“Pensar que en esta vida las cosas de ella han de
durar siempre en un estado es pensar en lo excusado, entes parece que ella anda
todo en redondo, digo, a la redonda: la primavera sigue al verano, el verano al
estío, el estío al otoño, y el otoño al invierno y el invierno a la primavera,
y así torna a andarse el tiempo con esta rueda continua; sola la vida humana
corre a su fin ligera más que el viento, sin esperar renovarse si no es en la
otra, que no tiene términos que la limiten.” Don Quijote, 2, LIII.
Cada vez que cruzan mis ojos este pasaje, más me
convenzo de la validez múltiple que tiene, del valor polisémico de la idea que
encierra y de que me sirve lo mismo para un roto que para un descosido, pues, con él bien interpretado, la
prenda vuelve a quedar lisa y como nueva, o acaso para tirarla definitivamente
a la basura. Solo se necesita un poco de tiempo y algo de serenidad para
entender que todo él es verdad, a pesar de todos los pesares.
A veces se construyen ideales, necesarios seguramente
para seguir viviendo, que, se cumplan o no, siempre tienen un fin y dan paso a
otras posibilidades de ese tejido interminable que van urdiendo el tiempo y el
espacio. Cuanto más amplio es el campo en el que juegan las cosas, más se
confirma esta verdad. ¿Quién puede reconocer, ni siquiera de nombre, a no sé cuántos
reyes medievales, que, en su época eran referencia para todos los súbditos? ¿Dónde
los restos de la grandeza del imperio romano? ¿Qué es aquello de la guerra
in-civil para casi todas las generaciones jóvenes? ¿Hubo alguna vez alguna
industria textil pujante en esta estrecha ciudad de Béjar? ¿Cuál fue la primera
gran ilusión de mi niñez? ¿Me recordarán mis alumnos de hace cinco años? Y en
la dirección contraria, ¿qué puedo yo saber del futuro de mi nieta?, ¿no
saldremos algún día de la crisis, aunque sea para repetirla con otros
argumentos?, ¿no es verdad que el verano llegará con toda certeza?
Parece que todo nos acerca a un carpe diem
irremediable. El asunto creo que es algo más profundo y desconsolador, pues, al
fin al fin, parece que todo da igual y que se nos va de las manos como un pez
resbaladizo. Lo bueno ya cambiará alguna vez en menos bueno, y lo malo se
tornará sin remisión en algo mejor. Me veo aparecer a Schopenhauer por la
puerta y no quiero que venga a amargarme este rato, pero ahí sigue esperando.
Y, si el nivel se queda en carpe diem, tampoco está
tan claro cuál de los dos remedios es el mejor para agarrarse y coserse a él:
la abulia o la acción continua. Y, aun en la acción continua, ¿en el sentido del
gozo o en el de la purificación?
Porque asoma en el horizonte la primavera, se marchará
el invierno, llegarán los calores, pasarán los días y no volverán los años. O
vendrán a su modo y a su antojo, sin importarles nada estas reflexiones.
Pero, ea, que mañana amanecerá Dios y medraremos.
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