Hasta este apartamiento en que me hallo, sin salir a
la calle casi nada, lejos del ruido que me acosa, me llegan las noticias, las
ideas que dicen que preocupan a la gente. Todo lo dice a voces la boca de los
medios, el altavoz continuo de la tele o la ventana blanca que soporta esta
mesa y que me abre las palabras del mundo.
Y hasta mí llegan voces de todos los espacios y
niveles. Por ejemplo de Béjar, de esta ciudad estrecha en la que van pasando
mis días y mis noches, de esta ciudad en la que simplemente me voy volviendo
viejo, como todos.
Una de ellas dice que nuestro ayuntamiento va a
reponer la Cruz de los Caídos en el mismo lugar en el que anduvo clavada
durante tantos años. En los últimos tiempos se ha construido en la calle Colón
un aparcamiento después de desmontar un pequeño parque público, parque que
ahora se repone sobre la obra realizada. En su esquinazo más visible, se
volverá a poner la susodicha cruz, que recordará la guerra incivil aunque
supongo que ya sin los nombres de los “caídos” solo en el bando vencedor.
La construcción de ese aparcamiento tiene mucha
importancia en la intrahistoria de esta ciudad estrecha: yo creo que fue una de
las causas de la pérdida de las elecciones municipales últimas por parte del
PSOE. En su tramitación se mezclaron errores con malos modos y puesta en marcha
del todo vale con tal de difamar y de conseguir arrancar un puñado de votos.
Otros lo podrían explicar mejor que yo. Una más de la derecha política.
Después, todo ha quedado en un uso privatizado y en otro bien del que se ha
desentendido el poder público. Es la línea, la desgraciada línea de actuación:
no hay que extrañarse.
La Cruz de los Caídos ha servido de muestra durante
muchos decenios de lo que ha supuesto la vida en este país y en esta comunidad:
solo un grupo, el vencedor; solo un dogma, el católico. Y así, cogiditos de la
mano, nos han llevado a todos y han impuesto sus normas y su estilo, han dejado
de lado y han ignorado a todas las familias de los que sencillamente pensaron
de otra manera y tuvieron la desgracia de “perder” en aquella infame guerra
incivil. Durante más de cuarenta años. Año a año, mes a mes, semana a semana,
día a día, hora a hora, minuto a minuto, segundo a segundo. Y aún andan
resistiéndose a dar un paso al frente, a entender que esa infamia duele a los
humillados, que hay símbolos que hieren como espadas con filo, que ya está bien
de andar venciendo siempre.
Es verdad que el paso del tiempo va dejando los
símbolos más laxos, como destensados y muertos, arrumbados y solo a la
intemperie de las medidas físicas y el frío de las piedras. Es verdad. También
es algo cierto que poner líneas rojas no es siempre tan sencillo, sobre todo si
el símbolo se acoge a la trampa de “todos los caídos” donde antes solo eran los
muertos “por Dios y por España”.
Pero ahora era el momento de pasar esa página de
escarnio, de no insultar de nuevo con el recuerdo negro. Porque ahí no estarán
nunca en el recuerdo “todos” los que cayeron, solo algunos. Desde ese saliente
que parece que asusta, siempre de arriba abajo, siempre como mostrando que
pervives solo si te perdonan.
Y la cruz y la espada siempre juntas, sobre todo la
espada que más corta y que sirve de medio para segar de cuajo tantas vidas. Qué
soplo de vergüenza, que bofetón de ira, qué rayo de barbarie y de miseria.
Con su misma medicina: “Aunque tuviera el don de la
profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, aunque tuviera toda
la fe, una fe capaz de trasladar montañas, si no tengo amor, no soy nada.” San
Pablo a los Corintios 13:1
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