenidad y desde la razón, por más que los sentimientos quieran aflorar y luchar a fuego con las razones. Y tal vez entonces termine por imponerse cierta calma y cierto ajuste de los acontecimientos individuales en un esquema algo más amplio y que, en todo caso, nos supera.
Porque nuestras posibilidades son las que son. Y doy de nuevo la palabra a Spinoza en su último capítulo de la Parte cuarta: “De todas maneras, la potencia humana es sumamente limitada, y la potencia de las causas exteriores la supera infinitamente. Por ello, no tenemos la potestad absoluta de amoldar según nuestra conveniencia las cosas exteriores a nosotros. Sin embargo, sobrellevaremos con serenidad los acontecimientos contrarios a las exigencias de la regla de nuestra utilidad, si somos conscientes de haber cumplido con nuestro deber, y de que nuestra potencia no ha sido lo bastante fuerte como para evitarlos, y de que somos una parte de la naturaleza total, cuyo orden seguimos. Si entendemos eso con claridad y distinción, aquella parte nuestra que se define por el conocimiento, es decir, nuestra mejor parte, se contentará por completo con ello, esforzándose por perseverar en ese contento. Pues en la medida  en que entendemos eso rectamente, el esfuerzo de lo que es en nosotros lo mejor parte concuerda con el orden de la naturaleza entera.”

No sé si después de estas consideraciones no tengo que ponerme un capuchón y salir a la calle a consolar a los viandantes. Mejor me quedaré en casa, al amparo del calorcito y tratando de sentirme poco afectado por lo que me vaya sucediendo.

miércoles, 5 de febrero de 2014

LAS AFECCIONES PRIMARIAS


Otra vez a vueltas con los pensadores que aspiran a entender cuál es el impulso que nos empuja ciegamente a mantenernos cada instante en el camino confuso de la vida, cuál es el empuje constante que no nos permite pararnos y decir basta. Es la pregunta del millón y no es fácil dar con la respuesta. Los más sesudos lo han intentado y cada cual ha llegado con sus fuerzas hasta la pared final del precipicio.
Muchos lo han ordenado todo desde una causa mayor y superior que embelesa al ser humano y que lo embauca en un sueño feliz y lo potencia en sus actividades. Ahí estarían sobre todo las religiones. Muchos otros se han parado en el ser humano y han buscado en sus miserias y en sus glorias para partir de ellas y volver a ellas. También hasta donde buenamente han podido y sabido, con la misma buena voluntad que los otros. La mayor parte ha mezclado ambos planos y ha nadado y guardado la ropa con mayor o menor acierto. El conjunto de todas las posibilidades forma la pléyade de escuelas filosóficas, éticas, morales, religiosas… que han sido y que serán.
Ayer citaba a Espinosa, Espinoza, Spinoza o Spinosa, y hoy lo vuelvo a hacer. Ya se ve que me ocupa estos días y que ando dándole vueltas a su propuesta ética. No era precisamente tonto, y confrontar con los que más saben no es mal ejercicio. Desde luego su ejercicio anda muy lejos de aquella simplificación realista y de andar por casa (lo que no le quita ni le pone ni un gramo de verdad o de falsedad) del de Hita: “El hombre por dos cosas trabaja, la primera / por el sustentamiento, e la segunda era / por haber juntamiento con fembra placentera.”
Espinosa concluye que la esencia de la actividad humana, en cuanto respuesta a las afecciones que recibe, se concreta, en “alegría, tristeza y deseo”, Parte tercera, Proposición XI. Desde estos tres afectos primarios, se desgrana todo un racimo de afecciones secundarias, que se explican y se entienden desde estas tres elementales y básicas: esperanza, miedo, seguridad, satisfacción, amor, odio, asombro, indignación, envidia, misericordia, estima, humildad, arrepentimiento, vergüenza…, y todas sus contrarias…
Alegría, tristeza, deseo. Y todo a partir de ahí. Todos nuestros cambios de estado y de ánimo para andar un poco más alegres, tristes o para mantener el deseo de actuar y de conseguir. Después vendrá la racionalización de estas afecciones, para no actuar como brutos irracionales y para no dejarnos llevar por los impulsos primarios. Qué esquemático parece esto, pero qué profundo.
Y casi todos nosotros perdidos en nuestros días sin saber qué nos empuja ni qué nos condiciona en nuestra actividad de cada momento. Andamos por la vida sin conciencia real de lo que hacemos, y mucho menos de por qué lo hacemos; nos cegamos en los esquemas que nos dan impuestos y que nos ocupan todo el tiempo y todo el esfuerzo. Y las explicaciones las dejamos para el tiempo que está fuera del tiempo, o sea, para nunca. Por eso el tiempo para casi todos es un simple discurrir monótono y sin sentido, al menos sin sentido personal y reflexivo. Y tal vez por eso la división del tiempo sigue siendo automática y a la defensiva.

