Asistí ayer por última (o no sé si penúltima, pues
pensar que no ha de resucitar en cualquier otra ocasión es pensar en lo
excusado) a la muerte del caballero don Quijote, siempre con los pucheritos de
Sancho y con las esperanzas de herencia de sus allegados, curtido de los
caminos, asendereado en demasía y cansado y cuerdo según él después de tanta descordura.
Quiero decir que agoté otra vez la lectura del Quijote, con la misma sensación
de que cada lectura es el descubrimiento de una realidad nueva. Pero quiso la
casualidad, que de vez en cuando hace de las suyas como si nadie le pusiera
traba, que me avisaran para acudir a una charla acerca de la actualidad del
Quijote en nuestros días.
Esa fue la mía y el pensar que mejor ocasión no la
verían los siglos. De modo que tuvimos muerte y enterramiento, con duelo
incluido, pero también novena y responso, y plañideras y disputas variadas
acerca de su legado. Porque era un contexto en el que todos querían recibir
parte de la herencia y de las enseñanzas del caballero andante. Por eso se
montó el concilio y riñeron las disputas para ver cuál de ellas se alzaba con
el triunfo y con el premio. Y se alargó la charla hasta bien tarde.
El punto de partida fue la conferencia de la profesora
Trinidad Puerto titulada “Una mirada actual al Quijote”. Ella ofreció algunas
claves para la lectura provechosa de la obra y para el entendimiento cabal de
sus mensajes. Las concretó en estas tres; La existencia de la utopía, la búsqueda
de una nueva persona para una nueva época, y el continuo enfrentamiento con la
realidad social para desintoxicar la mente y desmitologizarla.
Me parecen muy interesantes, las comparto y las
suscribo. Algo diferente es que, en este texto, las claves se me escapan de las
manos y se me caen de la boca, como a Sancho los refranes, y no sé si no se
podrían arrimar otras dos o tres arrobas de apuntalamientos para mejor
disfrutar de la novela. Porque las precisiones gritan por abrirse paso a cada
instante. Por ejemplo, ¿qué es eso de la utopía, si, por etimología, es lugar
que no existe?, ¿cómo se concreta la emergencia de un nuevo tipo de ser humano
en una época en la que la oscuridad y la represión eran tan evidentes?, ¿cómo
se conjuga esa necesidad de quitarse los velos de las imposiciones, incluidos
los mitos y las ideologías, sin correr el riesgo de despeñarse en la banalidad
y en el vacío mental y vital?
Allí fue Troya pues, como ocurre siempre con esta
obra, se pude defender lo mismo y su contrario, pues es tal océano que da para
nadar y para ahogarse. Fue discusión bonita y atractiva. Reivindiqué el derecho
de una lectura lúdica, de dejarse llevar y morirse de risa, consciente como soy
de haber andado tanto al lado del rocín y del jumento, escuchando las pláticas
cruzadas entre amo y escudero y tratando también de echar mi cuarto a espadas
en lo se cocía. Parece mentira que un profesor sesudo ande con estas cosas tan
livianas. También pedí atención para el alto valor de las palabras: lo que
importan los diálogos, la pintura cabal de caracteres, y de todo el baúl de
formas que guarda esta gran obra. Y advertí del peligro de quedarse sin velos
culturales y sociales, pues, aunque es conveniente bajarse a la realidad y
descubrir mediterráneos cada uno por su cuenta, tampoco es menos cierto que hay
que poner sombrilla tejida de principios, que nos cubra de lo que quema el sol
y que trabe unas cuantas ideas que den forma y sentido a nuestra vida.
En todo caso, es un bien necesario que apunte un nuevo
hombre, un ideal distinto lejano del poder de los mercados, porque entonces al
menos tenían los molinos con sus aspas al viento y bien visibles y no ponemos
cara a esos otros molinos con cuentas y teléfonos de compras y de ventas, de
acciones y de dividendos.
Tal vez hoy sea más difícil luchar porque no acude
ningún gigante a los caminos, se esconden como hurones detrás de esos murales
en mansiones o en barcos lujosísimos, pero no dan la cara los cabrones, si no
las descubrimos con cuentas en Suiza. Con otra luz del día, tiene que renacer
otro hombre nuevo, más cerca del ilustre caballero, con la ilusión al aire y
por montera, buscando más al hombre por ser hombre que por sus pertenencias, y
ahormando otra esperanza con otra realidad.
Anda todo pendiente de aquellos caballeros “que a las
aventuras van”. No sé si don Quijote irá de nuevo. De momento necesita
descanso, ya veremos.
N.B. La venta fue un local adecentado por el grupo de
gentes bejaranas que se mueve al reclamo de la CNT. Qué buena impresión me causó
aquello pues no noté venteros ni dueños ni criados.
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