jueves, 27 de febrero de 2014

MEJOR CON UNAS RISAS


En mi última visita a Ávila se me cruzó en el camino la necesidad de ir a recoger a la estación de tren a un sobrino que llegaba de Madrid. Acudí solícito y esperé tan solo unos minutos hasta que lo vi aparecer con su maleta a cuestas. Un beso de saludo y al coche.
De la estación a su casa no hay más de cinco minutos en automóvil. Pero es que, a los tres de trayecto, ya se había ejemplificado lo que es vivir en el continuo malentendido. Cualquiera de los dos había entendido al revés algo que tenía que ver con las novedades generales por Madrid y con los años que ese sobrino llevaba residiendo en Ávila. Son dos equivocaciones de escaso pelo, pero suficientes para concluir entre personas algo inteligentes que, sin los contextos y sin la buena voluntad, todo se echa a perder y corre el riesgo de derivar en cualquier fantasma incontrolable. No fue el caso, por supuesto, pues solo sirvió para la consideración que aquí esbozo y para unas risas compartidas.
Tengo para mí que el mundo anda lleno de equívocos y de malas interpretaciones. A veces esas interpretaciones equivocadas tienen que ver con el nivel fónico y con la oreja o la boca mal equipados para la emisión y para la recepción del mensaje; son más de las que parece. Otras veces se producen en otros niveles que implican el desconocimiento de los significados de palabras o de las oraciones, el olvido de los contextos en los que se producen esos significados o de las situaciones en las que se generan las comunicaciones. De vez en cuando se mezclan casi todos los niveles y se produce tal grado de contaminación acústica y significativa que no hay manera si no se acude a la limpieza de la bonhomía y del sentido común. Y como, a pesar de todas las mejores intenciones, cada hijo de vecino se mueve en unas circunstancias personales diferentes, todo se revuelve y se pone gris y alborotado.
Cualquier nivel nos sirve para comprobar la certeza de esta afirmación. Ver perorar a Rajoy o a Rubalcaba, por simplificar, y darse cuenta de que, según de qué manera se observen sus afirmaciones, algo de razón tienen ambos (a mí me parece que uno bastante más que el otro), y verlos cómo siguen afanados en lanzar al viento sus verdades absolutas nos sitúa en la necesidad de aplicar serenidad y seso, cordura y buena voluntad a lo que oímos.
Pero lo que hacen ellos lo hacemos todos a cada instante. Yo, desde luego: buen ejemplo es este de Ávila. No veo cómo se puede tranquilizar el ambiente y la convivencia si no es desde esa buena disposición de la voluntad para aclarar tanto mal entendido como corre por ahí.

Hay tal vez, entre otras, una pega que se opone a ello: seguro que, cuando se aclaran las situaciones con serenidad, se modelan las realidades y se tranquilizan las opiniones y las actuaciones; pero también entonces se aclaran y se desmitifican muchas torres de humo y muchas realidades que acaso están apoyadas en bases de barro muy poco consistentes. Y a eso tal vez no estemos siempre dispuestos.  

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