En la Proposición X, Parte cuarta, afirma Espinosa: “Experimentamos por una cosa futura, que imaginamos ha de cumplirse pronto, un afecto más intenso que si imaginamos que el tiempo de su existencia está mucho más distante del presente, y también somos afectados por la memoria de una cosa, que imaginamos haber ocurrido hace poco, más intensamente que si imaginamos que ha ocurrido hace mucho.” Hoy me he enterado de la situación de dos amigos; uno de ellos está afectado (positivamente) por la memoria de algo que le ha ocurrido  hace poco; otro anda a cuestas con una afección intensa por algo que ha de cumplirse muy pronto (también espero que de manera satisfactoria, pero, como es futuro, tan solo es deseo). En ambos se cumple el paso hacia la alegría o la tristeza, y siempre desde el deseo de seguir positivamente en la brega y en la vida. Yo también siento hoy un poco más esa intensidad en esas sensaciones. Y las espero todas positivas. Para ellos y para mí. 

martes, 4 de febrero de 2014

DESDE BARUCH DE ESPINOZA

     
“Todo lo excelso es tan difícil como raro.” Con estas palabras termina el filósofo Baruch de Espinoza  la Parte Quinta y última de su “Ética demostrada según el orden geométrico”
Excelso, difícil, raro. Ordenado así y no de otra manera. Importan primero las cualidades y la esencia de esos elementos que componen el todo, las variables que lo convierten en excelso. Hasta ahora poco importan el grado de dificultad de su consecución o sus consecuencias, solo interesa el hecho o el estado. Difícil entender la definición exacta de “excelso”, pero sí puedo aproximarme: muy elevado, alto, eminente. No me quedaré en el nivel físico y trasladaré esa visión al sentido figurado: un hecho elevado, una persona eminente, una cualidad superlativa. Superlativo léxico en cualquier caso. Ahora ya mi imaginación corre para posarse en cualquier cualidad, fenómeno o persona. Por ejemplo, en la amistad; por ejemplo, en un edificio; por ejemplo, en una persona o en un libro.
Los conceptos terminan definiéndose por sus cualidades, por los adjetivos que los configuren y que se acoplen a ellos, de tal manera que cualquiera de ellos nos lleva a su esencia y parece que evocar esa cualidad ya es suficiente para entender que hemos llegado al corazón del mismo. Tal vez por ello, dar con los adjetivos pertinentes y exactos resulta tarea ardua en la creación y en el ropaje lingüístico de las ideas. Cuando estas cualidades tienen que estar cargadas de significado con intensidad y con admiración, hasta convertirse en excelsas de lo excelso, el trabajo es aún más complicado, y, además, corre el peligro de la impostación y de la hipérbole. Ya se ve ahora que casar excelso con difícil no resulta complicado pues se compadecen mutuamente.
Cuando se consigue de veras, algo sucede que provoca satisfacción, contemplación y felicidad: “quedeme y olvideme…” Por ejemplo. Y seguramente, cuando despertemos del sueño, del dulce sueño, y del nivel alcanzado, para aterrizar en otros niveles más reales, o al menos más cotidianos, nos toparemos con la certeza de lo raro del momento, de lo escaso del fenómeno, de lo extraordinario del hecho.
Espinoza apunta hacia el “poder del entendimiento y de la libertad humana”, pero mirando hacia lo espiritual y hacia Dios como ser y conocimiento excelso, difícil y raro. Nosotros tal vez deberíamos quedarnos un poco más abajo y aspirar a algún momento excelso medido desde nuestros parámetros humanos, mucho más escasitos y limitados. Alguna ventaja tiene esto: las cualidades de lo excelso tal vez no sean tan exigentes y nos conformemos con una comida más baja en calorías pero sabrosa para nuestro paladar.

