Como el cuerpo y la mente vaguean un poco con estos calores,
y los pueblos y ciudades andan inmersos en fiestas y festejos, echo mano de un
artículo que publiqué en un periódico , en fecha 10-09-2004, y que, por
cronología, no pertenece a esta ventana Desde
mi terraza. Tengo la impresión de que mantiene actualidad.
UNA DE GAZPACHO
Lo leo en este mismo periódico. Siete de setiembre.
Información del corresponsal en Béjar. Fiestas locales. Concierto (¿concierto?)
de Mago de Oz. “Curiosamente la organización tuvo que trasladarse hasta
Salamanca para adquirir gazpacho, ya que si no los participantes se negarían a
actuar”. Lo he leído varias veces, lo juro. Me he restregado los ojos. Ninguna
variación, todo como lo transcribo. Es hasta posible que a nadie le llame la
atención un dato como este, aunque, por ese “Curiosamente” del corresponsal,
creo que, al menos a él, sí le sorprende. A mí, sin embargo, me escandaliza y
me parece que esconde todo un mundo y toda una escala de valores, y no
precisamente muy loables.
Aquí, al sur de la provincia, las
fiestas terminan estos días; en la capital, se alargan durante buena parte del
mes; nuestros pueblos llevan casi todo el verano celebrando festejos. En casi
todas las fiestas, las actuaciones musicales se llevan buena parte del
presupuesto. Quiero suponer, por tanto, algo tan sencillo como que el caso que
aquí se refiere seguramente se repite
por todas partes. Por eso no tiene el valor de un hecho aislado sino el de un
síntoma de epidemia. Y por eso se comenta, claro.
Como bien se sabe, los grupos
musicales actúan siempre “en concierto”. Así se anuncian públicamente; y en la
misma propaganda se da noticia de si les acompañan tropecientos mil vatios de
potencia o más; o sea, si van a dejar sin dormir al vecindario. Nada de la
afinación, nada del valor de las letras, nada del valor de los ritmos,
absolutamente nada de la armonía. Vatios, vatios, vatios; ruidos, ruidos,
ruidos. Y, cuanto más ruido, más pasta. Uno anda escaldado de las titulitis
para cualquier cosa, pero sospecha que, en muchos casos, estos sujetos no
superarían ni el primer curso de solfeo; hablar ya de armonía debe de suponer
para ellos algo así como ver bailar sevillanas a un lunático. Para dejarse ya
anegar por la tormenta, echa uno un vistazo a otros mundos (deportes, moda...)
y no le sale nada mejor.
En fin, que estos colegas se
pasean como héroes por las calles, se llevan las perras a espuertas, y encima
exigen gazpacho. Ah, y hay que írselo a buscar a Salamanca. Valientes
imbéciles. ¿Pero qué escala de valores hay detrás de estas estúpidas
exigencias? ¿Seguro que estas personas superan el nivel del analfabetismo? Si
yo no practicara aquí la censura interna, soltaría una ristra de palabras
insultantes de al menos un par de páginas, que ajustaran la consideración que
me merece ralea similar.
Pero lo peor está por llegar, a
poco sigamos tirando del hilo de la lógica. Porque estos seres no emiten
sonidos para el aire (o sea). En Béjar cuentan las crónicas que asistieron unas
mil quinientas personas. Ellas son las que jalean las canciones, las que
compran los discos, las que gritan hasta desgañitarse, las que, en otros
lugares, hacen colas de días para conseguir un puesto delantero en eso que
llaman el concierto, las que se ofrecen a los actuantes “para lo que haga
falta” (no me atrevo a ser más explícito pero ya me entienden) como un orgullo
público, las que... En definitiva, las que mantienen, jalean y amplían este
negocio. ¡Y encima exigen gazpacho los colegas! Manda huevos. Y los
organizadores se cuelgan medallas dando cauce a todo este atajo de sandeces.
Debe de ser que también comen gazpacho.
Después llegan las crónicas en
los medios de comunicación, las entrevistas y los reconocimientos, las
fotografías y los espacios en tinta para estos aprendices de niñatos
caprichosos. Como si fueran el ombligo del mundo. Y, a este paso, terminarán
siéndolo; o acaso ya lo sean. Y otros muchos luchando en el duro silencio del
día a día para sobrevivir y para que este mundo sea un poquitín más llevadero.
¡Ay, medios de comunicación! Y encima los susodichos piden gazpacho.
En fin, así andan las cosas.
Tendrá que ser así; tal vez hasta estén bien y lo mío no sea más que un
desahogo. Pero necesito haceros partícipes de él. Es más, hasta me queda la
ingenuidad de que alguien más piense algo parecido. O sea, socorro, que también
existimos.
Y yo que llevo toda mi vida
repitiendo que uno de los mejores inventos es el tomate y que desde junio a
octubre ceno gazpacho con tomate todas las noches. Creo que esta temporada voy
a cortar el consumo un poco antes para que no se me atragante.
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