miércoles, 9 de agosto de 2017

METAMORFOSIS (VI). EL DILUVIO

EL DILUVIO

Sólo el miedo del éter en hoguera
hizo surgir castigo diferente
de la mente de Júpiter.
Las lluvias descendidas
de las barbas del Noto
cubrirían la tierra y en sus montes
sólo existiría el agua.
Y es Noto, el que en sus alas y su rostro,
condensa toda el agua de los cielos.
En torrentes descienden de su frente
las apiñadas nubes
y la tierra se cubre hasta los cerros
con ayuda de Iris,
vestida de colores,
que ayuda y alimenta el aguacero
eterno por los valles y llanuras.

No hay cosechas erguidas
ni frutas en los árboles al viento;
los ríos, al mandato
de Júpiter colérico,
han desbordado el cauce  de sus aguas
y anegan locamente
todo espacio que habitan tierra y aire.
Incluso el propio Júpiter
golpea con su tridente
las fauces de la tierra
y abre caminos hondos a las aguas.

Todo era mar en torno del abismo.
El mundo sumergido en fiesta acuática:
los bosques son sagrados en la bruma
del fondo de los cauces,
las Nereidas contemplan
las ciudades y árboles,
los cerros y las olas se abrazaban
en círculos de agua.

El elevado monte del Parnaso,
que codicia los astros con sus picos,
es refugio azaroso
de Deucalión y Pirra,
supervivientes últimos
de toda especie humana,
inocentes y amantes de la divinidad.
Júpiter ve que el mundo es un estanque
y, satisfecho en su ira,
 aparta con su fuerza el aguacero,
restituye los cauces de los ríos
y hace emerger las tierras y los frutos.
Las súplicas a Temis
dan luz a las angustias
de Deucalión y Pirra:
“Alejaos del templo
y cubrid la cabeza;
desatad los vestidos
y arrojad tras la espalda
los huesos de la tierra”.
Los huesos, que son piedras,
 dan cabida gozosa a la blandura,
toman forma de hombre,
y la parte más blanda
se convierte en el cuerpo
con huesos y con venas:

La estirpe de los hombres
con un seguro origen de dureza.

¿Fue castigo el dominio de las aguas?
¿La vanidad del hombre, en busca de los dioses,
agita su venganza?
El árbol de la ciencia, de lo humano,
de lo que siempre hará al hombre más hombre.

Y yo en este verano -y este invierno-
necesitando agua en mis entrañas
que refresque mi fuego y mi resaca
por conseguir las llaves del palacio
con el jardín del árbol

que agita la discordia.

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