Como ejercicio de autoestima, acaso sería bueno proponerse el acercamiento a un hecho, a un pensamiento o a una persona excelsos cada día. Ya sería un logro excelso.  

lunes, 3 de febrero de 2014

VA A SER COSA DEL RIEGO



Fin de semana vallisoletano en el que el PP se junta en botellón endogámico para gritar que se halla encantado de haberse conocido, para proclamar literalmente que son o ellos o la nada, para insultar sin pudor a los demás, para anular cualquier foto de disidencia, y para volver al día a día de las contradicciones. Y todo esto con la que está cayendo. Como quien ve nevar y sale desnudo.
Las convenciones de los partidos tienen todas una parte importante de autobombo y de palmaditas en la espalda, como para reconocerse y para no verse demasiado sucios. Es la condición humana y no hay que escandalizarse demasiado de ello. Lo que deja patidifuso y asombrado, fuera de lugar y como alelado, es el grado con el que se exhiben algunas de estas debilidades, la chulería con la que se hacen públicas y la imbecilidad que evidencian en quienes las muestran y que quieren describir en quienes las reciben. Parece que eso de sostenella y no enmendalla rige con más fuerza que nunca. Hasta el punto que uno termina dudando de si realmente se creen lo que dicen  y hasta de si será verdad. Con la que sigue cayendo. No se conocen propuestas más allá de la vaga promesa de lo de los impuestos y aquello de siempre con las víctimas, que lo mismo sirve para un roto que para un descosido desde hace decenios.
Esto en lo que se refiere a la elite convencional porque luego está el milagro del pueblo llano, ese que siempre es alabado como tal y al que escasas veces se le fustiga para que despierte de la modorra. Veamos. La liga de fútbol se ha puesto al rojo vivo: todo el mundo sabe que el Barcelona (o el Barça) ha perdido el liderato, que el Atleti (o Aleti) ahora es el mandamás, que el Madrid no acaba de levantar cabeza; que ha muerto Luis Aragonés, el sabio de Hortaleza, aquel que rondaba las expresiones racistas y que hizo tanto por la humanidad como ganar alguna copa de fútbol o algo así (o sea, el sabio de Hortaleza, no te digo más (y que descanse en paz, por supuesto); y, por último, está lo de la Super Bowl, ese juego de los Astados Unidos en el que un grupo fornido de jugadores se empujan y se empujan mientras miles de personas jalean y se emborrachan y las compañías escenifican como nunca lo que significa el mundo de la publicidad. Y así cada fin de semana, o casi, o más.
Los osos duermen en invierno. Es bueno que así sea porque, si no, no sé de dónde iban a sacar la comida: tal vez nos comerían a los humanos. Pero después despiertan y devoran sin cautela y se llevan a las fauces todo lo que se les pone por delante y se vuelven muy peligrosos pues no hay quien les haga entrar en razones.
Aunque parezca que no, creo que el oso y la marmota son epidemia en este país, y en otros. Pero creo que hay otros animales que no descansan ni en verano ni en invierno. Y se dedican a pensar y a imaginar otra sociedad distinta, con menos sujeción al ordeno y mando, al vencedor y al vencido, con más regusto por un humanismo real en el que la persona cuente y sea el fundamento de toda actividad, en un mundo más reflexivo y menos de rebajas mentales, en un futuro más barato e interior, en otro ambiente en el que se llame sabio al que sabe y no al que balbucea…, en otro mundo.
Pero esta especie anda casi en peligro de extinción y no es asignatura que pidan muchos alumnos. De hecho, de ella apenas se sabe casi nada. Será cosa de la hibernación. O de la modorra. O de la falta de inversión en el asunto ese de la alfabetización. O de la alucinación de algunos lunáticos. O del riego sanguíneo (va a ser de esto, del riego sanguíneo). O yo qué sé de qué.

“Españolito que vienes al mundo…”