jueves, 31 de agosto de 2017

METAMORFOSIS (XV): OCÍRROE

OCÍRROE

Ocírroe, la ninfa,
de estirpe de Quirón y de Cariclo,
cantaba los secretos de los hados
al niño que crecía allí en la cueva:
“A ti se confiarán las peticiones
de los cuerpos mortales y tu cuerpo
alcanzará la vida de los dioses”.

A la otra parte mira y con sus lágrimas
vierte sobre su padre estas palabras:

“Tú, padre de mis carnes,
nacido para estirpe de los dioses,
desearás morir y hacerte humano
cuando el cruel veneno de la sierpe
se instale entre tus miembros;
así el número exacto de los dioses
no sufrirá rebaja”.

Vuelve a llorar la ninfa cuando advierte
que se retira su apariencia humana;
La apariencia de yegua se hace clara
en toda su figura:
sus sonidos se tornan en relinchos,
los dedos se transforman en pezuñas,
son crines sus guedejas y su manto
se vuelve larga cola
que ennoblece a la yegua.
El aspecto y la voz se sorprendieron
paciendo entre las hierbas,
mientras los animales, sorprendidos,
piafaban en su honor solemnes danzas.

Sola, la ninfa llora,
antes fatal cartera de los hados,
ahora yegua infeliz,

capricho del destino por los campos.

martes, 29 de agosto de 2017

METAMORFOSIS (XIV): CORONIS

CORONIS

En tierras de Focea fui engendrada
y princesa era hermosa ante los ojos
de ricos pretendientes.
Mas, cuando caminaba por la playa,
con mis trenzas al aire
y mi cuerpo desnudo junto al agua,
el dios del mar enciende
sus ansias de tenerme.
En vano me persigue
y en vano me fatigo
sobre la blanda arena que me acoge.
Tan sólo una doncella me proporciona ayuda,
Minerva, que portaba
virginidad perpetua.

De poco sirven súplicas
a dioses y mortales:
mis brazos comenzaron a tintarse
de ennegrecidas plumas,
por mi cuerpo crecían las raíces
de volanderas alas,
y ya ni manos ni desnudo pecho
sentía en mi desnudez.
La arena me lanzaba hacia las brisas
y en ave que volaba hasta Minerva
se tornaban mis muslos doloridos.

Una flecha mortal ha derribado
el vuelo de la dócil avecilla,
que baña con la sangre color púrpura
sus renegridos miembros.

Siente gran malestar su amante, Febo,
que pierde con la muerte de la caza
también a su hijo amado;
emite los gemidos muy cerca de la pira,
unge el pecho de aromas  y de abrazos
y rapta su semilla de las mismas cenizas,
del vientre de su madre.

Hasta la enorme cueva del centauro
llevó su descendencia.
Quirón, de doble cuerpo,
asume los cuidados
del divino linaje

que Febo le prestaba.

lunes, 28 de agosto de 2017

NO TE ESCONDAS


Las redes sociales saben de mí más que yo mismo. Cuando esta mañana he abierto alguna de ellas me he encontrado con un ramillete amplio de felicitaciones por esa división del tiempo que nos lleva a cumplir años. Luego la voz frecuente y cálida del teléfono durante todo el día.
 Creo que soy una persona notablemente tímida y no tengo conciencia de haber facilitado mis datos personales muchas veces para que la gente los conozca. Pero ahí están y no puedo ocultarlos. No puedo esconderme y no me escondo.
Gracias a todos los que de diversas formas me han mandado unas palabras de ánimo de diversas maneras. El ser humano no es sin comunicación y mucho menos sin afecto, no es solo sino en compañía, no tiene sentido sin los demás. Al lado de los otros mide el tiempo, se nota y se siente más adelantado en el proceso de la vida y a veces (tal vez ya sea mi caso) empieza a sentir que la resaca es larga. Frente a la visión pesimista, quiero alzar mi alegría por la certeza de haber vivido, de haber andado y de seguir andando y rondando en la borrachera de la vida, esa actividad contra la que ya nada, ni la misma muerte, podrá nunca.
Un familiar muy cercano y querido me aconseja que invierta en el futuro, que grite por el año que me espera, que piense no en cumplir sino más bien en vivir gozosamente otro segmento más de la cuadrícula de los años. Cumplir es solo un número, vivir es más complejo y placentero.
Pues que sean las dos cosas, el pasado nostálgico y hermoso para el recuerdo sereno, y el futuro templado pero al trote, sin prisas y sin pausas, con el gozo y el ansia a las espaldas. Y siempre con los otros, con los más cercanos y con los menos próximos, al frío y al calor del paso de los días.

