Fin de semana vallisoletano en el que el PP se junta
en botellón endogámico para gritar que se halla encantado de haberse conocido,
para proclamar literalmente que son o ellos o la nada, para insultar sin pudor
a los demás, para anular cualquier foto de disidencia, y para volver al día a
día de las contradicciones. Y todo esto con la que está cayendo. Como quien ve
nevar y sale desnudo.
Las convenciones de los partidos tienen todas una
parte importante de autobombo y de palmaditas en la espalda, como para
reconocerse y para no verse demasiado sucios. Es la condición humana y no hay
que escandalizarse demasiado de ello. Lo que deja patidifuso y asombrado, fuera
de lugar y como alelado, es el grado con el que se exhiben algunas de estas
debilidades, la chulería con la que se hacen públicas y la imbecilidad que
evidencian en quienes las muestran y que quieren describir en quienes las
reciben. Parece que eso de sostenella y no enmendalla rige con más fuerza que
nunca. Hasta el punto que uno termina dudando de si realmente se creen lo que
dicen y hasta de si será verdad. Con la
que sigue cayendo. No se conocen propuestas más allá de la vaga promesa de lo de los impuestos y aquello de siempre con las víctimas, que lo mismo sirve para un roto que para un descosido desde hace decenios.
Esto en lo que se refiere a la elite convencional
porque luego está el milagro del pueblo llano, ese que siempre es alabado como
tal y al que escasas veces se le fustiga para que despierte de la modorra.
Veamos. La liga de fútbol se ha puesto al rojo vivo: todo el mundo sabe que el
Barcelona (o el Barça) ha perdido el liderato, que el Atleti (o Aleti) ahora es
el mandamás, que el Madrid no acaba de levantar cabeza; que ha muerto Luis
Aragonés, el sabio de Hortaleza, aquel que rondaba las expresiones racistas y
que hizo tanto por la humanidad como ganar alguna copa de fútbol o algo así (o
sea, el sabio de Hortaleza, no te digo más (y que descanse en paz, por
supuesto); y, por último, está lo de la Super Bowl, ese juego de los Astados
Unidos en el que un grupo fornido de jugadores se empujan y se empujan mientras
miles de personas jalean y se emborrachan y las compañías escenifican como
nunca lo que significa el mundo de la publicidad. Y así cada fin de semana, o
casi, o más.
Los osos duermen en invierno. Es bueno que así sea
porque, si no, no sé de dónde iban a sacar la comida: tal vez nos comerían a
los humanos. Pero después despiertan y devoran sin cautela y se llevan a las
fauces todo lo que se les pone por delante y se vuelven muy peligrosos pues no
hay quien les haga entrar en razones.
Aunque parezca que no, creo que el oso y la marmota
son epidemia en este país, y en otros. Pero creo que hay otros animales que no
descansan ni en verano ni en invierno. Y se dedican a pensar y a imaginar otra
sociedad distinta, con menos sujeción al ordeno y mando, al vencedor y al vencido,
con más regusto por un humanismo real en el que la persona cuente y sea el
fundamento de toda actividad, en un mundo más reflexivo y menos de rebajas
mentales, en un futuro más barato e interior, en otro ambiente en el que se
llame sabio al que sabe y no al que balbucea…, en otro mundo.
Pero esta especie anda casi en peligro de extinción y
no es asignatura que pidan muchos alumnos. De hecho, de ella apenas se sabe
casi nada. Será cosa de la hibernación. O de la modorra. O de la falta de
inversión en el asunto ese de la alfabetización. O de la alucinación de algunos
lunáticos. O del riego sanguíneo (va a ser de esto, del riego sanguíneo). O yo
qué sé de qué.
“Españolito que vienes al mundo…”
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