lunes, 7 de agosto de 2017

UNA DE GAZPACHO


Como el cuerpo y la mente vaguean un poco con estos calores, y los pueblos y ciudades andan inmersos en fiestas y festejos, echo mano de un artículo que publiqué en un periódico , en fecha 10-09-2004, y que, por cronología, no pertenece a esta ventana Desde mi terraza. Tengo la impresión de que mantiene actualidad.
 UNA DE GAZPACHO
Lo leo en este mismo periódico. Siete de setiembre. Información del corresponsal en Béjar. Fiestas locales. Concierto (¿concierto?) de Mago de Oz. “Curiosamente la organización tuvo que trasladarse hasta Salamanca para adquirir gazpacho, ya que si no los participantes se negarían a actuar”. Lo he leído varias veces, lo juro. Me he restregado los ojos. Ninguna variación, todo como lo transcribo. Es hasta posible que a nadie le llame la atención un dato como este, aunque, por ese “Curiosamente” del corresponsal, creo que, al menos a él, sí le sorprende. A mí, sin embargo, me escandaliza y me parece que esconde todo un mundo y toda una escala de valores, y no precisamente muy loables.
Aquí, al sur de la provincia, las fiestas terminan estos días; en la capital, se alargan durante buena parte del mes; nuestros pueblos llevan casi todo el verano celebrando festejos. En casi todas las fiestas, las actuaciones musicales se llevan buena parte del presupuesto. Quiero suponer, por tanto, algo tan sencillo como que el caso que aquí se refiere  seguramente se repite por todas partes. Por eso no tiene el valor de un hecho aislado sino el de un síntoma de epidemia. Y por eso se comenta, claro.
Como bien se sabe, los grupos musicales actúan siempre “en concierto”. Así se anuncian públicamente; y en la misma propaganda se da noticia de si les acompañan tropecientos mil vatios de potencia o más; o sea, si van a dejar sin dormir al vecindario. Nada de la afinación, nada del valor de las letras, nada del valor de los ritmos, absolutamente nada de la armonía. Vatios, vatios, vatios; ruidos, ruidos, ruidos. Y, cuanto más ruido, más pasta. Uno anda escaldado de las titulitis para cualquier cosa, pero sospecha que, en muchos casos, estos sujetos no superarían ni el primer curso de solfeo; hablar ya de armonía debe de suponer para ellos algo así como ver bailar sevillanas a un lunático. Para dejarse ya anegar por la tormenta, echa uno un vistazo a otros mundos (deportes, moda...) y no le sale nada mejor.
En fin, que estos colegas se pasean como héroes por las calles, se llevan las perras a espuertas, y encima exigen gazpacho. Ah, y hay que írselo a buscar a Salamanca. Valientes imbéciles. ¿Pero qué escala de valores hay detrás de estas estúpidas exigencias? ¿Seguro que estas personas superan el nivel del analfabetismo? Si yo no practicara aquí la censura interna, soltaría una ristra de palabras insultantes de al menos un par de páginas, que ajustaran la consideración que me merece ralea similar.
Pero lo peor está por llegar, a poco sigamos tirando del hilo de la lógica. Porque estos seres no emiten sonidos para el aire (o sea). En Béjar cuentan las crónicas que asistieron unas mil quinientas personas. Ellas son las que jalean las canciones, las que compran los discos, las que gritan hasta desgañitarse, las que, en otros lugares, hacen colas de días para conseguir un puesto delantero en eso que llaman el concierto, las que se ofrecen a los actuantes “para lo que haga falta” (no me atrevo a ser más explícito pero ya me entienden) como un orgullo público, las que... En definitiva, las que mantienen, jalean y amplían este negocio. ¡Y encima exigen gazpacho los colegas! Manda huevos. Y los organizadores se cuelgan medallas dando cauce a todo este atajo de sandeces. Debe de ser que también comen gazpacho.
Después llegan las crónicas en los medios de comunicación, las entrevistas y los reconocimientos, las fotografías y los espacios en tinta para estos aprendices de niñatos caprichosos. Como si fueran el ombligo del mundo. Y, a este paso, terminarán siéndolo; o acaso ya lo sean. Y otros muchos luchando en el duro silencio del día a día para sobrevivir y para que este mundo sea un poquitín más llevadero. ¡Ay, medios de comunicación! Y encima los susodichos piden gazpacho.
En fin, así andan las cosas. Tendrá que ser así; tal vez hasta estén bien y lo mío no sea más que un desahogo. Pero necesito haceros partícipes de él. Es más, hasta me queda la ingenuidad de que alguien más piense algo parecido. O sea, socorro, que también existimos.
Y yo que llevo toda mi vida repitiendo que uno de los mejores inventos es el tomate y que desde junio a octubre ceno gazpacho con tomate todas las noches. Creo que esta temporada voy a cortar el consumo un poco antes para que no se me atragante.


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