Y vosotros que lo veáis.

domingo, 27 de agosto de 2017

METAMORFOSIS (XIII): CALISTO

CALISTO

En los bosques umbrosos de la Arcadia,
donde fuentes y ríos
retornan a dar vida con sus aguas
al resto resecado de la tierra,
los fuegos amorosos
ardieron en los tuétanos de Júpiter.
Calisto era de Diana
la más linda doncella.
Penetrando en un bosque,
desata de su hombro la honda aljaba,
descansa sobre el suelo,
sus muslos en paréntesis,
sus pechos como montes cara al cielo.

El señor de los dioses se disfraza
con ropas y con rostro de Diana:
“Salve, diosa -la saluda Calisto-,
más hermosa que Júpiter”.

El ardor de los besos, los abrazos,
descubren los propósitos de Júpiter
y nada se resiste
a consumar de amor las intenciones.

Diana regresaba de la caza
cuando Calisto muestra
las huellas de su culpa.
El murmullo de un río en fresco bosque
detuvo la carrera de las ninfas,
y sus desnudos cuerpos
sumergen en las aguas.

Con el cuerpo desnudo,
Calisto proclamaba su delito.

Ya la esposa de Júpiter se alza
a cólera infinita:
“Adúltera y fecunda, tu castigo
será la fealdad de tu figura”.
Sus brazos comenzaron a erizarse
y a ser curvas sus manos,
sus fauces se deforman formidables,
su voz queda velada y sólo emite
gemidos de terror.

Mas no desaparecen de su mente
sus tristes pensamientos.
Y cuanto más se mira
mejor se reconoce
salvaje por los bosques, cazadora
de perros y alimañas.
Sus ojos, sus cabellos y sus pechos
daban miedo a los hombres y a las fieras.

Por los bosques respira y en las tardes
se escuchan sus gemidos suplicantes
a Júpiter, que mora en el Olimpo,
en busca de su cuerpo y su figura.

Con quince años cumplidos
Arcas persigue fieras por los bosques.
Nada sabe del rastro de su madre,
pero un aroma extraño
pareció presentarlos cara a cara
cuando un dardo homicida
estaba preparado para el pecho
de la triste Calisto.

El todopoderoso de los cielos
impidió que la muerte se acercara
y en un viento rizado
los transportó hasta el cielo donde lucen
como la Osa Mayor, como el Boyero,
constelaciones próximas
para la madre e hijo
que se miran de noche eternamente.

La cólera de Juno pidió ayuda
a Tetis y a Oceano:
“Que las constelaciones
se aparten de los cielos,
que la rival no moje
su cuerpo con el agua en la llanura”.

Los dioses de los mares se complacen
y dan su asentimiento mientras Juno
pasea por el éter su ágil carro

de gráciles pavones.

viernes, 25 de agosto de 2017

METAMORFOSIS (XII): CICNO

CICNO

Testigo de la muerte, los lamentos
de Cicno las orillas de los ríos
llenaron en sus cauces. Los cabellos
son plumas, su cuerpo alas y pico.

El cuello se hace largo desde el pecho,
se amembranan sus pies, dedos rojizos.
Desconocido cisne, animal nuevo
que regala a las aguas sus servicios.

El padre de Faetón, Febo, enfadado,
solicita de Júpiter que acuda
a conducir las riendas de su carro.

Si no domina el trote a los caballos,
que muera por la culpa de su duda

o no castigue al mundo con sus rayos.

miércoles, 23 de agosto de 2017

METAMORFOSIS (XI): HELÍADES

HELÍADES

De Faetón las hermanas lloran lágrimas
gimiendo ante el sepulcro sin repuesta,
cuatro ciclos la luna las miraba
viendo el amor fraterno que no mengua.

De Faetusa los pies la tierra llama,
Lampetia hunde sus dedos en la tierra,
y todas ven como su cuerpo encalla
en troncos,  ramas y hojas de corteza.

