EL DILUVIO
Sólo el miedo del éter en
hoguera
hizo surgir castigo
diferente
de la mente de Júpiter.
Las lluvias descendidas
de las barbas del Noto
cubrirían la tierra y en sus
montes
sólo existiría el agua.
Y es Noto, el que en sus
alas y su rostro,
condensa toda el agua de los
cielos.
En torrentes descienden de
su frente
las apiñadas nubes
y la tierra se cubre hasta
los cerros
con ayuda de Iris,
vestida de colores,
que ayuda y alimenta el
aguacero
eterno por los valles y
llanuras.
No hay cosechas erguidas
ni frutas en los árboles al
viento;
los ríos, al mandato
de Júpiter colérico,
han desbordado el cauce de sus aguas
y anegan locamente
todo espacio que habitan
tierra y aire.
Incluso el propio Júpiter
golpea con su tridente
las fauces de la tierra
y abre caminos hondos a las
aguas.
Todo era mar en torno del
abismo.
El mundo sumergido en fiesta
acuática:
los bosques son sagrados en
la bruma
del fondo de los cauces,
las Nereidas contemplan
las ciudades y árboles,
los cerros y las olas se
abrazaban
en círculos de agua.
El elevado monte del
Parnaso,
que codicia los astros con
sus picos,
es refugio azaroso
de Deucalión y Pirra,
supervivientes últimos
de toda especie humana,
inocentes y amantes de la
divinidad.
Júpiter ve que el mundo es
un estanque
y, satisfecho en su ira,
aparta con su fuerza el aguacero,
restituye los cauces de los
ríos
y hace emerger las tierras y
los frutos.
Las súplicas a Temis
dan luz a las angustias
de Deucalión y Pirra:
“Alejaos del templo
y cubrid la cabeza;
desatad los vestidos
y arrojad tras la espalda
los huesos de la tierra”.
Los huesos, que son piedras,
dan cabida gozosa a la blandura,
toman forma de hombre,
y la parte más blanda
se convierte en el cuerpo
con huesos y con venas:
La estirpe de los hombres
con un seguro origen de
dureza.
¿Fue castigo el dominio de
las aguas?
¿La vanidad del hombre, en
busca de los dioses,
agita su venganza?
El árbol de la ciencia, de
lo humano,
de lo que siempre hará al
hombre más hombre.
Y yo en este verano -y este
invierno-
necesitando agua en mis
entrañas
que refresque mi fuego y mi
resaca
por conseguir las llaves del
palacio
con el jardín del árbol
que agita la discordia.
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