Clímene rompe troncos, quiebra ramas,
quiere salvar los cuerpos de sus hijas:
“Estate quieta, madre, no hagas nada”,

responden tristemente las heridas.
De allí fluyen las lágrimas de ámbar

que adornan a las jóvenes latinas.

lunes, 21 de agosto de 2017

METAMORFOSIS (X): FAETÓN

                               FAETÓN


HASTA los altos brillos marfileños
del palacio del sol sube Faetón.
Allí refulge el oro centelleante
por encima del fuego.
Las aguas y la esfera
terrestre, suspendida en el aire,
son refugio de dioses azulados,
de nereidas que secan sus cabellos
sentadas en las rocas,
de la tierra, sus montes y ciudades,
los bosques y las fieras y los ríos.
Por encima de todos estos signos
fulguraban los signos del zodiaco
en la imagen del cielo.
El palacio destella en su hermosura
y alumbra al caminante en su ceguera.

Con vestido de púrpura, en su trono,
Febo irradiaba luz junto a los Días,
los Meses y los Siglos y los Años.
El Verano, desnudo,
llevaba una guirnalda en su cabeza,
y de flores ceñida una corona
portaba Primavera;
con sus albos cabellos erizados
el Invierno jugaba y el Otoño
de uvas pisadas ensuciaba el rostro.
El cortejo servía en el palacio
del reluciente Febo.

Allí Faetón demanda de su padre
confesión y certeras garantías
de pública y leal paternidad.
“No mereces que nadie te la niegue,
y menos hoy tu padre,
suplícame el regalo que pretendas
pues voy a concedértelo”.

“Suplico para un día, padre Febo,
el dominio del carro y los caballos
de los alados pies”.

La cabeza de Febo se entristece
pensando en el destino que le aguarda:
“Tu destino es mortal,
mas no lo que deseas.
Ni el sumo soberano del Olimpo
puede subirse al carro
que transporta los fuegos.
Ojalá yo pudiera
negar lo que termino de ofrecerte.
Por camino empinado
llevarás los caballos
hasta la alta bóveda del cielo
-temor tendrás en ella de la altura-;
cuida no precipites tu persona
en la postrera parte del camino,
donde Tetis sustenta los océanos”.

Mas Faetón rechaza sus palabras
e insiste en sus deseos
de conducir el carro.

El elevado carro,
regalo de Vulcano,
tiene rueda de plata y, en sus ejes,
brilla dorado el oro.
La Aurora abrió de púrpura las puertas,
los cuernos de la luna
se disiparon raudos
y las veloces Horas
uncieron los caballos
saciados con el jugo de ambrosía.
Febo tocó la cara de su hijo
para volverla inmune a los ardores
y vació suspiros
cargados de dolor:
“Sé parco con las riendas
y utiliza el sendero delineado
entre la extensa curva;
no vueles lo más alto
ni desciendas al raso de la tierra:
ni encenderás mansiones celestiales
ni harás arder los árboles del bosque”.

Ya Faetón sube al carro
y siente gozo al recoger las riendas.
Los sagrados caballos:
Pirois, Eton y Eoo,
y el cuarto, Llameante,
llenan con sus relinchos
los aires y con fuego.
Pronto cortan las nieblas
que leS salen al paso.
Su peso era ligero y pega brincos
como un carro sin peso.
Desvían el camino prefijado
y vuelan libres, sin seguir las riendas.
Los Siete Bueyes fríos se incendiaron,
Boyero emprendió huida
y Faetón sintió pálidas sus pieles,
sus ojos se cubrieron de tinieblas
en medio de la luz:
 hubiera preferido en aquel punto
no haber reconocido su linaje
y ser llamado hijo
de Clímene y de Mérope.
Por todas partes ve diseminadas
testas de enormes fieras.
El errado camino causa estragos
en todas las regiones,
la tierra se reseca y se cuartea
privada de sus líquidos, las nubes
tornan su agua en humo,
los árboles se abrasan con sus hojas,
las ciudades perecen y los campos
se llenan de ceniza.
Arde el Etna, y el Cáucaso,
y el Helicón, morada de las musas,
el Citerón de Baco,
y el Olimpo, morada de los dioses,
los Alpes y Apeninos
productores de nieves y de nubes.
Libia se volvió árida, Etiopía
subió a la superficie
el negro de su sangre y en la tierra
lloran fuentes y lagos,
los ríos se hacen fuego
desde el Teneo al Tíber.

Hasta el reino infernal
de Proserpina y Tártaro
entra la luz y aterra a los malditos.
Los mares se retraen y las arenas
se alzan y ocupan las antiguas aguas.
La reina madre Tierra,
con su voz suplicante,
habló de esta manera:
“Oh, soberano Júpiter,
¿por qué tardan tus rayos?,
que al menos sean los tuyos
los que me hagan morir.
Contempla mis cabellos abrasados;
no merecen la muerte mis servicios,
los frutos y cosechas que regalo
al gusto de los hombres
y el incienso que aroma
la casa de los dioses.
Al menos compadécete del cielo,
esa tercera parte
que siempre reservaste para ti.
Si el fuego lo destruye,
volveremos al ámbito del caos”.

El Padre Omnipotente,
teniendo por testigos a los dioses
y al propio Febo, el del fulgor de oro,
desprovisto de nubes y de lluvias,
hace sonar el trueno y recorrer el dardo
hasta el atribulado pecho del auriga.
Los caballos se espantan y abandonan
las desgarradas riendas.
Por todas partes brillan
los restos esparcidos
del destrozado carro.

El cuerpo de Faetón,
con la fuerza del rayo traspasado,
las llamas devastando
sus hermosos cabellos,
cae girando al abismo.
Las Náyades de Hesperia lo reciben
y le dan sepultura
bajo un dulce epitafio:
“Aquí yace Faetón,
del carro de su padre osado auriga”.

El padre, Febo, de dolor cubierto,
un día pasó sin sol, pues los incendios
ofrecieron su luz.
La madre, Clímene,
recorrió todo el mundo entre sollozos
para encontrar los miembros de su hijo.
Cuando los dio por ciertos,
regó con abundancia de sus lágrimas
el mármol  con su nombre
y su  desnudo pecho
templó el frío marmóreo y los recuerdos

del cuerpo de su hijo.

viernes, 18 de agosto de 2017

METAMORFOSIS (IX): IO

ÍO

”Oh, doncella, que habrías de hacer feliz
al indecible Júpiter,
dirígete a las sombras de esos profundos bosques”.
La ninfa Ío huye
dejando pastizales
y hollando labrantíos, pero Júpiter
echó sobre la tierra gran neblina
y arrebató de Io la blancura
de su virginidad.

La mirada de Juno se sorprende
con nieblas tan aladas
en un día terreno tan de fuego,
y busca la razón de sus sospechas
como quien bien conoce
los ardides frecuentes de un marido.
La figura ninfática de Ío
se torna en cuerpo hermoso de novilla
(“incluso como bóvido es hermosa”).
Juno inquiere el origen
de aquel animal noble
y exige su regalo
a Júpiter, que duda:
el honor le aconseja a darla a Juno,
el amor le disuade y le estimula
a conservar la presa a buen recaudo.

Pero Juno domina la batalla
y embrida su trofeo
entregándola a Argos
para que la custodie.

Los cien ojos de Argos vigilaban
día y noche el pacer de la novilla,
que, aunque anhelaba presentar sus brazos,
los brazos no existían;
sólo el lamento provocó un mugido
que aterró con sus sones las riberas,
y en las aguas del Ínaco
reconoce unos cuernos en su testa
que la obligan a huir de su camino.

El padre soberano de los dioses
se apiada de las lágrimas de Io
y suplica a Mercurio
por la muerte de Argos.

La dulce melodía de la siringa
movida por Mercurio
intenta doblegar al dulce sueño
de los cien ojos de Argos.
Cuando habían sucumbido y las pupilas
se encontraban cubiertas por el sueño,
con la espada separa la cabeza
y la noche completa se adueña de sus ojos.
Juno los lleva a sus lucientes plumas
y a su cola de pavo refulgente.

Hasta el Nilo vagaba la novilla.
Allí elevó sus quejas
a Júpiter tonante
para pedirle el fin de sus desgracias.
Hacia su esposa Juno
revierte las plegarias:
“Olvida el miedo ya:
nunca será ya causa
de pena para ti”.

Cuando la esposa estuvo serena y aplacada,
Ío vuelve al aspecto de ninfa de los ríos:
desaparecen cuernos,
encógense los ojos y la boca,
las pezuñas dan paso a cinco uñas
en los alados pies;
la ninfa, satisfecha,
se yergue y teme hablar,
y evoca los sonidos de eco en eco
hasta lograr un himno
que da contento al agua y a la tierra
y al viento la cadencia

del baile de las ninfas al girar.

martes, 15 de agosto de 2017

QUE VEINTE AÑOS NO ES NADA


Hoy día 15 de agosto, se acumulan imágenes en mi memoria y en mi conciencia. Al fin y al cabo, ¿qué es la conciencia sino la memoria en actividad?
Hace hoy veinte años que falleció mi padre y su recuerdo vuelve más sereno, pero no menos nítido; como regresa con frecuencia el de mi madre, esos eslabones que me unen al paso del tiempo y del espacio, que me engarzan como pedacito consciente a ese runrún universal y cósmico del que todo forma parte, a esa red infinita que lo conecta todo.
Hoy los recuerdo a ambos, con serenidad pero con cosquilleo, con la lentitud del que acepta lo inevitable y trata de encontrar en el transcurso del tiempo la seguridad de que la vida se ha cumplido y de que esa seguridad está por encima de la muerte, pues esta no podrá borrar su existencia aunque se empeñe en velar su huella.
A veces se presentan imágenes concretas que reviven hechos diminutos y sencillos en los que ellos y yo seguimos siendo protagonistas. Estos son para mi álbum personal y en mí se quedan como comida propia de comensal aislado y solitario. Otras veces la imagen se hace panorámica y abarca los conceptos más genéricos. Pero siempre son ellos, y soy yo, y son los otros seres más cercanos los que vuelven a dar fe de su existencia, y piden que les guarde en mi conciencia, en mi álbum de fotos más queridas. Después, de vez en cuando, las desempolvo y las amplío.

Hoy amplío las páginas con mi padre, no todas concordantes, pero todas muy cerca. Hoy es para su recuerdo. Que veinte años no es nada y él tiene todo el tiempo, todo el tiempo del mundo.

lunes, 14 de agosto de 2017

METAMORFOSIS (VIII): DAFNE

DAFNE

Cupido, Hijo de Venus,
sintió cruel rencor del dios Apolo,
el alto vencedor de la serpiente.
De su aljaba de flechas
hace volar al aire dos ballestas,
una que pone en fuga los dardos amorosos
y otro que los provoca
a desatar en fuegos la pasión.
A la ninfa Peneide llegó el de punta roma
e hirió a Apolo el de oro
con la pasión violenta.
Sólo con ver a Dafne
muchos la pretendían,
mas ella evita el rostro
con el pudor sereno
de la virginidad.
La flecha que, de oro,
a Apolo hirió en el centro
le hace mirar a Dafne
con ojos inflamados.
Los besos y los ojos,
los brazos y las manos,
reflejo son de aquello
que aspira Apolo a degustar sin freno.

Más rápida y ligera que la brisa
huye la ninfa por la selva umbrosa.
“Júpiter es mi padre,
por mí suenan las notas
en mística armonía,
y a mí la medicina
acude por amparo,
mis flechas son certeras
y a todas sobrepasan
salvo a la del amor,
esa que tú me clavas
en lo hondo de mi pecho”.

Ninguna apelación
a Dafne pone meta.
Huye, su cuerpo al viento
desnudo, con la brisa
meciendo sus cabellos,
hermosa como el cielo de la tarde.

Apolo se apresura
a perseguir sus huellas
negándose el descanso.
Ya las manos de Apolo se aproximan
al rostro de la ninfa,
agotadas las fuerzas
por la agitada huida.
“Haz desaparecer
-suplica Dafne con sus voces a Peneo-
esta figura hermosa
que tantos sentimientos ha agitado”.

Su pechos se recubren,
blandos como la espuma,
de una fina corteza;
en sus cabellos nacen verdes hojas;
los brazos forman ramas
y su pie busca el suelo
con profundas raíces.
Mas toda su belleza permanece
y Febo ama la miel de la corteza
y abraza con sus brazos
las hojas y las ramas
y llora en las raíces,
que crecen al contacto con el agua.

“Si no mi esposa, sí serás mi árbol
-musita el triste Apolo-,
coronarás la frente de los grandes,
serás honor perpetuo,
laurel de amor por siempre
para mi cabellera,
mi cítara y mi aljaba”.

La voz de Apolo y Dafne se fundían
en olas espumosas del Peneo,
y el mar mostraba en olas

las fuerzas del amor cada mañana.